Este es un resumen de menos de 30 minutos de la historia de la al-Ándalus omeya (711-1031), la edad dorada del islam en la península ibérica, desde la conquista hasta la caída del Califato de Córdoba.
Conquista musulmana y Califato omeya de Damasco

El profeta del islam, Muhammad, unificó políticamente a los árabes y sus sucesores, los califas, aprovecharon el agotamiento de sus imperios vecinos para conquistar en pocas décadas los territorios que van desde Marruecos hasta Asia central. En el 711 fue el turno del Reino visigodo, que se encontraba dividido entre dos pretendientes a rey. Para el año 718 toda la península ibérica había sido conquistada por árabes y bereberes.
Esta conquista se produjo bajo el Califato omeya de Damasco, el primer califato hereditario y el último que gobernó sobre todos los musulmanes. Durante esta etapa gobernadores nombrados desde Damasco o Kairuán regían al-Ándalus, y su preocupación principal fue imponer su control de manera efectiva y aumentar la recaudación fiscal. Se estima que entre 150 y 200.000 bereberes y árabes se asentaron en la península ibérica, que tenía una población nativa de unos 4 o 5 millones de habitantes.
Los árabes se veían como conquistadores y en general creían que el islam era su religión, no conquistaron con intenciones evangelizadoras, pero podían convertirse en patronos de no árabes libres o esclavos, generando un vínculo entre linajes que se perpetuaba durante generaciones. Poco a poco algunos no árabes se convirtieron así al islam con la voluntad de acceder a los privilegios sociales y fiscales que tenían los musulmanes. Sin embargo, muchas veces los conversos seguían sufriendo la discriminación propia de los no musulmanes. Se juntó este descontento con incrementos de impuestos y derrotas militares importantes en múltiples frentes que diezmaron a las tropas árabes sirias, la columna vertebral del Califato omeya.
Esta combinación explosiva llevó a guerras civiles que culminaron en el 750 con el establecimiento del Califato abasí, que abandonó el supremacismo árabe de los omeyas y marcó el florecimiento de la civilización islámica. Desde el 740 al-Ándalus quedó independizada de facto. La revuelta bereber que triunfó en el Magreb fue aplastada en al-Ándalus con la ayuda de 10.000 soldados árabes sirios que se asentaron en el sur, pero en estos tiempos convulsos los musulmanes perdieron el control de todo el cuadrante noroeste peninsular y de Vasconia y eso lo aprovechó el pequeño Reino de Asturias para consolidarse y expandirse.
Consolidación del Emirato de Córdoba
Los abasíes se pusieron a perseguir y a matar miembros de la familia omeya para evitar su regreso, pero entre los supervivientes estaba un nieto del califa Hisham llamado Abd al-Rahman. Este realizó durante cinco años un viaje hacia el oeste lleno de aventuras y momentos en los que estuvo a punto de ser capturado y asesinado. El príncipe consiguió el apoyo de clientes de la dinastía omeya y de árabes y bereberes excluidos del círculo de poder del que entonces gobernaba al-Ándalus.

Abd al-Rahman I salió victorioso y fundó el Emirato de Córdoba en el 756. Se enfrentó a multitud de desafíos: árabes y bereberes que no aceptaban su autoridad y querían colocar a otro emir, revueltas locales, o conspiraciones abasíes para deponerlo y convertir al-Ándalus de nuevo en una provincia de un califato oriental. La falta de acción coordinada en su contra, la cohesión de su grupo de apoyo, la suerte, y un reinado de treinta y dos años hicieron que Abd al-Rahman lograse consolidar un estado islámico independiente. También destaca por iniciar la construcción de la mezquita aljama de Córdoba.
Esta fue una época de ascenso del Imperio carolingio, en la que los emires de Córdoba no pudieron hacer mucho para evitar el avance franco en Cataluña. Durante toda la época emiral los andalusíes solo eran capaces de hacer campañas de destrucción para frenar los avances cristianos, pero sin ser capaces de impulsar nuevas conquistas como en época del Califato omeya de Damasco. El tercer emir cordobés, al-Hakam I, siguió con la tarea de consolidación del estado omeya, por ejemplo fijando un diezmo sobre los cereales en cada distrito sin tener en cuenta cómo fueran las cosechas cada año.
Entre los encargados de la recaudación estaban militares saqaliba, los esclavos y libertos de origen europeo, muchas veces capturados en campañas contra el norte peninsular, que tenían la ventaja de no tener lazos locales y ser solo leales al soberano. Este fue un primer paso en el proceso de extranjerización de las fuerzas armadas, que culminaría con Almanzor. El aumento de la presión fiscal llevó a revueltas en las fronteras, pero más importante aún fue la revuelta del Arrabal de Saqunda de Córdoba en el 818. Se produjo un motín popular para solidarizarse con un herrero asesinado por un guardia del emir.

Los leales a al-Hakam I lograron controlar la situación y durante tres días hicieron masacres indiscriminadas y a otros los esclavizaron. Al-Hakam ordenó la destrucción total del arrabal de Saqunda y que no se expandiese más la ciudad por allí y expulsó de al-Ándalus a los supervivientes del barrio. Algunos de estos exiliados terminaron fundando el Emirato de Creta. La victoria para los omeyas fue completa y Córdoba y el sur andalusí quedaron sometidos a su dominio político y a pagar los impuestos que pidiesen. Quedaba pendiente lograr lo mismo en aquellos territorios lejos de la capital.
Su hijo Abd al-Rahman II heredó un emirato pacificado y con unas sólidas bases fiscales. Durante su reinado se produjo el primer y más devastador ataque vikingo en al-Ándalus. Atacaron Lisboa e hicieron destrozos por las tierras del Guadalquivir hasta arrasar Sevilla. Finalmente, los andalusíes derrotaron a los invasores nórdicos, y el emir Abd al-Rahman II construyó un sistema de torres de vigilancia y estableció una flota permanente para vigilar los mares y responder de manera más efectiva a nuevos ataques.
Sociedad andalusí. Arabización e islamización
Por otro lado, la sociedad andalusí estaba en pleno proceso de formación. La sociedad de época visigoda se caracterizaba por ser una sociedad rural y cristiana de magnates terratenientes que extraían rentas de campesinos dependientes y esclavos. En cambio, la sociedad arabo-islámica se caracterizaba por un modelo estatal tributario basado en ciudades. Para llegar hasta ahí, al-Ándalus sufrió muchas transformaciones, en un proceso doble de arabización e islamización.
La al-Ándalus omeya tenía personas de origen diverso: árabes, bereberes del norte de África, y los nativos hispanogodos cristianos y judíos. Todos ellos terminaron arabizados y una mayoría adoptó el islam. La arabización se refiere a un fenómeno de cambio cultural, que incluía adoptar la lengua árabe en sustitución de las lenguas romances y bereberes, el sistema de nombres y apellidos árabes, su vestimenta y mobiliario, su gusto por la poesía, o sus costumbres alimenticias. El aspecto y función de las ciudades cambió.
Las ciudades tardoantiguas, dominadas por un complejo episcopal, fueron sustituidas por ciudades con mezquitas, mercados y baños. También implicaba que los norteafricanos abandonasen el nomadismo y organización tribal y que los hispanogodos superasen el modelo socioeconómico de magnates y siervos. En definitiva, la arabización iba mucho más allá de la adopción de un idioma, y es un error hablar de tres culturas como sinónimo de tres religiones, porque todos, incluidos cristianos y judíos, se arabizaron.
La islamización era un fenómeno que iba de la mano de la arabización, pero no todos los andalusíes se convirtieron al islam. A grandes rasgos, en el siglo VIII la mayor parte de la población siguió siendo católica y culturalmente latina, en el siglo IX se produjo mucha convulsión política y social por la desigual pero creciente arabización e islamización, y para el siglo X la mayoría de andalusíes eran musulmanes y todos eran de cultura árabe, aunque aún una parte significativa hablaba romance.
La arabización e islamización no se desarrolló de forma uniforme en todo al-Ándalus, produciéndose de forma más intensa y rápida en las ciudades que en el campo. Los judíos mantuvieron su cohesión social y pocos se convirtieron al islam, al contrario que los cristianos. Que la Iglesia andalusí perdiese feligreses se explica por varios factores: la fascinación por la religión de la élite dominante, los deseos de ascenso e integración social y oportunidades de ejercer cargos públicos, pura imitación de lo que hacían otros cristianos, el declive de terratenientes nativos cristianos que promocionasen iglesias y monasterios, y el hecho de que los cristianos no lo son por nacimiento, sino que necesitan ser bautizados.
Se sabe que ya en el siglo IX había dificultades para consagrar a un obispo, y ese declive de la red eclesiástica hacía que comunidades cristianas se quedaran sin clérigos y terminasen por convertirse al islam. No se explica por un deseo de pagar menos impuestos, porque si fuera así también lo habrían hecho los judíos. Los cristianos y judíos de países islámicos tenían el estatus dimmí, que supone la aceptación de algunas restricciones a cambio de respetarse su religión y leyes y de no tener obligaciones militares.

Se ha mitificado bastante la llamada convivencia en al-Ándalus. Al-Ándalus no fue un paraíso multicultural y de respeto a la libertad religiosa, sino una sociedad donde coexistía la comunidad musulmana con una población cristiana y judía sometida a unas relaciones desiguales. Durante el periodo omeya que cubro en este episodio hubo pocos conflictos interreligiosos, pero las minorías cristianas y judías fueron sometidas a más restricciones y hasta persecución a la que los musulmanes se convirtieron en mayoría social y los cristianos del norte pasaron a ser una amenaza existencial. Es decir, la coexistencia religiosa varió según el momento histórico.
Crisis del Emirato de Córdoba
Volviendo a la historia política, hay que decir que la segunda mitad del siglo IX se caracterizó por ser un periodo de crisis política para el Emirato de Córdoba. Las endémicas revueltas de las marcas fronterizas se generalizaron hasta cubrir todo al-Ándalus y llegar al punto de que en la década del 890 los omeyas solo controlaban las inmediaciones de Córdoba. ¿Cómo se llegó a esta situación?
Primero hay que entender que en la categoría de rebelde se incluía tanto a aquellos que se levantaban en armas contra los omeyas como aquellos que simplemente dejaban de acatar órdenes desde la capital y dejaban de pagar tributo. Los gobernadores controlaban la recaudación de sus provincias y el pago de las tropas bajo su mando, así que no era difícil que tales situaciones se dieran.
He identificado ocho motivos diferentes para la oposición o desacato a la autoridad omeya: la presión fiscal elevada; deseos de autonomía política, resistencias a acatar una autoridad omeya por no ver un beneficio claro; ambiciones territoriales y rivalidades entre clanes o entre ciudades; luchas entre las zonas rurales y las ciudades que acaparaban y extraían tributo del campo; deseos de una distribución de tierras más justa; el deseo de conversos hispanogodos y bereberes a formar parte integral de la sociedad islámica sin sufrir discriminaciones por su origen étnico; y el descontento de cristianos militantes por la islamización.

La situación de guerra civil se agravó porque se entró en una espiral negativa: a menos impuestos recaudados, más difícil era mantener un ejército para recomponer la autoridad omeya. Toledo entró en guerra con pueblos vecinos y desafió a Córdoba, rebeldes fundaron Badajoz mientras decaía Mérida, Sevilla o Murcia tenían reyezuelos, y hubo muchas luchas entre señores locales en el valle del Ebro. En este contexto de debilidad emiral el Reino de Pamplona se consolidó como estado independiente y el Reino de Asturias se expandió mucho incorporando tierras sin estado, como León, Oporto y Zamora.
El rebelde más peligroso para los omeyas fue Umar ibn Hafsún, un bandido musulmán de origen hispanogodo que quiso destronarlos y hacerse amo de al-Ándalus. Fue un oportunista carismático sin un programa político claro, aunque parece que su mensaje más consistente era contra los impuestos onerosos y el supremacismo árabe que seguía muy presente en la administración del Estado omeya. Canalizó la insatisfacción de sectores heterogéneos de la sociedad con una rebelión con epicentro en un poblado recóndito y fortificado de Málaga.
Umar ibn Hafsún reconocía la autoridad omeya o los traicionaba a conveniencia, consiguió aliados rebeldes circunstanciales, y buscó fuentes de legitimidad fuera de al-Ándalus. El punto álgido de la rebelión hafsuní fue en el 891, cuando sus seguidores hicieron saqueos en la campiña cordobesa que alimentaba la capital. Sin embargo, el emir Abd Allah logró derrotarlos y recuperó numerosos territorios del sur, que era de donde los omeyas sacaban más ingresos.
Después se produjo una guerra de desgaste entre omeyas y hafsuníes que debilitó a Umar e hizo que las expectativas mesiánicas puestas en él se fueran evaporando poco a poco. Supuestamente Umar ibn Hafsún llegó a apostatar y convertirse al cristianismo, aunque yo creo que es más probable que eso sea propaganda omeya para desacreditarlo. Sí sabemos que durante un tiempo adoptó el islam chií al aliarse con el naciente Califato fatimí.

Un joven Abd al-Rahman III se convirtió en emir en el 912. Heredó un emirato que no estaba tan mal como dos décadas antes, pero con aún muchos territorios que no estaban bajo su control efectivo. Diversos factores permitieron reunificar al-Ándalus bajo liderazgo omeya. Por un lado, la dinastía omeya se había mantenido cohesionada bajo un solo emir y la mayoría de los rebeldes no buscaron una fuente de legitimidad política alternativa, como recurrir a los abasíes, fatimíes, o a fundar su propia dinastía.
Los éxitos militares de los últimos años de reinado de Abd Allah permitieron que el tesoro omeya no estuviera en una situación tan precaria y que dejase de verse a esta dinastía como un caballo perdedor. Además, mantuvo la lealtad de numerosos militares clientes de los omeyas. Del lado rebelde, entre las causas de su fracaso están la falta de un programa o liderazgo común, los enfrentamientos entre ellos, y que algunos formasen alianzas solo de manera coyuntural.
El emir Abd al-Rahman III abordó la tarea de reimponer la autoridad omeya de forma sistemática y paciente, con una combinación de fuerza bruta y diplomacia y una inteligente política de palo y zanahoria. A los que no suponían una seria amenaza y capitulaban, les concedía el perdón y les daba cargos públicos, mientras que los que oponían resistencia eran aplastados y ejecutados. Eliminaba familias locales desleales y las reemplazaba por hombres de su confianza o aquellos linajes arraigados que hubieran mostrado fidelidad.
A cuantas más victorias y territorios obtenía, más recursos económicos y soldados tenía disponibles, con lo que la tarea reunificadora se hacía más fácil al entrar en este espiral positivo. En sus primeros cinco años de reinado Abd al-Rahman III logró restablecer la autoridad central en todo el sur andalusí, llegando a pactar un anciano Umar ibn Hafsún una sumisión ventajosa de los territorios que le quedaban.

Sin embargo, los hijos de Umar no tardaron en mantener viva la llama de la rebelión hasta la victoria omeya en el 928. Pocos años después los focos de sedición de las marcas fronterizas también quedaron extinguidos, pero en ese caso los omeyas tuvieron que hacer concesiones importantes en términos de autonomía política y fiscalidad. La superación de la crisis del Emirato de Córdoba simbolizó el triunfo del modelo de estado central y tributario fuerte y de la arabización e islamización de la sociedad.
Califato de Córdoba, la época gloriosa de al-Ándalus
En enero del 929 Abd al-Rahman III tomó la importante decisión de proclamarse califa, el líder político y religioso de los musulmanes encargado de velar por la ortodoxia religiosa y de proteger a los creyentes. Múltiples factores internos y externos lo llevaron a ello. Por un lado, se trataba de recuperar el título de sus ancestros los califas de Damasco y de reivindicarse merecedor del califato por sus hazañas al suprimir la sedición y luchar contra herejes, apóstatas y infieles. Una vez más, parecía que Dios redimía a los omeyas y les permitía volver a la gloria.
Por otro lado, los califas abasíes eran títeres de militares y su autoridad real abarcaba un territorio reducido, mientras que también aparecieron los fatimíes en el norte de África reclamando el título y afirmando ser descendientes del profeta Muhammad. Si había ya dos califas, ¿por qué debería contentarse con ser emir, que era un título de gobierno solamente secular? La gran amenaza tanto a nivel ideológico como territorial era el Califato fatimí, y los omeyas de Córdoba debían ponerse a su nivel para combatirlos.

Durante casi todo el siglo X se libró una guerra subsidiaria entre omeyas y fatimíes en el Magreb occidental y central, actuales Marruecos y Argelia, a través de aliados bereberes locales y algunas intervenciones más directas. Aparte de los motivos políticos, había una lucha por el control de las rutas comerciales transaharianas que traían oro y esclavos de la África negra. Para el 931 Ceuta y Melilla se convirtieron en dominios directos omeyas, a diferencia de otros territorios magrebíes controlados por élites locales de lealtad fluctuante.
El único ataque sobre suelo andalusí por la pugna entre omeyas y fatimíes ocurrió en el 955, cuando quemaron los barcos de Almería, entonces un puerto. El califa cordobés respondió con un ataque naval sobre las costas tunecinas y fundó Almería como una ciudad en sustitución de Pechina. Los omeyas sufrieron reveses importantes en el Magreb, pero terminaron por triunfar en la década del 970 después de gastar mucho dinero y de que los fatimíes dejasen de interesarse por ese frente y conquistasen Egipto.
En el 939, un Abd al-Rahman III embriagado por sus victorias reunió un gran ejército para someter al Reino de León y hacerlo un estado tributario. Sin embargo, los cristianos liderados por el rey Ramiro II de León y el conde Fernán González de Castilla derrotaron y humillaron al ejército califal en la batalla de Simancas-Alhándega. Incluso el califa estuvo a punto de ser capturado o muerto porque numerosos soldados árabes sirios y tropas de la frontera lo abandonaron. La imagen de un soberano todopoderoso se vino abajo.
Entre las consecuencias de la batalla de Simancas-Alhándega hay que decir que se dejó de emplear a voluntarios en las campañas y los clanes arraigados en la frontera y los esclavos y libertos europeos, los saqaliba, tuvieron un papel más protagonista en la guerra contra los cristianos. El califa mandó construir la ciudad palaciega de Madinat al-Zahra a unos kilómetros de Córdoba y pasó a ser una figura más distante de la población y encerrada en el pequeño mundo cortesano, lo que facilitó más tarde que otros usurpasen el poder de los omeyas.
De esta derrota el Califato de Córdoba salió más fuerte, al abandonar las grandes campañas por otras menos espectaculares, pero más efectivas. El Califato de Córdoba se convirtió en una potencia política, militar, económica y cultural que ejerció su hegemonía sobre la península ibérica y el Magreb occidental. Los omeyas se convirtieron en hacedores de reyes cristianos. Reyes de León caídos en desgracia o pretendientes iban a Córdoba a pedir su ayuda, los reyes de Pamplona se postraban a los pies de los soberanos islámicos, y los condes de Barcelona también les rindieron homenaje.
Convirtieron a los estados cristianos en satélites tributarios, aunque solo pagaban de forma intermitente y a la que se veían capaces se desentendían de sus compromisos. A todo esto, la economía andalusí alcanzó un gran desarrollo cuantitativo y cualitativo respecto a la visigoda, que era una economía rudimentaria y autárquica. La economía de al-Ándalus era mucho más urbana, mercantil, manufacturera, estaba más integrada, y contaba con una mayor diversidad de cultivos y más agricultura de regadío.

Córdoba se convirtió en la conurbación urbana más grande de Europa y una de las mayores del mundo en la segunda mitad del siglo X. Se estima que llegó a tener entre 250 y 315.000 habitantes en su punto álgido. Era el motor económico fundamental de al-Ándalus, la joya de los omeyas, una ciudad con más de veinte arrabales llenos de casas con patios centrales, mezquitas, baños, escuelas, hospitales, zocos o almunias.
Al-Hakam II sucedió a Abd al-Rahman III en el 961, pero por decisión de su padre no había podido tener hijos pese a tener ya 46 años. Esto creó un gran problema sucesorio. Subh fue la concubina favorita de al-Hakam, y tuvo una gran influencia en la corte. El hombre de confianza de Subh era Almanzor, que gracias a su talento y astucia tuvo un ascenso meteórico en la administración califal. Al-Hakam II, viendo que su muerte se acercaba, tomó la nefasta decisión de hacer que su hijo Hisham le sucediera.
No hubiera sido nada discutible si no fuera porque era menor de edad y sufría discapacidades físicas y mentales, condiciones que lo invalidaban como califa. Al principio, era Subh la que gobernaba de forma efectiva, pero por su condición de mujer y madre del califa no podía salir del alcázar y necesitaba a un hombre que hiciese cumplir su voluntad y ejerciera de intermediario entre ella y los ministros. Ese hombre era Almanzor, quien además no tardó en instrumentalizar la yihad para ganar popularidad y acumular más poder.
Logró ser nombrado háyib, primer ministro, y hábilmente se fue cargando uno a uno a aquellos del régimen omeya que pudieran hacerle frente, hasta que en el 981 ya se convirtió sin discusión en el amo y señor real de al-Ándalus. Hisham II solo era un títere al que mantenía encerrado, y fracasó el intento de Subh en el 996 para recuperar el control empleando la única baza que le quedaba, el tesoro estatal y privado omeya. Almanzor y su hijo al-Muzaffar se legitimaron sobre todo por su guerra santa contra los cristianos. Los musulmanes saquearon Pamplona, Barcelona, León, Astorga, Santiago de Compostela, Ribagorza…

Se dice que Almanzor capturó a tantos esclavos que los precios cayeron en picado. Desarticularon avances cristianos en Salamanca y Zamora, pero como novedad los andalusíes tuvieron un impulso conquistador para ocupar permanentemente buena parte del norte de Portugal y partes de Castilla. Estos éxitos no se consiguieron por arte de magia. Almanzor llevó a cabo una reforma completa del sistema militar andalusí, culminando un proceso de profesionalización y extranjerización del ejército que ya se había iniciado con los soberanos omeyas y que seguía tendencias de otras partes del mundo islámico.
El sistema de soldados árabes semiprofesionales que solo eran movilizados a veces en verano se sustituyó por un sistema de soldados profesionales a tiempo completo. Almanzor organizó una fuerza militar compuesta por bereberes nuevos recién llegados del Magreb, mercenarios cristianos, esclavos africanos subsaharianos, y los saqaliba, muchos de estos esclavizados en las campañas de Almanzor. Con facciones de origen diverso dificultaba que se pudieran unir contra él.
Un ejército profesional de al menos 20.000 jinetes y miles de infantes sirviendo a tiempo completo le permitía hacer dos o más campañas al año, le daba superioridad numérica y militar gracias a la caballería ligera bereber, pero también era caro de mantener y tuvo que subir los impuestos. Esto generó descontento y dificultades para muchos campesinos. Se puede decir que la política de Almanzor fue pan para hoy y hambre para mañana, para beneficio de unos pocos. La división social entre gobernantes y gobernados se hizo muy grande.
Fitna del Califato de Córdoba
En 1008 murió el háyib al-Muzaffar y lo sucedió su hermano Abd al-Rahman Sanchuelo. En poco tiempo consiguió lo que su padre siempre había deseado: ser nombrado heredero del título califal. Sin embargo, Almanzor se había echado para atrás en esta ambición porque veía que no tenía suficientes apoyos, ya que su linaje no formaba parte de los Quraysh, la tribu del profeta Muhammad que incluía a omeyas o abasíes. Sanchuelo era mucho más estúpido que su padre y tiró p’alante sin siquiera haber logrado ninguna victoria militar.
Sanchuelo hizo una expedición para el norte, y eso lo aprovecharon los partidarios omeyas para organizar un golpe de estado. El golpe se convirtió en una revolución popular en Córdoba que depuso al califa títere Hisham II y terminó con el régimen del hijo de Almanzor. Muhammad II al-Mahdi fue proclamado califa y distribuyó armas al pueblo formando un ejército popular, lo que le valió la imagen de califa del pueblo. Supo ganarse el apoyo de amplios sectores de la sociedad.

Sin embargo, al-Mahdi tomó decisiones que lo llevaron a perder el apoyo de pilares fundamentales del Estado omeya, y por eso la situación desembocó en la fitna del Califato de Córdoba, la guerra civil que provocó la caída de los omeyas. Se ganó la animadversión de bereberes del ejército, eunucos y militares saqaliba, familiares omeyas, y algunos cordobeses que incorporó en su ejército, pero luego despidió. Al desactivar un golpe contra él, animó a las masas a matar a los bereberes llegados con Almanzor.
Los sentimientos xenófobos se desataron y se produjo un pogromo antibereber, con matanzas, violaciones y esclavizaciones, mientras que los magrebíes que pudieron huyeron de Córdoba y proclamaron califa a otro omeya, Sulayman al-Musta’in. Los bereberes se aliaron con el conde de Castilla y tomaron Córdoba, pero al-Musta’in no fue reconocido en las provincias. Al-Mahdi consiguió salir de la capital y el general saqaliba Wadih consiguió contratar como mercenarios a catalanes liderados por los condes de Barcelona y Urgel.
Bereberes contra catalanes y saqaliba. El destino de los andalusíes estaba en manos extranjeras. En junio de 1010 las tropas de al-Mahdi ganaron y de nuevo se produjo una persecución de bereberes en Córdoba. Al-Mahdi formó un gran ejército popular que se lanzó a rematar a los bereberes que estaban huyendo en dirección a Algeciras para regresar al Magreb. Sin embargo, en la batalla de Guadiaro al-Mahdi traicionó a los catalanes y no los ayudó mientras caían en una trampa tendida por los bereberes.
Eso lo hizo porque habían cometido toda clase de abusos en Córdoba y el coste de los mercenarios era muy elevado, así que cuantos menos quedasen mejor. No contaba con que su ejército popular fuera a ser derrotado y tuviera que prepararse para la defensa de la capital. El general Wadih y otros saqaliba asesinaron al califa al-Mahdi por haber demostrado ser un inútil y repusieron a Hisham II. Córdoba fue sometida a un largo asedio de tres años.
El asedio de Córdoba hizo que el estado central colapsase al cortarse las comunicaciones con las provincias, que de forma natural empezaron a autogobernarse. Así surgieron los primeros reinos de taifas. Terminado el asedio en abril de 1013, Córdoba estaba en ruinas, miles habían muerto y otros miles se largaron de la ciudad. Ya nunca volvió a ser lo que fue, y sin una capital populosa y rica fue imposible reunificar al-Ándalus.

La victoria de Sulayman al-Musta’in fue pírrica, porque todo el mundo lo odiaba. Fue depuesto y ejecutado por el primer califa hammudí, una dinastía árabe descendiente del profeta Muhammad. En los años siguientes hubo disputas entre aquellos que apoyaban a un califa hammudí o a uno omeya, pero el último califa omeya fue expulsado de Córdoba en noviembre de 1031. Desapareció la dinastía omeya del panorama político, al-Ándalus se fragmentó en decenas de reinos de taifas, y la fitna o guerra civil continuó hasta que los almorávides reunificaron lo que quedaba de al-Ándalus entre 1090 y 1116. Los años de hegemonía política y militar de al-Ándalus habían terminado.
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