Este es el episodio 30 llamado Los emiratos de Hisham y al-Hakam y en este episodio aprenderás:
Hisham I de Córdoba, el emir de la yihad
Antes de nada recuerdo que si me escuchas en pódcast te animo a suscribirte al otro pódcast, Memorias Hispánicas, para escuchar los episodios temáticos y charlas con historiadores, y si quieres que siga divulgando historia por favor únete a la comunidad de mecenas en patreon.com/lahistoriaespana. Bien, en los últimos tres episodios de la serie principal vimos la historia del Reino de Asturias de la segunda mitad del siglo VIII y la historia de la expansión del actor político más relevante de la Europa altomedieval, el Imperio carolingio.
Retomando el hilo narrativo omeya que dejamos en el episodio 26 Abd al-Rahman I, el Halcón de al-Ándalus, hay que decir que el arquitecto del emirato omeya independiente en al-Ándalus murió en octubre del 788 dejando como heredero a su hijo Hisham, nacido de una relación con una mujer cordobesa que convirtió en concubina poco después de entrar en la capital en el año 756. Hisham había ejercido de gobernador de Toledo y estaba ejerciendo de gobernador de Mérida a la muerte de su padre, con lo que al enterarse de su muerte se apresuró a ir a la capital para hacerse con el control del alcázar, símbolo de la soberanía omeya.
Sin embargo, la sucesión no quedó incontestada y el hijo primogénito Sulayman pretendió usurpar el trono con el apoyo de su hermano Abd Allah. A diferencia de los reinos cristianos donde se instauró progresivamente el principio de primogenitura como la norma, entre los omeyas la sucesión dependía de la designación del emir anterior y de la aceptación del heredero de la familia omeya, y Hisham no fue unánimemente aceptado. El primogénito estaba en esos momentos gobernando Toledo y con sus apoyos entre los árabes sirios se enfrentó a Hisham en la provincia de Jaén. Ahí fue derrotado pero la resistencia continuó. El emir asedió Toledo, defendida por Abd Allah, sin lograr tomar la plaza, pero aun así al cabo de poco Abd Allah se entregó al emir y pidió el amán, el perdón que podía conceder el emir.
Sulayman se refugió en Tudmir, aproximadamente las actuales provincias de Murcia y Alicante, y viendo que la revuelta no iba a ningún lado decidió negociar con Hisham. Hisham acordó dar una compensación monetaria a sus hermanos de unos 60.000 dinares, una parte sustancial de lo que recaudaba anualmente el poder central cordobés en esos momentos, pero los obligó a exiliarse al Magreb con sus familias. Durante su breve reinado Hisham tuvo que enfrentarse a otras revueltas, como una revuelta local que implicó a buena parte de los bereberes de Takurunna, la serranía de Ronda, o el no reconocimiento de la autoridad omeya por parte de Matruh de Barcelona y Gerona y de Said de Zaragoza en la Marca Superior.
Estas últimas revueltas fueron reprimidas por la intervención de aliados locales muladíes que actuaron en nombre de Hisham con la expectativa de ser recompensados por su fidelidad, como fue el caso de Amrus ibn Yusuf o de Musa ibn Furtun de los Banu Qasi. Estos desafíos no fueron un obstáculo suficiente como para impedir que un piadoso musulmán como era Hisham enviase expediciones militares de yihad contra los territorios cristianos del norte y noreste peninsular ante el creciente peligro de cambios en el equilibrio de poder peninsular. Hay que tener muy presente que desde el punto de vista islámico toda la península había sido conquistada, y un príncipe cristiano era considerado tan rebelde como los árabes, bereberes o muladíes que rehusaban acatar la autoridad omeya y pagar tributo.
Desde la mentalidad de la yihad solo podían dejar en paz a los cristianos en caso de sometimiento y conversión al islam o si pagaban tributo como los dimmíes, los cristianos y judíos en suelo islámico. Como vimos en el episodio 27 El Reino de Asturias, de Alfonso I a Bermudo, en el 791 Hisham envió una doble aceifa contra los dos flancos del Reino de Asturias, Álava y Galicia, dos campañas victoriosas que se saldaron con la derrota de los cristianos y la abdicación del rey Bermudo el Diácono a favor de Alfonso II de Asturias, hijo del rey Fruela. En el 793 las tropas omeyas realizaron una famosa campaña contra Gerona y Narbona, que si bien no supusieron la reconquista islámica de estas plazas sí fueron un éxito militar al derrotar al conde de Tolosa y al llevarse mucho botín en forma de riquezas y esclavos.
Entre otras cosas, el quinto del botín que se llevaba el estado permitió hacer labores de reforma en el puente romano de Córdoba y continuar las labores de construcción de la mezquita de Córdoba. Los ejércitos musulmanes comandados por los hermanos Ibn Mugit hicieron otra campaña en el 794, esta vez con menos suerte porque, aunque un ejército saqueó la pequeña ciudad de Oviedo, de regreso fueron sorprendidos en una emboscada en la batalla de Lutos que se saldó con victoria astur y bastantes bajas musulmanas. La inferioridad numérica y económica de los asturianos era compensada por la orografía, el conocimiento del terreno y las dificultades logísticas y perspectivas de botín que limitaban la magnitud de las aceifas, además de tácticas de guerra de guerrillas como cerrar pasos de montaña, preparar emboscadas y evitar siempre que se pudiera el combate a campo abierto.
Al año siguiente volvieron a tener más suerte los musulmanes contra Álava y Castilla y de nuevo marcharon sobre Oviedo con éxito pasando por Astorga, provocando muchos muertos en combate pero sin infligir una derrota decisiva ni capturar a Alfonso II de Asturias. Como expliqué en el episodio extra 13 Auge y declive militar de al-Ándalus, el objetivo de las correrías habituales en toda la época emiral fue provocar destrucción, capturar botín y desarticular los avances territoriales cristianos principalmente a través de la movilización de contingentes de la frontera. Se trataba de una estrategia de contención porque la debilidad del poder central no daba para hacer asedios o colonizar nuevas tierras como ocurrió durante las grandes conquistas árabes.
Seguramente las traumáticas campañas del emir Hisham convencieron a los magnates del Reino de Asturias de la necesidad de construir castillos, aún sencillos en esa época, pero que se demostraron imprescindibles para proteger a la población y refugiarla junto a su ganado y cosechas recolectadas. De ahí que la antigua Bardulia, en el norte de Burgos, fuera ganándose su nuevo nombre, Castilla. La guerra contra el infiel tenía una gran utilidad interna porque servía para en más de una ocasión pacificar las marcas fronterizas y devolverlas a la lealtad, ganarse el favor de los sectores islámicos más ortodoxos, enriquecer a los omeyas y a los soldados, y mantener ocupados a los militares para evitar que canalizasen su fuerza contra Córdoba.
Quizás el emir Hisham sí tenía esperanzas de destruir por completo el Reino de Asturias como plantea el historiador Víctor Manuel Aguirre al atacar directamente Oviedo e intentar capturar a Alfonso II, pero sus sucesores ya no fueron tan ambiciosos. Las aceifas del Emirato de Córdoba provocaron la muerte no solo de soldados en batalla sino también de civiles, la esclavización de cristianos, la destrucción de iglesias y monasterios, y la quema de sus cosechas y hogares, con lo que ponían en peligro la supervivencia de aquellos que sufrían estos ataques. Fue una cruenta guerra de desgaste, los cristianos del norte en estos momentos estaban más a la defensiva por lo que el balance destructor favoreció a los musulmanes, pero también hay que decir que las ofensivas asturianas provocaban resultados similares, por lo que esto no es una peli de buenos y malos.
Dejando de lado la guerra, el emir Hisham, siempre interesado en ser un musulmán modélico, simpatizó con las doctrinas legales que estaba enseñando en Medina el teólogo y jurista Malik ibn Anas, el fundador del malikismo, una de las cuatro escuelas jurídicas clásicas del islam sunní. Las escuelas jurídicas se diferencian por la prioridad que dan a las fuentes y métodos en resolver problemas. El malikismo se caracteriza por su ortodoxia y por no dejar margen a la innovación, especulación o ambigüedad al priorizar y limitar bastante las fuentes por la jurisprudencia islámica al Corán, los hadices más respetados y el derecho consuetudinario de Medina. Algunos alfaquíes de al-Ándalus fueron discípulos de Malik ibn Anas y regresaron a su tierra provinciana con sus enseñanzas.
Estos a lo largo de la primera mitad del siglo IX convirtieron al malikismo en la escuela mayoritaria de al-Ándalus hasta ser de facto la escuela jurídica oficial hasta la desaparición de al-Ándalus. La vinculación de los omeyas al malikismo se reforzó y les dio la legitimidad de protectores de la ortodoxia islámica frente a las innovaciones de otras dinastías como los abasíes y fatimíes y además evitaron las grandes disidencias y desórdenes sufridos en Bagdad por la aparición de múltiples escuelas del islam. Y lo último notorio que conocemos del emirato de Hisham es que intentó evitar una crisis sucesoria como a él le tocó vivir encarcelando a su hijo primogénito y nombrando heredero a su hijo de 26 años al-Hakam. Sin haber llegado a los cuarenta años de edad, la muerte sorprendió al emir Hisham I de Córdoba a mediados del año 796.
Alfonso II de Asturias, el rey en el norte
Como he comentado antes, Alfonso II de Asturias empezó a reinar en el año 791 tras el descalabro asturiano frente a Hisham. Pese a que tuvo un largo reinado de 50 años entre el 791 y 842, hay bastantes lagunas en el reinado del longevo Alfonso II de Asturias. Por ejemplo, en el 801 u 802 fue depuesto y obligado a entrar en un monasterio de Asturias por algún miembro de la familia regia anónimo en las crónicas, pero al cabo de poco tiempo el usurpador fue asesinado y Alfonso volvió a reinar. Ya cuando se suponía que iba a suceder a su padre Fruela le quitó el trono Mauregato, y sus derechos sucesorios no fueron considerados en la sucesión de Mauregato o de Aurelio.
Está claro que Alfonso II no gustaba a una parte sustancial de la familia real y de los magnates del reino, quizás algo que haya que relacionar también con los implicados del magnicidio del rey Fruela o con las relaciones con la corte de Carlomagno. El rey Alfonso II de Asturias tiene el apodo del Casto porque, que sepamos, no se casó ni tuvo hijos, algo bastante extraño. Quizás se deba a que tuvo que tomar los votos monásticos cuando fue brevemente depuesto, o a que para ser aceptado para reinar tuvo que renunciar a tener descendencia. Durante el reinado del Casto se desarrollan las estructuras administrativas del Reino de Asturias, de la jefatura política se pasó a un pequeño reino, al desarrollar instituciones propias como la cancillería real.
Alfonso II transformó Oviedo en la sede regia y la monumentalizó con numerosas iglesias, basílicas y palacios. Oviedo hasta entonces no había sido más que una aldea, de manera que creó una nueva diócesis para Oviedo para estrechar la relación entre poder regio y eclesiástico. Algunos han visto en Alfonso II las primeras muestras de neogoticismo, de esa intención de emular y restaurar el Reino visigodo, pero los documentos contemporáneos solo permiten sostener que el monarca cristiano ambicionaba restaurar la cristiandad en toda la península. Quizás más que emular el Reino visigodo, Alfonso II pretendía emular al referente cristiano del momento, el Imperio carolingio, y lo de buscar la legitimidad en los godos es algo posterior cuando ya los carolingios estaban en declive.
Hablando del Imperio carolingio, las aceifas casi anuales que envió el emir Hisham I de Córdoba fueron un buen motivo para reforzar los contactos diplomáticos entre el pequeño reino montañés y Carlomagno. Ya hubo un primer acercamiento cuando Alfonso II apoyó a Beato de Liébana para alinearse con la posición carolingia contra el adopcionismo, eliminar la herejía dentro del seno de la iglesia del reino y de paso independizarla del cada vez más debilitado poder del primado de Spania, la sede episcopal de Toledo que estaba bajo dominio andalusí. En el 795 una embajada astur llegó a la corte de Tolosa de Luís el Piadoso para sellar una alianza y en el 797 se envió otra a la corte de Carlomagno con una tienda de campaña capturada del general Abd al-Karim ibn Mugit.
Al año siguiente el soberano astur envió la última embajada con siete cautivos andalusíes y caballos y armas capturadas durante el saqueo de Lisboa. Así es, conocedor de la complicada situación política del Emirato de Córdoba en el 798, los asturianos pasaron a la ofensiva y saquearon una ciudad tan al sur como Lisboa. Alegremente en su correspondencia Alfonso el Casto proclamaba ser servidor de Carlomagno, a veces traducido erróneamente como vasallo, pero no hay que imaginarse unas relaciones de dependencia reales sino más bien un reconocimiento del soberano astur de que Carlomagno era una autoridad superior dentro del mundo cristiano. Se ha llegado a postular la presencia temporal de tropas francas en el Reino de Asturias como resultado de las peticiones de alianza del monarca astur y las menciones en algunos documentos de soldados francos en la cordillera Cantábrica.
Los frecuentes ataques andalusíes contra Álava y Castilla también podrían tener como objetivo dificultar las comunicaciones entre Asturias y el Imperio carolingio. Alfonso II siguió la tarea de sus predecesores para ejercer un dominio efectivo sobre las áreas periféricas del reino y abortar el surgimiento de otros poderes locales como en su día surgió el astur. La cuenca del Duero ya vimos que presentaba una realidad política descentralizada y heterogénea, pero lo mismo se puede decir de parte de la Galicia y Vasconia que el Reino de Asturias intentaba integrar con dificultades, teniendo que hacer frente a resistencias a su autoridad al mismo tiempo que tejían alianzas políticas y acordaban matrimonios entre las élites locales y la familia real asturiana.
Esto se debe tanto a que los beneficios de ceder soberanía a los monarcas astures no estaban muy claros como por la heterogeneidad de las estructuras de poder y socioeconómicas de las regiones que intentaron incorporar, desde los valles sin élites poderosas de Vizcaya hasta los castros, monasterios y grandes terratenientes de Galicia. Del mismo modo que a los emires cordobeses les costó ejercer su autoridad sobre toda la península ibérica que había sido conquistada décadas atrás, los reyes de Asturias también pasaron un mal rato consolidando su autoridad en territorios periféricos del reino.
Los mapas no pueden hacer justicia a la enorme complejidad de una monarquía altomedieval y por ejemplo mientras que regiones como el Liébana, la Asturias central y oriental o Álava contaban con fuertes lazos con la monarquía astur de Alfonso II, había regiones como Trasmiera en Cantabria o incluso zonas de Asturias poco conectadas con el poder central. Gozar de apoyos de una u otra zona fue importante para el acceso o mantenimiento al trono de algunos monarcas. Por ejemplo, como Alfonso II era hijo de una vascona llamada Munia gozaba de apoyos en Vasconia, mientras que el rey Ramiro afianzó su poder gracias a un ejército de Galicia con el que depuso al sucesor de Alfonso II, su cuñado Nepociano. No había pues una resistencia general cristiana o un sentimiento de unidad como las crónicas asturianas o los posteriores relatos nacionalcatólicos de Reconquista intentan vender.
Al-Hakam I, el bombero de al-Ándalus
Al-Hakam era un hombre muy distinto a su padre. No era un hombre muy preocupado por cuestiones teológicas o por ser un buen musulmán, de hecho bebía vino y le gustaba pasar tiempo con sus concubinas o cazando según criticaban algunos hombres de religión. Escribía poemas, era un hombre alto y con rasgos de árabe de pura cepa, y si por algo es recordado es por cortar de raíz los problemas rápidamente y de manera implacable. Pese a que se le atribuyen los méritos de ser patrón de poetas y artistas a su hijo Abd al-Rahman II, el emir al-Hakam I ya sentó las bases para esa promoción de la cultura cortesana oriental y ya hizo venir al famoso poeta, músico y cortesano iraquí Ziryab a la corte cordobesa antes de morir.
Nada más acceder al trono al-Hakam I tuvo que enfrentarse a desafíos internos y externos, empezando por una renovación de las pretensiones al trono de sus tíos Sulayman y Abd Allah que volvieron del Magreb. Sulayman no obtuvo demasiados apoyos, algunos bereberes y árabes yemeníes de Levante y el valle del Ebro y ya está, y tras cuatro años sufriendo numerosas derrotas en Andalucía fue ejecutado por el gobernador de Mérida y su cabeza enviada y exhibida en Córdoba. Se le enterró en el panteón omeya junto a su padre, porque Sulayman pudo ser un traidor, pero era un omeya al fin y al cabo. Por su parte, Abd Allah recurrió a la ayuda de Carlomagno, como ya vimos en el episodio 28 La época de Carlomagno. Parte 1, y ocupó con un ejército franco Huesca antes de ser desalojado por un rebelde muladí.
Finalmente Abd Allah llegó a un acuerdo con su sobrino para que renunciara a sus pretensiones y jurara fidelidad, a cambio de una renta anual y de un señorío vitalicio sobre Valencia, ciudad poco importante en aquella época y sobre la que los omeyas tenían poco control. Durante el emirato de al-Hakam Abd Allah al-Balansi respetó lo pactado, dirigió expediciones contra la Barcelona recientemente conquistada por los francos, y un hijo suyo permaneció en Córdoba como un fiel consejero del emir. La autoridad efectiva del emir al-Hakam estaba bastante limitada a las actuales Andalucía y Murcia y no pudo hacer mucho para evitar las intervenciones carolingias de las décadas de los años 790 y 800 ni tampoco pudo atacar continuamente el Reino de Asturias como había hecho su padre.
Todas las dificultades ligadas a la construcción de un estado central fuerte fueron la tónica del Emirato de Córdoba y ataron las manos de más de un emir que tuvo que dejar sin respuesta ataques o conquistas territoriales de los reinos cristianos. Al-Hakam pudo mandar una expedición contra el norte peninsular nada más empezar su reinado antes de que viniesen sus tíos rebeldes, una aceifa que sometió Calahorra, pasó por la Castilla primitiva hasta la costa cantábrica, y regresó con buen botín a Córdoba. En el 801, 803 y 808 mandó otras expediciones contra Álava y Castilla y contra Galicia, aceifas bastante limitadas en magnitud y éxito, y aunque en el noreste peninsular no pudo evitar la caída de Barcelona, la intervención de Córdoba evitó la caída de Tortosa en manos francas.
Más seria fue la campaña del 816 contra Vasconia, concretamente contra la Pamplona carolingia gobernada por Velasco, mientras Álava y Vizcaya estaban en manos de Oviedo. Esta campaña fue victoriosa para las armas islámicas, y supuso un revés importante para los avances de Alfonso II en Vasconia. Entre los numerosos muertos del lado cristiano estaba un tío materno del rey astur, agente importante en el ejercicio del dominio astur en territorio vascón. Esta campaña del 816 fue la última expedición militar de al-Hakam contra territorios controlados por los cristianos. La tarea más importante de al-Hakam I de Córdoba fue en la propia al-Ándalus con la consolidación de la autoridad omeya a sangre y fuego.
Hasta principios del siglo IX la sociedad andalusí no había cambiado demasiado respecto al período visigodo, pero a partir de ahí se aceleraron los cambios y las transformaciones hacia una sociedad islamizada y de cultura árabe. Desde al-Hakam se hicieron más habituales las fundaciones de mezquitas y almunias en Córdoba. Por ejemplo, una concubina de al-Hakam patrocinó una mezquita desde donde surgió un arrabal, y otra concubina fundó al oeste de Córdoba una almunia, una mezquita y una leprosería donde aislar y cuidar a los leprosos. Hubo cambios que generaron resistencias. Un gran motivo de descontento fue la instauración de un diezmo sobre los cereales establecido de forma fija sin consideración de cómo fuera la cosecha en cada año, esto a pagar independientemente de la religión que profesases.
Al igual que ocurría en el Califato abasí, para hacer más sostenibles las finanzas públicas alguien tuvo que poner fin a la fiesta de los todavía amplios privilegios fiscales musulmanes, y el aguafiestas en al-Ándalus fue al-Hakam. Otra fuente de descontento popular fue que al-Hakam amplió la guardia personal omeya, conocida popularmente como los mudos porque sus miembros no sabían hablar árabe. Era una guardia encabezada por el poderoso mozárabe Rabi ibn Teodulfo y compuesta por saqaliba, es decir, europeos esclavos del norte de Spania y de paganos importados del Imperio carolingio, y como se encargaron de la represión interna ordenada por al-Hakam y recaudaban impuestos eran odiados por gran parte de la población.
El tercer emir omeya cabreó a familiares omeyas, a señores de las marcas fronterizas, a musulmanes, a los dimmíes, e incluso a alfaquíes malikíes que añoraban el ascetismo de su padre y consideraban las políticas de al-Hakam como las de un tirano que no respetaba los límites establecidos por Dios. Si hasta su primogénito intentó asesinarle para ocupar su puesto. Con mano dura, una red de espionaje y su ejército permanente de esclavos al-Hakam reprimió de manera implacable a los opositores, tomando a veces medidas muy duras que le han valido la imagen de emir brutal y represor. No es que al-Hakam gestionase mal. Él hizo el trabajo sucio de consolidar un estado con mayores ingresos fiscales, aunque luego su hijo y sucesor Abd al-Rahman II se lleve todo el mérito por algo visto como positivo por los estatistas.
Como veremos más adelante la oposición en Córdoba fue reprimida, pero las marcas eran otra historia y era mucho más difícil forzarlas a pagar tributo regular a los omeyas. En la Marca Inferior con capital en Mérida al-Hakam pasó años intentando sofocar la rebelión del exgobernador de Mérida y el hombre que ejecutó a Sulayman, el bereber Asbag ibn Wansus. Los Banu Wansus rechazaron la autoridad omeya durante siete años, entre el 805 y el 812, hasta que se llegó a un pacto, aunque en el 817 hubo un nuevo levantamiento que tuvo que reprimir el príncipe heredero. En el Garb al-Ándalus, aproximadamente la actual Portugal, Lisboa y Coímbra también dejaron de pagar tributos a los omeyas y al-Hakam tuvo que mandar a un hijo suyo a someter la región.
El muladí Amrus ibn Yusuf se encargó de reprimir la oposición omeya en Toledo, la antigua capital visigoda que se había negado a reconocer al gobernador nombrado por el emir al-Hakam nada más acceder este al trono. El entonces gobernador de Talavera sabía que no podía tomar las murallas de Toledo por la fuerza, así que Amrus prometió a una familia rebelde que nombraría de entre ellos a un gobernador si mataban al líder de la revuelta. Lo hicieron y llevaron su cabeza a Amrus, solo para ser asesinados por los bereberes de Talavera por una venganza. Amrus se ganó la confianza de las más importantes familias muladíes y cristianas expresando que a él en realidad tampoco le gustaban los árabes y la dinastía omeya. Así abrieron las puertas de Toledo y dentro pudo fortificar una ciudadela con la excusa de aislar las tropas omeyas de la población civil toledana.
Amrus advirtió que iba a visitar Toledo Abd al-Rahman, el hijo del emir que había nacido ahí cuando su padre era gobernador de la ciudad, ya que este se encontraba en la Marca Media con la falsa excusa de que hubo un ataque enemigo en la Marca Superior. Celebró una cena con familias toledanas prominentes, y según las crónicas árabes esto fue una trampa pues cada invitado pasó individualmente por un pasillo y fue degollado o decapitado, sin que por la música se pudieran escuchar los gritos. Sus cuerpos fueron arrojados en un foso preparado especialmente para la ocasión, de ahí que esta masacre se conozca como Jornada del Foso, y solo los últimos que tenían que entrar se dieron cuenta de lo que pasaba y huyeron.
Algunas crónicas dicen que el príncipe Abd al-Rahman quedó tan impactado que sufrió un parpadeo en los ojos de por vida, aunque algunos historiadores han puesto en duda la propia existencia de la Jornada del Foso porque narraciones literarias similares se dan en otros contextos. Durante más de una década no hubo una nueva revuelta en Toledo, si tal cena sangrienta ocurrió está claro que matar a buena parte de la élite toledana fue efectivo. En la Marca Superior Amrus ibn Yusuf se encargó de desalojar al rebelde Bahlul ibn Marzuq de Zaragoza, y con la intervención de este leal muladí consiguió devolver la lealtad omeya a la región. Como gobernador de toda la Marca Superior Amrus se encargó de fortificar Tudela, que así emergió como ciudad andalusí relevante, y envió a su primo a gobernar Huesca.
Más relevante es el conflicto armado que tuvo Amrus con los Banu Qasi, sus aliados vascones de Pamplona, probablemente ya la familia de Iñigo Arista, además de aliados del Alto Aragón, Álava, Castilla y Amaya, esta última antigua plaza fuerte de la provincia de Burgos aún no integrada en el Reino de Asturias. Los partidarios de los Banu Qasi rompieron la fidelidad con el emir, capturaron Tudela y al hijo de Amrus, pero luego fueron derrotados en batalla. Así los Banu Amrus dominaron la Marca Superior durante una década, hasta el punto de que hubo un momento en que Amrus ibn Yusuf gozó de demasiado poder autónomo, se acercó a la corte de Luís el Piadoso, y el emir al-Hakam tuvo que devolverlo a la fidelidad de la manera más sutil posible para evitar perder a su mejor aliado de la frontera.
La revuelta del Arrabal de Saqunda
Es durante el reinado de al-Hakam cuando se produce uno de los eventos históricos más importantes y recordados del Emirato de Córdoba, la revuelta del Arrabal de Saqunda, un barrio de la capital situado en la orilla sur del Guadalquivir, conectado con el resto de Córdoba a través del puente romano. Córdoba sufrió muchas transformaciones urbanísticas desde que pasó de ser una ciudad tardoantigua a la capital de al-Ándalus, y fue expandiéndose a medida que se producía un crecimiento económico y demográfico y se iba fortaleciendo el poder de los omeyas. La principal área de expansión extramuros de Córdoba durante el siglo VIII fue por la otra orilla por su cercanía a la mezquita mayor y el alcázar omeya. Ahí se formó el arrabal de Saqunda que engulló la alquería romana de Secunda hasta llegar al actual puente de San Rafael, más al sur del puente romano.
El arrabal de Saqunda no era un entramado de calles estrechas y caóticas como muchas veces se imagina el urbanismo islámico medieval, sino que muestra una planificación urbanística siguiendo un trazado ortogonal de calles rectangulares, vías secundarias y plazas donde se localizaban los pozos de agua para abastecer a la población, ya que en época emiral aún no se habían privatizado los pozos dentro de los patios de las casas. En Saqunda había almazaras para producir aceite, talleres donde se producía el famoso cuero de Córdoba, talleres metalúrgicos para producir armas y todo tipo de objetos de metal, y por supuesto había tanto tiendas como viviendas residenciales.
En un barrio de nueva creación de una ciudad tan dinámica y en expansión como la Córdoba emiral había una población heterogénea viviendo en Saqunda, desde alfaquíes, personajes de la corte, comerciantes, artesanos y gente de distinta fe, ya que había musulmanes, cristianos y judíos, y se calcula que albergaba entre 20 y 30.000 personas. Sorprende el alto grado de islamización y arabización tan temprana de esta zona de Córdoba, esto lo podemos explicar por ser un barrio de la capital y por tanto muy vinculado al poder. Vemos esa islamización y arabización temprana por ejemplo en la ausencia de restos de cerdos, las cerámicas con aleyas en árabe, o las escápulas de ovejas usadas como tablillas para el aprendizaje de la lengua árabe.
Dejando de lado Saqunda, en todo al-Ándalus había un descontento generalizado por la política fiscal de mayores impuestos y tributos extracanónicos de al-Hakam I. Fuera de la capital había una resistencia que por la lejanía de la capital y el control de los recursos militares financiados localmente podía llevar a que las ciudades simplemente dejasen de pagar impuestos y fueran consideradas rebeldes desde la perspectiva omeya. Pero claro en la capital no se podían escaquear y el malestar era palpable por la creciente presión fiscal, la inflación y los abusos de la guardia de los mudos del emir.
Todo esto levantaba las críticas de todos los sectores de la población y algunos alfaquíes malikíes como el bereber Yahya ibn Yahya aprovecharon el respeto que les tenía la población para pintar a al-Hakam como un déspota alejado del camino de Dios e incitar a la rebelión. Ya en el año 805 algunos notables árabes de Córdoba conspiraron contra el emir para hacer un golpe de estado y poner al trono a un primo de al-Hakam. Para desgracia de los conspiradores, el primo fue leal y reveló la conspiración al emir, lo que le costó la vida a 72 conspiradores que fueron crucificados públicamente para horror de los cordobeses, incluyendo a notables como un alfaquí, un eunuco y el zabazoque de Córdoba.
Tras esto el emir reforzó su seguridad con más guardias, mejoró las fortificaciones de su palacio y de la ciudad, y ejecutó a dos tíos suyos que habían estado en prisión desde el emirato de Hisham. Al año siguiente, mientras el emir asediaba Mérida, unos comerciantes de Córdoba se manifestaron armados tras una decisión del inspector de mercados al que amenazaron con matarle. Al recibir noticias del suceso el emir no tardó en regresar a la capital y ejecutó a varios comerciantes implicados. Esto puede parecer un asunto local menor, pero revela que el descontento se podía encontrar en todas las capas de la sociedad y que el ambiente en Córdoba era de malestar.
Solo se necesitaba una chispa para hacer estallar todo por los aires, y la chispa vino en marzo del 818 cuando un soldado esclavo de al-Hakam asesinó a un herrero del zoco de Saqunda, creyendo que podía salir impune de semejante acción. Los habitantes de Saqunda y algunos cordobeses de otros barrios se solidarizaron con el herrero asesinado, tomaron las armas y se dirigieron al alcázar omeya. La situación era crítica porque cuanto más tiempo pasaba más gente de toda Córdoba se sumaba a la revuelta, y aunque hasta el momento los esclavos y clientes del emir habían permanecido a su lado frente a este motín popular, existía el riesgo de que se rompiesen filas si la cosa iba a peor.
Por suerte para el emir dos primos de al-Hakam vinieron a salvar la situación, entre ellos Ubayd Allah ibn Abd Allah, hijo de al-Balansi. Los primos dirigieron a la caballería por detrás de los rebeldes para tomarlos por sorpresa entre dos fuegos por la zona del alcázar y del puente romano. Los leales al emir masacraron a los amotinados y se pasaron los siguientes tres días destruyendo el arrabal de Saqunda y capturando y matando a más rebeldes. Hay relatos contradictorios sobre si al-Hakam ordenó que no se hiciese daño a los niños y mujeres y se pusieran en un lugar apartado mientras se reprimía la rebelión. Los testimonios menos vendidos a los omeyas dan testimonio de que no se hizo distinción y se pudo matar o esclavizar a todo el que estuviera relacionado con la revuelta. Al cuarto día, el emir ordenó parar las matanzas indiscriminadas y crucificó a 300 rebeldes capturados.
Se ordenó el desmantelamiento completo del arrabal de Saqunda, una zona que se convirtió en un erial residencial hasta la conquista cristiana. Aún así se le dieron usos a una zona tan próxima al centro histórico. Por ejemplo, siguieron en pie algunas viviendas de funcionarios leales, sabemos que ahí se alojaron embajadores de Constantinopla, conocemos algunas almunias, y ante todo el suelo del arrabal de Saqunda se usó para jardines, cementerios y campamentos militares. Siguiendo el consejo del general y háyib Abd al-Karim ibn Mugit el temible emir solo mostró un poco de indulgencia dándoles el perdón a los supervivientes de Saqunda y a los demás cordobeses que se unieron al motín a condición de que se marchasen de Córdoba, que recordemos estamos hablando de un éxodo de miles de personas, quizás más de 20.000 desterrados.
Más clemente se mostró al poco tiempo con los alfaquíes malikíes que tuvieron una participación muy activa en el motín, pero que al ser miembros de la élite y personajes respetados en la sociedad era mejor no castigarlos y contar con su apoyo para obtener legitimidad religiosa. Un grupo de exiliados tomó refugio en la rebelde Toledo, pero la mayor parte se instaló en la actual Marruecos, por ejemplo en la recién fundada ciudad de Fez porque al príncipe árabe Idrís II le interesaba reducir la influencia bereber y los exiliados andalusíes aportarían una cultura más árabe y urbana. Con el paso del tiempo muchos de los refugiados pudieron regresar, pero tuvieron que renovar juramentos de fidelidad y soportar condiciones más duras de lo normal.
Pero lo más fascinante es que varios miles de cordobeses desterrados fueron a Egipto y lograron ocupar militarmente Alejandría durante varios años, hasta que en el 827 fueron forzados a abandonar la ciudad. Los andalusíes exiliados y otros que se les unieron por el camino arrebataron la estratégica isla de Creta al Imperio bizantino. Se fundó así el Emirato de Creta, los emigrados cultivaron los campos de la isla y la usaron como base naval desde donde lanzar sus ataques piratas contra las costas griegas. El Emirato de Creta fue motivo de acercamientos diplomáticos entre el Emirato de Córdoba y Bizancio porque el emperador exigía al emir que lo ayudase a expulsarlos por ser andalusíes, pero de poco sirvió eso y no fue hasta el año 961 que el Imperio bizantino pudo reconquistar Creta.
Según la perspectiva sunní, es preferible un gobernante malo que la anarquía y de ahí que el fin justifique a los medios de represión usados para defender y consolidar la autoridad omeya. Si la revuelta del Arrabal es tan importante es debido a que se produjo en la mismísima Córdoba, centro de poder de los omeyas, y hubo una seria amenaza a la continuidad de la dinastía por este motín popular. La victoria de la voluntad de fortalecer el régimen omeya fue completa en Córdoba y desde entonces hasta el final de los días del Califato de Córdoba los cordobeses estuvieron sometidos al dominio de hierro de los omeyas. La tarea que quedaba pendiente era la de someter también de manera duradera las marcas fronterizas y frenar y revertir los avances territoriales cristianos, algo solo solucionado con cierto éxito en el siglo X.
Algunos cronistas árabes cuentan que al poco de la revuelta del Arrabal al-Hakam cayó enfermo y pasó los cuatro años restantes de su vida arrepentido por sus pecados y lo acontecido en Saqunda y rogó a Dios su perdón. Una figura que era la viva imagen de la represión y de la exacción fiscal bajo al-Hakam era el conde de los cristianos y jefe de la guardia de los mudos Rabi ibn Teodulfo, quien además amasó una fortuna personal por sus cargos. Molestaba a los musulmanes que un cristiano tuviera tanto poder, y a toda la población por su avaricia y corrupción. La cara visible de la represión de la revuelta del Arrabal se convirtió en una figura tan poderosa como impopular. Esto provocó que fuese un chivo expiatorio perfecto y que Abd al-Rahman a pocos días de convertirse en emir y con aprobación de su padre moribundo se librase de él crucificándolo para exculpar a al-Hakam de los abusos del conde cristiano y ya hacer popular al que iba a convertirse pronto en emir.
Así es, antes de morir al-Hakam quiso asegurarse que no ocurrirían problemas sucesorios como había sufrido él o su padre Hisham. Nombró heredero a Abd al-Rahman II y nombró a otro hijo como heredero suplente en caso de que muriese el primero, e hizo que los notables de Córdoba les juraran fidelidad. En el año 822 en su lecho de muerte al-Hakam dejó escrito esto para su sucesor: “Te dejo hijo mío, mi reino en paz, como un lecho sobre el cual puedes dormir tranquilo, porque me tomé el cuidado de que ningún rebelde venga a turbar tu sueño.” Al-Hakam fue quien sentó las bases para un emirato más fuerte y fue su hijo Abd al-Rahman II quien recogió los frutos de las semillas plantadas por su padre.
El Veredicto: Problemas de autoridad
En El Veredicto de hoy quiero destacar que tanto los emires de Córdoba como los reyes de Asturias se enfrentaron en el siglo IX a problemas similares en cuanto a ejercer su autoridad en los territorios sobre los que reclamaban soberanía. Tras la caída del Califato omeya se debilitaron las estructuras estatales centralizadas por toda la península ibérica, un caso muy claro es la cuenca del Duero de la que ya he hablado otras veces, pero no solo ahí porque vemos cómo la autoridad de los emires omeyas de Córdoba no fue aceptada fácilmente en las provincias porque sus cabecillas locales saborearon durante demasiado tiempo los beneficios de no enviar tributos a una capital ni rendir cuentas a nadie. Lo mismo ocurría en Galicia o en Álava y Vizcaya frente a los reyes astures y su aristocracia que quería expandirse con su modelo político alternativo a Córdoba.
Y es que, ¿por qué deberían acatar la autoridad de Córdoba o de Oviedo las provincias alejadas, qué beneficios podían obtener sus élites dirigentes? Nadie cede su autonomía a cambio de nada o sin resistir, y en la Alta Edad Media las entidades políticas no tenían suficientes recursos como para poner un ejército de ocupación permanente para asegurar la lealtad de las provincias. Las provincias además tenían características heterogéneas, si por ejemplo no oímos de grandes revueltas en Andalucía fuera de la capital en tiempos de Hisham y al-Hakam es porque los omeyas podían ejercer su soberanía por su cercanía y la fuerte presencia de asentamientos árabes, incluyendo los yunds sirios.
En cambio, no ocurría lo mismo en las marcas fronterizas donde había unas dinámicas de guerra contra los cristianos o de posibilidad de aliarse con ellos que no se encontraban más al sur. De ahí que durante todo el período del Emirato de Córdoba apenas llegasen tributos de esas provincias fronterizas, porque aparte de por el apoyo militar en algunas razias Córdoba no podía ofrecer mucho más ni mediante la fuerza quitarles sus recursos de manera regular. Como veremos en los próximos episodios la Alta Edad Media peninsular se caracterizará por la fragmentación política y los emires y reyes tendrán que equilibrar las dosis necesarias de amenaza por la fuerza y negociación para ejercer y ampliar su autoridad. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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Fuentes
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