Este es el episodio 51 llamado Al-Hakam II, el califa culto y en este episodio aprenderás:
- El tablero político de Spania en época de al-Hakam II
- Vida y reinado de al-Hakam II de Córdoba
- El círculo de poder de al-Hakam II
- El regreso de los vikingos. Terror en Galicia
- El triunfo omeya en la guerra omeya-fatimí por el Magreb
- La batalla de Gormaz del 975
- El Veredicto: Rumores contra gente poderosa
- Avance y outro
- Fuentes
El tablero político de Spania en época de al-Hakam II

En el episodio 50 Los omeyas, los árbitros de Spania vimos cómo en los años 964 y 965 el Califato de Córdoba ya bajo el califa al-Hakam II desbarató una alianza anticordobesa de los reyes de León y Pamplona y los condes de Castilla y Barcelona, y que en el 966 el rey Sancho el Gordo fue asesinado por un conde galaicoportugués. Debido a la supremacía andalusí y a un patrimonio para las élites que no seguía creciendo por falta de conquistas y por divisiones de herencias, el Reino de León fue debilitándose a lo largo de la segunda mitad del siglo X y sumiéndose en guerras civiles para conseguir un trozo de un pastel que cada vez se hacía más pequeño. En la práctica esto permitió que numerosos aristócratas fueran desligándose del rey de León y entablaran relaciones por su cuenta con el califa de Córdoba para tener mayores garantías de seguridad.
Embajadas del conde de Barcelona, el de Astorga, Salamanca, Monzón, Saldaña, Castilla y Álava, de condes gallegos o embajadas del rey de León y el de Pamplona eran recibidos con toda la pomposidad en Córdoba, algunos de ellos para mostrarse vasallos del califa y renovar treguas. Claro, el califa al-Hakam debió estar encantado de ver cómo los cristianos permanecían más divididos en señoríos más pequeños y por tanto más fáciles de influenciar. Pese a este debilitamiento de la autoridad real, la legitimidad de la dinastía asturleonesa y sus redes clientelares eran lo suficientemente fuertes como para que por primera vez reinase allí un menor de edad, Ramiro III, hijo de cinco años de Sancho el Gordo, bajo la regencia de su tía la monja Elvira hasta el año 975.
Uno de los sostenes principales del rey-niño Ramiro fue la monarquía pamplonesa que consiguió una notable influencia sobre León y en especial sobre el vecino condado de Castilla, gracias a las alianzas matrimoniales diseñadas por la reina Toda y a las intervenciones militares a favor de uno u otro pretendiente al trono leonés. En esta época se produjo un cambio generacional en los liderazgos, porque el longevo conde de Castilla y Álava Fernán González y el rey de Pamplona García Sánchez I murieron en el 970. En Castilla y Álava la debilidad del poder regio permitió que pudiera producirse una sucesión hereditaria y consolidarse una dinastía condal, siendo Fernán González sucedido por su hijo García Fernández.

En el Reino de Pamplona y Nájera el rey García Sánchez fue sucedido por su hijo Sancho Garcés II, quien ya había actuado de conde en Aragón. Sin embargo, también dejó en herencia una porción de La Rioja a otro hijo, el conocido en la historiografía como Reino de Viguera. Podía servir como premio de consolación para otro de los hijos de García Sánchez o para gobernar de forma más efectiva este territorio fronterizo, y se ha especulado que pudo coincidir aproximadamente con parte de las antiguas posesiones de los Banu Qasi incorporadas al Reino de Pamplona. En todo caso, el rey en Viguera estaba por debajo de Sancho Garcés II, por lo que era una situación similar a la del condado de Aragón en aquella época que formaba parte del Reino de Pamplona, pero se trataba de forma diferenciada.
Por cierto, quiero destacar que Sancho Garcés II ha sido conocido por los historiadores de los siglos XIX y XX por el apodo Abarca, pero investigaciones recientes demuestran que el apodo Abarca era en realidad el apodo de Sancho Garcés I, el fundador de la dinastía Jimena. Una abarca es un tipo de sandalia tradicional española, y se dice que Sancho Garcés I recibió ese apodo porque usó abarcas en una batalla contra un líder de los Banu Qasi. A diferencia del fundador de los Jimena, Sancho Garcés II no tenía un buen historial militar, por lo que nunca se ganó un apodo tontorrón y humilde pero glorioso como Abarca.
Vida y reinado de al-Hakam II de Córdoba

Desde una edad temprana, Abd al-Rahman III había estado preparando a su hijo al-Hakam II para sucederle algún día. Los mejores maestros de al-Ándalus educaron a al-Hakam, y gracias a esa educación creció para convertirse en un príncipe amante de los libros. El segundo califa de Córdoba ganó experiencia en los asuntos de estado y guerra ya como príncipe, un poco como el emir Abd Allah había hecho con Abd al-Rahman III, y al-Hakam a veces sustituía a su padre en su ausencia, mientras que otras veces lo acompañaba en sus famosas campañas. Dado que su padre permitió a al-Hakam tener más influencia en el gobierno del califato a medida que avanzaba su reinado, no es sorprendente que el reinado de al-Hakam estuviera marcado por las continuidades en personas y en políticas.
Como algunos de sus predecesores, al-Hakam amplió la mezquita aljama de Córdoba ante las necesidades de una metrópolis que no paraba de crecer, como vimos en el episodio 47 La Córdoba califal y Madinat al-Zahra, y también reparó el puente de Córdoba. El califa al-Hakam II fundó veintisiete escuelas para pobres en Córdoba y ensanchó la calle principal del zoco cordobés, como ya comenté en el episodio 45 Economía de al-Ándalus. Riqueza, poder y sector primario. Rescató cautivos musulmanes en manos de los cristianos del norte, rebajó impuestos, condonó deudas fiscales, y distribuyó miles de panes a diario en Córdoba en tiempo de hambruna.
Al-Hakam II era muy piadoso, hasta el punto de que pensó en prohibir plantar viñedos para evitar el consumo de alcohol de andalusíes musulmanes, pero fue desalentado a tomar tal acción porque sus súbditos encontrarían otras maneras de producir alcohol. Al-Hakam se guiaba por las ideas clásicas de legitimidad de los omeyas y de cualquier buen califa. Eso significa que debía preservar el mensaje del profeta Muhammad sin innovaciones, a diferencia de lo que habían hecho los abasíes o fatimíes, y velar además por la comunidad musulmana, por ejemplo castigando a funcionarios públicos corruptos. Por sus acciones los hagiógrafos de los omeyas lo presentan como un califa preocupado por el bienestar de sus súbditos.
Como es costumbre en las crónicas árabes, tenemos una descripción de la apariencia de al-Hakam, y el nuevo califa no sale muy bien parado. Al-Hakam II tenía el cabello rubio tirando a pelirrojo, por la preferencia durante generaciones de omeyas por mujeres hispanas de tales características, grandes ojos negros, una nariz aguileña, piernas cortas como su padre y la mandíbula le sobresalía. Se le describe como un califa de salud delicada. En el 974 sufrió la viruela, al año siguiente tuvo que ser trasladado de Madinat al-Zahra al alcázar en el centro de Córdoba porque se decía que en Madinat al-Zahra sentía demasiado frío, pero eso no evitó que sufriera dolores en el pecho que lo dejaron al borde de la muerte.
Por razones que nunca sabremos con certeza, Abd al-Rahman III tomó una decisión que resultaría desastrosa para la continuidad de la dinastía omeya: prohibió al príncipe heredero casarse y tener descendencia mientras él estuviera vivo. Dado que el reinado de Abd al-Rahman fue sorprendentemente largo, eso fue un problema, porque cuando al-Hakam se convirtió en califa de Córdoba tenía 46 años y no tenía hijos. Esta abstinencia sexual forzada por su padre pudo influir en su gusto por los hombres, porque es bastante probable que al-Hakam tuviera harén masculino, algo no extraño en la cultura cortesana islámica de la época y que se refleja en la poesía homoerótica.
Un efecto desastroso que tuvo la prohibición de relacionarse con mujeres es que, claro, llevando toda la vida sin probar una mujer, fue muy fácil que al-Hakam se sometiera a la voluntad de la primera mujer que lo complaciera en la cama. Es aquí donde entra Subh, una esclava vascona que dominaba a la perfección el adab, la cultura elegante de la corte islámica y el dominio de la poesía árabe, el canto, y las conversaciones intelectuales, esta última característica quizás fue de lo que más gustó a un califa tan ávido por los conocimientos y libros. Subh fue la concubina favorita del califa, y esto quizás solo lo consiguió travistiéndose y adoptando la apariencia y actitudes de un hombre para gustar a al-Hakam II, quien solo había tenido relaciones amorosas con otros hombres.
Que una mujer esclava actuase así es lo que en el mundo islámico altomedieval se conocía como ghumaliyya. Que Subh adoptase el papel de ghumaliyya e incluso aceptase que el califa la llamase Ya’far, un nombre masculino, pudo ser por varios motivos, como que era una calculadora que quiso mejorar su posición social y la de su descendencia satisfaciendo estos deseos de al-Hakam, que disfrutase de la estética masculina, que lo hiciera por amor verdadero al califa, o por una mezcla de estas razones. Se describe el amor apasionado que sentía al-Hakam por Subh igual que el de Abd al-Rahman II hacia Tarub, y dicen los cronistas árabes, desde su perspectiva machista, que esto hacía que una mujer dominase la voluntad del califa y que amase a los hijos que tuvo con ella más que a ningún otro.
Con Subh al-Hakam tuvo dos o tres hijos varones, pero solo Hisham superó la niñez. Por influencia de Subh se inicia la meteórica carrera política de Muhammad ibn Abi Amir, más conocido como Almanzor. Fue elegido tutor y procurador de los bienes del primer hijo de al-Hakam al alcanzar los cinco años, y al morir éste consiguió el mismo cargo para el infante Hisham. Para antes del año 970 Almanzor ya era director de la ceca de Córdoba, gestor de herencias vacantes, y cadí o juez de Sevilla y Niebla. Se llegó a rumorear que el joven Almanzor era amante de Subh, unas habladurías que servían para atacar el ascenso de Almanzor y dañar la honorabilidad del califa, pero el árabe consiguió mantener sus puestos y seguir ascendiendo en el poder pese a estas acusaciones y las acusaciones de malversación de caudales públicos.
Subh dominaba el espacio del interior del palacio, la corte y administración burocrática del estado eran espacios sobre los que tuvo una amplia influencia durante el califato de al-Hakam II y su poder fue absoluto durante unos cuantos años después, hasta que al final fue eclipsada por Almanzor. Subh había alimentado a un perro que luego le mordió la mano, pero esto lo veremos en próximos episodios. Para terminar de hablar de cómo era al-Hakam II, hay que decir que es conocido por ser un califa culto y un bibliógrafo amante de los libros. Al-Hakam II de Córdoba fue un erudito y mecenas que reunió en Córdoba una gran cantidad de libros y sabios de todo el mundo islámico.
Mostró un gran afán por engrosar su biblioteca privada, de la que se dice que contenía más de 400.000 volúmenes de todas las ramas del saber, incluyendo filosofía, religión, medicina, astronomía, astrología, ingeniería, geografía, historia, poesía o botánica. Contaba con una amplia red de agentes, administradores, traductores y copistas trabajando para él, incluyendo un centenar de mujeres copistas. A un cadí almeriense le dio la extraordinaria cantidad de 120.000 dinares y le encargó que comprase libros durante los veinte años en los que vivió en Irak. Al-Hakam llegó a pedirle al obispo de Gerona que redactase para él una historia de los francos, que luego fue empleada en la historiografía árabe.
Otro ejemplo es que el califa pagó una suma estratosférica por la primera copia del Kitab al-Aghani antes de siquiera salir a la venta. Esta era una magna obra enciclopédica que recopilaba cientos de poemas y canciones del mundo árabe. Las semillas de la alta cultura ya plantadas en el siglo IX finalmente estaban dando sus frutos. Los aristócratas y eruditos imitaban al califa fundando sus propias bibliotecas privadas, y gracias a los niveles de desarrollo económico y cultural de al-Ándalus de este período, las producciones científicas y literarias andalusíes florecieron durante los siglos XI y XII.
El círculo de poder de al-Hakam II
Aparte del califa y de su concubina Subh, durante el reinado de al-Hakam II los dos hombres más importantes del califato fueron Galib ibn Abd al-Rahman y Ya’far ibn Utman al-Mushafi. Galib fue un esclavo de la guardia saqaliba de Abd al-Rahman III, pero en algún momento fue liberado y, como los libertos usualmente hacían, adoptó el nombre de su antiguo dueño como su apellido. Galib ya había alcanzado prominencia durante la década de 940, ya que se le asignó la tarea de reconstruir Medinaceli, en Soria, y proteger la Marca Media desde allí, y también participó en múltiples campañas contra los cristianos y los fatimíes. A lo largo del episodio, tendré que mencionar a Galib varias veces porque al-Hakam constantemente dependía de él, y sus habilidades militares y lealtad le valieron riquezas y honores.

Por otro lado, Ya’far ibn Utman al-Mushafi se convirtió en el háyib o primer ministro de al-Hakam II porque habían desarrollado una amistad gracias al padre de Ya’far, quien fue maestro de al-Hakam. Al-Mushafi pertenecía a una humilde familia bereber de Valencia, y era un excelente poeta y hombre culto como su señor al-Hakam. Ya en el 947 fue nombrado gobernador de Mallorca, y cuando al-Hakam accedió al trono, al-Mushafi se convirtió en el estadista de confianza que el califa necesitaba. Como bereber de orígenes humildes, algunos de los árabes que pertenecían a familias que llevaban generaciones sirviendo a los omeyas odiaban a Ya’far, pero nada malo le sucedió mientras su patrón estuvo vivo. Las cosas cambiaron por las pugnas por el poder durante la minoría del califa Hisham II.
El regreso de los vikingos. Terror en Galicia
Después de décadas sin ataques registrados en Spania, en el último tercio del siglo X y principios del siglo XI hubo una nueva ola de incursiones vikingas en la península ibérica. Cabe mencionar que la escala y el éxito de estas incursiones no pueden compararse con los dos ataques del siglo IX, excepto en Galicia. La red de espías y comunicaciones, las defensas costeras, y las capacidades militares y navales del Califato de Córdoba eran mucho más fuertes ahora, y en defensas costeras también se puede decir algo similar para el norte peninsular. Además, la edad de oro de la era vikinga fue en el siglo IX, y ya no eran tan peligrosos para esta época. Así que en junio del 966 el gobernador de Alcácer do Sal en Portugal avisó a Córdoba del avistamiento de una flota vikinga de 28 barcos y de una batalla contra los invasores nórdicos en torno a Lisboa.

La flota omeya salió de Sevilla y en la desembocadura del río Silves hundieron algunos barcos vikingos, causaron numerosas bajas y liberaron a los cautivos musulmanes. Hubo otros dos intentos de ataques normandos en el 971 y 972, y al saber de su paso por la costa cántabra el califa ordenó la movilización de la flota de Almería, pero antes de presentar batalla la flota andalusí canceló la expedición a los dos meses porque fueron informados de que la flota normanda ya había huido, quizás porque fueron derrotados por los cristianos del norte o porque se retiraron al recibir información sobre la gran movilización andalusí. La movilización fue excesiva si medimos el peligro que suponían estas incursiones vikingas, pero servía para legitimar al califa como protector de los musulmanes.
En un Reino de León con un poder regio con poca influencia más allá del espacio asturleonés las incursiones normandas sí tuvieron un efecto más destructivo. Según Dudo de San Quintín, el duque Ricardo de Normandía empleó a unos daneses paganos contra sus enemigos en Francia. Terminada la campaña los invitó a cristianizarse, pero algunos rehusaron y para sacárselos de encima organizó una campaña de saqueo en Spania. Relata como capturaron, saquearon y quemaron algunos pueblos, hasta que un ejército de campesinos echó a los piratas. Esta campaña hay que fecharla en el año 968 según la Historia silense, cuando cien barcos vikingos liderados por un caudillo llamado Gunderedo se adentraron en Galicia.
El obispo Sisnando Menéndez de Santiago de Compostela a toda prisa ordenó construir una muralla, torres y fosos para proteger el supuesto sepulcro del apóstol Santiago el Mayor ante la amenaza de ataques de hombres del norte, además de torres en diversos puntos de Galicia. Pero, si bien Sisnando protegió así con éxito el sepulcro, el obispo murió en batalla haciendo frente a los vikingos. Esta imagen de Sisnando como héroe contrasta con las supuestas fuertes disputas para hacerse con el control del obispado de Iria Flavia-Santiago de Compostela entre Sisnando y Rosendo, ambos procedentes de los más poderosos linajes gallegos.
En el proceso de canonización de Rosendo, que ha pasado a la historia como el bueno del conflicto frente a Sisnando, incluso se le atribuyó a él la confrontación con los vikingos y el éxito en expulsarlos, pero estas noticias son muy tardías y no hay que tomarlas como ciertas. Manuel Carriedo Tejedo ha llamado la atención en que el supuesto conflicto entre Sisnando Menéndez y Rosendo pudo haber sido un error de tiempo después al confundirse con el encarcelamiento del obispo de Mondoñedo bajo el rey Ordoño III, que fue sustituido por Rosendo, y que luego es posible que recuperase violentamente su obispado. Si esta equivocación fuera cierta, el obispo Sisnando no fue encarcelado ni atacó a Rosendo, y habría permanecido en el cargo de forma ininterrumpida hasta el 968.
En todo caso, los piratas nórdicos liderados por Gunderedo provocaron muchas muertes en Galicia, capturaron personas y destruyeron algunos monasterios durante tres años. Que pudieran campar a sus anchas sin que se organizase un gran ejército con mesnadas de todo el Reino asturleonés ya demuestra la falta de autoridad del rey-niño Ramiro III. La ciudad y sede episcopal de Tuy fue completamente destruida, su obispo hecho cautivo, y los habitantes fueron asesinados o vendidos como esclavos, aunque algunos retrasan este ataque vinculándolo con el del rey Olaf de Noruega a principios del siglo XI. Finalmente, los vikingos fueron expulsados de Galicia en el 970 por un conde identificado con el nombre Guillermo Sánchez.
Se ha especulado que podría ser en realidad Gonzalo Menéndez, según algunos genealogistas Gonzalo Muñoz en realidad, que es el mismo que presuntamente envenenó mortalmente al rey Sancho el Gordo. Gonzalo y los gallegos bajo su servicio mataron a Gunderedo y a todos los piratas que pudieron y quemaron sus naves, pero los supervivientes realizaron una incursión por el Duero y tierras portuguesas al año siguiente. La investigadora Irene García cree que los Anales castellanos segundos revelan que los vikingos en su campaña de tres años llegaron hasta la provincia de León, algo que vendría confirmado por el topónimo Lordemanos, que probablemente hace referencia a los vikingos. Esto es solo una teoría, tómalo por lo que es, pero podría ser que se hubiera formado el asentamiento de Lordemanos con nórdicos tras ser derrotados en el 970 para ponerse bajo el servicio del rey en León.
Hay que tener en cuenta que en el siglo XI tenemos ejemplos de condes del norte peninsular empleando a vikingos como mercenarios, como había ocurrido con vikingos en otras partes de Europa, y es que no solo venían como piratas saqueadores, sino que también podían comerciar y servir como mercenarios. En las historias de las crónicas árabes y latinas, se presenta a los vikingos como amenazantes villanos derrotados por héroes del país, que justificaban su poder en la defensa del territorio. Sin embargo, en la península ibérica los ataques vikingos fueron muy esporádicos y eran disruptivos a nivel local, pero no suponían una amenaza significativa para la paz y las entidades políticas de Spania. En ninguno de sus ataques los vikingos mostraron interés en aprovecharse de divisiones internas para asentarse en Spania, como sí habían hecho en las islas Británicas o en Francia.
El triunfo omeya en la guerra omeya-fatimí por el Magreb
Dejamos la batalla por el Magreb en el episodio anterior con la contraofensiva fatimí del 959 en la que los enemigos de los omeyas pusieron bajo su control la mayor parte del Magreb, salvo Ceuta y Tánger que permanecieron como plazas fuertes bajo el dominio directo omeya. En la década de los años 960 hubo pocos progresos para los intereses omeyas. Sabemos que hubo una embajada de la confederación herética bereber de los barghawatas y que en Ceuta un agente fatimí hizo propaganda contra los omeyas y se le acusó de conspirar para organizar un ejército de cinco mil hombres para tomar Madinat al-Zahra.

En Ceuta al-Hakam mandó construir una fuerte muralla y por los grandes costes y los problemas ocasionados por la guarnición establecida en la ciudad, sus ciudadanos fueron eximidos de todos los impuestos desde el 964. La gran victoria diplomática omeya de esta época fue conseguir que los bereberes magrawas que dominaban el Magreb central volviesen a jurar lealtad al califa cordobés. Pero lo que fue decisivo para cambiar las cosas en el Magreb fue un factor externo: en el 969 los fatimíes conquistaron Egipto y fundaron El Cairo, y en el 972 la corte fatimí se trasladó de Ifriqiya, actual Túnez, a Egipto. Esto cambió profundamente al estado fatimí e Ifriqiya pasó a ser un feudo con una amplia autonomía política otorgado a Ziri ibn Manad, jefe de los bereberes sinhaya.
De esta manera, los fatimíes no abandonaban por completo sus ambiciones sobre Marruecos y Argelia, pero dejaron el control de Ifriqiya y la misión de expandirse hacia el oeste a bereberes sanhaya, archienemigos de los aliados tradicionales de los omeyas los bereberes zanata. Ziri ibn Manad organizó un gran ejército y entregó la vanguardia a su hijo Buluggin. La ofensiva fue inesperada y por eso los aliados de los omeyas, los magrawa y zanatas, fueron duramente derrotados en el 971. Entre el botín de la batalla, Ziri encontró pruebas que el gobernador de la ciudad argelina de M’Sila servía en secreto a los omeyas.
Esto era relevante, porque el gobernador llamado Ya’far ibn al-Andalusi era hijo de un andalusí que había fundado M’Sila y se había convertido en uno de los primeros fieles al primer califa fatimí. Ya’far seguramente quedó decepcionado porque el califa entregase el puesto de gobernador de Ifriqiya a un enemigo suyo como Ziri ibn Manad, y eso provocó el cambio de bando. El califa fatimí exigió que Ya’far se presentase ante él en Egipto, pero Ya’far sabía que sería ejecutado si lo hacía y ya ahora que se había destapado su traición ya no había vuelta atrás y ya no tenía sentido actuar de forma decisiva. Por eso Ya’far se refugió entre los magrawas y logró derrotar y capturar a Ziri ibn Manad.
Tras esto, Ya’far y sus familiares y seguidores fueron recibidos en al-Ándalus con todos los honores y colmados de regalos y elevadas pensiones para vivir cómodamente, mientras que Ya’far trajo como regalo para el califa la cabeza de Ziri ibn Manad en una pica. Parecía un gran triunfo para la causa omeya en el Magreb la muerte del gobernador de Ifriqiya y la defección de la causa fatimí de Ya’far ibn al-Andalusi y de los magrawas. Sin embargo, esto no tuvo grandes consecuencias para la causa omeya. Hubo andalusíes que se unieron al bando fatimí al producirse la conquista de Egipto, y es que el Magreb eran unas migajas en comparación con un país rico como Egipto y esta conquista hizo que se crease la expectativa de que quizás los fatimíes destronasen a los abasíes.
La realidad es que los cambios en el tablero político del Magreb a quien más benefició no fue ni a los fatimíes ni a los omeyas, sino a la dinastía zirí ahora encabezada por Buluggin ibn Ziri. Buluggin ibn Ziri se había librado de un rival en Argelia como Ya’far y fue capaz de derrotar y expulsar del Magreb central a los magrawas, que se tuvieron que trasladar a la actual Marruecos. Por cierto, un hermano de Buluggin se puso bajo el servicio de Almanzor y en la desintegración del Califato de Córdoba fundó la Taifa de Granada, como ya estudié en un episodio de Memorias Hispánicas dedicado a esta taifa, así que a quien le interese que lo escuche.
Pero en fin, en junio del 972 el califa al-Hakam II de Córdoba ordenó el envío de un ejército regular andalusí al norte de la actual Marruecos. En teoría su misión era someter a un príncipe de la dinastía idrisí que dominaba un territorio no muy extenso y había jurado lealtad a los fatimíes. Sin embargo, este pretexto podría esconder la ambición de conquistar territorios del Magreb occidental y ponerlos bajo un dominio más directo omeya para obtener una victoria propagandística y evitar quedar opacados por el triunfo fatimí en Egipto. Quizás así se daba réplica a estas acusaciones de cobardía que un poeta andalusí que se unió a los fatimíes llamado Ibn Hani escribió contra los omeyas: “si sus escudos de combate parecen ensangrentados, eso se debe a que, como sus concubinas, están afectados por sus menstruaciones.”
Con orden de recurrir preferentemente a la indulgencia y el perdón, el ejército andalusí desembarcó en Ceuta y se movilizó apoyado por la flota califal de Almería. La campaña inicialmente fue favorable para los omeyas, pero a finales del 972 las tropas omeyas fueron derrotadas y perdieron la vida quinientos jinetes y mil soldados de infantería, además del general que dirigía la expedición. El desastre, casi comparable a la derrota sufrida en Simancas-Alhándega en el 939, obligó al califa a enviar a su mejor general, Galib, y hasta a los señores de la frontera como los Banu Tuyib de Zaragoza. Hasta 1.700 hombres del territorio fronterizo de Toledo equipados con espadas cristianas se unieron a una expedición para el Magreb en el 973, quien hubiera dicho a los toledanos del siglo IX que terminarían por obedecer así a los omeyas de Córdoba.
Lo que está claro es que la campaña no fue una aceifa de tres meses como las que se hacían habitualmente contra los cristianos del norte, sino una campaña que duró dos años y que puso al límite la maquinaria militar del Califato de Córdoba. La campaña fue dura y muy costosa, pues se requirieron de constantes refuerzos hasta alcanzar entre 7.000 y 10.000 andalusíes movilizados y de más dinero para comprar por un alto precio la lealtad de notables bereberes. Por ejemplo, un jefe bereber kutama del Rif del que se decía que era capaz de movilizar a más de 10.000 hombres recibió sacos de oro, ropas preciosas y caballos para reconocer al califa de Córdoba.
También recibió instrucciones precisas para gobernar acorde al islam sunní y la jurisprudencia malikí, y lo mismo hizo al-Hakam con otras poblaciones como Fez, lo que es un recordatorio de lo poco o mal islamizado según la ortodoxia que seguía estando el Magreb en el siglo X. Con estas compras de lealtades, también se incorporaban a los ejércitos de al-Ándalus algunos bereberes, pero vinieron muchos más con Almanzor. El incremento de soldados bereberes en al-Ándalus no fue fácil. Ya unos años antes había estallado en Córdoba una refriega violenta entre soldados bereberes y militares andalusíes, con apoyo del pueblo llano, que se saldó con varios muertos y encarcelados magrebíes. Esto es revelador de las tensiones que podía generar la presencia de soldados de origen extranjero, que demostraron ser más difíciles de integrar y encajar en la sociedad andalusí y su aparato estatal que los cristianos o judíos.

La victoria final contra el príncipe idrisí y los fatimíes por el Magreb occidental y parte del central fue para los omeyas. Los opositores idrisíes fueron recibidos en Córdoba y el califa les dio elevadas pensiones, y así terminó el gobierno de miembros de esta dinastía sobre partes de Marruecos. Sin embargo, como costaba tanto dinero mantener a los idrisíes y las relaciones con los omeyas empeoraron, al-Hakam decidió expulsarlos a la Egipto de los fatimíes. En el 985 el idrisí rebelde regresó al Magreb y se proclamó califa, pero las tropas andalusíes rápidamente lo redujeron y terminó ejecutado. El general Galib regresó a al-Ándalus al terminar la campaña en el 974 y fue recibido con toda la pompa como un invicto héroe de guerra.
Por esta época el califa cayó gravemente enfermo, y el háyib Ya’far ibn Utman al-Mushafi se puso al frente de muchos asuntos de estado, incluida la política norteafricana. Gran parte de las tropas andalusíes siguieron desplegadas un tiempo guarneciendo ciudades marroquíes como Tánger o Arcila, pero mantener a los ejércitos califales en activo era muy costoso y se tuvo que reducir la magnitud del despliegue y confiar más en jefes locales y en Ya’far ibn al-Andalusi, el antiguo gobernador de M’Sila que estaba bien familiarizado con la política del Magreb. La guerra en el Magreb había sido costosa, pero ayudó a mejorar el prestigio de Córdoba, aumentar la influencia de los omeyas, expandir la ortodoxia sunní malikí, reclutar soldados y jinetes bereberes, y asegurar el flujo de oro desde el África subsahariana, que era necesario para alimentar la economía de al-Ándalus.
Unos años más tarde la ocupación omeya del Magreb occidental y la intensificación de las relaciones andalusíes y magrebíes tuvo una incidencia fatal para el final del Califato de Córdoba. Quien fue el verdadero ganador de la guerra fue Muhammad ibn Abi Amir, conocido para la posteridad como Almanzor. El que pronto se convirtió en el verdadero amo del Califato de Córdoba había participado en la campaña siendo encargado de gestionar los fondos y de ejercer de juez supremo del Magreb omeya. Esto, sumado a los cargos relevantes que ya acumulaba, resulto ser una concentración muy peligrosa del poder en un solo individuo. Se dice que los oficiales del ejército no podían hacer nada sin consultarle, y su paso por el Magreb permitió que Almanzor estableciera unos contactos con bereberes que fueron claves para su meteórico ascenso político y la usurpación del poder de los omeyas.
La batalla de Gormaz del 975
Cuando Galib y sus hombres regresaron triunfantes a Córdoba, tuvieron poco tiempo para descansar. El conde de Castilla y Álava García Fernández había atacado el castillo de Deza, en Soria, y mató a su señor bereber musulmán cuando intentaba evitar el robo de cabras y vacas. El conde castellano había aprovechado la ausencia de la mayor parte del ejército de Galib en Medinaceli, mientras también enviaba diplomáticos para renovar la tregua, por lo que, como es normal, al-Hakam se sintió enfurecido y traicionado. Pero al-Hakam sufrió un ictus a finales del 974, y tal vez por eso García Fernández logró convencer a los hombres más poderosos del norte para conquistar el castillo más grande de Europa en aquella época, el inexpugnable castillo de Gormaz.
Un al-Hakam con la salud muy delicada ordenó inmediatamente a Galib que partiera para la frontera con el pequeño ejército que pudo reunir en pocos días y los soldados que se le unieran en ruta a la provincia de Soria, para levantar el asedio sobre Gormaz. Galib tuvo que acampar en el otro lado del Duero porque estaba el río crecido y el acceso estaba bloqueado por fuerzas cristianas, mientras esperaba más refuerzos. En distintas oleadas poco a poco fueron llegando voluntarios y esclavos saqaliba para socorrer a los sitiados, mientras que a los yunds sirios costó más de movilizarles porque algunos ponían excusas y decían estar enfermos. En Córdoba, las noticias del asedio de Gormaz causaron conmoción, y la gente rezaba pidiendo a Dios que protegiera a los musulmanes de Gormaz.

El rey Ramiro III de León y Sancho Garcés II de Pamplona estaban allí junto a los condes de Castilla, Saldaña y Monzón, y Ramiro, quizás envalentonado porque acababa de salir de su minoría de edad al cumplir quince años y quería demostrar que él era un rey, ordenó un ataque frontal contra el castillo de Gormaz. Cualquiera que conozca la topografía de Gormaz se dará cuenta de que la ofensiva fue una locura, porque los atacantes tenían que subir una empinada colina de varios centenares de metros en los que serían un blanco fácil para luego enfrentarse a una fortificación muy sólida y guarnecida. Como era de esperar ante un ataque tan tonto, la guarnición de Gormaz derrotó fácilmente a la coalición cristiana y los persiguió fuera de las murallas, sin la ayuda del ejército de Galib. Un día después llegó Galib al producirse una retirada precipitada de los cristianos y continuó la campaña contra las tierras castellanas, mientras que el señor de Zaragoza del clan de los Banu Tuyib aprovechó la desbandada para derrotar a los navarros.
El sorprendente final del asedio y batalla de Gormaz permitió al Califato salvar un enclave estratégico, pero también evidenció las debilidades de Córdoba. No era fácil movilizar y reclutar tropas regulares, y el Califato dependía de los señores de la frontera con más autonomía política como los Banu Tuyib para defender las fronteras de estos ataques. El asedio de Gormaz también mostró las dificultades que tenía el Califato de Córdoba para mantener una guerra en dos frentes, en el norte peninsular y en el Magreb. Pero lo más relevante era que se constataba que la recepción de embajadas cristianas y su aparente vasallaje no eran más que una ficción, ya que los cristianos del norte rompían su sumisión tan pronto como percibían una oportunidad para deshacerse de la influencia omeya.
El Veredicto: Rumores contra gente poderosa
En El Veredicto de hoy quiero discutir cómo se usan los chismes contra personas con poder. Los rumores pueden ser difundidos de manera muy deliberada por personas con intereses muy específicos, a veces para mejorar la imagen de alguien, pero en la mayoría de las ocasiones para dañar la reputación de alguien. Las preferencias sexuales de al-Hakam II o la sucesión siempre fueron objeto de rumores para socavar su legitimidad, hasta el punto de que se rumoreaba que la madre del heredero tenía un romance con Almanzor. Esa era una calumnia muy grave, en el contexto de una sociedad islámica patriarcal como la de al-Ándalus. El gobernador de Córdoba incluso tuvo que encarcelar a algunos poetas notables y funcionarios públicos que ridiculizaban públicamente al califa, por lo que era un problema político bastante serio.
Otro ejemplo histórico es cómo el poderoso magnate castellano Juan Pacheco difundió el apodo “el Impotente” para el rey Enrique IV. Pacheco también difundió el rumor de que la hija de Enrique, Juana, no era realmente su hija, sino la hija de su hombre de confianza Beltrán de la Cueva, por eso Juana fue apodada la Beltraneja. Las dudas sobre la paternidad de Juana fueron tan serias que Isabel de Castilla pudo presionar para ser nombrada heredera de la Corona de Castilla. Así que sí, los chismes pueden causar mucho daño en la política, porque la gente cree que cuando el río suena, agua lleva. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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Fuentes
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