Este es el episodio 40 Abd al-Rahman III y el resurgir omeya y en este episodio aprenderás:

La subida al trono de Abd al-Rahman III

El emir Abd Allah nombró sucesor a su nieto Abd al-Rahman, hijo de Muhammad, el hijo primogénito de Abd Allah que fue asesinado quizás por instigación suya. Es interesante que eligiese a un nieto y no a uno de sus hijos, de los cuales siempre demostró desconfianza. En cambio, a Abd al-Rahman ibn Muhammad el abuelo hasta le dejó sentarse al trono para ya familiarizarse con el gobierno y en su lecho de muerte le dio su anillo como señal de que él sería el próximo emir, en unos momentos aún muy complicados para los omeyas cordobeses a pesar de los éxitos de los últimos años de reinado de Abd Allah. Quizás pensó que a un nieto sería más fácil controlarlo, o que si lo educaba y cuidaba como su favorito como no había hecho con ninguno de sus hijos podría redimirse de sus pecados, o simplemente vio en Abd al-Rahman a un muchacho inteligente capaz de ser el hombre que podría reestablecer la autoridad omeya en al-Ándalus y enfrentarse a la amenaza de los fatimíes de Ifriqiya.

Las crónicas árabes resaltan la unidad de la familia omeya entorno a Abd al-Rahman III, sin que nadie cuestionara su sucesión, incluidos los tíos del nuevo emir que contaban con una amplia experiencia política y militar y a priori parecían muy buenos candidatos a suceder a su padre Abd Allah. Como siempre se hizo una ceremonia de juramento de lealtad empezando por los familiares omeyas más cercanos, los clientes omeyas, árabes de la tribu de los Quraysh del profeta Muhammad, juristas y notables de Córdoba y finalmente el pueblo llano cordobés. Por otro lado, también pudo influir en su nombramiento como sucesor el hecho de ser un enérgico joven de 21 años cuando se convirtió en emir en el 912, y el hecho de llamarse Abd al-Rahman, como el emir fundador del Emirato de Córdoba que tampoco fue hijo de un califa sino nieto de un califa. Los paralelismos con Abd al-Rahman I no terminan ahí, su cliente colaborador más cercano y que fue en origen un niño expósito se llamaba Badr como el esclavo principal del primer emir, y el yund sirio de Damasco fue el primero en apoyarle al subir al trono igual que fueron de los primeros en apoyar a Abd al-Rahman I.

Todas estas similitudes permitieron crear una profecía autocumplida que presentaba a Abd al-Rahman III como el reconquistador de la al-Ándalus que su antepasado Abd al-Rahman I había conquistado. Como destaca Maribel Fierro, Abd al-Rahman III era el octavo emir omeya de Córdoba, y el número siete tiene una carga simbólica muy poderosa en el islam y se repite mucho en el Corán como un fin de ciclo. Además, los califas de Damasco fueron catorce, con el séptimo culminó la conquista de al-Ándalus y el octavo fue Umar II, el califa omeya más admirado por su piedad religiosa y cuyo reinado coincidió con un cambio de siglo del calendario islámico, y también del paso a Abd Allah a Abd al-Rahman III se produjo otro cambio de siglo. Así que el paralelismo con los califas de Damasco era claro, con Abd Allah terminó un ciclo de siete emires y se iniciaba una nueva era con un nuevo Abd al-Rahman que traería un nuevo ciclo de prosperidad para la dinastía omeya.

¿Quién fue Abd al-Rahman III de Córdoba?

Los logros de Abd al-Rahman III son bien conocidos. Heredó un reino fragmentado por la debilidad del gobierno central y las rebeldías internas y con las fronteras musulmanas desprotegidas, pero logró pacificar las provincias interiores y de frontera y con la reimposición de la autoridad omeya y para combatir la amenaza fatimí recuperó el título califal que había pertenecido a sus antepasados de Damasco y que en teoría le daba autoridad política y religiosa sobre toda la comunidad musulmana. Convirtió al Califato de Córdoba en una potencia política y militar que ejerció su hegemonía sobre la península ibérica, manteniendo a raya la amenaza de los cristianos del norte, ejerció también su influencia en el Magreb y embajadores de países lejanos venían a visitar Córdoba, convertida en una de las ciudades más grandes y magníficas del mundo.

La corte de Abd al-Rahman III (1885), por Dionís Baixeras i Verdaguer
La corte de Abd al-Rahman III (1885), por Dionís Baixeras i Verdaguer

Esto es el resumen de sus logros, pero ¿quién fue Abd al-Rahman III como persona? El soberano omeya nació en el 891, el año más crítico para el Emirato de Córdoba en que Umar ibn Hafsún estuvo cerca de poner bajo asedio la capital pero fue derrotado en la decisiva batalla de Poley. Nació después de la muerte de su padre Muhammad, el príncipe que se suponía que debía heredar el trono, y su madre era una concubina cristiana vascona, por esto y por el contexto de la época sabía hablar árabe y romance andalusí. Por vía paterna su abuela era Onneca, hija del rey Fortún de Pamplona, lo que convirtió a la reina Toda de Pamplona en tía del emir y califa cordobés, una relación de parentesco que jugó un papel destacable en las negociaciones de paz entre Pamplona y Córdoba. El emir y califa tuvo dieciséis hijas y diecinueve hijos, siendo sucedido por su hijo al-Hakam II en el 961 cuando este tenía ya más de cuarenta años, debido al longevo reinado de Abd al-Rahman.

Físicamente a Abd al-Rahman III se le describe como un hombre de piel blanca, ojos azules oscuros, rostro atractivo, corpulento y un poco regordete, y de estatura media o baja debido a sus piernas cortas. Además se tenía que teñir la barba de negro para cumplir con el ideal estético masculino árabe, porque a pesar de que una persona afirmaba ser árabe al tener un ancestro masculino árabe, lo cierto es que genéticamente los emires cordobeses tenían más sangre hispana que otra cosa porque en cada generación los emires descendían de una madre esclava de origen ibero. Los panegiristas de la corte omeya describían el carácter de Abd al-Rahman III como un hombre justo, generoso, inteligente, firme y audaz, defensor de la ortodoxia islámica, capaz de ser diplomático y perdonar rebeldías pero también de ser despiadado y tu peor enemigo si lo creía necesario.

Y es que las fuentes árabes también le atribuyen una serie de defectos a Abd al-Rahman III de Córdoba, bebía alcohol cuando está prohibido por el islam y podía tener un muy mal comportamiento cuando se emborrachaba, promovió la banalidad de la pompa y el lujo, y lo peor era lo cruel y maltratador que podía llegar a ser, sobre todo cuando se elevó a califa y se creía con derecho a hacer lo que le placiera, por ello Ibn Hazm lo comparó con el emir al-Hakam I. Por un motivo que desconocemos, colgó a unos negros de una rueda hidráulica hasta que fallecieron, en otra ocasión durante la Fiesta del Sacrificio ejecutó pública y personalmente en presencia de todos los altos dignatarios andalusíes a un hijo traidor, en emulación a cómo el profeta Abraham mató a su hijo siguiendo la orden de Dios, y lo peor era como podía maltratar a las mujeres. Estando borracho con una esclava quiso besarla y ella se resistió, lo que valió que el califa ordenase a sus eunucos que marcasen con hierro ardiendo su cara, y en otra ocasión otra esclava que rehusó mantener relaciones con el califa y pedía clemencia terminó siendo decapitada. Debemos contrastar pues su papel político que despierta admiración con su carácter que tiene cuanto menos muchos claroscuros.

¿Cómo fue posible terminar con la fitna del Emirato?

Cuando Abd al-Rahman se convirtió en emir, la autoridad omeya no se extendía mucho más allá de Córdoba o más bien estaba la capital bajo su control directo y luego tenían algunos gobernadores y poblaciones leales en puntos cercanos pero inconexos porque muchas veces las vías de comunicación terrestre estaban controladas por rebeldes. Todo esto a pesar de las victorias de Abd Allah hacia el final de su reinado, que por otra parte permitieron recobrar un poco el prestigio de los omeyas y permitieron que no hubiera enemigos que se aprovecharan de la sucesión. La situación no era tan crítica como en la década del 890 pero seguía siendo bastante adversa para los omeyas, así que, ¿cómo pudo revertir la situación el nuevo emir, cuál es el secreto del éxito reconquistador de Abd al-Rahman III?

Una de las primeras cosas que hizo Abd al-Rahman III cuando sucedió a su abuelo en octubre del 912 fue enviar emisarios por todo al-Ándalus para obtener juramentos de fidelidad y avisar de que iba a recuperar la gloria de los omeyas en al-Ándalus, por las buenas o por las malas. Prácticamente todo el mundo respondió de manera favorable y a nivel teórico reconocieron al joven omeya como su soberano, aunque esto es igual que ocurría con Abd Allah que salvo por Umar ibn Hafsún nadie cuestionaba su legitimidad pero tampoco quería decir que quisieran ceder la autonomía política casi total que habían ganado. Así que el nuevo emir tenía mucha tarea por delante. Por lo general los cronistas e historiadores de hace algunos años han atribuido al genio político y militar de Abd al-Rahman III el éxito en la reunificación, dándose una explicación providencial de un hombre excepcional, pero, si bien ciertamente fue muy hábil, de nada le habrían servido sus cualidades si no hubiera tenido unos recursos claves en su éxito.

Un factor decisivo fue que el emir Abd Allah fue capaz de mantener a los omeyas como prácticamente la única fuente de legitimidad política en los territorios musulmanes peninsulares, y esto permitió reestablecer con relativa facilidad y más por la vía diplomática su autoridad por el territorio andalusí y también suponía que existían leales a los omeyas en todos lados. Tampoco se pueden olvidar los éxitos militares del emir Abd Allah en sus últimos años de reinado, que permitieron por fin volver a acuñar monedas y llenar los cofres del tesoro con impuestos y contribuciones especiales y aseguraron así unos recursos económicos a su nieto que por largos períodos el emir Abd Allah no tuvo. Que en los cincuenta años de fitna se fuese consolidando la arabización e islamización y madurando una sociedad islámica que integrase a los nuevos conversos y elementos no árabes también ayudó a la causa omeya.

El apoyo de familiares y clientela omeya que sin contestación apoyaron al joven emir y del yund árabe sirio de Damasco asentado en Elvira, al que pronto se sumaron los de Emesa y Qinnasrin, fueron claves para los primeros éxitos del futuro califa. Ellos fueron los que permitieron que resurgiese el poder de los omeyas en al-Ándalus. Ya expliqué en el episodio 26 Abd al-Rahman I, el Halcón de al-Ándalus que el núcleo de clientes omeyas permaneció inmutable durante todo el emirato y también esas mismas familias que proporcionaban secretarios, ministros y generales llegaron a la época de Abd al-Rahman III y monopolizaron el poder pese a la entrada de nuevos hombres en la segunda mitad de su reinado. Que el ejército leal omeya se hiciera más grande no solamente fue posible por lazos de fidelidad antiguos, sino que había motivos menos altruistas como los crecientes ingresos del tesoro real que permitían más manga ancha en los estipendios de los soldados, las perspectivas de botín de unas campañas que se veían más favorables para el emir que para ningún rebelde, y porque se podía entregar el gobierno de fortalezas y sus dominios como recompensa a soldados leales.

Vista panorámica de la Córdoba califal, por Ananda C. Arán
Vista panorámica de la Córdoba califal, por Ananda C. Arán

Muchos rebeldes de relevancia terminaron recibiendo el amán y trasladándose a Córdoba con sus familias con generosas concesiones, y en muchos casos eran inscritos al registro militar de soldados profesionales del emir. Este fue el caso de algún hijo de Umar ibn Hafsún, de descendientes del rebelde fundador de Badajoz Ibn Marwán, o de un señor que dominó decenas de fortalezas de Jaén y pasó a ser uno de los hombres de confianza del emir. Los territorios que conquistaba contribuían con más impuestos y con nuevas levas de soldados antiguamente rebeldes y además se favorecía el desarrollo económico, el comercio y las comunicaciones gracias a la vuelta del orden, así que los ingresos estatales y el poder militar del emir no hizo más que aumentar.

Debido a su fuerza militar cada vez más desproporcionada en comparación con los rebeldes, muchos rebeldes se sentían intimidados y se sometían a la obediencia del gobierno central sin librar combate alguno, y que unos rebeldes sometidos volvieran a rebelarse fue mucho más infrecuente con Abd al-Rahman que con emires anteriores debido a que tenía más hombres para guarnecer fortalezas. Pese a todo muchos persistían en su rebeldía por el poder de liderazgo que ejercían hombres fuertes locales, no es como si fueran revueltas campesinas desorganizadas, y porque hay que recordar de que los omeyas freían a sus súbditos a impuestos y eso no hizo más que acentuarse al instaurarse el califato, o sea que para mucha gente no estaban claros los beneficios del gobierno omeya.

Abd al-Rahman abordó la tarea de la reunificación de al-Ándalus con paciencia y tenacidad y de manera sistemática, manteniendo a sus ejércitos circulando por la península, eliminando dinastías locales infieles y reemplazándolos por hombres de su confianza u otras familias arraigadas en una región que mostrasen fidelidad. A medida que su poder fue más absoluto e incontestable, Abd al-Rahman III endureció las condiciones de familias infieles sometidas con el objetivo de eliminar clanes con una influencia regional peligrosa y en esto hay que decir que tuvo un éxito parcial, porque si bien cambiaba muy frecuentemente los nombres de muchos cargos lo cierto es que en territorios de frontera como Toledo o Zaragoza tuvo que conceder una autonomía y privilegios especiales para terminar con las endémicas revueltas fronterizas del emirato. Y si bien originalmente usó a los yunds sirios árabes, otras familias árabes y clientes omeyas para reimponer su autoridad sobre al-Ándalus, a la que fue ganando poder fue integrando hombres nuevos de origen muladí, bereber o judío y esclavos en la administración central y el ejército para servir de contrapeso a los linajes más fieles a la dinastía omeya y digamos que evitar que se volviesen muy exigentes con sus recompensas y autonomía.

Por ejemplo Abd al-Rahman engrosó lo que había sido la guarda de los mudos de al-Hakam I con nuevos saqaliba, con esos soldados esclavos de origen europeo y africano que irían ganando poder en la administración y aparato militar como ocurrió en el resto del mundo islámico, aunque este cambió sobre todo se notó a partir del desastre ocurrido en la batalla de Simancas del 939. Con su poder más absoluto podía tener una burocracia más profesional y no tan basada en el clientelismo político. La estrategia que siguió Abd al-Rahman III de Córdoba para terminar con la fitna del Emirato fue una combinación de fuerza bruta y diplomacia con una política inteligente de palo o zanahoria, concediendo perdones y la integración en los cuadros administrativos emirales a los que se sometieran y siendo implacable con aquellos rebeldes que se resistieran. A la que su territorio fue expandiéndose, también lo hizo la recaudación fiscal y así se pudo romper la espiral negativa que casi había acabado con los omeyas por una espiral positiva.

Las primeras campañas reconquistadoras de Abd al-Rahman III

Ya en el primer mes de reinado de Abd al-Rahman III el nuevo emir atacó vigorosamente al clan bereber de los Banu Di-l-Nun de Santaver, esa Cuenca ampliada, porque su patriarca había jurado lealtad pero no tardó nada en atacar Calatrava junto a otros aliados rebeldes. Este tipo de comportamiento de señores de guerra musulmanes luchando contra otros fue habitual durante la fitna pero no sería tolerado por el nuevo emir. Las tropas omeyas derrotaron a los Banu Di-l-Nun y cortaron la cabeza de su principal aliado y la exhibieron en Córdoba, la primera cabeza rebelde de muchas más que la siguieron. Tres meses después de la entronización de Abd al-Rahman III, el háyib y maula de mayor confianza del emir, Badr ibn Ahmad, condujo al ejército cordobés hacia el sur para conquistar la cercana ciudad de Écija, que se rindió sin ofrecer resistencia.

Écija fue la primera fortaleza bajo el control del rebelde Umar ibn Hafsún en caer. Sus habitantes recibieron el amán, el indulto, pero el puente sobre el río Genil que conectaba con el resto de dominios hafsuníes y las murallas de Écija fueron demolidos, una táctica ya utilizada por sus antepasados para reducir las probabilidades de nuevas rebeliones, que en caso de ocurrir serían así más fáciles de suprimir. El alcázar, la ciudadela del gobernador, se dejó intacta con una guarnición omeya y los hombres de Écija se unieron al ejército omeya a cambio de atractivas concesiones y prebendas. Este enfoque diplomático con la zanahoria en vez del palo fue la política más utilizada para reimponer la autoridad central, y es que Abd al-Rahman III analizó cada situación particular y negoció rendiciones a cambio de privilegios, prebendas y cargos políticos y militares.

En abril del 913 llevó a cabo la alabada campaña de Monteleón contra los territorios hafsuníes y de sus aliados y otros rebeldes locales del este de Andalucía, en Jaén y Granada. El soberano cordobés dirigió personalmente sus tropas, fue un gobernante guerrero a diferencia de su abuelo que solo lo hizo en momentos críticos, y las tropas omeyas conquistaron fortaleza tras fortaleza y las rendiciones de decenas de ellas se sucedieron, muchas sin oposición después de la quema del castillo de Monteleón y la masacre de muchos de sus defensores, mientras que Umar ibn Hafsún falló en su intento de conquistar Elvira, la urbe que precedió a Granada en su región. Para garantizar la lealtad de quienes se rendían, Abd al-Rahman III exigía el envío de rehenes a Córdoba, el pago de impuestos y colocar a sus propios hombres en las guarniciones, y en muchos casos los husun o poblados fortificados fueron completamente desmantelados a medida que se reimpuso la autoridad omeya y se forzó el asentamiento de su población en la llanura para tenerlos más controlados.

Abd al-Rahman adoptó un enfoque de guerra total y las mismas tácticas de tierra quemada de su abuelo contra ciertas zonas, por ejemplo incendió los suburbios de la fortaleza hafsuní de Fiñana, en la provincia de Almería, y las tropas omeyas devastaron el campo de las Alpujarras, en Sierra Nevada, Granada. Incluso bombardeó con catapultas una fortaleza hafsuní de las Alpujarras y cortó el suministro de agua para forzar la rendición de sus defensores muladíes, la mayoría de los cuales fueron indultados mientras que unos pocos, en su mayoría cristianos, fueron decapitados porque recordemos que los musulmanes podían ser perdonados pero los cristianos al romper el pacto de los dimmíes eran penados con la muerte. Al año siguiente volvieron a pasar por las coras de Málaga y Algeciras para quemar todas las naves de los seguidores y aliados de los hafsuníes y realizar un bloqueo naval para evitar que Umar ibn Hafsún consiguiera mercenarios y suministros desde el norte de África, especialmente desde el peligroso Califato fatimí que se había establecido recientemente.

Coras de Andalucía, por Daniel de Almensilla
Coras de Andalucía, por Daniel Almensilla

Ibn Hayyan informa de que las naves de marineros leales de Málaga, Sevilla y otras ciudades fueron dotadas de fuego griego y les ordenó patrullar por toda la costa desde Algeciras a Tudmir y desde entonces leales omeyas dominaron el mar de Alborán. Desde el principio el mar era un frente importante para terminar con la fitna, mantener controlada la amenaza del Califato fatimí, y afirmar una hegemonía naval sobre el Occidente mediterráneo. La rebelión hafsuní quedó muy debilitada por el daño económico y por quedar aislados y confinados de nuevo a los montes malagueños que fueron el epicentro inicial de su rebelión. En la campaña del 914 el joven emir recuperó el control sobre Baza y Málaga, esta última siempre fue una de esas ciudades leales que no podía establecer contacto regular con Córdoba por estar los caminos plagados de rebeldes, y es que uno de los principales objetivos militares de la campaña fue destruir las fortalezas hafsuníes que amenazaban Málaga.

La lealtad era recompensada y la deslealtad castigada, y esa historia la conoció muy bien Archidona, población que gozó de la capitalidad de su provincia pese a ser Málaga más importante en términos económicos y demográficos debido a que el yund de Jordán instalado en Archidona apoyó al emir Abd al-Rahman I en su pretensión al emirato cordobés. El privilegio de la capitalidad que fue dado por un motivo político terminó del mismo modo por política, porque Archidona cambió múltiples veces de mano pero solía ser una fortaleza hafsuní. Mucha población de Archidona se trasladó a Málaga huyendo de la inestabilidad creada por el rebelde muladí y con la restauración omeya Málaga recibió la capitalidad de la cora por su lealtad, su mayor peso económico y porque era más conveniente para las ambiciones expansionistas omeyas en el norte de África. Lo importante aquí es comprender que el fin de la fitna y la victoria omeya supuso una nueva reorganización territorial de al-Ándalus, y Archidona y Málaga son buenos ejemplos de ello.

De esas primeras campañas fue vital la reconquista de Sevilla en diciembre de 913. Tras la muerte de su patriarca ese mismo año, el clan Banu Hayyay que dominaba la urbe se dividió entre dos hijos y hubo peleas entre ellos. Las rencillas familiares de los Banu Hayyay favorecían los intereses del emir, por lo que éste negoció para conseguir el apoyo de los Banu Hayyay que controlaban la plaza fuerte de Carmona. El señor de Carmona también reunió tropas de las ciudades de Niebla y Sidonia, y ambicionaba ser nombrado gobernador de Sevilla como recompensa una vez finalizada la conquista. Sin embargo, Abd al-Rahman tenía otros planes. Los Banu Hayyay de Sevilla solicitaron la ayuda de Umar ibn Hafsún, pero el rebelde muladí fue derrotado y regresó a Bobastro escaldado. Después de que el háyib Badr ibn Ahmad pusiera bajo asedio la hispalense durante varios meses, Sevilla tuvo que rendirse, los muros reconstruidos en época de Abd al-Rahman II para protegerse de los ataques vikingos fueron demolidos de nuevo, y unos miles de soldados se incorporaron a las filas del ejército omeya.

El emir nombró a un miembro de confianza de la familia real para gobernar Sevilla, y al señor de Carmona esto no le hizo ninguna gracia. Se rebeló al principio, pero fue derrotado y Abd al-Rahman decidió nombrarle visir, un título honorífico que podía tener funciones muy distintas en la administración central. El señor de Carmona participó en una expedición contra Ibn Hafsún junto al emir, pero más tarde decidió rebelarse de nuevo. Abd al-Rahman III podía perdonar a alguien una vez, creía en las segundas oportunidades, pero no creía en una tercera o cuarta oportunidad, así que el emir lo despojó de su rango e hizo arrestar a este miembro de los Banu Hayyay, que murió un año después en prisión.

En el 917 hubo dos expediciones exitosas, una hacia el este para someter el Levante con las que se hicieron con el control de las coras de Tudmir y Valencia y el gobernador desleal de Pechina fue sustituido por un nuevo gobernador por iniciativa de los mismos ciudadanos notables de Pechina, y el emir aceptó su decisión, y hubo otra campaña hacia el oeste dirigida por el háyib Badr para someter las rebeldes Carmona, Niebla, Sidonia y Santarém. Para ponerlo en perspectiva, en sólo cinco años Abd al-Rahman III había conseguido reimponer la autoridad central en la mayor parte del sur de la península ibérica, el corazón del Emirato, desde el actual sur de Portugal hasta Murcia, Valencia y Baleares. Las excepciones eran los dominios montañosos dejados en manos de los hijos de Umar ibn Hafsún y las amplias marcas fronterizas musulmanas.

Peligro en el Magreb. La fundación del Califato fatimí

Ahora toca volver a abrirnos de miras, salirnos de la península ibérica y ver qué estaba pasando en el resto del mundo islámico, y muy especialmente en el Magreb, pero si has llegado hasta aquí y eres nuevo por favor suscríbete al programa La Historia de España-Memorias Hispánicas y si te gusta mucho mi contenido puedes apoyarme en Patreon. Dicho esto, antes de hablar de los fatimíes quiero refrescar algunas ideas sobre lo que ocurría en el Califato abasí y todo el tema del islam sunní y chií. Todo esto se remonta a la cuestión sucesoria que no quedó resuelta antes de la muerte del profeta del islam Muhammad y que con el tiempo se volvió un tema que dividió para siempre a los musulmanes, como ya comenté en el episodio 21 El islam y las conquistas árabes.

Los musulmanes sunníes, los mayoritarios, aceptan la legitimidad de los primeros califas así como de los omeyas y abasíes que gobernaron después, y para ellos el califa era el delegado del profeta de Dios y era una figura más política que religiosa porque el poder religioso era más competencia de los ulemas, como expertos en la interpretación de la teología y leyes islámicas. En cambio, los chiíes creen que solo un pariente del profeta Muhammad está legitimado para gobernar la comunidad musulmana y los imames son directamente delegados de Dios, tienen unos poderes sobrenaturales y un conocimiento infalible, y por tanto gozan del poder político y religioso supremo. Los omeyas formaron la primera dinastía del islam en directa oposición a Alí, el primo y yerno de Muhammad, así que imaginaros la animosidad que sentían por los chiíes y es por eso que el chiísmo nunca arraigó en al-Ándalus.

Califato abasí, año 850
Califato abasí, año 850

Ya expliqué en el episodio 25 La caída del Califato omeya que los abasíes eran aceptados como parientes de Muhammad al principio porque descendían de un tío suyo, o sea nació como un movimiento chií, pero con el tiempo dejaron de verse de este modo porque el chiísmo pasó a ser más inflexible y restringir el quién era pariente de Muhammad a sus descendientes a través de su hija Fátima. También vimos entonces cómo la caída del imperio árabe e islámico unido, el califato regido por los omeyas, provocó la fragmentación política permanente del islam, empezando por el Magreb y al-Ándalus. La cuarta fitna de la primera mitad del siglo IX provocó que ya empezaran a arraigarse dinastías locales que gobernaban con buena autonomía sus provincias y el asesinato del califa al-Mutawakkil en el 861 provocó la definitiva independencia efectiva de muchas provincias del Califato abasí.

La inestabilidad política alimentó una ola de expectativas mesiánicas en torno al cambio de siglo sobre la llegada del Mahdi, un segundo Muhammad descendiente del primer profeta según los musulmanes chiíes que reestablecería la fe verdadera y eliminaría el mal antes del fin del mundo en preparación para el Juicio Final, y los fatimíes usaron esto a su favor igual que lo hizo el omeya Ibn al-Qitt entre los bereberes de al-Ándalus hasta que fue masacrado frente a los muros de Zamora. Los fatimíes propagaron el ismailismo, la rama chií que afirma que el séptimo imam fue Ismail ibn Yafar y que este se ocultó para regresar como mahdi antes del fin de los tiempos y terminar el séptimo de los siete ciclos de la historia empezados por siete profetas, y es que volvemos a la idea de que el número siete tiene una fuerte carga simbólica en el islam.

Genealogía de la familia de Alí, de la que los fatimíes afirmaban descender
Genealogía de la familia de Alí, de la que los fatimíes afirmaban descender

Por supuesto que una vez en el poder y viendo que las conquistas se frenaban y no estaba a punto de terminar el mundo los fatimíes tuvieron que abandonar los aspectos apocalípticos de su discurso de legitimación, pero esa es otra historia. Su base legitimadora consistente a lo largo de su historia fue que los fatimíes eran descendientes de Alí y Fátima, y por tanto del profeta Muhammad, a través de su hijo Husayn en vez de Hasan como los idrisíes de Marruecos, afirmaban que solo los descendientes de esta rama estaban legitimados para gobernar política y religiosamente la comunidad musulmana porque claro no iban a aceptar que hubiera otros pretendientes a su mismo nivel. Curiosamente numerosos biógrafos acusan a Said ibn al-Husayn, fundador de la dinastía fatimí que luego fue conocido como al-Mahdi Billah, de formar parte solo de la familia que actuaba de intermediaria de confianza entre el imam oculto y la comunidad musulmana, o sea que las pretensiones de los fatimíes podrían haberse basado en una burda mentira.

Sea como fuere Said ibn al-Husayn contaba con una red de misioneros propagandistas fieles que mandó en diferentes partes del mundo islámico desde su base de Siria, por ejemplo provocó un levantamiento de los beduinos en Siria pero fueron derrotados por los abasíes, y donde triunfó el levantamiento fue en Ifriqiya, que corresponde con las actuales Túnez, noreste de Argelia y occidente de Libia. El Emirato aglabí estaba inmerso en la conquista de Sicilia y había descontento entre las élites dirigentes de Ifriqiya por el régimen opresivo del emir aglabí, pero el germen del levantamiento fatimí se encuentra en el éxito proselitista de un misionero ismailí llamado Abu Abd Allah que predicó entre los bereberes kutamas del oeste de Ifriqiya que solo estaban nominalmente bajo el Emirato aglabí.

Los bereberes kutama profatimíes empezaron por hacerse con el control del este de Argelia, y debido a estos éxitos militares Abu Abd Allah le pidió al mahdi que viniera en persona al Magreb, aunque éste tomó refugio en Siyilmasa, la ciudad que servía de oasis comercial para el comercio transahariano al sureste de Marruecos, y ahí Said ibn al-Husayn fue encarcelado por considerarlo un rebelde. En todo caso para el año 909 la insurrección había triunfado y habían eliminado a los aglabíes, todo bajo el mando de Abu Abd Allah que aún no había revelado la identidad del mahdi, y es que esta historia de hecho es muy similar a la Revolución abasí con un movimiento militar original que no sabía ni para quién estaban peleando exactamente hasta poco antes de la victoria final, tanto es así que Abu Abd Allah terminó asesinado por considerarlo demasiado influyente igual que su homólogo revolucionario abasí Abu Muslim.

Con Ifriqiya conquistada, el ejército fatimí se dirigió a la ciudad de Siyilmasa para liberar al mahdi. De camino conquistaron el imamato ibadí de los rustumíes de Argelia con capital en Tahert, de manera que ya entonces los omeyas perdieron a una dinastía que era aliada por mucho que fueran herejes desde su punto de vista, y muchos musulmanes ibadíes emigraron hacia el inhóspito desierto del sur de Argelia para poder vivir en paz. El gobernador de Siyilmasa no tuvo otra que huir y dejar que su ciudad fuera saqueada, y ahí al-Mahdi Billah se presentó ante las tropas que habían luchado por su causa y se anunció como califa, siendo proclamado mahdi frente a los ciudadanos de Kairuán en enero del 910 y anunció la nueva oración para las mezquitas de sus dominios de Ifriqiya y que su objetivo sería la conquista del mundo de acuerdo a los designios de Dios.

Califato fatimí en distintas fases de su historia
Califato fatimí en distintas fases de su historia

Así es cómo se fundó el Califato fatimí, pero lo relevante para nuestra historia es por qué eran una amenaza para los omeyas que gobernaban al-Ándalus. Los fatimíes se proclamaban descendientes del profeta Muhammad a través de su yerno Alí y su hija Fátima, difícilmente podía existir un linaje más prestigioso para cualquier musulmán y solo por su ascendente podían movilizar muchos apoyos a su favor pregonando acabar con la tiranía de musulmanes usurpadores y aplicar toda la doctrina de Muhammad, el supuesto linaje fatimí podía ser más bien visto que el de los omeyas que son recordados en el islam como una familia poderosa de la Meca que originalmente se opuso firmemente a Muhammad. La dinastía idrisí de Marruecos, establecida poco después de que Abd al-Rahman I hiciera la propio en la península ibérica, no suponía realmente ninguna amenaza para los omeyas pese a ser también descendientes de Alí porque desde el siglo IX que fragmentaron los dominios idrisíes entre varios familiares y se puede decir que se berberizaron culturalmente y fueron figuras políticas más simbólicas y mediadoras de conflictos que con poder efectivo.

Los fatimíes eran distintos. Eran muy ambiciosos, se proclamaban califas y expandieron su influencia política, militar e ideológica rápidamente. Se presentaban como los únicos imames chiíes con todas sus prerrogativas de poder ilimitado y como humanos con poderes sobrenaturales delegados de Dios, y tener a alguien así tan cerca de tus fronteras era para tomártelo en serio. La amenaza fatimí fue uno de los principales motivos, cuando no directamente el principal, por los que Abd al-Rahman III retomó el título de califa de sus ancestros de Damasco. En las décadas venideras se libró en el occidente magrebí una guerra subsidiaria entre fatimíes y omeyas, que al motivo ideológico hay que añadirle la lucha por el control directo de las rutas comerciales transaharianas por el acceso al oro y a los esclavos del Sudán occidental, es decir, de las actuales Mauritania, Malí, Níger y Nigeria.

Después de ganarse solo de manera fugaz el apoyo de Umar ibn Hafsún a la causa fatimí como veremos ahora a continuación, el siguiente momento de conflicto entre omeyas y fatimíes ocurrió en el 917, cuando los fatimíes marcharon contra el Emirato de Nekor de los Banu Salih que eran vasallos de los omeyas y mataron a su señor. Los hijos del emir salihí viajaron desde la bahía de Alhucemas al puerto de Málaga y buscaron refugio en la corte cordobesa de Abd al-Rahman III debido a los lazos de fidelidad que mantenían, el omeya los trató generosamente y dos años más tarde uno de los Banu Salih reconquistó Nekor reconociendo la autoridad superior del soberano omeya. Este principado cambiaría varias veces de manos en la década del 920 y 930 hasta que se estabilizó el dominio salihí bajo la protección omeya.

Los últimos años de Umar ibn Hafsún

El enemigo número uno de los omeyas en la fitna del Emirato de Córdoba fue Umar ibn Hafsún, que se enfrentó a cuatro emires a lo largo de su vida. Abd al-Rahman III centró sus esfuerzos en terminar con el ya anciano Umar ibn Hafsún antes de centrar su atención a las fronteras andalusíes y a ejercer su influencia fuera de la península ibérica. En la campaña de Monteleón del 913 de la que he hablado antes Abd al-Rahman III mandó ejecutar a numerosos cabecillas militares hafsuníes, es decir, el emir terminó con la vida de recursos humanos clave para mantener viva la llama de una rebelión hafsuní ya muy agotada por la falta de éxitos y de impulso triunfal. En ese mismo año dos diplomáticos propagandistas del recién establecido Califato fatimí visitaron Bobastro y eso plantea dudas sobre qué clase de programa y orden político quería implementar el rebelde muladí y sus conexiones con elementos foráneos.

De acuerdo a una crónica árabe, fue Umar ibn Hafsún el que contactó con los conquistadores de los dominios de los aglabíes y rustumíes y los emisarios le incitaron a jurar obediencia al imam fatimí y aceptar la recepción de misioneros ismailíes. Hafsún adoptó el rito chií y envío su voto de fidelidad al califa fatimí al-Mahdi Billah, aunque siempre se dirigió a él llamándole solo soberano o rey y no califa, y a cambio este reconoció el dominio de Umar ibn Hafsún sobre todo al-Ándalus en sustitución de su enemigo común, la dinastía omeya. No más de dos años después, Umar abandonó esta alianza, quizás porque no quería verse sometido a una autoridad superior y porque tampoco había ninguna base social musulmana chií en al-Ándalus. Tenía más ventajas mantener una ambigüedad religiosa que pudiese atraer a cristianos y musulmanes sunníes por igual que introducir desde 0 la ideología fatimí y el islam chií.

En el 915 se sintieron los efectos de la grave sequía que azotó la península ibérica en el año anterior y provocó una hambruna generalizada que se juntó con una epidemia que causó miles de muertos, por lo que ni los leoneses ni los andalusíes emprendieron nuevas expediciones ese año. Por ello, el emir no pudo continuar sus devastadoras campañas contra Umar ibn Hafsún y esta situación les obligó a sentarse a hablar. Con la intercesión del obispo de Bobastro y del háyib Badr ibn Ahmad, el anciano rebelde accedió a poner fin a su rebelión, y aunque los términos no están claros Umar y sus partidarios conservaron muchas fortalezas sin la intervención efectiva del emir. Algunos de los partidarios de Ibn Hafsún se mostraron descontentos por esta rendición, pero el exhausto Umar sólo quería la paz en sus últimos años de vida.

Rebelión de Umar ibn Hafsún con sus dominios directos y de sus aliados más cercanos
Rebelión de Umar ibn Hafsún con sus dominios directos y de sus aliados más cercanos en su punto álgido.

Nombró heredero a su hijo mayor Jafar, y otro hijo llamado Sulayman consiguió el apoyo de descontentos principalmente cristianos para sublevarse contra la voluntad de su padre en la fortaleza de Úbeda. Para demostrar su lealtad al emir, Umar ibn Hafsún atacó a su propio hijo Sulayman y, tras obligarle a rendirse, Ibn Hafsún se retiró a Bobastro llevando a su hijo arrestado, que mantuvo preso durante algunos meses. El emir nombró a un cristiano gobernador de Úbeda, en un intento seguramente de reconciliarse con esta comunidad. Pero por segunda vez Sulayman aprovechó su libertad para capturar Úbeda, su padre lo asedió de nuevo pero esta vez tuvo que intervenir el ejército omeya para forzar su rendición y a Sulayman le concedieron el perdón y fue llevado a Córdoba e integrado en el ejército con un buen estipendio.

Enfermo y anciano, con muchos antiguos seguidores que lo abandonaron por su debilidad física, sus derrotas y su sometimiento a Abd al-Rahman III, en sus setenta y dos años Umar ibn Hafsún murió en su bastión malagueño a principios del 918. Los omeyas interpretaron este hecho como una señal divina y un presagio que anunciaba la erradicación de las sediciones en todo al-Ándalus. No obstante, los descendientes del rebelde muladí continuaron su lucha durante una década más, pero sin un líder carismático como su padre y con los éxitos políticos y militares del emir los rebeldes hafsuníes solo pudieron ponerse a la defensiva hasta su completa derrota.

Los hijos de Alfonso III de Asturias reinan

Mientras Abd al-Rahman III tenía tarea por delante para terminar con la fitna del Emirato de Córdoba, ¿qué estaba ocurriendo en el norte peninsular? Pues ya vimos en el episodio 37 El reinado de Alfonso III de Asturias como Alfonso fue depuesto por sus tres hijos desagradecidos que se repartieron los dominios de su padre en el 910. Es en ese momento cuando se empieza a hablar de reyes en León y Galicia además de Asturias, siendo el rey de León el hegemónico, aunque como ya he explicado en más de un episodio hay que entender que en la Alta Edad Media europea no se entendían los estados como hoy en día y no es como si “oficialmente” existiera el Reino de Asturias, León, o Pamplona, sino que se hablaba de rey en Asturias u otros sitios, es decir, el título era lo importante y el territorio siempre podía ser variable.

García, el hijo primogénito, fue quien gobernó sobre León, Castilla y Álava y era reconocido como superior por sus hermanos, Ordoño se quedó con Galicia y las tierras portuguesas, y el hermano más pequeño, Fruela, se quedó gobernando Asturias, el solar original del reino. El epicentro político no es que se desplazase de un día para otro de los protegidos montes cántabros a la Meseta norte, fue un proceso gradual que ya empezó antes del 910 pero que no se consolidó hasta mediados del siglo X con Ramiro II, que fue el que verdaderamente consolidó León como una sede regia, ya que hasta ese momento parecía tanto o más importante políticamente Zamora que León. Por desgracia no tenemos unas crónicas de la calidad de las crónicas asturianas para las primeras décadas del Reino de León, así que tenemos noticias cronísticas bastante escuetas del siglo X.

Condados de Castilla y Álava en la época de la fragmentación de los condados, entre el 885 y 932
Condados de Castilla y Álava en la época de la fragmentación de los condados, entre el 885 y 932.

Sabemos que el rey García I de León inicio una incursión contra Toledo en el 911, donde saqueó la campiña y capturó varios centenares de esclavos. Los Anales Castellanos Primeros nos cuentan cómo en el año 912 tres condes castellanos incorporaron Roa, Osma, Aza, Clunia y San Esteban de Gormaz para llevar la frontera castellana también hasta el río Duero, con la aprobación del rey García I de León. La frontera establecida en ese año fue durante cien años un lugar de constante guerra y disputa entre los cristianos y musulmanes y nació así el concepto de Extremadura o tierra de extremos o frontera, aplicada por primera vez a San Esteban de Gormaz y el espacio de Soria. García también apoyó las pretensiones de los castellanos de conquistar la región de La Rioja que era codiciada por los pamploneses y defendida por los Banu Qasi que aún se resistían.

De repente, el monarca leonés cayó enfermo y murió en Zamora tras poco más de tres años de reinado. A la muerte de García I su hermano Ordoño II, rey en Galicia, se convirtió también en rey de León, ya que su hermano mayor no dejó descendencia. La proclamación de Ordoño II como rey de León fue recibida con mucho entusiasmo por los nobles y obispos del reino, ya que antes de su acceso al trono leonés Ordoño destacó luchando contra los musulmanes del Occidente andalusí. Cuando aún solo era rey en Galicia, Ordoño consiguió ocupar Évora, capital de la región del Alentejo, en la mitad sur de Portugal, donde todos los hombres fueron asesinados y casi 4.000 mujeres y niños esclavizados. Según la Crónica anónima de al-Nasir: «se cuenta que no había memoria en al-Ándalus de un desastre del islam, por parte del enemigo, tan afrentoso y terrible que éste».

No está de más remarcar algo que algunos en su narrativa nacionalcatólica de la historia de España convenientemente omiten y es que los cristianos esclavizaban y hacían estragos igual como los podían hacer los musulmanes, solamente que en la Alta Edad Media el poderío militar musulmán aún era superior y por eso no podían hacer tanto daño los cristianos. Los musulmanes de las fronteras debieron experimentar durante estos años la sensación de inseguridad que predominaba entre los cristianos, por eso todos los habitantes de las comarcas cercanas empezaron a construir o reforzar sus murallas y castillos. El señor de Badajoz descendiente de Ibn Marwán temió que algunos bereberes fueran a poblar Évora después de quedar esta desierta y que esto amenazase sus dominios, de manera que mandó a sus hombres a destruir sus defensas y al año siguiente empezó a reconstruir la ciudad con la ayuda del hijo de Sadun al-Surunbaqi, antiguo aliado de Ibn Marwán y Alfonso III.

Retrato de Ordoño II de León (c. 1892), por José María Rodríguez de Losada
Retrato de Ordoño II de León (c. 1892), por José María Rodríguez de Losada

También es interesante ver hasta qué profundidad consiguieron penetrar las fuerzas gallegas de Ordoño en al-Ándalus, lo que nos recuerda el vacío de poder que quedaba aún en la cuenca sur del Duero y la falta de poblados y fortificaciones de relevancia. Cuando se convirtió en rey de León, Ordoño II preparó una ambiciosa expedición contra Mérida, la capital de la Marca Inferior que era una sombra de lo que fue tras la fundación de Badajoz. El ejército leonés sometió primero Medellín, la que siglos después se convertiría en cuna de Hernán Cortés, y después dos guías bereberes despistaron intencionadamente al ejército cristiano porque temían la destrucción de su Mérida natal. Aunque las acciones de estos musulmanes fueron loables desde el punto de vista de los andalusíes, eso les costó la vida. Su sacrificio mereció la pena, porque los soldados pudieron ponerse en alerta y los habitantes de la zona tuvieron tiempo suficiente para refugiarse bajo las murallas de Mérida.

Al parecer, el ejército leonés acampó frente a la alcazaba pero no la atacó, porque el señor de Mérida decidió colmar de regalos a Ordoño II para que se marchara. Regresó entonces a León victorioso y con un gran botín en ganado, cautivos, tejidos de seda, oro y plata, que gastó en erigir nuevos templos cristianos y palacios. Ordoño II de León colaboró estrechamente con Sancho Garcés I de Pamplona para conquistar algunas plazas fuertes de los Banu Qasi de La Rioja, que volvían a estar enfrentados. Sancho consiguió conquistar el castillo de Arnedo y capturar al señor de Tudela de los Banu Qasi, al que liberó a cambio de unas aldeas y dos rehenes, uno de ellos una mujer llamada Urraca, que se convirtió en la segunda esposa del rey Fruela II de Asturias y posteriormente de León.

Con sus espectaculares victorias en las provincias centrales andalusíes, el emir Abd al-Rahman III se sintió lo bastante seguro como para reanudar la yihad contra los infieles del norte, que habían estado asaltando impunemente a los musulmanes de la frontera. Al fin y al cabo una de las responsabilidades más importantes del emir era proteger las fronteras del islam y ya vimos en otras ocasiones y en mi entrevista con Javier Albarrán que la yihad tiene una importantísima función interna para ejercer su dominio sobre las provincias de frontera. La primera expedición cordobesa fue en el 916 y estuvo dirigida por el veterano general Abi Abda, uno de los responsables de la supervivencia de la dinastía omeya durante el reinado de Abd Allah. Esta campaña provocó estragos y regresó con botín desde una zona cristiana no especificada, sin destacar mucho aparte de por el hecho de ser la primera expedición emiral en décadas a llegar a territorio cristiano.

Al año siguiente Abi Abda se dirigió a las tierras castellanas, concretamente hasta San Esteban de Gormaz. El general puso sitio a la ciudad, pero el rey Ordoño II reaccionó rápidamente y el ejército leonés pudo acudir en su ayuda, provocando deserciones en parte del ejército omeya. En lo que se ha conocido como la batalla de Castromoros, las crónicas leonesas cuentan que causaron tantas bajas que «el número de sus cadáveres excedía del cómputo de los astros, pues desde la orilla del Duero hasta el castillo de Atienza y Paracuellos, todo estaba cubierto de cadáveres.» Evidentemente se trata de una exageración, pero fue una victoria importante, porque Abi Abda fue capturado y decapitado y su cabeza fue expuesta en las murallas de San Esteban de Gormaz junto a la cabeza de un jabalí. El rey de León estaba enviando un mensaje claro, este era el destino al que se enfrentarían muchos musulmanes si se atrevían a atacar. Sin embargo, Abd al-Rahman III no iba a olvidar ni dejar sin respuesta esta humillación.

El Veredicto: Separar la figura política de la personal

En El Veredicto de hoy quiero profundizar en la idea de separar la figura política de la persona, o más en general de separar los logros en el campo profesional del cómo es una persona. Eso viene a cuenta de lo que he dicho de Abd al-Rahman III que es muy ensalzado por su labor política pero poco se habla de que podía convertirse en un sádico maltratador, o sea que es muy cuestionable que fuera una buena persona. Este matiz ha sido importante de recalcar por ejemplo al valorar al rey Juan Carlos I, no es incompatible alabar su labor política en la transición democrática y en frenar el golpe de estado del 23-F con condenar su corrupción y sus aventuras extramatrimoniales. Creo que muy especialmente en esta época de redes sociales se glorifica o se condena y cancela a toda una persona, a la totalidad de una persona, y no partes de ella con demasiada facilidad cuando hay toda una escala de grises entre medio, me gustaría escuchar tu opinión sobre este tema tan de actualidad en los comentarios. Y con esto, El Veredicto termina.

Avance y outro

Antes de terminar quiero darle las gracias a Bruno Coro por convertirse en mecenas de La Historia de España-Memorias Hispánicas en Patreon, y tú también puedes contribuir al mantenimiento del programa y conseguir numerosos beneficios siguiendo los enlaces de la descripción. Ahí también encontrarás las redes sociales y Discord, aunque últimamente reconozco que estoy bastante inactivo porque priorizo otras cosas en mi vida, tienes la página web con los guiones y bibliografía, y no olvides de suscribirte al programa en YouTube o podcast si no estás suscrito ya. En el siguiente episodio seguimos la narrativa de la historia política peninsular en la década del 920, con las luchas entre cristianos y musulmanes en la Marca Superior y el fin de los Banu Qasi, el fin de la rebelión hafsuní y de la fitna, y la declaración del Califato de Córdoba. ¡Muchas gracias por escucharme y hasta la próxima!

Fuentes

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