Este es el episodio 41 Abd al-Rahman III y la proclamación del Califato de Córdoba y en este episodio aprenderás:
- El reparto de los dominios de los Banu Qasi
- Luchas de poder en León, 924-932
- El legado de Sancho Garcés I de Pamplona
- El fin de la rebelión hafsuní
- Abd al-Rahman III de Córdoba se proclama califa
- El fin de la fitna. La sumisión de Mérida, Badajoz y Toledo
- La batalla por el Magreb. La conquista andalusí de Ceuta y Melilla
- El Veredicto: ¿Dónde está la preocupación omeya por los cristianos?
- Avance y outro
- Fuentes
El reparto de los dominios de los Banu Qasi
Después de que Sancho Garcés en el 907 matase al último gran caudillo de los Banu Qasi, Lubb ibn Muhammad, los pamploneses pudieron avanzar e incorporar las tierras del sur de Navarra al mismo tiempo que el clan muladí se sumía en una situación de discordia y guerra entre sus miembros. Por su parte el señor de Huesca Muhammad al-Tawil, antes de morir en manos del conde Suniario de Barcelona en el 913, ocupó muchas plazas que había perdido ante Lubb ibn Muhammad, como Barbastro y toda la Barbitania, la fortaleza de Monzón y la ciudad de Lérida. Sancho Garcés se aprovechó magistralmente de las guerras fratricidas de los Banu Qasi y en el 915 atacó Tudela e hizo prisionero a su señor, que solo fue liberado después de que el clan le entregase las fortalezas navarras de Falces y Caparroso y dejase como rehenes a un hijo y una hija del gobernador de Tudela, que terminarían por convertirse al cristianismo y la hija se casó con el rey Fruela II de Asturias y León.
Los buitres se estaban haciendo un festín con el cuerpo de los Banu Qasi, que cada vez olía más a cadáver. Los Banu Qasi siguieron asesinándose a traición entre ellos, y lo mismo estaba ocurriendo entre los hijos de Muhammad al-Tawil, pero este último linaje siguió teniendo un papel relevante en la Marca Superior durante unas décadas más. Según informa el cronista Ibn Hayyan, desde el 918 el rey de Pamplona Sancho Garcés I y el rey Ordoño II de León formaron una alianza para apoderarse de los dominios vecinos de los Banu Qasi. Atacaron Nájera y Tudela en el 918, pero estas plazas fuertes no cayeron en manos cristianas y solo provocaron devastación en sus alrededores, incluyendo la quema de una mezquita, y las fortalezas que sí ocuparon los navarros fueron Arnedo y Calahorra.
Terminamos la narrativa del episodio 40 Abd al-Rahman III y el resurgir omeya con una derrota andalusí frente a los muros de San Esteban de Gormaz y el emir no podía dejar esa derrota ni estas ofensivas sin respuesta si quería cumplir con su deber de defender las fronteras del islam. Por eso envió un ejército dirigido por su háyib Badr que derrotó a los cristianos, y en el 920 dirigió personalmente un ejército en la conocida como campaña de Muez, pasando primero por Castilla y saqueando Osma, San Esteban de Gormaz y Clunia. Después de liberar del asedio pamplonés la localidad riojana de Viguera y de ya provocar derrotas entre la alianza pamplonesa-leonesa, el ejército emiral se adentró en el Reino de Pamplona y libró la batalla de Valdejunquera en el 25 de julio del 920, donde el ejército omeya venció de manera contundente a las mesnadas pamplonesas y leonesas.
A pocos kilómetros estaba el castillo de Muez, al suroeste de Pamplona, donde varios centenares de soldados se habían refugiado y esperaban poder resistir. Sin embargo, el castillo fue capturado y todos sus defensores fueron degollados o decapitados frente al emir. El ejército omeya se hizo con un gran botín del campamento de los cristianos, en una campaña en que las crónicas ponen en evidencia la gran pérdida de relevancia de los Banu Qasi en esos momentos porque ya solo gobernaban sobre Tudela y por el reconocimiento del emir que les podía quitar ese puesto en cualquier momento. Esta expedición de castigo no fue suficiente para terminar con las ambiciones de Sancho y Ordoño y los dos monarcas cristianos reforzaron aún más su alianza política cuando el monarca leonés repudió a su esposa gallega cuyas conexiones familiares tanto le habían servido al principio de su reinado y se casó con una hija de Sancho Garcés y Toda de Pamplona.
Después de una ofensiva fallida conjunta de los Banu Qasi y Banu Di-l-Nun sobre Pamplona, de manera separada los pamploneses conquistaron Viguera en el 922 y los leoneses conquistaron Nájera en el 923. En el proceso Sancho Garcés asesinó al señor de Tudela de los Banu Qasi, lo que facilitó enormemente el trabajo del emir para sustituir definitivamente a los Banu Qasi por gente más fiel, y es que con la muerte del gobernador de Tudela no fue un Banu Qasi el que se apoderó de la ciudad sino que lo hicieron los tuyibíes, el mismo linaje árabe que había resistido durante años el asedio de los Banu Qasi sobre Zaragoza, y estos fueron suficientemente inteligentes para entender que la vía de los hechos que había sido la regla para obtener el poder durante la fitna ya no valía y entregaron Tudela al emir al pedir que enviase un gobernador de su elección. En cualquier caso, las conquistas de Viguera y Nájera pusieron en máxima alerta al emir de Córdoba que se vio obligado a actuar.
Como siempre la yihad contra los cristianos era la excusa perfecta para algo más importante para los soberanos como era someter a las poblaciones andalusíes más alejadas de Córdoba y reclamar muestras de lealtad en forma de tributos y levas, de manera que antes de pasar por Navarra en el 924 el ejército emiral dirigido por el mismo Abd al-Rahman III hizo un gran rodeo y pasó por Tudmir, Valencia y Tortosa para restaurar la autoridad omeya ahí, y de regreso pasó por la cora de Santaver, Cuenca, para someter al clan bereber de los Banu Di-l-Nun que no había participado en la campaña y empezó a pagar tributo de manera regular a partir del 927. En la conocida como campaña de Pamplona del 924 el ejército omeya parece que recorrió casi toda Navarra en julio y culminó la campaña en la capital del reino, que los invasores encontraron desierta porque el rey Sancho Garcés I ya había ordenado la evacuación de sus gentes hacia los montes, donde los musulmanes no penetrarían por miedo a sufrir emboscadas.
El Reino de León no fue un objetivo militar porque ni siquiera podían ayudar a los pamploneses después de la sucesión del difunto rey Ordoño, aunque sabemos que hubo castellanos que participaron en la defensa navarra. El emir Abd al-Rahman III entró personalmente en Pamplona y mandó destruir sus edificios, incluida la iglesia. El daño provocado en Navarra por esta gran contraofensiva andalusí del 924 es difícil de calcular por su magnitud y fue una demostración de la superioridad militar andalusí de estos momentos, pero ni con esas consiguieron quitar territorios o amedrentar al rey Sancho Garcés. Vale la pena llamar la atención en que en la campaña de Pamplona ni se menciona a los Banu Qasi, de manera que ya el linaje había quedado completamente relegado del poder y unos miembros suyos fueron conducidos a Córdoba para pasar un retiro dorado sin poder.
Solamente quedaba un Banu Qasi gobernando en la parte oriental de la Marca Superior. Según recoge el cronista al-Udri, este Banu Qasi permaneció gobernando Lérida y Balaguer junto a algunos castillos hasta que los notables de estas poblaciones de la frontera oriental lo expulsaron en el 927 y tomó refugio en el condado de Ribagorza, donde fue asesinado a traición en el 929. Esta fue la última noticia que la historia dejó sobre los Banu Qasi, ese clan de nativos hispanos musulmanes que tantos problemas habían causado a los omeyas y a los cristianos del norte, y es que el poder va y viene, un día eres el rey del mambo y otro día nadie y desapareces de la historia. ¿Y cómo quedaron repartidos los antiguos dominios de los Banu Qasi? Hay que recordar que el territorio nuclear del clan muladí de los Banu Qasi fue La Rioja, otros territorios como Toledo, Lérida o Zaragoza estuvieron a veces en sus manos, pero el feudo que nunca había fallado había sido La Rioja.
Entre el 918 y 924 la alianza pamplonesa-leonesa conquistó La Rioja Alta y parte de La Rioja Media, básicamente la mitad occidental de la región, aunque al final el condado de Castilla del Reino de León solo se quedó con una pequeña parte del botín. El más beneficiado sin duda fue el Reino de Pamplona que no solo le quitó a los Banu Qasi el sur de Navarra sino también Nájera, Viguera y Albelda de Iregua. Quizás estés confuso porque antes había dicho que los leoneses habían ocupado Nájera, y es cierto que lo hicieron porque tenemos las crónicas árabes y un diploma de Ordoño II en Nájera que lo confirma, pero esa ocupación duró muy poco y tras la contraofensiva andalusí del 924 quienes se hicieron con esta plaza riojana fueron los pamploneses, fuera por conquista si los musulmanes la reocuparon brevemente o fuera por cesión amistosa de León a Pamplona debido a sus problemas internos después de la muerte del rey Ordoño II.
La noticia del cambio de soberanía viene confirmada por la donación de la reina Toda de Pamplona de unas propiedades confiscadas a un musulmán y que entonces la reina entregó al monasterio de San Martín de Albelda, y además el obispo de Pamplona confirmó la investidura de dos obispos de La Rioja. La victoria cristiana en el reparto de los dominios de los Banu Qasi no fue absoluta porque hemos visto cómo el Reino de Pamplona sufrió una dura campaña de castigo en el 924, pero esta campaña no supuso la reconquista musulmana de los territorios riojanos perdidos. ¿Por qué fue así? Pues por los motivos que ya expliqué en el episodio extra 14 La frontera de Castilla y La Rioja en la Alta Edad Media. La Rioja era un territorio de frontera expuesto a los ataques cristianos, nunca atrajo la colonización de árabes y bereberes porque fue un territorio sometido en la conquista musulmana a través de pactos, la poca población musulmana que tenía o emigró o se convirtió, y La Rioja Alta era difícil de defender.
Abd al-Rahman III prefería perder el control de algunos territorios poco islamizados y de una familia de dudosa lealtad y a cambio reforzar el poder central en las marcas fronterizas. Las tierras de los Banu Qasi quedaron repartidas entre pamploneses, castellanos y señores de guerra musulmanes de la Marca Superior, porque los Banu Tuyib de Zaragoza se hicieron con el control de Arnedo y toda La Rioja Baja u oriental permaneció en manos musulmanas hasta bien entrado el siglo XI. En todo caso se puede decir que La Rioja fue una región devastada por la guerra durante algunas décadas del siglo X y que, como deseaban desde Córdoba, actuó de zona colchón estratégica entre los dominios cristianos y el rico valle medio del Ebro donde estaba más firmemente implementado el dominio islámico.
Luchas de poder en León, 924-932
El rey Ordoño II de León y Galicia murió a principios del 924, antes de la destructiva campaña de Pamplona. Fruela II de Asturias se convirtió en rey en León y de todos los territorios de su difunto padre debido al pacto que seguramente habían acordado los tres hermanos al repartirse el reino en el 910. De su breve reinado de un año en León se habla de algunas purgas internas injustas según los cronistas y que Dios lo castigó con la lepra por sus pecados. Es difícil pensar hasta qué punto dar credibilidad a la imagen negativa que pintan los cronistas leoneses sobre Fruela II porque si lo presentan de este modo es porque la línea sucesoria que se terminó imponiendo fue la de Ordoño II, del mismo modo que las crónicas asturianas hablaban bien del rey Ramiro I porque era el padre del rey Alfonso III y presentaron como usurpador a Nepociano cuando la realidad fue la contraria, pero quien paga manda.
El caso es que al morir Fruela II de León en el 925 se produjo una crisis sucesoria. La muerte de García I de León ocurrió sin disputas porque no había tenido hijos, pero tanto Ordoño como Fruela habían tenido descendientes masculinos que reclamaban ser reyes, en el caso de Fruela su hijo era Alfonso Froilaz y en el caso de Ordoño hubo dos varones que reclamaban el trono, Alfonso y Sancho. Esta división en el seno de la monarquía leonesa, fruto de la falta de unas reglas bien definidas para la sucesión, benefició mucho al Reino de Pamplona pese a que acababa de sufrir las graves consecuencias de una campaña omeya. Según nos cuentan las crónicas árabes Alfonso Froilaz sucedió a su padre en el trono leonés, es normal que estuviera mejor posicionado por ser el primogénito del rey que acababa de morir, pero fue inmediatamente disputado por los hijos de Ordoño II que no tardaron en expulsar de León a Alfonso Froilaz, que buscó refugio en Asturias, el feudo de su padre durante muchos años.
Los hijos de Ordoño tampoco estaban de acuerdo entre ellos así que estalló una guerra civil entre ellos. El hijo mayor, Sancho, gozaba del apoyo gallego incluyendo del norte de Portugal gracias a su matrimonio con una aristócrata gallega y al apoyo del hermano menor Ramiro que también estaba casado con una noble del occidente del reino. El otro hijo, Alfonso, gozaba del apoyo de su suegro, Sancho Garcés I de Pamplona, el monarca cristiano más poderoso de la Península en esos momentos. El encuentro inicial lo perdió Alfonso Ordóñez. Buscó refugio en Astorga y se alió con su primo Alfonso Froilaz, y juntos los dos Alfonsos derrotaron a Sancho, también gracias a la intervención militar decisiva de Sancho Garcés, y forzaron la negociación de la partición del reino igual que habían hecho sus padres al repartirse el Reino de Asturias de Alfonso III.
Alfonso Ordóñez pasó a la historia como Alfonso IV de León porque los números regnales oficiales de la monarquía asturleonesa no cuentan a Alfonso Froilaz. Alfonso IV fue reconocido como el superior de su dinastía aunque tenía autoridad directa sobre un territorio bastante limitado, su hermano Sancho reinó Galicia hasta su muerte en el 929, su otro hermano Ramiro reinó sobre las portugueses Viseo y Coímbra, y su primo Alfonso Froilaz reinó sobre Asturias. Alfonso IV de León ha pasado a la historia con el apodo el monje porque en el verano del 931 abdicó a favor de su hermano Ramiro para ingresar en el monasterio de Sahagún, tras quedar tocado psicológicamente por la muerte de su esposa. De esta decisión se arrepintió Alfonso, ya fuera por ambición o porque algunos enemigos de Ramiro le hicieron temer que su hermano pudiera hacerle daño aprovechando su nueva posición.
Alfonso quiso volver a recuperar el trono pocos meses después, de manera que abandonó el monasterio y se dirigió a Simancas, lo curioso es que en un primer intento sus familiares le reprocharon su sedición y rápidamente Alfonso IV se arrepintió sin haber todavía convocado mesnadas y volvió a su vida monástica. Pero por sorprendente que parezca Alfonso, que era una persona muy voluble, escapó por segunda vez del monasterio de Sahagún, esta vez para iniciar de verdad una nueva guerra civil, contando entre sus apoyos al conde de Saldaña Diego Muñoz de los Banu Gómez y al desposeído conde de Burgos, que provocaron estragos en tierras leonesas e infligieron una derrota a un ejército de Ramiro. Alfonso IV ocupó Simancas y León con sus partidarios aprovechando la ausencia de Ramiro, que estaba en Zamora preparando una expedición de auxilio a los toledanos frente al califa.
Ramiro, llamado el Diablo por sus enemigos musulmanes, no estaba dispuesto a devolverle el trono a su hermano de ideas tan cambiantes, de manera que el soberano leonés no pudo más que enviar unas pocas tropas a Toledo que no evitaron que cayese la ciudad en manos de los omeyas porque necesitaba el grueso de su ejército para asediar León y recuperar lo que era suyo. Ramiro II de León tuvo éxito y en el 932 no solo capturó a Alfonso IV sino también a Alfonso Froilaz y a los dos hijos que resultaron del matrimonio de Fruela II y una Banu Qasi, y para quitarles la posibilidad de volver a reinar los cegó y los encerró en un monasterio. De este modo el rey Ramiro II se consolidó como el único monarca de un Reino de León que volvía a estar unificado.
El legado de Sancho Garcés I de Pamplona
El primer rey de la dinastía Jimena logró expandir las fronteras del Reino de Pamplona hasta incluir casi la totalidad de la actual Comunidad Foral de Navarra y partes de La Rioja, pero es que además ejerció una influencia hegemónica sobre el resto de poderes cristianos del norte, fuera en Aragón, Ribagorza y Pallars, el dividido Reino de León, o en los territorios vascones con unas estructuras políticas estatales precarias o inexistentes, como es el caso de Vizcaya donde una hija de Sancho Garcés y Toda se casó con un personaje llamado Momo, calificado como conde vizcaíno y que el historiador Armando Besga especula que puede ser que su condado formase parte del Reino de León. Por otro lado cabe destacar que el rey Sancho Garcés también dirigió su mirada hacia el este de su reino, en dirección a Huesca y los condados pirenaicos. Mantuvo amistad con los Banu al-Tawil de Huesca y sus parientes de Ribagorza y Pallars.
Más importante aún fue que el Reino de Pamplona se apoderó del pequeño condado de Aragón, recordemos que el mismo conde de Aragón había sido uno de los promotores de la transición del poder en Pamplona de la dinastía Iñiga a la Jimena pero parece que Sancho Garcés no fue muy agradecido y sin que fuera violento pero tampoco de manera libre de presiones el conde aragonés concertó el matrimonio de su hija heredera con el príncipe heredero pamplonés. El condado de Aragón desde tiempos de Iñigo Arista se había mantenido en la órbita de influencia pamplonesa tras nacer brevemente como un condado carolingio, pero fue Sancho Garcés quien puso las bases para su incorporación como un territorio más de su reino. No fue hasta la muerte del rey Sancho Garcés III el Mayor en el 1035 que se dividió el Reino de Pamplona y de él surgió de manera independiente el Reino de Aragón.
Tras veinte años de reinado Sancho Garcés I de Pamplona murió en el 925 o 926, según informa Ibn Hayyan como resultado de un accidente de regreso de una campaña exitosa, quizás tras su intervención en la guerra civil de León a favor de su yerno Alfonso IV. El heredero que dejó era un niño de solo seis años, García Sánchez, de manera que su tío Jimeno ejerció de tutor y regente en nombre de su sobrino junto a la reina viuda Toda, hasta que murió Jimeno en el 931 y Toda de Pamplona gobernó de facto en solitario incluso años después de que su hijo García Sánchez alcanzara la mayoría de edad, como era bien conocido por cristianos y musulmanes por igual. Según una interpretación del medievalista José María Lacarra a la muerte del regente Jimeno hubo una crisis política y otro miembro de la dinastía Jimena intentó ocupar el trono, lo que habría ocasionado la muerte de numerosos familiares en una lucha por el poder.
Según esta versión la reina Toda invocó los lazos de parentesco que compartía con su sobrino el califa Abd al-Rahman III de Córdoba para pedir que interviniese a favor de su hijo García Sánchez, cosa que hizo presentándose con su ejército y presidiendo la coronación de García Sánchez en el 934, después de que el hijo de Sancho Garcés asumiera la sumisión del Reino de Pamplona como si fuera un estado satélite del Califato de Córdoba, aunque esta sumisión probó ser efímera y en el 937 el califa volvió para castigar Pamplona por su traición. Estas muestras de vasallaje ocurrieron de verdad pero no veo mucha evidencia a favor de que se produjese una crisis interna tras la muerte del regente Jimeno porque en las fuentes escritas se explicita que la sumisión de Toda del 934 se debía a que quería evitar que su reino fuera devastado por las tropas omeyas que pretendían pasar por ahí y para hacerlo se desentendió de su alianza con otros poderes cristianos. Creo que la sucesión y la minoría de edad de García Sánchez que podría haber desembocado en una debilidad interna importante en Pamplona no ocurrió igual que en León en gran medida por la habilidad política de la reina viuda Toda de Pamplona, que conservó la integridad territorial de los dominios adquiridos por su marido.
El fin de la rebelión hafsuní
El rebelde andalusí más problemático, Umar ibn Hafsún, había muerto en el año 918 dejando a cuatro hijos varones: Jafar, Sulayman, Abd al-Rahman y Hafs. Estos continuaron por diez años más la ya muy agotada rebelión de su padre, Jafar era el hijo mayor y heredero nombrado por Umar y según las crónicas se había convertido al cristianismo como supuestamente hizo su padre. Para reforzar su liderazgo apartó al que hasta entonces había sido obispo de Bobastro y a otros personajes influyentes que se le opusieron y envió emisarios al emir para confirmar su gobierno sobre Bobastro, cosa que el emir concedió después de que enviase a un hijo suyo como rehén por las muestras de lealtad que había mostrado en sus últimos años de vida su padre.
Sin embargo, Jafar no tardó en dar muestras de deslealtad y en el 919 Abd al-Rahman y su háyib Badr lideraron una expedición contra fortalezas de Jafar que fueron conquistadas, los musulmanes defensores fueron perdonados y los cristianos ejecutados, y las tierras en torno a Bobastro fueron arruinadas para atacar su sustento. La fortaleza de la localidad malagueña de Ojén estaba en manos del hijo de Umar llamado Abd al-Rahman y también fue rendida en la campaña, y este Abd al-Rahman fue conducido a Córdoba y pasó el resto de sus días como calígrafo. Con esta derrota el liderazgo de Jafar quedó aún más mermado y fue asesinado en una conspiración, quizás por instigación del emir o de su hermano Sulayman con el que tuvo muchas diferencias.
Sulayman, tras sus dos revueltas en Úbeda, había ingresado en el ejército omeya con un buen estipendio y participó en la campaña de Muez contra leoneses y pamploneses, pero con la muerte de su hermano Jafar entró en Bobastro para reclamar el liderazgo hafsuní y avivar de nuevo la rebelión contra los omeyas. Sulayman pasó a la ofensiva atacando diversas fortalezas de Málaga, Elvira y Almería, y el emir respondió con unas eficaces campañas anuales. En una de esas campañas capturó una fortaleza defendida por Hafs, el único hermano que le quedaba a Sulayman de su lado, y el emir le garantizó el perdón y el liderazgo de otra fortaleza, quizás para meter un poco de cizaña y poner a Hafs en contra de Sulayman y debilitar más el liderazgo interno del rebelde de Bobastro.
Ya quedaban pocos partidarios y pocas fortalezas, únicamente en Málaga, para la rebelión hafsuní, y en el 927 Sulayman fue finalmente capturado y decapitado cerca de Bobastro, según algunos cronistas también fue descuartizado, y su cuerpo recompuesto fue expuesto crucificado en Córdoba como era costumbre para avisar del castigo de la traición y para hacer un alarde de poder. La rebelión hafsuní aún no terminó porque Hafs asumió el liderazgo de Bobastro, pero tras seis meses de incansable asedio los defensores de la inexpugnable fortaleza de Umar ibn Hafsún se vieron forzados a rendirse en enero del 928 y el soberano omeya garantizó el perdón a Hafs, que se integró en el ejército profesional omeya en uno de los puestos de mando. Así fue como terminó la rebelión hafsuní que tantos quebraderos de cabeza había dado a los omeyas de Córdoba. Unos meses después de su caída el emir en persona quiso visitar Bobastro, quedó impresionado por sus defensas y ordenó la destrucción de sus iglesias.
La cuestión más apremiante era exhumar los cadáveres de Umar ibn Hafsún y su hijo Jafar porque nadie sabía del cierto si habían apostatado y se convirtieron al cristianismo o no, y fueron enterrados acorde al rito cristiano según las crónicas árabes que estaban interesadas en presentar la victoria omeya como una victoria contra los infieles y apóstatas. Un Abd al-Rahman furioso ordenó que los restos de Umar fueran llevados a Córdoba para mantener su cadáver y el de Jafar y Sulayman crucificados durante más de una década, imaginaros lo grotesco de la escena, y ordenó la destrucción total de Bobastro para borrar físicamente el recuerdo del mayor núcleo de sedición. La caída de Bobastro y de la dinastía hafsuní fue muy celebrada como el hito culminante en la reunificación de al-Ándalus y el fin de la fitna del Emirato y como una victoria completa de los omeyas. Solo era cuestión de tiempo para que los núcleos rebeldes que quedaban se sometieran.
Abd al-Rahman III de Córdoba se proclama califa
Unos meses después de la supresión de la rebelión hafsuní que casi había acabado con la dinastía omeya, se produjo uno de los eventos más extraordinarios de la historia de al-Ándalus. El 16 de enero del 929 Abd al-Rahman III de Córdoba se proclamó califa, el príncipe de los creyentes, y desde entonces en las mezquitas de todo al-Ándalus y los sitios proomeyas del Magreb invocaban al califa cordobés en los sermones de los viernes. El Califato de Córdoba a efectos reales no duró ni un siglo, pero fue la época de mayor apogeo de la influencia política, militar y económica de al-Ándalus dentro y fuera de la península ibérica. Con la proclamación del califato no es como si se fundara un nuevo estado o algo así, lo que sí que cambió fue el poderío de la administración central, la prosperidad y paz del reino, y la proyección del poder omeya fuera de sus fronteras.
Recordemos que el califa era el líder político y espiritual de los musulmanes y el protector de los dimmíes, los cristianos y judíos, era el encargado de velar por la unidad y ortodoxia religiosa y tenía la responsabilidad de defender a la umma o comunidad musulmana de tiranos internos y de enemigos externos. Teóricamente solo podía haber un califa, o esa había sido la idea hasta entonces, ese es uno de los motivos por los que Abd al-Rahman I no se atrevió a proclamarse califa. Hasta ese momento los emires omeyas habían estado en una situación de indefinición, porque en las mezquitas andalusíes no se reconocía al califa abasí pero tampoco a ningún miembro de la familia omeya. Pero las cosas habían cambiado en el siglo X. La fragmentación política del mundo islámico se había consolidado y un hombre que decía ser descendiente del profeta Muhammad y de Alí llevaba años en el norte de África diciendo ser califa y mahdi, el mesías del islam antes del Juicio Final.
Si ya coexistían dos califas, ¿por qué el descendiente de los califas de Damasco debería conformarse con ser solo emir, un simple soberano secular? Es por una combinación de factores internos y externos que Abd al-Rahman III decidió recuperar el título califal de sus ancestros. Abd al-Rahman III se presentaba tanto como merecedor del título de califa por sus hazañas políticas y militares al terminar la fitna de la que hablé en profundidad en el episodio 39 La fitna del Emirato de Córdoba y por combatir incansablemente a herejes, infieles y apóstatas, como por derecho propio de nacimiento, porque al fin y al cabo era descendiente de los califas de Damasco que habían gobernado toda la comunidad musulmana del 661 al 750. Que no controlase las ciudades sagradas de La Meca y Medina o que hubiera dos otros gobernantes que se presentasen como califas no era impedimento para su reivindicación y su deseo de recuperar la herencia perdida.
Los abasíes habían accedido al califato usurpando el trono de los omeyas, el califa abasí era un títere de los militares y cortesanos y controlaba poco más que Bagdad y las tierras iraquíes, y al año siguiente de la proclamación del Califato de Córdoba el soberano abasí fue incapaz de evitar que el grupo chií de los cármatas saqueara La Meca y se llevase la sagrada Piedra Negra de la Kaaba. El saqueo escandalizó a toda la comunidad islámica y revelaba que los abasíes no podían cumplir con su obligación como califas de proteger La Meca y las rutas de peregrinación. Mientras que el éxito de la Revolución abasí podía ser visto como un castigo divino y el fin de una era, en el siglo X los omeyas podían reivindicar su derecho a gobernar y promover una visión cíclica del pasado que había devuelto a los omeyas a una posición de poder después de salir victoriosos de la fitna que casi acabó con ellos igual que ya hubo dos fitnas en el mundo islámico que casi terminaron con ellos.
Ninguna otra dinastía podía decir que había estado tan cerca de perderlo todo para después volver con fuerza como lo habían hecho los omeyas, una y otra vez además, y esto podía interpretarse como que se habían redimido y eran favorecidos por Dios. La propaganda omeya justificaba la adopción del título califal sobre todo por la incapacidad de los abasíes en cumplir con sus obligaciones de proteger a la comunidad musulmana de las herejías, enemigos internos y externos, pero realmente era una poderosa arma ideológica que surgió contra el Califato fatimí, un califato herético que estaba mucho más cerca de sus fronteras y que estaba demostrando un ascendente que ya hacía décadas que no tenía el decadente Califato abasí. Desde principios de su reinado Abd al-Rahman se tomó en serio la amenaza fatimí y fue debido al fin de la rebelión hafsuní y de la fitna que se sintió suficientemente confiado para dar una respuesta adecuada a ese peligro.
Si a ojos de los omeyas los abasíes no tenían legitimidad, aún menos la tenían los fatimíes que basaban su pretensión en una posiblemente falsa vinculación genealógica con el profeta Muhammad y que decían ser los representantes de Dios en la tierra como si tuvieran un poder político y religioso absoluto, algo considerado herético para la mayoría de creyentes del islam que en cambio reconocía que el califa no era infalible y que los ulemas eran que gozaban de más autoridad religiosa. Además del título de califa Abd al-Rahman adoptó dos sobrenombres, al-Nasir li-din Allah, que significa algo así como el que lleva la victoria a la fe de Dios y de ahora en adelante me referiré a él también como al-Nasir, y el otro sobrenombre mucho menos conocido es el de al-Qa’im bi-amr Allah, el que anunciará el día del Juicio Final, que era el mismo título que usaba el príncipe heredero del primer califa fatimí y por tanto era como retarlos en quién era el Mahdi o el mesías, y a la que las expectativas escatológicas de la época disminuyeron los cronistas dejaron en el olvido este segundo sobrenombre, entre otras cosas porque era una vergonzosa imitación del sobrenombre fatimí.
Todo esto lo digo porque a los omeyas de Córdoba les preocupaba poco el debilitado Califato abasí, pero los fatimíes eran otra historia. Abd al-Rahman III debía ser consciente que no era realista que los omeyas volviesen a ser califas de todo el mundo islámico, al menos no era posible durante su vida, al fin y al cabo la base de su poder era al-Ándalus y era una isla para el mundo islámico, porque continentalmente conectaba solo con tierras cristianas y no era fácil movilizar una gran armada para conquistar otro continente. Su falta de ambiciones imperialistas más allá del Occidente islámico también se demuestra porque solo envió soldados andalusíes a ocupar algunos puntos de la costa marroquí pero nunca a hacer campañas al interior, solo llevó a cabo una guerra subsidiaria contra los fatimíes usando tribus bereberes locales sin hacer una gran movilización militar.
Lo que pretendía con su proclama califal y sus políticas era ejercer una hegemonía sobre toda la península ibérica, manteniendo sometidos a los reinos y condados cristianos, y ejercer su influencia sobre todo el Occidente islámico frente a los intentos de expansión hacia el Magreb de los fatimíes. Y si los omeyas querían frenar en serio a los fatimíes no les quedaba otra que ponerse a su nivel declarándose califas y desarrollar toda una ideología, propaganda y discurso de legitimación del poder. Desde una perspectiva interna la proclamación del califato servía para reforzar aún más el prestigio de Abd al-Rahman III y la dinastía omeya y para acelerar la sumisión de los núcleos rebeldes que quedaban. Recordemos del episodio extra 7 El pasado preislámico de al-Ándalus que los omeyas de Córdoba, sobre todo en época califal, desarrollaron un discurso histórico sobre el pasado andalusí para legitimar sus pretensiones hegemónicas sobre toda la península ibérica y contrarrestar el discurso neogótico del Reino asturleonés y el de los rebeldes que habían vencido recientemente en la fitna.
Al-Nasir actuó como califa expresando su poder de diversas formas, por ejemplo mandó construir una nueva capital cerca de Córdoba, la ciudad-palaciega de Medina Azahara, y empezó a acuñar dinares de oro tras casi dos siglos sin producirse en la península ibérca, gracias al oro de las minas peninsulares abiertas y del oro subsahariano que llegaba a través del Magreb. Además los dinares andalusíes empezaron a incluir el nombre del califa y sus mensajes de legitimación, o sea que eran también una herramienta de propaganda. Y en el terreno religioso los omeyas cordobeses actuaron como califas mediante sus campañas de guerra santa contra los reinos cristianos y los heréticos fatimíes y mediante el apoyo a la doctrina legal malikí y la persecución de cualquier tipo de innovación religiosa como la doctrina masarrí como veremos en otro episodio, de este modo los omeyas se presentaban como protectores de la ortodoxia islámica y la fe verdadera en continuidad con los califas omeyas de Damasco, los califas rashidun sin contar a Alí, y por supuesto el profeta Muhammad.
El fin de la fitna. La sumisión de Mérida, Badajoz y Toledo
Aún no habiéndose declarado al-Nasir califa, en el 928 se reimpuso la autoridad central en Mérida, ciudad de fuerte herencia romana y visigoda que sin embargo había quedado bastante despoblada como consecuencia de las acciones del emir Muhammad I al suprimir una revuelta, por la fundación de Badajoz y porque después de ser ampliamente abandonada por muladíes y cristianos un clan bereber masmuda procedente de Coria la ocupó. Los bereberes de Mérida no resistieron mucho y negociaron unas condiciones favorables de rendición que les eximieron de algunos tributos, asignaba a un bereber respetado de entre ellos como cadí o juez, incorporaba a los jinetes bereberes en el registro de militares profesionales con su consecuente retribución, y el clan gobernante empezó a residir en Córdoba y a ocupar algunos puestos importantes del ejército.
Una poderosa guarnición de más de dos mil efectivos se instaló en la alcazaba de Mérida, y la vuelta al orden detuvo el retraimiento urbanístico de Mérida de las últimas décadas y devolvió la vitalidad a su vida urbana, aunque aún siguió brillando más Badajoz desde entonces. Precisamente en verano del 929 el califa y su heredero al-Hakam marcharon contra Badajoz, feudo de los descendientes del rebelde muladí Ibn Marwán que habían hecho oídos sordos a las demandas de sumisión. Badajoz resistió ferozmente durante meses el asedio pero fue rendida en el 930, con el nieto de Ibn Marwán y su familia siendo conducidos a Córdoba para residir con una buena pensión. También al-Nasir pasó por las portuguesas Beja y Ossonoba, actual Faro, y sus señores se sometieron y fueron confirmados como gobernadores. También en el Levante hubo algunas plazas fuertes que finalmente se sometieron a la autoridad califal como Játiva o Sagunto.
Al proclamarse califa Abd al-Rahman nombró nuevos gobernadores por todo al-Ándalus, pero no para Toledo porque aún se gobernaba a sí misma sin ser obediente a Córdoba. Pero Toledo estaba rodeada por territorios que ya se habían rendido ante el poder del califa cordobés como Madrid y Guadalajara. Primero al-Nasir intentó devolverlos a la obediencia por la vía diplomática enviando a unos alfaquíes, los notables toledanos solo dieron las típicas respuestas ambiguas que fueron contestadas a mediados del 930 con el envío de un ejército de asedio por su deslealtad y por no pagar tributo. Rindieron las fortalezas cercanas y para dejar claro que no iba a levantar el sitio hasta que se rindieran, Abd al-Rahman III mandó construir cerca una ciudad-campamento llamada Madinat al-Fath, la Ciudad de la Victoria, quizás el actual barrio de Azucaica, esta estrategia es similar a la que usarían los Reyes Católicos al fundar Santa Fe siglos después.
Durante dos años los toledanos resistieron el asedio, y como último recurso pidieron ayuda al rey Ramiro II de León, que como ya he explicado antes preparó la expedición de socorro pero tuvo que cancelarla prácticamente por completo porque apremiaba mucho más el desafío al trono que había planteado su hermano Alfonso. Para el 1 de agosto del 932 estaba claro que la ayuda leonesa que había proporcionado Ramiro no sería suficiente para levantar el asedio, el ejército leonés no pudo más que causar estragos por Madrid sin poder avanzar más allá, y los toledanos no tuvieron otra que rendirse, por lo que su gobernador se presentó ante el califa y éste perdonó a los toledanos sin imponer represalias. Las tropas omeyas dieron alimentos a los toledanos que estaban muy necesitados después del largo asedio, Abd al-Rahman recorrió maravillado Toledo y ordenó la reparación de los daños ocasionados, especialmente en el puente sobre el río Tajo, así como la construcción de una ciudadela para el gobernador y los soldados situado estratégicamente frente al puente para que los toledanos no pudieran salir si se rebelaban y desalentar así su insumisión.
Pero frente al relato de victoria completa por el poder absoluto del califa que vendieron los panegiristas a sueldo de los omeyas, lo cierto es que el soberano tuvo que hacer muchas concesiones para asegurar que de una vez por todas la obediencia de Toledo fuera duradera. Los términos de la capitulación se detallaron por escrito y al-Nasir tuvo que satisfacer de una vez por todas los deseos de autonomía política y baja presión fiscal que de manera incansable habían reclamado los toledanos a lo largo de todo el período emiral. A partir de entonces Toledo estaba exenta de pagar tributos y alcabalas a Córdoba excepto por el zakat que era un deber para los musulmanes según el Corán, y los puestos de gobierno municipal serían elegidos por los propios ciudadanos notables toledanos o con acuerdo previo con el soberano cordobés, no por imposición del califa.
De esta manera se autogobernaban y solo tenían que mostrarse leales, pagar el tributo obligatorio y participar activamente en la defensa de las fronteras y las campañas califales. Al-Nasir había instaurado un nuevo orden político, pese a los esfuerzos centralizadores no pudo gobernar en todas las comarcas con la misma fórmula y en los territorios de frontera tuvo que hacer importantes concesiones, pero fue gracias a este orden político heterogéneo y con unos acuerdos claros que la paz fue duradera y no se siguieron sucediendo las revueltas endémicas de la época emiral en la frontera. Con la rendición de Toledo podríamos decir que terminó la fitna, aunque depende de como podríamos extenderla al 937 porque los Banu Tuyib de Zaragoza se rebelaron en Zaragoza y también capitularon con un pacto de autonomía muy ventajosa similar a Toledo, esto lo veremos en el siguiente episodio.
La batalla por el Magreb. La conquista andalusí de Ceuta y Melilla
Dejamos lo que el historiador José Luis de Villar Iglesias ha calificado de batalla por el Magreb entre fatimíes y omeyas en los primeros momentos de fricción entre estas dos dinastías, con la conquista fatimí del aliado Imamato rustumí en el 909 y la ocupación del vasallo Emirato de Nekor en el 917, que con apoyo omeya los Banu Salih recuperaron Nekor pocos años después. Pese a tener un montón de problemas internos con los que lidiar desde el principio de su reinado, Abd al-Rahman III desde el minuto uno tomó medidas para ir conteniendo la amenaza de los fatimíes de Ifriqiya. Ordenó reforzar las defensas costeras con una vigilancia constante del mar de Alborán y mandó la construcción de nuevos barcos desde Algeciras, principal puerto y astillero de los omeyas hasta que fue sustituido por Almería.
Además el soberano omeya buscó ganarse la lealtad de grupos bereberes para librar la guerra contra los califas fatimíes. En líneas generales en la guerra subsidiaria entre omeyas y fatimíes en el Magreb los omeyas se apoyaron en los bereberes zanata de la confederación maghrawa y de los miknasa, mientras que los fatimíes se apoyaron en los bereberes kutama y sanhaya. Los príncipes idrisíes que gobernaban separadamente Marruecos cambiaron mucho de bando en función de las circunstancias, hay que recordar que los idrisíes eran descendientes de Alí o sea que no habían mantenido unas relaciones cálidas con los omeyas. Muy diferente es el caso de los gobernadores de Nekor, los Banu Salih, porque sus lazos con los omeyas se remontaban al siglo VIII, y recordemos del episodio 26 Abd al-Rahman I, el Halcón de al-Ándalus que Nekor fue uno de los lugares donde se pudo refugiar el príncipe Abd al-Rahman antes de cruzar el estrecho y hacerse con al-Ándalus, de manera que el vínculo con los salihíes se mantuvo inquebrantable hasta la caída del Califato de Córdoba.
Volviendo a donde dejamos el conflicto omeya-fatimí los imanes chiíes mandaron tropas al Occidente islámico hacia el 921 para ocupar Siyilmasa y la urbe marroquí por excelencia, Fez, que estaba bajo control de un príncipe idrisí. Fez y Siyilmasa eran ciudades claves para el control político del Magreb y también por el control económico de las rutas comerciales transaharianas, de manera que los bereberes opuestos a los fatimíes y a los idrisíes empezaron a reaccionar. Los idrisíes recuperaron Fez unos meses después y la tribu afín a los omeyas de los maghrawa derrotó a unas tropas fatimíes y llegó a ocupar la antigua capital rustumí, Tahert. El tablero político magrebí se mantuvo muy inestable durante varias décadas, con ciudades cambiando de manos y tribus cambiando de lealtad o ganando o perdiendo batallas pero sin nada decisivo a largo plazo.
Los fracasos fatimíes en el Magreb occidental de los años 920 fueron aprovechados por el aún emir Abd al-Rahman III de Córdoba para conquistar Melilla en el 927. En ese entonces Melilla no era una plaza importante ni estaba especialmente fortificada, y lo primero que ordenó el omeya fue construir unas potentes murallas para Melilla porque necesita un enclave o una cabeza de puente en el continente africano para desembarcar tropas, dinero y víveres para su guerra subsidiaria contra los fatimíes. Los idrisíes habían vuelto a perder Fez y tomaron refugio en el Rif, y aprovechándose de sus desgracias Abd al-Rahman les tendió la mano al mismo tiempo que seguía estrechando lazos con los maghrawa, que reconocieron su dignidad califal nada más recibieron la noticia.
La reacción del principal aliado fatimí en la región fue atacar a los Banu Salih y volver a saquear Nekor en el 929, y además hizo nuevas campañas por el norte de Marruecos y Argelia que volvieron a extender la influencia fatimí por el Magreb. Sin embargo, dos eventos volvieron a cambiar el curso de la batalla por el Magreb. En el 931 una gran flota omeya de 120 embarcaciones conquistó Ceuta para garantizar el control del estrecho de Gibraltar y de la ciudad que había sido la llave de la conquista musulmana de la península ibérica. Ceuta permaneció bastante despoblada desde mediados del siglo VIII hasta mediados del IX después del daño causado en la gran revuelta bereber, Tánger había tomado el relevo de su capitalidad, y Ceuta llevaba unas décadas gobernada por un clan no sometido a los idrisíes que había permitido que Ceuta estuviera muy abierta a la influencia del mundo andalusí, hasta el punto que unos años antes de someterla militarmente Abd al-Rahman había enviado a hombres suyos para perseguir a un falso profeta y restaurar la ortodoxia islámica en Ceuta.
Según Ibn Hayyan los propios ceutíes pidieron la intervención omeya y otros cronistas afirmaron que el clan que lo gobernaba prefirió someterse formalmente a los omeyas que a los fatimíes o idrisíes. En todo caso la conquista califal de Ceuta y la migración de andalusíes devolvió a la ciudad del otro lado del Estrecho la gloria que había tenido antaño como una ciudad importante con unas formidables murallas y un puerto bien concurrido. Como ocurre hoy en día con las Ceuta y Melilla españolas estas plazas estaban bajo el dominio directo omeya y formaban parte integral del Califato de Córdoba, a diferencia del resto de dominios omeyas magrebíes que podían variar mucho según el momento y solo estaban bajo el dominio de aliados y vasallos bajo una especie de protectorado cordobés. Y el otro hecho crucial que ocurrió en el 931 fue que el principal aliado fatimí de la región, que pertenecía a la tribu de los miknasa, desertó y reconoció al califa omeya, de manera que el Califato de Córdoba logró una posición hegemónica sobre el Magreb occidental y central.
El Veredicto: ¿Dónde está la preocupación omeya por los cristianos?
En El Veredicto de hoy quiero poner el foco en un asunto que es fácil de pasar por alto porque no se trata de lo que hay sino de lo que falta, y es que la prioridad de los omeyas no eran los cristianos, no los veían como una gran amenaza, sino que la verdadera prioridad eran los herejes fatimíes. No me malinterpretes, los cristianos eran un problema sobre todo para los musulmanes en la frontera, pero la supremacía militar seguía siendo musulmana y la yihad contra ellos servía para mantener la lealtad de los musulmanes de las provincias alejadas de la capital, demostrar la superioridad de las fuerzas islámicas y la sumisión de los infieles, y los territorios cristianos servían para extraer botín en forma de esclavos, cosechas y ganado.
Ya vimos en el episodio extra 13 Auge y declive militar de al-Ándalus que la causa principal del retroceso territorial de al-Ándalus hasta su desaparición pudo tener mucho que ver con que gastaban mucho menos en el ejército que los cristianos, pero en la Alta Edad Media seguían sin ser vistos como una gran amenaza y los omeyas estaban más preocupados por lo que pasaba en el resto del mundo islámico. Que en retrospectiva se vea que fue un error no prestarles suficiente atención es otro asunto, pero el caso es que por parte andalusí no sintieron en el siglo X que la lucha contra los cristianos de fuera de las fronteras del islam fuera más importante que la lucha contra herejes, rebeldes y apóstatas dentro de las fronteras del mundo islámico. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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Fuentes
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