Este es el episodio 42 Ramiro II de León y la batalla de Simancas-Alhándega y en este episodio aprenderás:
- El rey Ramiro II de León y su tiempo
- Campaña de Osma del 934. ¿Sumisión de Pamplona?
- La sumisión de Zaragoza del 937. ¿Victoria omeya?
- La batalla de Simancas-Alhándega, la derrota más sonada del califa
- Las consecuencias de la batalla de Simancas
- El Veredicto: las ideas de legitimidad política de los omeyas cordobeses
- Avance y outro
- Fuentes
El rey Ramiro II de León y su tiempo
Dejamos la narrativa en el anterior episodio, el episodio 41 Abd al-Rahman III y la proclamación del Califato de Córdoba, con el soberano omeya elevándose a califa y extendiendo su autoridad en la Marca Media y Baja, así como conquistando Ceuta y Melilla como plazas fuertes desde donde ejercer su influencia por el Magreb, de manera que solo le quedaba imponer firmemente su autoridad sobre la Marca Superior, en el noreste andalusí. En el Reino de Pamplona el influyente rey Sancho Garcés I falleció y fue sucedido por su hijo menor de edad, y la reina viuda Toda de Pamplona fue la que ejerció el poder político real en Navarra incluso después de que su hijo fuera apto para gobernar. Y en el Reino de León se produjeron guerras civiles por el trono leonés y finalmente fue el tercer hijo de Ordoño II, Ramiro II, quien emergió vencedor en el 932.
Ramiro podría haber quedado muy fácilmente eclipsado por un soberano tan extraordinario de su tiempo como el califa Abd al-Rahman III de Córdoba, pero no fue el caso, como digno sucesor de su padre Ordoño fue un muy digno rival del príncipe de los creyentes omeya y se ganó entre los musulmanes el apodo de El Diablo por su ferocidad contra las armas islámicas. Ramiro II de León fue un monarca guerrero, pero también religioso y conciliador entre los poderosos del reino, es decir, representa el arquetipo de soberano cristiano medieval. Su principal hazaña militar la veremos más adelante, pero en esta sección introductoria me gustaría centrarme en algunos aspectos de su reinado a nivel de política interna y relaciones con magnates y obispos.
El reinado de Ramiro II fue un punto de inflexión para León porque se consolidó al fin como nueva sede regia de la monarquía asturleonesa, ya que desde la muerte de Alfonso III de Asturias hubo múltiples urbes que podían servir para las ambiciones políticas de monarcas y pretendientes, tales como Astorga, Oviedo y sobre todo Zamora. León se fue transformando en sede regia mediante construcciones de palacios y edificios religiosos como la iglesia de San Salvador de Palat de Rey, la celebración de desfiles tras victorias militares, las donaciones al obispado de León, el control económico del espacio leonés más que ningún otro sitio, y los enterramientos de miembros de la familia real en la catedral de León. Tanto es así que a partir de Ramiro II quien controlaba la ciudad de León ostentaba la legitimidad sobre el reino entero, del mismo modo que un omeya necesitaba tomar el control del alcázar de Córdoba para ser reconocido como soberano del Emirato y Califato de Córdoba.
Por otro lado, a nivel de alianzas militares no fueron tan destacables las relaciones entre el Reino de Pamplona y el de León con Ramiro II como en época de Sancho Garcés y Ordoño II, pero aún así las relaciones fueron de cooperación y movilidad de aristócratas de un reino a otro. Durante la época en la que estuvo gobernando las tierras del norte de Portugal Ramiro se había casado con su prima por parte materna, una mujer llamada Adosinda emparentada con el magnate más poderoso de Galicia en aquella época, Gutierre Menéndez. Ramiro no dudó en repudiarla cuando le fue conveniente después de que la gran casamentera Toda de Pamplona moviese los hilos para casar a una de sus hijas con el rey leonés en el 933. Hay que recordar que el difunto rey Sancho Garcés I de Pamplona había apoyado a su yerno Alfonso IV en las guerras civiles de León y posteriormente Ramiro se enfrentó a este, de manera que un matrimonio político y la llegada de numerosos cortesanos navarros en el círculo de poder de Ramiro servía para renovar la alianza pamplonesa-leonesa.
La verdad es que Ramiro II mantuvo una corte que estoy seguro de que a muchos les va a sorprender por su diversidad. Por ejemplo el obispo Cixila II de León era un mozárabe procedente de Toledo, el conde de Gormaz Abu al-Mundir que murió en una campaña del 942 también era mozárabe tal y como indica el nombre, tenemos noticia de un bereber de la tribu Kutama de cuando Ramiro aún no era rey y estaba en Viseo, y tuvo a su servicio a un diplomático judío llamado Baruj y también entabló amistad con el judío andalusí Hasday ibn Shaprut. Ramiro se reunía frecuentemente con los aristócratas y obispos del reino y, salvo por algún episodio puntual de rebelión, mantuvo la paz entre los poderosos del reino. Un hombre de especial confianza para Ramiro fue un aristócrata llamado Flaín, que fue el magnate que ante la ausencia del rey en León se enfrentó a los condes rebeldes que apoyaron las pretensiones de Alfonso IV el Monje, una lucha en la que fue derrotado y les costó la vida a varios familiares suyos.
No podemos remontarnos más allá de Flaín para conocer este linaje, pero los Flaínez mantuvieron su relevancia política hasta la Plena Edad Media y dieron lugar a varias casas nobiliarias, y entre sus descendientes se cuenta El Cid Campeador. Otros de los magnates más notables del reinado de Ramiro II fue Bermudo Núñez, conde de Cea encargado de la integración política de Salamanca poco después de la batalla de Simancas, y su hermano el obispo de León Oveco Núñez, se ha planteado la hipótesis de que el origen de este linaje partiera de una rama de la dinastía asturleonesa que quedó excluida del trono, y esta familia se casó durante generaciones con los Flaínez hasta que éstos los absorbieron. Ramiro fue un rey firme y determinado pero que también sabía perdonar para mantener la paz y los equilibrios de poder entre linajes aristócratas, por ejemplo mantuvo como estrecho colaborador a Ansur Fernández, hijo del mismo Ansúrez que había intentado derrocar al rey Ramiro, así como al hermano de Diego Muñoz, el rebelde conde de Saldaña y patriarca de la familia conocida como Banu Gómez que dominaba el río Carrión.
Como han estudiado en profundidad historiadores como Carlos Estepa, José María Mínguez, Wendy Davies y Álvaro Carvajal, se construía el poder de la monarquía asturleonesa y los magnates y eclesiásticos ligados a ella y se articulaban las relaciones sociales de los poderosos a través de las políticas del don, las donaciones entre miembros de las élites para tejer redes clientelares, en especial a partir del siglo X. Como vimos con el Reino visigodo, el monarca victorioso de turno donaba tierras a sus fieles apoyos, a veces con tierras confiscadas a opositores y rebeldes, pero no solo existían donaciones regias sino que los monarcas asturleoneses también recibían donaciones de aristócratas interesados en entrar en el círculo de seguidores y protegidos del monarca y que se les reconociera su posición social preeminente en sus propiedades. Estas donaciones no eran un juego de suma cero, pero estudiaremos toda esta cuestión en detalle cuando haga un episodio dedicado a la sociedad, economía y poder en el Reino asturleonés que sinceramente creo ahora que debería haber hecho mucho antes, cosas que pasan al ir avanzando poco a poco con este proyecto.
En cualquier caso, Ramiro II de León tomó algunas medidas para centralizar el poder en un reino con unas bases sociales fragmentadas, para llevar a cabo una centralización política se valió de obispos y de condes hipervitaminados que podrían controlar un vasto territorio, siendo el caso más destacable, el caso paradigmático, el del conde Fernán González de Castilla y Álava. El espacio oriental del Reino de León llevaba décadas dividido en pequeños condados, esta circunstancia cambió cuando Ramiro fue recompensando con nuevos condados al conde del alfoz de Lara a lo largo de la década del 930, en parte debido al apoyo de otros condes castellanos o del espacio oriental en la guerra contra su hermano Alfonso IV el Monje, tales como Fernando Ansúrez y Diego Muñoz. Esta maniobra fue peligrosa a largo plazo porque le había dado a un solo hombre el poder de toda el ala oriental del Reino de León, pero veremos más sobre el conde de Castilla y Álava en el próximo episodio.
En el espacio occidental Ramiro siguió una política distinta para tratar sus problemáticas particulares. En Galicia los reyes asturleoneses que lo precedieron habían creado un verdadero monstruo político y económico, el obispado de Santiago de Compostela que habían engrandecido peligrosamente a base de generosas donaciones, y Ramiro decidió contrabalancear un poco este poder excesivo de la sede jacobea. Para ello el soberano leonés centró sus donaciones más al sur en los monasterios de Celanova, Guimarães y Lorvão, también para recompensar a los seguidores que consiguió en el sur de Galicia y norte de Portugal cuando estuvo gobernando la región y así agradecerles su apoyo político y militar en su acceso al trono. La principal beneficiada a través del monasterio de Celanova fue la familia Menéndez, cuyo patriarca Gutierre Menéndez fue un actor político clave en las guerras civiles del Reino de León de los años 920 y no es para menos pues poseía una gran cantidad de villas y monasterios y descendía del conde de Coímbra Hermenegildo Gutiérrez y del conde Gatón del Bierzo y Astorga. Esta política causó damnificados en Galicia, como no podía ser de otra forma, y los resquemores entre magnates gallegos por la hegemonía tuvieron una gran influencia en las guerras civiles que se produjeron después de la muerte de Ramiro.
Campaña de Osma del 934. ¿Sumisión de Pamplona?
Numerosas fuentes nos informan de la campaña de Osma del 934, entre ellos el fiable cronista Ibn Hayyan que nos dice lo siguiente sobre el desfile que tuvo lugar en Córdoba al empezar la expedición: “En este año el califa al-Nasir hizo personalmente una aceifa contra territorio infiel, que fue la campaña llamada de Osma, para la que había ordenado preparativos y movilización desde primeros de año, enviando cartas en este sentido a las coras de al-Ándalus y a todos sus leales del norte de África. Acudieron gentes de todas partes, haciendo al-Nasir para esta campaña un gran alarde, que se hizo famoso en al-Ándalus y provocó admiración en Córdoba por la demostración que hizo de número y material, joyas y adorno. […] Para mayor vistosidad del alarde multiplicó las clases de equipo y las formidables, hermosas y valiosas insignias de peregrinas clases en banderas y estandartes, apareciendo en esta ocasión entre sus banderas el águila, que había inventado, pues ningún sultán la tuvo antes, y que las gentes miraron con curiosidad y delicia, siendo objeto de interminables comentarios.”
Así pues la bandera del Águila que se puede encontrar recreada por Internet como símbolo del Califato de Córdoba fue un estandarte que adoptó al-Nasir en la campaña de Osma y adoptó este símbolo porque era una de las banderas que usó en su día el profeta Muhammad. Como afirmó el sociólogo judío alemán Norbert Elias, la gente difícilmente creerá en un poder a menos que se manifieste en apariencia exterior, es decir, hay que ver para creer. Esta creciente importancia de la simbología y la pomposidad debemos vincularla al reforzamiento de la autoridad de al-Nasir y a la respuesta omeya a la amenaza fatimí, el pomposo desfile para la campaña de Osma fue un alarde del poder del califa de Córdoba, pero también se puede ver cómo se estaba volviendo un poco demasiado confiado, y este exceso de confianza lo pagaría bien caro en la batalla de Simancas-Alhándega. En cuanto a la campaña de Osma, esta tenía dos objetivos principales: imponer la autoridad omeya sobre la Marca Superior, ya que los gobernadores de Zaragoza, Huesca y Barbastro se negaron a unirse a la expedición, y atacar el territorio pamplonés y castellano para destruir sus recursos.
Quizás el matrimonio entre una hija de Toda de Pamplona y el rey de León fue motivo de alarma para el califa, que quería evitar por todos los medios la unión de los distintos poderes cristianos. El ejército omeya convocado pasó por Guadalajara y se desvió hacia la Marca Superior para someter rápidamente a los señores de la frontera rebeldes, y luego la expedición comandada por el califa en persona penetró por Navarra. El Reino de Pamplona evitó la destrucción gracias a la iniciativa diplomática de la reina regente Toda, que acudió a ver al califa en la fortaleza musulmana de Calahorra junto a varios magnates y eclesiásticos del reino. Toda de Pamplona invocó los lazos de parentesco que la unían al califa, ya que ella era su tía, y la reina viuda declaró el Reino de Pamplona vasallo del Califato de Córdoba y se desdijo de cualquier alianza con el rey de León, a cambio de que su sobrino al-Nasir reconociera a García Sánchez como gobernante de Navarra y presidiera la coronación de su hijo, con lo que formalmente se terminaba la regencia y se reafirmaba la autoridad de García Sánchez como heredero de Sancho Garcés.
Con este acuerdo la reina Toda pudo evitar la destrucción de su reino y reforzar la posición de su hijo García Sánchez sobre cualquier otro pretendiente de la familia real, ya que se dice que un miembro de la dinastía Jimena se sublevó y fue obligado a rendirse, fue ejecutado en el campamento de los cordobeses y su cuerpo fue descuartizado. La sumisión teórica de Pamplona no duró mucho y el califa castigó la traición de su tía por coaligarse con Ramiro II y el rebelde señor de Zaragoza con devastaciones por sus tierras en el 937. En cualquier caso, el ejército andalusí siguió su camino pasando por Castilla, básicamente la actual provincia de Burgos, y allí los musulmanes hicieron las típicas acciones de destruir edificios, cosechas, árboles frutales, iglesias y castillos. Los ejércitos dirigidos por Ramiro y Fernán González siguieron de cerca sus movimientos y aguardaron en lugares de difícil acceso mientras esperaban la llegada de refuerzos de otros aristócratas, la verdad es que no pudieron hacer mucho más que llevar a cabo algunas acciones de hostigamiento y ver impotentes cómo arrasaban el condado de Castilla y Álava.
Según los cronistas árabes, supuestamente mataron a doscientos monjes del monasterio de Cardeña, y el cronista contemporáneo Al-Razi afirmó que el olor de la quema de la fortaleza de Grañón en Álava era más dulce que el perfume para los soldados musulmanes. Esta retórica belicosa tenía la intención de presentar a Abd al-Rahman III como un campeón de la yihad, condición que debía tener cualquiera que pretendiera ser califa y que distaba mucho de la idealizada actitud tolerante de los musulmanes de al-Ándalus, que recordemos solo aceptaban a cristianos y judíos que vivieran sometidos a ellos con el estatuto legal de los dimmíes, que los hacía básicamente ciudadanos de segunda. Como califa guerrero Abd al-Rahman se encargaba de organizar los campamentos, asegurarse que el ejército se mantenía disciplinado, y por supuesto liderar a sus hombres en batalla, como hizo contra las huestes del rey Ramiro cerca de Cardeña.
No fue hasta el 23 de agosto del 934, ya cuando el ejército califal cargado de botín procedía a abandonar el condado, que las huestes de Ramiro II de León y el conde Fernán González se posicionaron en un cerro al lado de la fortaleza de Osma para plantarles cara. En el primer día de combate ambos bandos tuvieron bajas e hicieron cautivos, sin que los cristianos llegasen a bajar del todo del monte, en el segundo día ni leoneses ni andalusíes se movieron de su posición, de manera que en el tercer día el califa ordenó levantar el campamento y moverse unos kilómetros para forzar a que los cristianos se adentraran a la llanura. Algunos cristianos descendieron y los cristianos sufrieron algunas bajas notables, como el conde de la fortaleza de Gormaz, pero la mayoría se dieron cuenta de la trampa y regresaron a tiempo al castillo de Osma. La batalla no fue decisiva y ambos bandos la presentaron como victoria para los suyos, pero bueno, los musulmanes acamparon junto a la fortaleza de Gormaz antes de cruzar el Duero y regresar a sus tierras, porque la campaña ya había durado demasiado y su gran ejército no podía seguir viviendo de los escasos alimentos de la zona, una situación que se repitió con consecuencias catastróficas en la campaña de Simancas.
La sumisión de Zaragoza del 937. ¿Victoria omeya?
Volvamos a la Marca Superior porque ahí hubo un conflicto importante entre los omeyas y el clan árabe que había sustituido a los Banu Qasi como poder hegemónico de la Marca Superior, los Banu Tuyib. El origen del conflicto está en que Muhammad ibn Hashim al-Tuyibi había heredado el gobierno de Zaragoza de su padre en el 931, y la idea de cargos hereditarios disgustaba mucho al califa Abd al-Rahman que creía que él tenía el derecho a nombrar y destituir representantes gubernamentales a su gusto. Abd al-Rahman III estaba firmemente empeñado en la tarea de reunificar al-Ándalus bajo un poder central fuerte, y la sumisión de Zaragoza era el último paso para lograr ese ambicioso objetivo. Ya he mencionado que en la campaña de Osma los señores de Zaragoza, Huesca y Barbastro rehusaron unirse al omeya, mientras sí lo hicieron los tuyibíes de Calatayud y Daroca. Entonces el ejército omeya marchó contra los gobernadores rebeldes y forzaron su sumisión y participación en la expedición, teniendo que pagar además su deslealtad con varios castillos.
Pero a la que se terminó la expedición y el califa volvía a estar en la lejana Córdoba Muhammad ibn Hashim de Zaragoza volvió a las andadas al año siguiente. Los tuyibíes de Calatayud y Daroca siguieron mostrándose leales y colaboraron en la sumisión de la capital de la Marca Superior, el califa decidió regresar a Córdoba y dejó a sus generales para terminar un asedio que se creía que solo era cuestión de tiempo que terminase con éxito. El califa había enviado mensajeros al rey Ramiro para evitar que proporcionase ayuda al rebelde, pero el fiero rey de León rompió su promesa en el 936 y formó una alianza militar con Muhammad ibn Hashim, que estaba interesado en proteger así la autonomía de su clan. De golpe, no solo el señor de Zaragoza y el rey de León estaban en contra del califa, también la reina Toda de Pamplona, el conde Suniario de Barcelona, los señores tuyibíes de Calatayud y Daroca, los Banu Di-l-Nun de Santaver, los bereberes de Talavera, y las ciudades de Santarém y Huesca tomaron acciones paralelas en contra de al-Nasir. Como puedes ver la situación escaló en un santiamén.
Esta fugaz pero significativa chispa de rebelión hay que vincularla según Maribel Fierro y Eduardo Manzano Moreno a la presencia en la frontera de un omeya descendiente de la rama marwánida, del que el califa sospechó y mandó ejecutar, provocando que su hermano Umayya ibn Ishaq se rebelase en Santarém y buscase la alianza de cristianos y desafectos musulmanes. Umayya, antiguo gobernador de Algeciras, Ceuta y Santarém, se puso al servicio del rey Ramiro proporcionándole información sobre puntos débiles del sistema defensivo califal. Ramiro acudió a Zaragoza para ayudar a su aliado que estaba bajo asedio, pero los ataques leoneses no consiguieron levantar el cerco. El señor tuyibí de Calatayud pidió auxilio al conde de Álava y Castilla en el 937 y los cristianos se hicieron de facto los amos de la ciudad. Al-Nasir tuvo que proteger los campos toledanos de la amenaza de una incursión cristiana y tras eso se dirigió a Calatayud para liberarla de los cristianos y del gobernante musulmán visto prácticamente como un apóstata por unas declaraciones que hizo.
Las tropas omeyas tomaron la ciudad a sangre y fuego en tres días, mataron a los gobernadores de Calatayud y Daroca del clan Banu Tuyib, y el califa concedió el perdón al hermano del señor de Calatayud y también a algunas decenas de jinetes cristianos de Castilla y Álava, un perdón que no era nada habitual para los cristianos. Prosiguieron la campaña hasta Navarra para castigar con las habituales devastaciones al Reino de Pamplona por la traición al juramento de sumisión del rey García Sánchez y la reina viuda Toda producido en la campaña de Osma. La guerra fue verdaderamente intensa en estos años y no hubo solamente el frente liderado por cada uno de los soberanos, por ejemplo tenemos noticia de otros contingentes musulmanes que paralelamente a las campañas dirigidas por el califa destruyeron castillos de León y Pamplona, incendiaron comarcas castellanas y en dos ocasiones vencieron a los zamoranos que habían intervenido a favor del rebelde omeya de Santarém y enviaron a cien de ellos a Córdoba para ser ejecutados ante el califa y el pueblo llano.
Estas aceifas secundarias eran conducidas por los clanes de la frontera, como los Banu Di-l-Nun y Banu Razin que hicieron campaña juntos y provocaron la muerte de un hermano del conde de Castilla y Álava Fernán González y los madrileños liderados por su gobernador también consiguieron victorias. Sin embargo, no todo fueron movimientos militares. Como ha señalado la historiadora Omayra Herrero, en la guerra de pacificación de la Marca Superior fue de gran importancia el uso estratégico del perdón, el mantener una actitud clemente y entregar regalos y concesiones hacia los principales aliados de Muhammad ibn Hashim. En una ocasión por ejemplo el ejército omeya capturó una fortaleza con algunos de los mejores hombres del patriarca tuyibí, y el califa en vez de enviarlos a Córdoba y retenerlos ahí los mandó llevar a las puertas de Zaragoza para que Muhammad viera que no tenía intención de acabar con él como sí hizo con los gobernadores del mismo clan en Daroca y Calatayud. No fue pues un conflicto resuelto solo a base de batallas y asedios, la diplomacia fue clave para aislar a los Banu Tuyib de Zaragoza y forzar su rendición.
El asedio de Zaragoza duró ocho meses en un año particularmente duro por una sequía. Familiares de Muhammad buscaron el perdón, algunos lo consiguieron y otros fueron apresados, pero el caso es que el tuyibí se quedó sin aliados. De este modo el 23 de agosto del 937 Muhammad ibn Hashim rindió Zaragoza, aunque las negociaciones para un acuerdo de paz no fueron fructíferas hasta noviembre. Afortunadamente las cláusulas de la paz han llegado a nuestros días, y se pueden resumir en que al-Nasir concedió el perdón a Muhammad, sus familiares y seguidores, entregó el gobierno de Lérida a su hermano y le concedió a Muhammad el cargo de gobernador de Zaragoza de manera vitalicia. A cambio, el patriarca tuyibí debía entregar la ciudad durante un tiempo para que el califa pudiera meter hombres leales dentro, se tuvo que comprometer a no mantener ningún contacto con los líderes cristianos sin el consentimiento del califa, debía pagar de manera puntual los tributos y participar en las campañas en las que se le requiriera, debía entregar como rehenes a su hijo mayor y al hijo mayor del hermano convertido en gobernador de Lérida, y Muhammad debía pasar un tiempo en Córdoba junto al califa y dar muestras de sumisión sincera en actos públicos y privados antes de devolverle el gobierno de Zaragoza.
Juraron este tratado en la mezquita aljama de Zaragoza y en presencia de decenas de notables tanto de Córdoba como de Zaragoza que debían jurar el tratado, y además el califa derrocó las murallas de Zaragoza e hizo derribar sus edificios elevados para desalentar nuevas rebeliones. Es reseñable que el patriarca tuyibí no negociase exenciones de impuestos como sí reclamaron Mérida y Toledo, y esto demuestra que Zaragoza estaba dominada por un solo clan y no por distintos oligarcas urbanos como Toledo y que a Muhammad ibn Hashim lo que más le importaba era mantener su posición y que su clan siguiera siendo hegemónico en la Marca Superior. ¿Qué demuestra el tratado de sumisión de Zaragoza? Pues que el príncipe de los creyentes de Córdoba fue incapaz de eliminar a los tuyibíes de la Marca Superior y tuvo que aceptar unas relaciones prácticamente feudales con este clan, y ese fue el precio de reimponer la autoridad omeya sobre las marcas fronterizas de al-Ándalus, se puede decir que tanto los omeyas como los tuyibíes ganaron, y a Abd al-Rahman III no le quedó más opción que conceder privilegios y un elevado grado de autonomía política a algunas ciudades y clanes de las marcas. De este modo al-Nasir terminó definitivamente con la fitna que se venía arrastrando desde el Emirato de Córdoba y se llegó a compromisos que supusieron una solución duradera para las endémicas revueltas de las fronteras.
La batalla de Simancas-Alhándega, la derrota más sonada del califa
La transformación del Emirato al Califato de Córdoba trajo cambios significativos en la manera de llevar a cabo la yihad, la guerra santa. La reimposición firme de la autoridad central por todas las tierras islámicas permitió que los andalusíes pudiesen volver más a la ofensiva y tomarse más en serio la amenaza de los reinos y condados cristianos, que habían estado expandiéndose sin perder territorios ya que las aceifas emirales solo eran de devastación. El esfuerzo bélico andalusí alcanzó su cénit bajo el régimen amirí de Almanzor y su hijo que legitimaban su usurpación efectiva del poder omeya mediante sus victoriosas campañas contra los cristianos, pero no adelantemos acontecimientos. Y antes de seguir con la narrativa, si sigues escuchando el episodio tras todo este rato tengo una pregunta secreta para ti para responder en los comentarios de YouTube o iVoox, sin buscar por Internet qué sabes ahora mismo sobre el conde de Castilla y Álava Fernán González, veremos más sobre él en el próximo episodio y me gustaría ver si estás atento al episodio y tus conocimientos sobre lo que está por venir.
Volviendo al tema, en el 939 Abd al-Rahman reunió tropas de todos los rincones de al-Ándalus, desde el ejército profesional asalariado y los yunds árabes, huestes de linajes de la frontera, voluntarios de Córdoba y las provincias, e incluso mercenarios del Magreb. Según algunas crónicas árabes reunió la friolera de 100.000 hombres, una cifra obviamente exagerada e imposible para un ejército en la Alta Edad Media europea y que la historiografía moderna ha estimado entre 25 y 30.000 según los más generosos y entre 7.000 y 15.000 hombres según los cálculos más conservadores y realistas, en cualquier caso un ejército muy impresionante para la época. El objetivo no era causar destrucción y conseguir botín como era habitual en las aceifas andalusíes, esto era una verdadera campaña militar a gran escala con el objetivo probable de someter al Reino de León y convertirlo en un estado satélite o vasallo, del mismo modo que el califa había logrado someter a todos los musulmanes de al-Ándalus.
Como de costumbre pero elevado a una magnitud nunca antes vista por la importancia del operativo, el califa reunió a sus tropas en la capital, realizó una ceremonia y marcharon sus miles de soldados por las calles de Córdoba para hacer un alarde del poder del califa antes de partir en campaña. Los estandartes bendecidos y la bandera del águila pensaban que darían buena suerte, y todo parecía augurar que la campaña sería un éxito arrollador, no por nada fue conocida como la campaña de la Omnipotencia. El ejército califal con Abd al-Rahman al frente partió de Córdoba bajo clamores populares el 29 de junio, pasó unos días en Toledo para que se le uniera el grueso de la expedición con contingentes procedentes de todo al-Ándalus y luego el ejército pasó por la madrileña Villaviciosa de Odón, donde se produjo un eclipse solar casi total que fue visto como un mal presagio para los musulmanes. La expedición atravesó la sierra de Guadarrama, ya pasando por la tierra de nadie entre el Tajo y el Duero que ya era bastante reducida para el siglo X debido a los continuos avances cristianos.
La expedición omeya hizo estragos por la segoviana Coca y los valles de los ríos Cega y Eresma, afluentes del sur del Duero, lo que según Iñaki Martín Viso se podría explicar como que eran poblaciones bajo la órbita de influencia leonesa aunque sin estar aún integradas formalmente en el Reino de León. Esto también se confirma por otra información de la campaña de la Omnipotencia en que se dice que las gentes de Guadalajara, pertenecientes a la órbita andalusí, se quejaron al califa por los ataques que sufrían de los infieles del valle del Riaza, en el sur del condado de Castilla, lo que es indicativo de que hubo guerras a pequeña escala entre las gentes de la tierra de nadie y por otro que estas tierras sin estado cada vez estaban más sometidas a la influencia política cordobesa o leonesa.
La vanguardia liderada por el señor de Zaragoza Muhammad ibn Hashim atravesó el río Pisuerga, mientras el grueso del ejército se ponía en orden y avanzaba más lentamente hacia Simancas, localidad situada al sudoeste de Valladolid donde se encuentra el magnífico Archivo General de Simancas. Unos jinetes cristianos vieron al gran ejército del califa y partieron hacia el monte cercano a Simancas, pero fueron sorprendidos por Muhammad ibn Hashim que seguramente consiguió información de espías y exploradores para conocer el paradero de estos cristianos. La avanzadilla musulmana inició una persecución y terminaron no se sabe si fuera o dentro de las murallas de Simancas, en cualquier caso el patriarca de los Banu Tuyib terminó hecho prisionero y los que habían preparado una trampa terminaron siendo los atrapados por haberse aventurado demasiado sin suficientes hombres.
Las tropas de Abd al-Rahman III cruzaron el río y acamparon al este de Simancas, mientras los cristianos concentraron en el monte las tropas que fueron llegando del rey Ramiro, el conde Fernán González y el seguramente ya conde de Monzón Asur Fernández. El primer día de combate el 6 de agosto fue indeciso, y en los dos días siguientes fueron llegando refuerzos de Pamplona, Álava, Castilla y Coímbra que ya estarían antes colocados en puntos del Duero y que hicieron que el ejército cristiano reunido también fuese bastante numeroso. Nuevamente y como ya vimos en otras campañas, los guías, exploradores y espías eran importantes tanto para un bando como para el otro. El comandante del ejército califal Nayda ibn Husayn se puso en el centro del ejército para poder observar si las alas necesitaban caballería de refuerzo, y de nuevo en los días 7 y 8 de agosto hubo una batalla encarnizada, los musulmanes no consiguieron desalojar a los cristianos de sus posiciones y en este sentido podemos decir que perdieron.
A Abd al-Rahman III no le quedó otra que levantar el campamento, bien por la efectividad militar cristiana bien porque había convocado a demasiada gente para la campaña y no había suficientes alimentos sobre el terreno para todos, de manera que el ejército omeya se puso en una errática retirada siendo perseguidos por huestes cristianas. Las tropas en retirada no volvieron por el mismo camino ya para casa, es posible que con un ejército convocado tan grande y el deseo de que la campaña no terminase de manera vergonzosa sin nada que presentar como una victoria el califa pudo ordenar proseguir hacia el este por Castilla y luego Soria, para causar ahí destrucción y capturar provisiones y más botín de guerra. Pero esto es la mentalidad con la que se pierde mucho dinero en las inversiones y te puedes meter en un hoyo de pérdidas aún mayores de las que tenías, debes tener previsto hasta qué punto aceptarás unas pérdidas en vez de seguir en una huida hacia adelante deseando que todo salga milagrosamente bien.
Y es que el desastre no había hecho más que empezar. El ejército califal se dirigió al valle del río Riaza para combatir a los cristianos de los que se habían quejado los musulmanes de Guadalajara, y los guías les dieron información errónea o engañosa y convencieron a al-Nasir para pasar por un angosto y escarpado barranco que les hizo vulnerables a una emboscada, similar a la batalla de Roncesvalles en la que las huestes de Carlomagno fueron contundentemente derrotadas gracias al terreno. El medievalista Gonzalo Martínez Díez identificó el barranco referido como Alhándega con un paso angosto de la localidad soriana de Hoz de Arriba, cerca del castillo de Caracena, otros autores han sugerido los barrancos que conectan Ines y Fresna de Caracena, en todo caso la localización de la batalla está por esa zona de la inhóspita provincia de Soria.
El caso es que el ejército omeya pasó por un camino vulnerable y la retaguardia fue atacada por el ejército de Ramiro II de León, entonces se produjo una desbandada que casi parecía planificada porque los primeros en largarse fueron numerosos soldados profesionales de los yunds sirios y las huestes de los señores de frontera. Esta traición en medio del caos de la batalla, que en parte recuerda a la batalla de Guadalete del 711, era un reflejo de la insatisfacción de algunos andalusíes con el califa, algunos linajes de la frontera debido a que Abd al-Rahman III les cortaba su autonomía y los yunds árabes sirios se sentían incómodos con que el comandante general fuera Nayda ibn Husayn, cuñado del califa y por lo tanto enchufado que no pertenecía a la élite de clientes árabes y maulas omeyas.
Estos abandonaron a su suerte a los soldados voluntarios que fueron masacrados sin piedad y también abandonaron al califa con su guardia personal, y el mismo al-Nasir estuvo a punto de ser capturado o perder la vida. No se sabe cuántas bajas hubo, pero dada la magnitud del operativo y la derrota estamos hablamos de varios miles de musulmanes que terminaron muertos o capturados, y las pérdidas materiales en oro, plata, vestidos, y pertrechos fueron elevadas. De hecho los cristianos se apoderaron de las insignias del poder omeyas según Ibn Hayyan, entre ellas la cota de malla dorada del califa y un lujoso ejemplar del Corán que tardó algunos años en recuperar, de modo que la derrota de Simancas-Alhándega no pudo ser más humillante. Según el cronista magrebí al-Himyari fue el rebelde omeya Umayya ibn Ishaq el que evitó que el desastre fuese mayor para los cordobeses, porque advirtió al rey Ramiro de la posibilidad de una emboscada y aconsejó que se contentase de apoderarse del botín que habían dejado.
La humillación no podía ser más grande para alguien que había adoptado el sobrenombre al-Nasir li-din Allah, el que lleva la victoria a la fe de Dios, y para una campaña que había sido llamada la campaña de la Omnipotencia y que tenía que servir para demostrar el poder absoluto del califa y de Dios. Más bien fue la campaña de la Impotencia. Antes de ver lo más importante que fueron las amplias consecuencias de la batalla de Simancas-Alhándega haría un mal trabajo de divulgación si no advirtiera que algunos investigadores han cuestionado la historicidad de algunos de sus hechos. Maribel Fierro ha llamado la atención en que el nombre de la batalla de Alhándega, viene del árabe al-Khandaq que significa foso, pudo ser un nombra propagandístico contra el califa omeya, porque ya vimos en el lejano episodio 21 El islam y las conquistas árabes que una de las más famosas batallas de la historia islámica temprana fue la conocida del mismo modo como batalla del Foso.
Fue una victoria decisiva de la ciudad de Medina liderada por el profeta Muhammad frente a la tribu Quraysh de La Meca antes de su conversión al islam y esto ocurrió bajo el liderazgo de Abu Sufyan que era el ancestro de la dinastía omeya. Es por eso que Maribel Fierro ha sugerido que la descripción de la batalla de Alhándega en un barranco podría ser un invento para hacer este paralelismo contra los omeyas, aunque personalmente yo creo que se equivoca en esto porque difícilmente los mismos omeyas hubieran descrito tal desastre en un foso para hacerse propaganda contra ellos mismos y con la cantidad de participantes musulmanes en la campaña es difícil que se hubiera podido ocultar la información de dónde ocurrió el descalabro.
O sea, el nombre de la batalla podría venir simplemente porque en árabe así se refieren a un foso y ya está. También el historiador Pedro Gomes Barbosa dedicó un artículo a la batalla de Simancas, puedes consultar esta y todas las fuentes que usado para este episodio en la web lahistoriaespana.com como siempre hago, y en su artículo ha planteado muchas dudas sobre el relato oficial de la batalla usando la lógica, pero sin presentar tampoco evidencias que avalen sus críticas y además también me parece que cae en un error bastante común en la historiografía que es el hiperracionalismo, como si los que tomaban decisiones tuviesen una información completa y tomasen buenas decisiones por defecto cuando difícilmente esto es así, como si fuesen todos super racionales. Los califas y reyes podían presentarse a veces como seres superiores, pero al fin y al cabo eran humanos.
Las consecuencias de la batalla de Simancas
La batalla de Simancas-Alhándega tuvo unas consecuencias muy amplias y duraderas, y se puede afirmar sin temor a equivocarse que es una de las batallas más importantes de la historia medieval peninsular. Cuando el califa y sus diezmadas tropas llegaron a la capital, el califa preparó inmediatamente una ejecución. Los señores de la frontera que abandonaron al califa en el curso de la batalla de Simancas fueron considerados unos hipócritas, unos falsos musulmanes. El primero en perecer fue Fortún, el señor de Huesca del linaje de los Banu al-Tawil, que fue usado como chivo expiatorio porque lo pusieron como principal responsable de la desbandada. Fortún había sido capturado tras su deserción y la cortaron la lengua antes de trasladarlo a Córdoba, donde fue crucificado vivo. El cruel califa se acercó al hombre colgado para insultarle, y pese a haberle cortado la lengua y no poder hablar, Fortún aún consiguió reunir suficiente saliva como para escupir y mostrar su desprecio hacia el califa antes de morir.
Al enterarse de esto, su hermano que quedó gobernando Huesca se rebeló, aunque con el apaciguamiento del califa terminó sometiéndose. Con la ejecución de Fortún Abd al-Rahman III no sentía que había castigado lo suficiente a los desertores y ordenó erigir una plataforma con diez cruces y diez puertas frente al Bab al-Sudda del alcázar omeya, que era la puerta donde se solían producir muestras públicas del poder omeya en forma de castigos o perdón. El escenario tenía unos tintes escatológicos, porque el palacio real omeya estaba detrás de la puerta y representaba el Cielo, Bab al-Sudda representaba el Infierno, y la plataforma elevada representaba el a’raf o frontera entre los habitantes del Paraíso y los del Infierno. El mensaje era claro, quien desobedecía el califa estaba cometiendo un pecado, la salvación en el más allá dependía de su voluntad, y el castigo del infierno esperaba a los que osaran oponerse al califa omeya.
El día elegido para la ejecución de diez hombres más también tenía un simbolismo especial porque se produjo en el décimo día del duodécimo mes del calendario islámico coincidiendo con la fiesta del sacrificio del fin del Ramadán, de manera que los diez crucificados escogidos parecían ser un sacrificio y una expiación colectiva del pecado de la traición y deserción de parte del ejército. Nadie sabía quién iba a ser ejecutado, pero los cordobeses sentían curiosidad. Abd al-Rahman pasó revista a las tropas y luego ordenó la detención de diez oficiales de los yunds sirios que desertaron en Alhándega. Cuando se despertaron aquel día, aquellos oficiales no se imaginaban que iban a ser crucificados, así que empezaron entre lloros a rogar misericordia y perdón, pero aquello cayó en saco roto. De hecho, Abd al-Rahman III se puso cada vez más furioso por sus excusas y comenzó a recriminarles su deserción.
Dirigiéndose al populacho cordobés, al-Nasir expresó con una claridad extraordinaria el contrato político entre gobernantes y gobernados en al-Ándalus al pronunciar estas palabras: “Mirad a esta pobre gente, ¿acaso nos han dado autoridad, haciéndose nuestros sumisos servidores, sino para que les defendamos y protejamos? Pero, si nos hacemos sus iguales en la cobardía ante el enemigo y falta de carácter, ¿en qué les somos superiores, si sólo queremos salvar nuestra vida, aun perdiendo a los suyos? No lo permita Dios: gustad las consecuencias de vuestros actos.” Después de pronunciar estas palabras y harto de las excusas de los traidores, ordenó que los mataran con lanzas mientras estaban crucificados. Según recogió Ibn Hayyan, a un testigo le pareció tan insoportables estas muertes que se desmayó, pero una ejecución pública tan violenta tenía una finalidad ejemplar, de infundir miedo entre los andalusíes y especialmente entre la élite, y demostrar el poder de Abd al-Rahman III.
A-Nasir quedó abrumado por su fracaso en Simancas-Alhándega, recordemos que su vida llegó a peligrar en un momento dado y en buena parte debido a la traición de parte de la expedición, y eso rompió su propia imagen de un hombre con un poder absoluto. El califa debió quedar traumado por la batalla y sintió en sus propias carnes que por muy califa que fuera era un mortal y se estaba exponiendo a riesgos liderando ejércitos, de manera que a partir de entonces se retiró a una vida tranquila y más segura en su nueva ciudad-palaciega de Medina Azahara. En numerosos textos del califa Abd al-Rahman III el soberano omeya insistía en que la guerra santa contra infieles e hipócritas era una obligación del califa, y que la legitimidad de su autoridad emanaba de su rol de protector y guía político, espiritual y militar de los musulmanes frente a los enemigos de Dios, pero en esto último fracasó en Simancas.
Este discurso de yihad que ya estudiamos en el episodio extra 18 Yihad en al-Ándalus, siglos X-XIII, no era solo una reacción a la amenaza cristiana del norte o a los fatimíes sino un poderoso discurso ideológico a nivel interno. Abd al-Rahman III se presentaba como un soberano que lideraba personalmente sus ejércitos victoriosos, pero la batalla de Simancas truncó la puesta en práctica de esta idea y una de las consecuencias más notorias de la batalla de Simancas es que a partir de entonces los califas omeyas nunca más lideraron ejércitos en persona y delegaron el mando militar a otros familiares omeyas, maulas y señores de la frontera. Pese a ello, Abd al-Rahman siguió presentándose como defensor de la comunidad musulmana y conductor de la guerra santa porque mandaba aceifas anuales casi sin falta.
Las consecuencias de la batalla de Simancas-Alhándega fueron especialmente notorias en la estrategia militar seguida a partir de entonces, se abandonaron las grandes campañas con mucha propaganda detrás y se sustituyeron por múltiples aceifas de menor magnitud pero mayor efectividad, lo que a largo plazo fue muy beneficioso para establecer la hegemonía política y militar del Califato de Córdoba durante los 70 años posteriores a Simancas. Las levas y soldados voluntarios perdieron importancia en las expediciones musulmanas tras el fiasco de Simancas, porque la mayoría iban a pie y provocaban que la marcha del ejército en territorio enemigo fuera más lenta, y por lo tanto había más riesgos para el conjunto de la operación, y además los voluntarios eran por definición no profesionales en la guerra y convocar a muchos provocaba graves dificultades logísticas que obligaban a acortar la duración de las campañas. El califa de Córdoba aprendió la lección de que más grande no significa siempre mejor.
Desde entonces los ejércitos estuvieron compuestos principalmente por soldados profesionales, caballería ligera, mercenarios norteafricanos y saqaliba, los ejércitos de esclavos, todo esto sería trascendental para la fitna que estalló en el Califato de Córdoba y que supuso el fin de los omeyas. En este cambio de estrategia de la guerra contra los cristianos jugaron un papel importante los clanes dirigentes de las marcas fronterizas, al-Nasir les entregó de facto de manera hereditaria varios territorios y se limitó a certificar y renovar sus nombramientos. Ibn Hayyan justificaba la acción del califa en base a que estas familias llevaban generaciones arraigadas y heredando su posición de sus antepasados, es decir, su autoridad tenía un carácter patrimonial, y además habían ido cumpliendo con su deber de defender las fronteras del islam.
Las guarniciones de ciudades dejaron de hacer frente solas a incursiones cristianas, y cuando había un ataque se producían movilizaciones de contingentes de toda la frontera musulmana bajo el liderazgo de los linajes de frontera reconocidos por el califa, que gracias a esto pudieron llevar a cabo una centralización del poder local y regional que sería importante para que luego se convirtiesen en reyezuelos de reinos de taifa. La ausencia de rebeliones serias durante la segunda mitad del reinado de Abd al-Rahman III y durante el reinado de su hijo al-Hakam II demuestra que el equilibrio de autonomía política que encontraron los omeyas y las dinastías arraigadas en las fronteras del Califato tras las pacificaciones de las marcas y la batalla de Simancas fue un equilibrio aceptable entre control central y autonomía local para ambas partes.
Tras Simancas los musulmanes ganaron más consciencia de la necesidad de delimitar mejor las fronteras con los cristianos y mejorar su sistema defensivo, en este sentido en el 946 se reedificó Medinaceli en la provincia de Soria como puesto avanzado y punta de lanza de expediciones militares en sustitución a la capitalidad de la Marca Media de Toledo y se levantaron nuevas fortalezas a lo largo y ancho de la frontera islámica desde Santarém hasta Huesca. Por lo tanto, el Califato de Córdoba salió reforzado tanto a nivel ofensivo como defensivo con los cambios introducidos tras la batalla de Simancas-Alhándega. Simancas es un ejemplo de cómo fracasar y ser derrotado puede ser una oportunidad para aprender de los errores y salir más fuerte de una crisis. Sin embargo, los cambios en la práctica de la guerra que fueron buenos para el Califato de Córdoba no lo fueron tanto para la dinastía reinante de los omeyas.
Podemos ir tan lejos como afirmar que la batalla de Simancas-Alhándega provocó un efecto mariposa en la historia de al-Ándalus y en última instancia provocó la caída de los omeyas, porque la batalla de Simancas fue un punto de inflexión en las relaciones entre los soberanos omeyas y sus súbditos, fue a partir de aquí que los omeyas se encerraron más en su palacio y se alejaron más de la situación real del país. Este mismo error lo cometieron otros gobernantes del mundo islámico pese a las recomendaciones de la tradición islámica sunní en contra del ocultamiento, y es este alejamiento del califa de las aristocracias no cortesanas y la gente de a pie lo que permite que en un momento dado su pequeño grupo cercano de eunucos, militares y cortesanos conspiren y tomen el poder real. Encerrarse en un magnífico palacio puede parecer lo más seguro para preservar la vida, pero aislarse de la realidad es el primer paso para perder el poder.
He hablado largo y tendido de las profundas consecuencias de la batalla de Simancas-Alhándega en al-Ándalus, pero también hubo consecuencias para el Reino de León. Fue tras la batalla de Simancas que el rey Ramiro II de León, con su prestigio militar muy aupado, se intituló en algunos documentos como rex-imperator, quizás también como respuesta a la elevación de las pretensiones de Abd al-Rahman III de Córdoba al proclamarse califa. Esta idea imperial leonesa no se concretó mucho más allá de darle un cierto carácter sacro a la posición de rey de León para ponerse por encima del resto de magantes laicos y no traspasó la documentación escrita hasta que el rey Alfonso VI de León desarrolló todo un discurso ideológico y una pomposidad esperable para el monarca que logró conquistar Toledo y con su nieto Alfonso VII la idea imperial leonesa alcanzó su cénit y paradójicamente su final con sus pretensiones hegemónicas sobre la península ibérica.
Más importante aún es que en los meses inmediatos a su victoria Ramiro II de León integró en su reino el valle del río Tormes, incorporando poblaciones como Salamanca y Ledesma, y el conde Fernán González integró Sepúlveda, esto se puede interpretar como que llevaron más allá las relaciones informales que ya tendrían estas poblaciones con la monarquía asturleonesa. El Diablo de León se apresuró a pedir negociar con el califa de Córdoba, seguramente porque como señala el historiador Manuel Tejedo quería que le reconociera sus últimas adquisiciones territoriales, pero antes de pensar en la paz Abd al-Rahman III quería vengarse y borrar tanto como fuera posible de la memoria de los andalusíes el desastre de Simancas-Alhándega, de manera que aprobó once incursiones musulmanas en los dos años siguientes. Después el califa estuvo dispuesto a negociar, aunque las conversaciones no fueron fáciles y duraron meses.
En estas dilatadas negociaciones actuó como embajador el notable judío Hasday ibn Shaprut, del que se empieza a hablar a partir de entonces, y es un dato significativo que también Ramiro y el conde Suniario de Barcelona empleasen judíos como diplomáticos para sus contactos con el califa de Córdoba. Tras siete meses Ramiro y Hasday junto a tres obispos mozárabes establecieron las condiciones de paz en el 941, entre las que estaba la liberación del señor de Zaragoza y la devolución de las partes del Corán del califa que se habían perdido, y de paso se tomó más consciencia de las fronteras del Reino de León y del Califato de Córdoba. El rey de León asoció en el tratado al rey de Pamplona y Ibn Hayyan menciona específicamente también a Fernán González y los condes de los Banu Gómez y los Ansúrez, lo que es indicativo de su relativa autonomía y relevancia política.
La tregua no iba a durar, pero sirvió para ganar tiempo y recuperarse de las pérdidas. La batalla de Simancas-Alhándega se recuerda no porque abriese paso a grandes conquistas territoriales para el Reino de León o Pamplona, sino porque fue la primera gran victoria militar de los cristianos hispanos frente a los andalusíes. Pese al prestigio y fama que ganó Ramiro II de Léon por toda la península ibérica y más allá, la alegría de los cristianos por la victoria conseguida frente al todopoderoso califa de Córdoba no iba a durar, porque desde la segunda mitad del reinado de Abd al-Rahman III de Córdoba hasta la guerra civil que terminó con el Califato cordobés los andalusíes lograron intervenir a su gusto en los asuntos internos de los reinos y condados cristianos, y no es exagerado decir que se convirtieron en estados satélites de Córdoba. El recuerdo de la batalla de Simancas-Alhándega nunca se borró por completo de la memoria colectiva andalusí, pero las victorias políticas y militares que se sucedieron después de ella minimizaron los efectos de la derrota para los musulmanes. Los mejores tiempos de al-Ándalus estaban a punto de empezar.
El Veredicto: las ideas de legitimidad política de los omeyas cordobeses
En El Veredicto de hoy quiero analizar la teoría política que dio legitimidad al gobierno omeya en Córdoba. La legitimidad omeya se basaba en la antigüedad del linaje de la primera dinastía del islam, el derecho de conquista a gobernar al-Ándalus, y la preservación de la ortodoxia islámica, pero como hemos visto Abd al-Rahman III era perfectamente consciente de que el gobierno de los omeyas no era indiscutible ni estaba garantizado por Dios. Un califa tenía que guiarse por las leyes islámicas y gobernar y proteger la umma, toda la comunidad musulmana, y a cambio la umma le prometía obediencia. La umma era súbdita y no soberana, gobernada y no gobernante, pero eso no es algo que deba entenderse peyorativamente sino como una relación recíproca pero desigual entre el califa y la umma.
Si al-Nasir se mostró tan enfadado con los soldados profesionales desertores de Simancas que dejaron morir en el martirio a voluntarios musulmanes es porque éstos violaron el orden social que el régimen omeya representaba y de este modo el califa falló en su deber religioso de proteger a los creyentes. El monje y embajador del emperador Otón Juan de Gorze se mostró sorprendido por estas ideas de legitimidad política, porque eso significaba que los gobernantes no reinaban por la gracia de Dios y que los andalusíes tenían derecho a sublevarse y deponer a un gobernante tirano si el monarca no cumplía con sus obligaciones. Esto es similar a otras teorías políticas vistas en otras partes del mundo, como el confucianismo y el mandato del cielo de China, o posteriores teorías de autores occidentales que justificaron el derecho a la revolución y el tiranicidio, como Tomás de Aquino, Juan de Mariana o John Locke. Es importante entender esto, porque las monarquías y los regímenes autoritarios necesitan una filosofía política para justificar su derecho a gobernar tanto como una democracia. Y con esto, El Veredicto termina.
Avance y outro
Antes de que te vayas, si eres nuevo no dudes en suscribirte al canal de YouTube y dos podcasts La Historia de España-Memorias Hispánicas y puedes empezar a ver toda la serie cronológica y otro contenido usando las listas de reproducción. Tienes también el Discord y redes sociales del programa para interactuar conmigo y otros seguidores, tienes los enlaces de todo esto en la descripción, y puedes ayudarme a seguir adelante con este proyecto y conseguir beneficios exclusivos como acceso anticipado de un mes a los episodios de la serie principal uniéndote a la comunidad de mecenas de Patreon en patreon.com/lahistoriaespana. En el siguiente episodio estudiaremos en detalle la figura del conde Fernán González de Castilla y Álava así como la historia política de los condados catalanes en la primera mitad del siglo X, si estás en YouTube puedes darle a la campanita de notificaciones para no perdértelo, ¡gracias por escucharme y hasta la próxima!
Fuentes
Albarrán Iruela, Javier. Ejércitos benditos. Yihad y memoria en al-Ándalus (siglos X-XIII). Editorial Universidad de Granada, 2020.
Álvarez Palenzuela, Vicente Ángel, editor. Historia de España de la Edad Media. Ariel, 2011.
Bartolomé Bellón, Gabriel. «La» idea imperial» leonesa (ss. IX-XII).» Ab Initio: Revista digital para estudiantes de Historia 5.9 (2014): 61-117.
Carriedo Tejedo, Manuel. «La frontera entre León y Córdoba a mediados del siglo X: desde Santarén a Huesca.» Estudios humanísticos. Historia 1 (2002): 63-93.
Carriedo Tejedo, Manuel. «Un sol esplendoroso en León: el judio Hasday de Córdoba (941-956).» Estudios Humanísticos. Historia 7 (2008): 21-60.
Carvajal Castro, Álvaro. «La construcción de una sede regia: León y la identidad política de los reyes asturleoneses en la crónica de Sampiro y en los documentos. » e-Spania 18 (2014).
Carvajal Castro, Álvaro. Bajo la máscara del regnum: la monarquía asturleonesa en León (854-1037). CSIC, 2017.
Catlos, Brian A. Kingdoms of Faith: A New History of Islamic Spain. Oxford University Press, 2018.
Collins, Roger. Caliphs and kings: Spain, 796-1031. John Wiley & Sons, 2012.
Díez Herrera, Carmen. «Población y poblamiento en una sociedad de frontera: el área castellana del Duero en los siglos IX y X.» VI Estudio de Fronteras: población y poblamiento: homenaje a Manuel González Jiménez, editado por Francisco Toro Ceballos y José Rodríguez Molina, Diputación Provincial de Jaén, 2007, pág. 209-223.
Escudero Manzano, Gonzalo J. «Los condes de Présaras y la fundación de San Salvador de Sobrado. El intento de una parentela magnaticia por recuperar su preeminencia en Gallecia.» Studia Historica. Historia Medieval 39.1 (2021): 197-213.
Fierro, Maribel. «Pompa y ceremonia en los califatos del Occidente islámico (ss. II/VIII-IX/XV).» Cuadernos del CEMyR 17 (2009): 125-152.
Fierro, Maribel. «The Battle of the Ditch (Al-Khandaq) of the Cordoban Caliph ‘Abd l-Raḥmān III.» The Islamic Scholarly Tradition, editado por Asad Q. Ahmed, Michael Bonner y Behnam Sadeghi, Brill, 2011, pág. 107-130.
Fierro, Maribel. ‘Abd al-Rahman III: The First Cordoban Caliph. Simon and Schuster, 2012.
García Perez, Guillermo. «Tablada, Simancas (939 ec), Al-Hándega. Los pasos del Sistema Central por los puertos de Guadarrama.» (2021).
Gomes Barbosa, Pedro. «La batalla de Simancas (939). Algunas notas.» Al-Mulk 7 (2007): 47-68.
Guichard, Pierre. Esplendor y fragilidad de al-Ándalus. Universidad de Granada, 2015.
Herrero Soto, Omayra. El perdón del gobernante (al-Andalus, ss. II/VIII-V/XI). Una aproximación a los valores político-religiosos de una sociedad islámica pre-moderna. 2012. Universidad de Salamanca, tesis doctoral.
Iriondo Tarrasa, Gorka. La práctica de la guerra en Castilla, León y al-Andalus (VIII-XI). 2022. Universidad del País Vasco= Euskal Herriko Unibertsitatea, tesis doctoral.
Kennedy, Hugh. Muslim Spain and Portugal: A political history of al-Andalus. Routledge, 2014.
Lacarra, José María. Historia política del reino de Navarra desde sus orígenes hasta su incorporación a Castilla. Caja de Ahorros de Navarra, 1972.
Lévi-Provençal, Evariste, editor. España musulmana hasta la caída del califato de Córdoba (711-1031). Dirigida por Ramón Menéndez Pidal, vol. 4, Espasa-Calpe, 1957.
Manzano Moreno, Eduardo. Conquistadores, emires y califas: Los omeyas y la formación de al-Andalus. Editorial Critica, 2006.
Manzano Moreno, Eduardo. Épocas Medievales. Dirigido por Josep Fontana y Ramón Villares, vol. 2, Crítica, 2009.
Marín, Manuela, editora. The Formation of Al-Andalus, Part 1: History and Society. Routledge, 1998.
Mariño Veiras, Dolores. «El título de «REX-IMPERATOR» atribuido a Ramiro II de León (931-951).» Os reinos ibéricos na Idade Média: livro de homenagem ao professor doutor Humberto Carlos Baquero Moreno, editado por Luis Adão da Fonseca, Luis Carlos Amaral y Maria Fernanda Ferreira Santos, Livraria Civilização Editora, 2003, pág. 371-376.
Martín Viso, Iñaki. «Integración política y regeneración: el sur del Duero en el Reino Asturleonés.» Edad Media. Revista de Historia 18 (2017): 207-239.
Martínez Díez, Gonzalo. El condado de Castilla, 711-1038: la historia frente a la leyenda. Vol. 1. Marcial Pons Historia, 2005.
Martínez Enamorado, Virgilio. «Un ejército al servicio del califa: Abd al-Rahman III y su política militar.» Desperta Ferro: Antigua y medieval 7 (2011): 28-33.
Martínez Sopena, Pascual. «Prolis Flainiz. Las relaciones familiares en la nobleza de León (siglos X-XII).» Studia Zamorensia 17 (2018): 69-102.
Pérez de Urbel, Justo y Ricardo del Arco Garay, editores. España cristiana. Comienzo de la Reconquista (711-1038). Dirigida por Ramón Menéndez Pidal, vol. 6, Espasa-Calpe, 1956.
Pérez Marinas, Iván. Tierra de nadie: Sociedad y poblamiento entre el Duero y el Sistema Central (siglos VIII-XI). 2016. Universidad Autónoma de Madrid, tesis doctoral.
Peterson, David. «En torno a la conquista cristiana de la Rioja Alta (918-925).» Brocar: Cuadernos de investigación histórica 31 (2007): 155-176.
Porres Martín-Cleto, Julio. Historia de Tulaytula (711-1085). Instituto provincial de investigaciones y estudios toledanos, CSIC, 1985.
Portass, Robert. «All quiet on the western front? Royal politics in Galicia from c. 800 to c. 950.» Early Medieval Europe 21.3 (2013): 283-306.
Rodríguez Fernández, Justiniano. “La monarquía leonesa. De García I a Vermudo III (910-1037).” El reino de León en la Alta Edad Media. Vol. III, editado por Manuel Lucas Álvarez, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 1995, pág. 131-431.
Salvatierra, Vicente, y Alberto Canto. Al-Ándalus, de la invasión al califato de Córdoba. Vol. 5. Editorial Síntesis, 2008.
Suñé, Josep. Gihad, fiscalidad y sociedad en la Península Ibérica (711-1172): evolución de la capacidad militar andalusí frente a los reinos y condados cristianos. 2017. Universidad de Barcelona, tesis doctoral.
Torres Sevilla-Quiñones de León, Margarita. Linajes nobiliarios en León y Castilla (siglos IX-XIII). Junta de Castilla y León, Consejería de Eduación y Cultura, 1999.
Vara Thorbeck, Carlos. «La batalla de Simancas, del Al jandaq, o batalla del Foso.» Boletín de la Institución Fernán González 256 (2018): 77-90.
Declaración ética sobre el uso de IA: se ha empleado ChatDOC para asistir en la investigación con tareas como resumir, traducir o encontrar respuestas a preguntas en las fuentes citadas. No hay texto generado por IA.
Comentar