Este es el episodio 50 llamado Los omeyas, los árbitros de Spania y en este episodio aprenderás:

El cogobierno de Miró y Borrell de Barcelona

Este es el episodio 50 de La Historia de España, ¡fíjate lo lejos que ya hemos llegado! Muchas gracias a todos los oyentes y sobre todo a los mecenas de Patreon, YouTube o a cualquiera que haya donado. En fin, lo que hemos visto hasta ahora de la Alta Edad Media peninsular permitía separar bastante la historia de cada entidad política, pero esto a partir de ahora se puede volver más complicado porque hay muchas historias interconectadas. Así que empecemos yendo para el noreste peninsular, en la mitad oriental de la actual Cataluña. Dejamos la narrativa catalana en el episodio 43 Los condados catalanes, 910-950, con un conde Suniario de Barcelona que había avanzado la frontera por la costa y el interior varios kilómetros más allá de Barcelona y hasta ocupó por unos años Tarragona.

Condados catalanes del siglo X, por Josep Maria Salrach
Condados catalanes del siglo X, por Josep Maria Salrach

Suniario se retiró de la vida pública en el 948 y cedió su autoridad sobre los condados de Barcelona, Osona y Gerona a sus hijos Borrell y Miró. Esto lo hizo después de haber conseguido el condado de Urgel para Borrell en una disputa con la rama familiar de la Cerdaña, es decir, del Pirineo catalán, al alto coste del fallecimiento del primogénito de Suniario. De este modo Borrell II y Miró I cogobernaron sobre tres condados más otro solo para Borrell y sobre cuatro sedes episcopales hasta la muerte de Miró en el 966. Como los condes pasaban la mayor parte de su tiempo en Barcelona, la figura del vizconde empezó a ganar relevancia en la segunda mitad del siglo X para gobernar en la ausencia del conde, y con eso se empezaron a consolidar linajes fieles al conde. Así es como de arriba abajo se fue instaurando el feudalismo en Cataluña.

Durante la mayor parte del cogobierno de Miró y Borrell se mantuvo la paz con Córdoba heredada del pacto del 940 firmado por el conde Suniario y Hasday ibn Shaprut, el diplomático judío al servicio de los omeyas. No hubo nuevos avances territoriales hacia la frontera andalusí y en cambio hubo un comercio provechoso, principalmente de esclavos, pieles y armas francas, que despertó una fiebre del oro en los condados catalanes más hacia el último tercio del siglo X. De manera similar el califa había firmado la paz y abierto el mercado andalusí con el vizcondado de Narbona y el Reino de Arlés, todos del mundo poscarolingio, lo que demuestra el interés por productos del mundo franco y que quizás se los quería ganar como aliados o al menos neutrales, mientras que tal pacto comercial no sucedió con el Reino asturleonés y de Pamplona.

El conde Miró tuvo algunas iniciativas importantes, como la construcción de la acequia condal que durante siglos llevó el agua del río Besós en Moncada a Barcelona, y como no tuvo hijos en su testamento Miró donó al obispado de Barcelona la mitad de sus propiedades. Tras la muerte de Miró en el 966, Borrell II gobernó en solitario la mayor parte de los condados de la antigua Marca Hispánica hasta su muerte en el 992. Debido a su poder, además de los habituales títulos de conde y princeps, se intituló en la documentación duque de Iberia o duque de Gotia para expresar su posición hegemónica frente a los otros condados. Recuerda del episodio de Memorias Hispánicas ¿Por qué Cataluña no fue un reino? que el concepto de Cataluña no existía aún en el siglo X y no había consensos en cómo referirse a la realidad política condal, por eso por ejemplo el coetáneo monje Richer de Reims llamó a Borrell duque de Hispania Citerior.

Desde tiempos de Wifredo el Velloso los condes de la actual Cataluña habían entrado en un proceso de distanciamiento respecto a la monarquía carolingia, como ocurrió en muchas otras partes del antiguo Imperio carolingio. Para la segunda mitad del siglo X ya solo algunos eclesiásticos buscaban confirmaciones de propiedades por parte de reyes carolingios, además de un conde de Besalú y el conde Gausfredo de Ampurias que se relacionaron con el rey carolingio para reforzar su poder local frente al conde de Barcelona. La práctica independencia política de los condados catalanes hizo que los condes y eclesiásticos buscasen otras fuentes de legitimidad para su poder en el papado de Roma, y además el poder condal se sacralizó por la gracia de Dios, que es como decir porque puedo e ya.

Estas dinámicas de reforzamiento del poder local frente a conexiones más allá de los Pirineos también se produjeron en el mundo eclesiástico por ambiciones personales, más que por una conciencia colectiva de separatismo eclesiástico. El abad Cesáreo del monasterio de Santa Cecilia de Montserrat peregrinó a Santiago de Compostela y pidió a los obispos de Galicia y de León restaurar el arzobispado de Tarragona con él al frente. Los obispos del Reino asturleonés accedieron a su petición, ya que para ser obispo hay que contar con el respaldo de otros obispos, pero ni en los condados catalanes ni en Roma Cesáreo encontró apoyo para sus ambiciones personales. Normal por otra parte, porque un abad pretendía ponerse por encima de los obispos de Barcelona, Gerona, Vic y Urgel.

Esto nos recuerda a las ambiciones de clérigo Esclua que expliqué en el episodio 38 Wifredo el Velloso y el origen de Cataluña. Años después del intento en solitario de Cesáreo, en el 970 el conde Borrell II pretendió independizar del arzobispado de Narbona las cuatro sedes episcopales que controlaba restaurando el arzobispado de Tarragona en la figura del obispo Ató de Vic. Era un intento de ganar más control y beneficios materiales sobre las instituciones eclesiásticas bajo su dominio. Pero el proyecto terminó en fracaso porque el obispo de Vic fue asesinado, después de que el Papa avalase el proyecto de independencia de las sedes episcopales catalanas. Se especula que la casa condal de Cerdaña estuvo detrás del asesinato, y es que los condes de la época tenían unas relaciones que se caracterizaban más por la competición que por la cooperación.

La contraofensiva fatimí por el Magreb

Antes de hablar de las intervenciones omeyas en el norte cristiano, quiero hablar de sus intervenciones en el Magreb por ser un tema más aparte. La última vez que hablé de la guerra entre el chií Califato fatimí y el sunní Califato de Córdoba fue en el episodio 41 Abd al-Rahman III y la proclamación del Califato de Córdoba. Para el año 952, las ciudades de Ceuta, Melilla y Tánger estaban bajo el control directo de los omeyas, mientras que por el Magreb occidental y central habían construido una red de alianzas locales, principalmente con miembros de la confederación bereber de los zanata y gobernadores locales de la dinastía idrisí, antiguos gobernantes de buena parte de la actual Marruecos.

Áreas de influencia omeya y fatimí a mediados del siglo X, en el apogeo alcanzado por Abd al-Rahman III, por José Luis de Villar Iglesias
Áreas de influencia omeya y fatimí a mediados del siglo X, en el apogeo alcanzado por Abd al-Rahman III, por José Luis de Villar Iglesias

Las crecientes interconexiones transregionales entre el Magreb y la al-Ándalus de los omeyas promovieron la arabización e islamización del Magreb, región apenas considerada parte del mundo islámico en la Alta Edad Media por su falta de desarrollo, independencia política respecto al Califato abasí, y herejías islámicas mezcladas a veces con creencias religiosas nativas. Además de intervenir militarmente en el Magreb para hacer frente al expansionismo del Califato fatimí, los omeyas financiaron la construcción de mezquitas sunníes en el Magreb para eliminar lo que desde su perspectiva eran herejías, promovieron a jueces de la escuela malikí, y compraban voluntades entre los locales con oro, tejidos lujosos del tiraz califal, caballos, o perfumes.

En la década de los años 940, hubo una importante rebelión bereber contra los fatimíes en Ifriqiya liderada por Abu Yazid, conocido como el Hombre del burro. Abu Yazid fue un líder mesiánico, como muchos que han aparecido entre los bereberes, y seguía el islam ibadí, un movimiento de la rama jariyí del islam que rechaza la necesidad de tener solo un califato para gobernar a todos los musulmanes y que rechaza que los califas deban ser árabes. Un califato suní como el de Córdoba consideraba el islam ibadí una herejía, pero eso no fue un impedimento para que Abd al-Rahman III apoyara la causa de Abu Yazid para debilitar al Califato fatimí. Aunque la rebelión del Hombre del Burro supuso una seria amenaza para los fatimíes durante algunos años, fue finalmente aplastada.

En la década de 940, Abd al-Rahman al-Nasir ejercía un gobierno indirecto sobre casi todo Marruecos y partes de Argelia, pero el califa cordobés probablemente conocía la fragilidad de estos vínculos y pronto aparecieron problemas. Una rama de la dinastía idrisí mostró signos de insubordinación, con la derrota de Abu Yazid Abd al-Rahman perdió aliados valiosos, y el líder de los bereberes zanata de la confederación maghrawa de Argelia cambió de bando y juró lealtad a los fatimíes. Además, el nuevo califa fatimí mostró la misma beligerancia contra los omeyas que el primer califa fatimí, así que ahora las cosas parecían ponerse bastante feas para Abd al-Rahman III.

Y para empeorar las cosas, un barco andalusí se apoderó de un barco fatimí alrededor de Sicilia, y los fatimíes respondieron de forma abrumadora: quemaron el puerto de Almería, incluyendo los barcos que ahí encontraron atracados, y soldados fatimíes hicieron saqueos y mataron e hicieron cautivos a personas del área cercana. El ataque a Almería, entonces un puerto de la ciudad de Pechina, más situada al interior, fue la primera vez que un ejército fatimí atacó directamente suelo andalusí. Furioso, Abd al-Rahman ordenó a su general Galib que liderara un escuadrón contra las costas de Ifriqiya, y el capaz militar causó importantes daños en numerosos puertos y pueblos costeros de Túnez. Otra consecuencia del ataque fue que se fundó Almería como una ciudad en sustitución a Pechina en el año 955, pocas semanas después del ataque fatimí.

Reconstrucción virtual 3D de la ciudad de Almería en el siglo XI, por el documetnal al-Mariya Puerta del Levante
Reconstrucción virtual 3D de la ciudad de Almería en el siglo XI, por el documental al-Mariya Puerta del Levante

En esta decisión tuvo mucho que ver Muhammad ibn Rumahis, gobernador de la provincia y almirante de la flota califal atracada en Almería, que convenció al califa para tomar tal decisión. La guerra subsidiaria entre fatimíes y omeyas por el Magreb se recrudeció. En el 956 los leales al califa omeya conquistaron la ciudad argelina de Tremecén, pero eso provocó una reacción fatimí. El califa de los fatimíes lanzó una ambiciosa expedición en el 958 y 959 para conquistar el Magreb occidental, y como resultado importantes ciudades como Tahert, Fez o Siyilmasa cayeron, con lo que todas las ganancias territoriales o más bien de influencia de los últimos años se perdieron. Solo Ceuta y Tánger permanecieron bajo control omeya. Estos dos bastiones no eran mucho, pero Ceuta y Tánger eran suficientes para permitir al sucesor de al-Nasir, el califa al-Hakam II, continuar las intervenciones omeyas en el norte de África.

El convulso reinado de Ordoño III de León

Dejamos la historia política del Reino asturleonés en el episodio 44 Fernán González, conde de Castilla. La abdicación y muerte de Ramiro II en el año 951 abrió un período de luchas internas en el Reino de León durante la segunda mitad del siglo X, un período en el que el poder real era débil y no podía impedir las intervenciones extranjeras desde Córdoba y Pamplona, ni las tendencias autonomistas de numerosos territorios, en especial del condado de Castilla. No estamos hablando de problemas de un reinado en específico, sino de un problema estructural, de manera que hay que preguntarse qué había cambiado respecto al período anterior.

Genealogía de la monarquía asturleonesa en el siglo X, por Manuel Carriedo Tejedo
Genealogía de la monarquía asturleonesa en el siglo X, por Manuel Carriedo Tejedo

El principal motivo del cambio fue el poderío del Califato de Córdoba, ya que la falta de nuevas campañas para obtener nuevas tierras y botín, sumándose a la división natural del patrimonio familiar por herencias entre varios descendientes, hacía que las élites compitiesen por unos mismos recursos cada vez más escasos. Esto incluso llevó a que algunos cristianos decidieran servir como mercenarios al lado de Almanzor contra sus propios reinos, solo para enriquecerse. No habría sido tan fácil prever ese desarrollo de los acontecimientos a mediados del siglo X, ya que la sucesión de Ramiro fue pacífica. El hombre que ocupó el trono leonés fue Ordoño III, hijo de Ramiro II y su primera esposa, una aristócrata gallega llamada Adosinda.

De su segundo matrimonio con la princesa pamplonesa Urraca Sánchez Ramiro tuvo un hijo, Sancho, apodado el Gordo, y una hija llamada Elvira, que se convirtió en monja y años más tarde en la regente del Reino de León. Pero centrándonos primero en Ordoño III, fue criado en las ciudades portuguesas de Viseu y Coímbra y se casó con Urraca Fernández, hija del conde Fernán González de Castilla. Como su suegro, Fernán González no tuvo problemas en reconocer a Ordoño como rey en León, pero poco después de la sucesión, el medio hermano de Ordoño, Sancho el Gordo, buscó refugio en Pamplona. Sancho el Gordo tenía la ambición de convertirse en rey en León, y probablemente fue su abuela Toda de Pamplona quien alentó sus sueños. Mientras tanto, el todopoderoso califa de Córdoba continuó enviando incursiones contra el Reino asturleonés en el 951, 952, 953 y 955.

Abd al-Rahman lanzó tres expediciones simultáneas desde las marcas fronterizas contra los cristianos en el 951, todas con buenos resultados para los musulmanes. El gobernador de Badajoz derrotó a un ejército gallego y capturó o esclavizó a 300 mujeres y niños. Los gobernadores de Toledo y Huesca, del clan árabe de los Banu Tuyib, lidiaron exitosamente con los leoneses, castellanos y pamploneses. En 953, hubo dos expediciones, una liderada por el gobernador de Badajoz y otra por Galib ibn Abd al-Rahman, el comandante militar más importante de las fuerzas califales y gobernador de Medinaceli, la pequeña ciudad soriana que había sustituido a Toledo como capital de la Marca Media. Nuevamente, en estas incursiones los musulmanes mataron soldados cristianos, capturaron mujeres y niños y sus riquezas, quemaron aldeas, y llevaron a Córdoba cruces y campanas de las iglesias.

Pero en el 955 Ordoño III tuvo que lidiar con algo peor que las razias musulmanas, una guerra civil. En la muy escueta Crónica de Sampiro se nos informa que Sancho el Gordo tomó las armas contra su hermanastro Ordoño en el 954 o principios del 955, con la ayuda de su tío el rey García Sánchez de Pamplona y los castellanos liderados por Fernán González. La teoría tradicional de por qué Fernán González atacó a su propio yerno decía que Ordoño había repudiado a su esposa Urraca, pero eso se basa en una historia falsa que afirma que el posterior rey Bermudo II de León era un hijo bastardo de Ordoño. Como oportunista, Fernán González hizo una alianza con su suegro García Sánchez probablemente para debilitar al rey y ganar más autonomía, mientras que la reina casamentera Toda de Pamplona tuvo interés en poner a su nieto Sancho frente al Reino asturleonés para promocionar los intereses navarros.

Los ejércitos de Pamplona y Castilla marcharon hacia León para deponer a Ordoño III, pero lo que parecía una tarea fácil resultó ser imposible. Ordoño III tenía experiencia liderando ejércitos y demostró ser un capaz líder político y militar defendiendo las ciudades del Reino de León contra los ejércitos invasores. Con la línea defensiva establecida por el conde de Monzón Fernando Ansúrez y el conde de Cea Bermudo Núñez en torno a Sahagún, al sudeste de León, el rey Ordoño logró frustrar los planes de Sancho el Gordo y sus aliados. Como la guerra fracasó para los rebeldes, el rey García Sánchez y el pretendiente Sancho regresaron a Pamplona con el rabo entre las piernas, igual que Fernán González regresó a Burgos.

Poco tiempo después de esta guerra por el trono leonés, en comarcas de Lugo y Orense hubo una revuelta de algunos gallegos que pudo ser sofocada con ayuda de Fernando Ansúrez de Monzón y hombres del todopoderoso obispo y abad Rosendo Gutiérrez. Aprovechando que tenía hombres movilizados y para reforzar su lealtad con botín de guerra, Ordoño III saqueó en junio o julio del 955 el territorio andalusí de Lisboa y se hizo con numerosos cautivos. Paralelamente los musulmanes estaban atacando Castilla y según las fuentes cristianas el conde Fernán González logró resistir en la disputada plaza de San Esteban de Gormaz, después de que por miedo a las armas islámicas se sometiese de nuevo al vasallaje del rey Ordoño III y consiguiese su ayuda militar.

Sin embargo, las crónicas árabes dicen que los andalusíes liderados por Galib y varios señores de la frontera ganaron y llevaron a Córdoba 5.000 cautivos cristianos. Según las fuentes islámicas el rey Ordoño III solicitó la paz y el califa envió a León al que en la práctica casi actuó de ministro de asuntos exteriores califal, el judío Hasday ibn Shaprut. Ordoño acordó entregar o al menos desmantelar varias fortalezas fronterizas, y el conde Fernán González fue incluido en el acuerdo algún tiempo después. El tratado de paz fue la última decisión importante de Ordoño III antes de su muerte, porque el hijo mayor de Ramiro murió en Zamora a los treinta años de edad en septiembre del 956. Su hijo Bermudo era un niño, así que con el apoyo de la dinastía Jimena de Pamplona y de Fernán González, Sancho finalmente pudo cumplir su sueño y convertirse en rey en León.

Sancho el Gordo, un rey poco querido

Sancho Ramírez fue coronado rey en Santiago de Compostela en vez de León, y con presencia de notables laicos de Galicia, Castilla y Navarra, mientras que no hay noticias de aristócratas leoneses y asturianos que hiciesen acto de presencia. Esto ya demostraba falta de apoyos en los territorios donde la dinastía real gozaba de más propiedades e influencia. El rey Sancho I de León no aparece en territorio leonés hasta agosto del 957 cuando hizo una donación con los obispos de León y Astorga a su lado, o sea que algún apoyo nuevo había conseguido, pero seguía sin haber laicos leoneses ahí. Además, era extremadamente obeso, lo que le hizo ganar el apodo de ‘el Gordo’ y ser objeto de burla en el reino. Nadie le dijo que tenía que apuntarse al gym.

Y esto me lleva a la pregunta secreta del episodio, ¿existe la gordofobia o no son más que tonterías? Espero tu respuesta en los comentarios, y de paso te recuerdo que te suscribas si no lo estás ya para no perderte nuevos episodios y que puedes unirte a mi comunidad de mecenas en patreon.com/lahistoriaespana. En fin, el primer error de Sancho fue rechazar las condiciones de entregar o desmantelar fortalezas en la frontera como se había pactado en la paz firmada por Abd al-Rahman y su predecesor, Ordoño III, y no debería sorprender a nadie descubrir que los cordobeses pronto reiniciaron las hostilidades contra León. En el 957 el viejo califa de Córdoba lanzó una aceifa liderada por el general Galib contra Pamplona y otra contra León, ambas siendo incursiones islámicas exitosas. Debido a su nefasta decisión de rechazar la paz con Córdoba, su obesidad y el hecho de que dependiera de Pamplona y Castilla, hubo un golpe de estado a finales de año o principios del 958.

Según el cronista Jiménez de Rada, la conspiración tuvo un apoyo unánime de los principales del reino, y es que magnates de palacio, condes leoneses, asturianos y gallegos apoyaron el golpe para expulsar a Sancho de León y eligieron rey al infante Ordoño, hijo de Alfonso IV, aquel que se levantó contra Ramiro II y fue cegado por ello.  Sancho el Gordo tuvo que refugiarse una vez más en Pamplona, con su amada abuela Toda y su tío el rey García Sánchez, mientras Ordoño IV realizaba importantes donaciones a obispos gallegos y leoneses, demostrando que disfrutaba de su apoyo. Fernán González no estuvo detrás del golpe ni lo apoyó inicialmente como se decía tradicionalmente, sino que retrasó varios meses el reconocimiento del rey Ordoño para sacar algo de provecho de estos hechos consumados. Si Ordoño quería su lealtad, tendría que pagar un alto precio, y como resultado de las negociaciones Ordoño IV se casó con Urraca Fernández, hija del conde de Castilla que era además viuda de Ordoño III.

Los omeyas se convierten en hacedores de reyes de León

Debido a la brevedad de su reinado, apenas hay nada reseñable que discutir sobre el reinado de Ordoño IV de León. En agosto del 958 un magnate alavés partidario de Sancho y con la ayuda de un contingente musulmán trató de impedir que Ordoño entrase en la sede regia, pero fracasó. Lo siguiente que sabemos es que la reina viuda Toda de Pamplona envió una embajada a su sobrino, el califa de Córdoba Abd al-Rahman al-Nasir, para firmar un tratado de paz con Pamplona, curar la obesidad de Sancho, y reinstalar a su nieto favorito en el trono leonés. Toda reconoció la superioridad de la medicina islámica en esa época, y Abd al-Rahman III sabía muy bien quién sería el médico de Sancho el Gordo: Hasday ibn Shaprut.

El califa de Córdoba invitó a Toda y Sancho a la capital para que fueran personalmente, de hecho más bien les obligó a ello si querían su alianza, y fueron recibidos allí con toda la pomposidad que tal victoria representaba para el islam. Toda y Sancho se postraron a los pies del califa para pedirle su ayuda. En efecto, al solicitar la ayuda de Abd al-Rahman y viajar a Córdoba en persona, la dinastía Jimena y el rey depuesto Sancho I de León reconocían la hegemonía de los omeyas y su influencia sobre toda la península ibérica, algo que enorgullecía mucho al califa y a los andalusíes. Las intervenciones e interferencias omeyas en los reinos cristianos continuarían hasta alrededor del año 1000, y si los gobernantes cristianos querían mantener su posición, tenían que ser unos vasallos obedientes.

En Córdoba, el judío Hasday ibn Shaprut prescribió una dieta y un tratamiento con hierbas, que curaron con éxito la obesidad de Sancho el Gordo. Quizás tal adelgazamiento no hubiera sido posible sin los conocimientos médicos transmitidos por la obra del siglo I De materia medica,del griego Dioscórides, que había sido enviada como regalo diplomático por parte del emperador bizantino. Ahora Sancho el Gordo era Sancho el de Constitución Media, capaz de montar a caballo, liderar ejércitos y, más importante aún, capaz de ganarse el respeto de sus antiguos súbditos. A cambio de su vasallaje, el pago de tributo y la cesión de varias fortalezas, Sancho y los pamploneses pudieron formar una coalición con los omeyas para invadir el Reino de León y deponer a Ordoño IV.

Dos reyes de España (1641), por Alonso Cano, representando a Sancho el Gordo y su hijo Ramiro III de Léon
Dos reyes de España (1641), por Alonso Cano, representando a Sancho el Gordo y su hijo Ramiro III de Léon

En la primavera de 959, la coalición musulmana y cristiana tomó Zamora y luego León, y Ordoño tuvo que huir a Asturias. La anciana reina viuda Toda de Pamplona había logrado su deseo de reinstalar a Sancho en el trono leonés, y satisfecha con sus éxitos políticos, falleció poco después, dejando un Reino de Pamplona fortalecido y con notable influencia en el Reino asturleonés. Después de recuperar su trono, el rey Sancho se casó con la hermana del poderoso conde de Monzón Fernando Ansúrez, tradicional rival de Fernán González y colaborador clave de Ordoño III que le permitió ampliar sus apoyos laicos y eclesiásticos. Fernán González de Castilla y los magnates de Asturias y la comarca cántabra del Liébana continuaron apoyando a Ordoño IV durante dos años más.

Lo siguiente que sabemos es que Ordoño IV fue expulsado de Asturias en el 961 y viajó a la ciudad condal de Castilla, Burgos. No está claro dónde estaba Fernán González en ese momento, pero según algunas fuentes estuvo preso durante algunos meses por su cuñado, el rey García Sánchez de Pamplona, como represalia por el apoyo del conde castellano a Ordoño. En su ausencia, los ciudadanos de Burgos retuvieron a Urraca Fernández y a sus hijos, y expulsaron de las tierras cristianas a Ordoño IV. Ordoño IV había perdido todos sus apoyos y, tomando el ejemplo de Sancho el Gordo, solo tenía una alternativa para recuperar el trono: buscar la ayuda del califa de Córdoba.

El legado del califa Abd al-Rahman III de Córdoba

Pero Córdoba tenía un nuevo califa, ya que el excepcional Abd al-Rahman III había fallecido, y debido a su relevancia merece una discusión sobre su legado. Abd al-Rahman III murió en Córdoba el 15 de octubre del 961, a la edad de 70 años y en el clímax de su fama y poder después de gobernar al-Ándalus durante casi cincuenta años. En su reinado tardío, al-Nasir disfrutó de los frutos de su trabajo, resultado de su inteligente esfuerzo. Los días en los que la propia dinastía omeya estaba amenazada habían terminado, aunque los recuerdos de la unidad rota de al-Ándalus no lo estaban. El Emirato de Córdoba que Abd al-Rahman heredó era esencialmente Córdoba y poco más, como resultado de décadas de luchas internas y tensiones étnicas, religiosas, socioeconómicas y políticas.

Al-Nasir supo convertir ese reino roto en un califato pacificado y rico, convirtiéndose así en el primer omeya cordobés en reclamar el título de sus antepasados sirios. Córdoba se convirtió en una de las mayores metrópolis del mundo, solo rivalizada por ciudades como Bagdad o Constantinopla, y gracias a la centralización e inversiones de los omeyas Córdoba y Madinat al-Zahra se convirtieron en el adorno del mundo en palabras de una poetisa alemana. Llegaron a Córdoba embajadas de países lejanos como el Imperio bizantino, el Sacro Imperio Germánico, la República mercantil de Amalfi, o el marquesado de Toscana.

Durante el reinado de Abd al-Rahman III, los procesos de arabización e islamización de la sociedad andalusí se intensificaron, y se consolidó una identidad andalusí común. Esto ocurrió en parte porque Abd al-Rahman redujo la influencia de los clientes árabes ancestrales de los omeyas tanto en el ejército como en la administración, aunque según el historiador del siglo XI Ibn Hayyan, la creciente dependencia de soldados bereberes y saqaliba, esto es, esclavos europeos, fue la principal causa de la caída del Califato de Córdoba y la dinastía omeya. Tan pronto como pudo, no dejó de acosar a los reinos cristianos del norte, como haría cualquier buen gobernante musulmán.

Y aunque las tropas califales fueron a veces derrotadas sonoramente, como en Simancas-Alhándega, al final los gobernantes cristianos se declararon vasallos de los omeyas, por mucho que eso siempre durase poco. Casi no se anexionaron nuevos territorios a expensas de los cristianos, pero las fronteras musulmanas se volvieron seguras de nuevo y los cristianos tuvieron que detener sus avances territoriales y campañas de botín. No solo se convirtió el Califato de Córdoba en la fuerza hegemónica absoluta de la península ibérica, sino que los omeyas también ejercieron mucha influencia en el Magreb y consiguieron defenderse del Califato fatimí.

A medida que consolidaba su posición a lo largo de los años, al-Nasir se convirtió en un gobernante más absolutista, un verdadero déspota y autócrata, y las cosas más o menos funcionaron bien. Los problemas en los estados autocráticos generalmente comienzan cuando un gobernante débil y mediocre gobierna, ya que tales gobernantes se convierten en marionetas de personas en las sombras, o de personas que ni siquiera intentan ocultar su influencia, como sucedería con Almanzor tras la muerte del califa al-Hakam II. La fuerte personalidad de Abd al-Rahman, su astucia política, su determinación y la duración de su reinado son lo que permitió que Abd al-Rahman III se convirtiera en el soberano andalusí más admirado de todos los tiempos.

Cuando la gente se quejaba de los altos impuestos del período de taifas, afirmaban que los impuestos se recaudaban de acuerdo con a las leyes islámicas bajo Abd al-Rahman III, cosa falsa por cierto. O cuando un gobernante almohade criticaba la construcción de la opulenta Madinat al-Zahra, los andalusíes respondían que al-Nasir podía iniciar un proyecto tan ambicioso y costoso porque en ese momento no había cautivos musulmanes. Esta anécdota refleja una crítica a la tacañería de los almohades en patrocinar las artes, y también el orgullo y la nostalgia de los andalusíes cuando recordaban cómo solían gobernarse a sí mismos, sin la intervención de los magrebíes. Para los andalusíes, el reinado de Abd al-Rahman III representó una era de prosperidad y supremacía de los musulmanes sobre los cristianos, un tiempo que nunca más iba a volver.

Al-Hakam II de Córdoba, digno sucesor de Abd al-Rahman III

Dejando ya a Abd al-Rahman III, su hijo al-Hakam II fue un sucesor digno, capaz de continuar el legado de Abd al-Rahman desde el 961 hasta el 976. Al-Hakam ya tenía mucha experiencia de gobierno porque su padre le dio responsabilidades, y además se convirtió en califa a la relativamente avanzada edad de 46 años. Esto no hubiera sido tan problemático si su padre no le hubiera prohibido tener hijos hasta que él no muriese, y eso terminó creando un gran problema sucesorio que más tarde provocó el fin de la dinastía omeya de Córdoba. El reinado de al-Hakam II es difícil de estudiar porque, excepto por sus últimos cuatro años de reinado, no tenemos muchas fuentes que hablen en detalle de su gobierno, a pesar de ser un período de esplendor para el Califato de Córdoba.

Estatua dedicada al califa al-Hakam II en Campo Santo de los Mártires (Córdoba)
Estatua dedicada al califa al-Hakam II en Campo Santo de los Mártires (Córdoba)

Los cronistas prestan principalmente atención a la política norteafricana de al-Hakam II o a sus relaciones y conflictos con los soberanos cristianos, mientras que apenas sabemos nada sobre su política doméstica durante sus quince años de reinado, lo cual seguramente es indicativo de que tuvo un gobierno continuista en sus políticas. No obstante, el gobierno de al-Hakam II fue menos personalista y autoritario que el de Abd al-Rahman III, ya que delegó muchos asuntos de gobierno a hombres de confianza. El prestigioso general Galib ibn Abd al-Rahman continuó liderando el ejército califal, mientras que la administración del estado fue confiada a un hombre llamado Yafar ibn Utmán al-Mushafi, y menciono a estos dos personajes porque luego tuvieron un papel relevante en las pugnas por el poder tras la muerte de al-Hakam. Cuando asumió el trono, al-Hakam II adoptó el título reinal de al-Mustansir bi-llah, que significa el que busca la ayuda victoriosa de Dios.

Pero tan pronto como asumió el trono, tuvo que enfrentar al desafío de Sancho I de León y del conde Fernán González y demostrar que era digno de ese título. Sancho el Gordo se negó a ceder diez fortalezas del Duero, promesa que llevaba arrastrándose desde el reinado de Ordoño III, mientras que el rey pamplonés García Sánchez liberó a Fernán González de la prisión y el conde de Castilla entonces atacó posesiones musulmanas. Los gobernantes cristianos posiblemente pensaron que la sucesión no sería tan fluida como resultó ser, o que al-Hakam II no sería un heredero digno de Abd al-Rahman. Pero al-Hakam reaccionó rápidamente y preparó al ejército para luchar contra los cristianos.

Mientras tanto, sin ningún salvoconducto y solo con 20 seguidores, Ordoño IV de León cruzó la frontera musulmana y se encontró con el general Galib ibn Abd al-Rahman en Medinaceli, la capital de la Marca Media. Galib escoltó al destronado Ordoño a Córdoba, donde fue recibido en abril del 962 como si todavía fuera el rey de León. Al-Hakam II vio en él la oportunidad para infundir miedo en el desobediente rey Sancho. No importaba que su padre hubiera apoyado a Sancho, porque los omeyas solo se preocupaban por extender su influencia sobre los cristianos del norte. Cuando llegó a Córdoba, Ordoño IV visitó la tumba de Abd al-Rahman III y rezó durante mucho tiempo.

Durante algunos días, Ordoño y su comitiva fueron tratados con la mayor atención y respeto en Madinat al-Zahra, y luego el califa al-Hakam II preparó una audiencia con un protocolo muy estricto. En la audiencia, miembros de la familia omeya, los soldados esclavos saqaliba, visires, jueces, secretarios, oficiales civiles, poetas y eruditos islámicos estaban todos presentes para mostrar la opulencia y el poder del Califato. Ordoño y su comitiva, esta vez incluyendo al juez de los cristianos de Córdoba y al arzobispo de Toledo, llegaron montando a caballo. Solo cuando llegó el califa a Ordoño se le permitió avanzar muy lentamente.

Cerca del trono, Ordoño se arrojó al suelo de forma humillante, y continuó avanzando mientras se levantaba y arrojaba al suelo repetidamente. Lo hizo hasta que estuvo tan cerca del califa que pudo besar su mano, como símbolo de sumisión, y luego Ordoño caminó hacia atrás. Ordoño se sentó en un asiento dorado y después de un momento de silencio aterrador para el cristiano, al-Hakam prometió ofrecerle la mejor bienvenida posible. Ordoño luego besó el suelo y exclamó: «Soy el esclavo del príncipe de los creyentes, mi señor y dueño, y vengo a implorar su favor, a contemplar su majestad y a situarme a mí y a mi pueblo bajo su protección. Tenga a bien concederme su poderoso patrocinio y consienta en recibirme entre el número de sus esclavos.»

La conversación continuó, con Ordoño exponiendo su versión de la historia y humillándose, y el califa al-Hakam prometiendo apoyar su causa. El estadista y mano derecha de al-Hakam, Yafar al-Mushafi, luego se reunió con Ordoño y le dio algunos regalos lujosos, y unos días después, el háyib entregó el tratado que Ordoño tenía que firmar para obtener el apoyo del califa. Ordoño tuvo que proclamarse vasallo del islam, entregar a su hijo García como rehén, y prometer nunca aliarse con el conde de Castilla, Fernán González. A la que las noticias de la ayuda que había prometido el califa a Ordoño IV llegaron a León, Sancho entró en pánico y no dudó en poner fin a las incursiones cristianas y a enviar una embajada al soberano de al-Ándalus.

Según las fuentes árabes, Sancho el Gordo se reconoció a sí mismo y a todos sus súbditos como vasallos de los omeyas y al parecer cumplió con lo pactado con Abd al-Rahman de entregar diez fortalezas fronterizas. Todas las promesas que al-Hakam había hecho a Ordoño se convirtieron en papel mojado, y después de la audiencia Ordoño IV desaparece del registro histórico, presumiblemente muriendo poco después. Sin embargo, su comportamiento humillante tanto frente a la coalición cristiana y omeya de Sancho como en la audiencia con al-Hakam II le valió el epíteto de ‘el Malo’, debido a su cobardía y acciones indignas de un rey. La dos veces viuda hija de Fernán González, Urraca Fernández, se casó entonces con el heredero al trono pamplonés, Sancho Garcés II, o sea que Urraca terminó cepillándose a tres reyes debido a las maquinaciones de su padre.

Según el historiador del siglo XIV Ibn Jaldún, basándose en textos perdidos de Ibn Hayyan, la paz entre Córdoba y los reinos cristianos se rompió después de que Ordoño IV hubiera desaparecido del mapa. De forma inesperada, el rey Sancho I de León formó en el 964 una coalición con todos los principales soberanos cristianos de Spania, incluidos el rey de Pamplona, el conde de Castilla, y los condes de Barcelona, Borrell II y Miró I. Esta fue la primera vez en que gobernantes de Cataluña formaron una alianza con las otras potencias cristianas de la península ibérica. El califa de Córdoba respondió a la coalición anticordobesa con incursiones contra todos los frentes, y los poderosos ejércitos andalusíes regresaron a casa victoriosos.

Norte peninsular, siglo X, por historicodigital.com
Norte peninsular, siglo X, por historicodigital.com

El prestigioso general Galib ibn Abd al-Rahman conquistó el muy disputado bastión castellano de San Esteban de Gormaz y la antigua ciudad y sede episcopal de Calahorra, ubicada en La Rioja y convertida en fortaleza fronteriza. El califa al-Hakam también ordenó a Galib reconstruir el castillo de Gormaz, que por las monumentales obras califales se convirtió en el castillo más grande de Europa, estratégicamente ubicado en una colina al norte del río Duero. Los ejércitos musulmanes de la Marca Superior atacaron las tierras alrededor de Barcelona en el 965, y es por eso que al año siguiente, los condes Borrell y Miró enviaron una embajada para restablecer la paz. Los condes de Barcelona accedieron a derribar algunos puestos avanzados y a declararse vasallos del poderoso califa de Córdoba.

La supremacía política, económica, militar y cultural del Califato de Córdoba quedó confirmada con estas victorias, y en muchos momentos de la segunda mitad del siglo X los poderes cristianos se convirtieron en la práctica en estados satélites de al-Ándalus. Por otro lado, el reinado de Sancho el Gordo continuó enfrentando desafíos, ya que no disfrutaba del apoyo de buena parte de la aristocracia gallega. Había muchas tensiones internas entre gallegos, entre aquellos como Rosendo Gutiérrez que estaba emparentado con la familia real y aquellos más marginados del poder regio. Hay que insistir en que el afloramiento de estas tensiones tiene mucho que ver con la falta de nuevas ofensivas militares cristianas para conseguir nuevas tierras y esclavos.

Donde más oposición se encontró Sancho fue en el norte de Portugal, territorio que había gozado de estrechos vinculados con Ordoño III. Allí el aristócrata Gonzalo Menéndez se opuso abiertamente a Sancho, y al rey de León no le quedó más remedio que sofocar la revuelta. Sin embargo, según el cronista Sampiro, Sancho el Gordo murió cerca de Chaves en el 966 porque comió una manzana envenenada que Gonzalo Menéndez le envió después de engañarle reconociéndose su vasallo. La sucesión recayó en los pequeños hombros del hijo de cinco años de Sancho, Ramiro III, y su tía la monja Elvira asumió la regencia. La debilidad interna del Reino de León continuó, y poderes regionales del Reino asturleonés y otros gobernantes cristianos siguieron enviando delegados a Córdoba para mantener al dragón medio dormido.

El Veredicto: El olvido de cuando los cristianos eran vasallos de los omeyas

En El Veredicto de hoy quiero discutir el hecho de que, en el imaginario colectivo español, la gente olvida selectivamente que los gobernantes cristianos se declararon vasallos de los califas de Córdoba. Más gente sabe que en el siglo XI los reyes de taifas pagaron tributos conocidos como parias a los cristianos y los convirtieron en vasallos. Pero esa imagen de los cristianos victoriosos de la Reconquista es solo una imagen parcial de la realidad histórica, para encajar precisamente en la narrativa de la Reconquista, pero ya hemos visto lo que sucedió en realidad en este período. Si eras un gobernante cristiano y sabías que los califas de Córdoba podían deponerte a voluntad, ¿por qué intentarías luchar en una guerra que no puedes ganar?

Además de perder tu trono, podrías perder tu vida y tu familia podría arruinarse, y además las gentes del país sufrirían las consecuencias de tu arrogancia. En lugar de asumir ese alto riesgo, mejor tragar tu orgullo, pagar tributo y declararte a ti y a tu gente vasalla del califa. Eso no significa que estés reconociendo tu derrota, más bien se trata de evitar de forma inteligente la destrucción total y esperar un momento más propicio para dejar de ser sumiso y atacar, y eso es lo que hicieron los soberanos cristianos en la segunda mitad del siglo X. Así que como siempre empatía con las circunstancias que les tocó vivir a la gente, porque sino no se puede entender la historia. Y con eso, El Veredicto termina.

Avance y outro

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