Este es el episodio 25 llamado La caída del Califato omeya y en este episodio aprenderás:
¿Por qué cayó el Califato omeya de Damasco?
Antes de empezar, acuérdate de darle al botón de suscribirte y a la campanita si estás en YouTube, y si te gusta mucho el programa por favor apóyalo convirtiéndote en mecenas en patreon.com/lahistoriaespana. Bien, demasiadas veces cuando se lee en libros de historia de España sobre la transición del Califato omeya de Damasco al Emirato de Córdoba todo lo que se cuenta está demasiado enfocado en lo que pasaba en al-Ándalus, cuando lo más importante es qué pasaba en el centro del imperio y del mundo islámico porque sin ese caos al-Ándalus no habría sido independiente. Por eso voy a hablar de la tercera fitna y la revolución abasí que puso fin al Califato omeya de Damasco, y luego me centraré en qué pasaba en al-Ándalus durante estos tiempos convulsos.
Pero antes, además de la propia revolución abasí, ¿qué causas explican la caída de la dinastía omeya de Damasco? La lista de factores que fueron decisivos o condicionaron el cambio dinástico del califato es muy larga, pero es importante determinar qué variables desencadenaron la destrucción del Califato omeya, porque el Califato omeya durante toda su historia tuvo unos problemas recurrentes y estructurales como cualquier otro estado sin que estos problemas provocasen el fin de la dinastía. Según el historiador Khalid Yahya Blankinship, lo más decisivo en la caída del Califato omeya fueron los reveses militares externos sufridos durante el califato de Hisham ibn Abd al-Malik. ¿Por qué? Pues porque desde la década del 730 las tropas árabes de Siria, que eran la columna vertebral del poder de los omeyas, quedaron muy diezmadas con derrotas importantes en el Cáucaso, Transoxiana, Anatolia, y India.
No solo las tropas sirias fueron diezmadas, sino que ejércitos de otras regiones perdieron hombres y tuvieron que ser reforzadas con esas mismas tropas sirias que habían sufrido grandes pérdidas pero que eran las tropas en las que más confiaban los califas y las más leales por los privilegios que gozaban. La gran revuelta bereber ya vimos que fue causada tanto por esos reveses militares que señalaban que las conquistas y perspectivas de botín habían terminado como por la discriminación que sufrían los magrebíes, y en numerosas batallas los ejércitos sirios terminaron derrotados y perdieron miles de hombres. El número de soldados que se podían reclutar entre los árabes sirios no era ilimitado, ni tampoco se podía reemplazar fácilmente la formación y experiencia militar de los soldados caídos.
Así pues las tropas árabes sirias estaban diezmadas, descontentas, ya no tenían la superioridad militar de antaño respecto al resto de tropas califales. Además, a diferencia de en épocas anteriores, en la década del 740 los ejércitos sirios estaban dispersos por todo el Califato omeya, lo que significa que Siria se quedó con pocos soldados para proteger el centro de poder del califa y los ejércitos de Iraq, Jorasán u otras regiones habían ganado poder relativo y podían intervenir más en política. En definitiva, el mantenimiento de la política expansiva en todos los frentes bajo el califa Hisham ibn Abd al-Malik llevó al fatal debilitamiento del ejército sirio y del Califato omeya en su conjunto, y esa fue la causa decisiva que permitió que las tensiones internas y las guerras intestinas afloraran.
Las circunstancias habían cambiado y no se podía continuar indefinidamente con las conquistas árabes, pero claro los omeyas eran el establishment del sistema y todas las medidas que podían tomar quedaban necesariamente a mitad del camino y eran insatisfactorias. Solo podían poner parches al sistema, pero no hacer un cambio revolucionario, y ese cambio drástico solo pudo venir desde fuera del status quo, desde los opositores. El establishment omeya no podía dar respuestas satisfactorias a las demandas de igualdad de los cada vez más numerosos no árabes convertidos al islam, y los desastres militares crearon una crisis en la hacienda que intentó ser compensada con mayores exigencias fiscales. Suma derrotas y mayores impuestos y lo que tienes es una población cada vez más descontenta y una crisis de legitimidad de la dinastía omeya que hizo que algunos empezaran a ver a otros pretendientes como alternativas reales a los omeyas.
Las voces de los disidentes se hicieron cada vez más fuertes. Estaban los musulmanes que cuestionaban la legitimidad de los omeyas para guiar a la umma, la comunidad islámica, porque parecían tiranos más preocupados por recaudar que por la fe. Estos creían que los familiares del Profeta podrían interpretar correctamente el Corán y la sunna y que sus decisiones serían guiadas por Dios para traer la paz a los musulmanes. Luego estaban los resentidos por los elevados impuestos o por los privilegios de la aristocracia y ejército árabe de Siria, mientras que los intereses regionales quedaban diluidos ante la centralización omeya y los que no eran de Siria se veían excluidos de los puestos de poder más importantes.
Y finalmente estaban los no árabes convertidos al islam que veían como no eran tratados como musulmanes iguales a los árabes, y además de estar excluidos del poder muchas veces sufrían abusos y vejaciones a causa del supremacismo árabe. Estas quejas ya llevaban décadas ahí y habían sido controlables hasta que el principal pilar del Califato omeya, sus preciadas tropas árabes sirias, habían sufrido muchas bajas. Y quizás lo peor de todo es que el malestar no solamente estaba entre quienes estaban excluidos de los círculos de poder, sino que las luchas intestinas afectaron a los propios ejércitos de Siria y a la dinastía omeya, hasta el punto de que hubo omeyas que apoyaron levantamientos chiíes o jariyíes que iban directamente en contra de ellos mismos.
Es en este contexto cuando surge en todos los rincones del califato el conflicto qaysí-yemení, un conflicto de tintes tribales que mencioné de pasada en el episodio 21 El islam y las conquistas árabes y que hasta entonces había afectado principalmente a las provincias, pero en la década del 740 la predominancia de una facción podía provocar un cambio de califa. Según el historiador árabe Shaban, los qaysíes eran partidarios de mantener la supremacía árabe y seguir con las conquistas, mientras que los yemeníes eran proclives a integrar a los no árabes en la nueva sociedad islámica. Sin embargo, las crónicas árabes presentan los enfrentamientos como luchas tribales y un estudio de Patricia Crone demuestra de forma contundente que no había unas diferencias ideológicas entre qaysíes y yemeníes.
¿Entonces qué eran los qaysíes y yemeníes? Pues eran facciones de poder árabes que justificaban sus lazos en genealogías bastante ficticias, unas facciones inestables encabezadas por jefes políticos y militares con capacidad de movilizar apoyos árabes y de maulas de sus redes clientelares que esperaban recibir a cambio puestos y riquezas. Como digo eran facciones inestables y eso no hace más que complicar nuestro entendimiento de los hechos, porque no era raro que por cálculos políticos o por rencillas personales hubiera qaysíes que se aliasen con yemeníes y viceversa, y para justificarse estos cambios de bando hasta se recurría a la falsificación de genealogías. La intensificación de las luchas políticas entre qaysíes y yemeníes no habría sido posible si el propio califato no hubiera entrado en crisis por los desastres militares de Hisham ibn Abd al-Malik, y así fue como la tercera fitna de la historia islámica y la revolución abasí pudieron ocurrir.
Estalla la tercera fitna
La tercera fitna del islam empezó cuando se produjo la rebelión contra el califa al-Walid II en el 744 y se puede decir que terminó con la victoria de Marwán II sobre varios rebeldes en el 747. Sin embargo, inmediatamente después empezó la revolución abasí y el califa Marwán II nunca controló todo el territorio que habían gobernado otros califas omeyas, así que se podría decir que la revolución abasí y la tercera fitna se superponen hasta desembocar en la destrucción del Califato omeya de Damasco y la fundación del Califato abasí. También debemos tener en cuenta que ya con el califa Hisham había estallado en el Magreb y al-Ándalus la gran revuelta bereber y se consumó la fragmentación política que se ha vivido el mundo islámico desde entonces al crearse principados musulmanes independientes en el Magreb occidental, así que toda la década del 740 fue una época convulsa en el mundo islámico.
El califa Yazid II había nombrado a su hermano Hisham como heredero, pero especificó que su hijo al-Walid sucedería a Hisham. Hisham gobernó más años de los que Yazid pudo imaginarse y pensó en saltarse el acuerdo hecho con Yazid II para nombrar sucesor a uno de sus propios hijos. El hijo de Yazid tenía una mala reputación y se consideraba que no vivía según la moral islámica, pero aún así al-Walid II finalmente sucedió a su tío e inmediatamente encontró opositores que querían destronarlo. Los opositores más destacados eran otros nietos del venerado califa Abd al-Malik, líderes religiosos que criticaban su supuesta falta de piedad religiosa, y árabes de la facción yemení, en buena medida porque su padre Yazid II fue conocido por su partidismo qaysí.
Al-Walid II hizo méritos propios en provocar el odio de los yemeníes al entregar al antiguo gobernador de Iraq a su reemplazo, que lo torturó para quedarse con su riqueza hasta que provocó su muerte. El pretendiente opositor al trono era un omeya que reinó como Yazid III, que en abril del 744 aprovechó la ausencia de al-Walid II en Damasco para hacerse con el control de la capital y usurpar el trono. Desde su residencia del desierto al-Walid II consiguió algunos apoyos, pero sin acceso al tesoro omeya no pudo hacer frente a su primo Yazid III y fue asesinado. Había muerto un califa muy impopular, pero se había abierto la caja de Pandora de las luchas intestinas que destruirían el Califato.
La tradición islámica considera a Yazid III como uno de los pocos califas omeyas rectos, e incluso tenía una mejor consideración en vida que Umar II porque teóricamente había sido elegido por una asamblea musulmana en vez de por la vía sucesoria hereditaria. Yazid III tuvo el apoyo de los yemeníes y aceptaba los principios teológicos de una rama minoritaria del islam que apoyaba la idea del libre albedrío de los humanos y por tanto los responsabilizaba de sus actos, en contraste con la visión más mayoritaria de la omnipotencia de Dios y la predestinación de los hechos. Por eso Yazid prometió terminar con los abusos de poder como el trato predilecto que recibían los árabes sirios o los impuestos cada vez más onerosos, y afirmó que si fallaba en cumplir sus promesas los musulmanes tendrían el derecho a deponerlo.
Sin embargo, este programa reformista demostraba la debilidad del califa y del ejército sirio y además Yazid no tuvo tiempo de llevar a cabo sus promesas porque falleció a los seis meses. Había nombrado heredero a un hermano suyo, pero este inmediatamente tuvo que enfrentarse a la rebelión de Marwán II, gobernador de Armenia y Azerbaiyán que había destacado por sus campañas militares contra bizantinos y jázaros y se apoyaba en la facción qaysí. Un ejército leal al califa entronizado perdió frente a Marwán, y al enterarse de que pedía que los cautivos juraran lealtad a los hijos encarcelados de al-Walid II estos fueron ejecutados.
El hermano de Yazid III huyó de Damasco mientras que Marwán entró en la capital y se proclamó califa. Sin iniciar ninguna gran persecución política y creyendo que su poder estaba asegurado, Marwán II abandonó Siria y estableció su corte y administración en Harrán, su antigua sede de gobierno situada en la frontera entre Turquía e Iraq. Pero el nuevo califa no pudo estar más equivocado, porque una revuelta estalló en Palestina y pronto se extendió por toda Siria, de modo que Marwán tuvo que sofocar la revuelta de Levante yendo ciudad por ciudad. Marwán II después centró su atención en Iraq, pero de nuevo la rebelión se extendió por buena parte de Siria y ya esto cabreó mucho al califa, porque había sido muy indulgente hasta entonces y los sirios solo habían pagado su magnanimidad con la traición.
Por ello destruyó los muros de numerosas ciudades del Levante, incluida Damasco, y las catástrofes siguieron ocurriendo en Siria cuando ocurrió un devastador terremoto que se sumó a la hambruna y plaga. En Egipto y Arabia Marwán II también tuvo que enviar un ejército que pudo recobrar el control omeya sobre estas regiones, mientras que las luchas de poder entre facciones sirias tuvieron que ponerse de lado en Iraq para combatir una revuelta chií y una revuelta jariyí, movimientos a los que de forma sorprendente algunos miembros de la dinastía omeya se unieron. Tras haber pacificado Siria por segunda vez, Marwán II pudo centrar sus fuerzas en derrotar a los rebeldes de Iraq y se hizo con el control de la provincia en el 747. La paz parecía haber llegado, pero solo fue una tregua provocada por el agotamiento antes del asalto final.
La revolución abasí
En el año 747 seguidores del movimiento Hashimiyya se sublevaron con estandartes negros entorno a la ciudad de Merv en la periférica región de Jorasán, provincia que se corresponde en la actualidad con territorios de Irán, Afganistán, Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán. Empezaba la conocida por la historiografía como revolución abasí, una rebelión en que sus participantes tuvieron objetivos variados pero que en todo caso iba más allá de un cambio dinástico con proclamas de buen gobierno y de igualdad para cualquier musulmán fuera cual fuera su origen étnico. ¿Pero qué fue el movimiento Hashimiyya, quiénes eran los abasíes, y por qué ocurrió esto en Jorasán? Los abasíes eran los descendientes de Abbas, un tío del profeta del islam Muhammad. Por tanto, pese a no descender de Mahoma como los descendientes de Alí y Fátima, los abasíes sí formaban parte de lo que podríamos llamar su familia extendida.
En el siglo VIII las posiciones chiíes no eran tan inflexibles como fueron después y los chiíes podían apoyar a alguien que formase parte de esa familia extendida de Muhammad, denominada de los Banu Hashim porque un ancestro común se llamaba así. Eso es precisamente el movimiento Hashimiyya, una secta chií clandestina que quería que los califas fueran descendientes de Hashim y elegir de entre ellos un califa. En el momento del levantamiento en Jorasán el movimiento no tenía un pretendiente a califa visible, sino que lo que compartían los rebeldes hachemíes era el criterio de que un miembro de la familia del profeta Muhammad debía gobernar sobre la comunidad musulmana, y para algunos eso significaba un descendiente directo de Alí y Fátima mientras que para otros eso incluía a los abasíes. Solo fue después que los abasíes se adueñaron del movimiento, y por eso algunos historiadores cuestionan con razón que se pueda llamar a este levantamiento como revolución abasí.
Que el movimiento Hashimiyya tuviera más apoyos en Jorasán que en ningún otro sitio se explica por varias razones. En Jorasán había una población árabe no combatiente muy numerosa y bastante asimilada a la población local iraní, mientras que un número significativo de la población local se habían convertido en maulas o clientes de un árabe y se convirtieron al islam, con lo cual Jorasán era de los sitios donde más difícil era distinguir entre árabes y la población local persa. Se casaban entre sí y convivían como vecinos, socios o amigos, y por esa estrecha relación entre árabes y no árabes muchos árabes de Jorasán se posicionaron a favor de las demandas de igualdad de los maulas y a la visión universalista del islam contraria a la supremacista árabe defendida por los omeyas.
La provincia había sido conquistada desde Iraq, y eso también explica en parte la oposición al régimen omeya centralizado en Siria y la popularidad de la rama chií del islam, que no hizo más que ganar adeptos tras la crucifixión de un rebelde descendiente de Alí en el 743. Pero sin duda el mayor agravio de los musulmanes de Jorasán era que estaban sujetos a oficiales no musulmanes, que les obligaban a pagar impuestos mientras algunos no musulmanes estaban exentos por tratos de favor. Hay que entender que, a diferencia del oeste de Irán, ya en época sasánida Jorasán era una zona sin un control centralizado y con múltiples principados iranios, y los árabes al conquistar la región llegaron a pactos que daban mucha autonomía a las élites locales. Cuando los árabes se asentaron en ciudades-guarnición no hubo problemas, el problema vino cuando se dispersaron y se encontraban sujetos a oficiales no musulmanes que les hacían pagar impuestos cuando en principio no les tocaba.
El último gobernador omeya de Jorasán intentó reformar el sistema fiscal, pero parece que la medida llegó demasiado tarde para ser efectiva y evitar los sentimientos antiomeyas. El terreno para la rebelión era aún más fértil si tenemos en consideración que desde que en el calendario musulmán llegaron al año 100, el año 722 nuestro, hubo en el mundo islámico un surgimiento del milenarismo y de la expectativa de la llegada de la figura mesiánica del islam, el Mahdi, que debía eliminar el mal antes de la llegada del Juicio Final. El movimiento Hashimiyya se aprovechó de estas expectativas empezando el levantamiento con estandartes negros asociados al Mahdi en la periférica región de Jorasán para emular la hégira de La Meca a Medina. Del mismo modo que los medinenses ayudaron a Muhammad a derrotar a los líderes de La Meca, los árabes e iranios de Jorasán ayudarían a los familiares del profeta del islam a recobrar el poder político y religioso sobre la umma.
¿Y qué participación tuvieron los abasíes en este movimiento en su etapa clandestina? Los abasíes se habían asentado en Jordania y no se mostraron políticamente activos como opositores a los omeyas durante bastantes años. Esto cambió a partir del 716 cuando circuló el rumor de que los descendientes de Alí habían transferido el imamato o su derecho de gobierno a los abasíes, lo que daba legitimidad a los abasíes para reclamar el califato desde el punto de visto de los chiíes. En la década del 740 los abasíes fueron tejiendo una extensa red de alianzas y seguidores gracias a un maula de los abasíes llamado Abu Muslim. Los propagandistas hachemíes de Iraq y de los abasíes asentados en Jordania consiguieron apoyos de árabes de Jordania especialmente yemeníes, persas y otros no árabes que estaban cansados de ser tratados como ciudadanos de segunda, líderes religiosos piadosos que consideraban a los omeyas más como reyes o tiranos que como califas, y de leales a la familia de Alí que creían que solo los descendientes de Muhammad podían gobernar a la umma.
Todo esto es lo que explica cómo estalló la rebelión hachemí en Jorasán encabezada por Abu Muslim, pero sin decir este públicamente que trabajaba para los abasíes. El gobernador omeya de Jorasán había pedido ayuda ya antes, pero el califa de Damasco no había tenido recursos para prestar atención a lo que pasaba en una de las provincias más orientales del imperio. Seguro que luego Marwán se arrepintió de no haber prestado atención a los peligrosos desarrollos de Jorasán que provocarían la estocada final a su califato. Los ejércitos hachemíes estaban compuestos principalmente de árabes de Jorasán e iranios y fueron liderados por Abu Muslim, y con su agudeza política y militar pudieron poner bajo su control el Jorasán y la Transoxiana y extender rápidamente el movimiento rebelde por Irán.
Cuando los estandartes negros llegaron a la ciudad-guarnición árabe de Kufa, los iraquíes no tardaron en expulsar a su gobernador omeya siguiendo su tradicional posición antiomeya chií. Durante este período el imam abasí había sido arrestado por orden de Marwán II y murió no se sabe si asesinado o por enfermedad, y su hermano Abu al-Abbas al-Saffah lo sucedió como candidato a califa. El jefe del movimiento Hashimiyya en Kufa había querido convocar una shura, una asamblea consultiva, para escoger al candidato de la familia del profeta más adecuado, pero gracias al político y general Abu Muslim el patriarca abasí al-Saffah básicamente dio un golpe de estado dentro del movimiento y se proclamó califa, evitando así la candidatura de descendientes de Alí.
No estaba claro si el califa al-Saffah sería un califa simbólico y habría una especie de dictadura militar jorasana, pero al-Saffah demostró ser un califa cauteloso pero determinado a establecer la autoridad abasí, como se ve por el hecho de haber nombrado a miembros de su familia en puestos clave del ejército y la administración. En Iraq en el año 750 el ejército rebelde abasí y el omeya se enfrentaron en la batalla del Gran Zab. Pese a estar superados en número, el resultado fue una decisiva victoria abasí y la resistencia omeya terminó tras esto, con las ciudades capitulando una tras otra frente a los ejércitos de los estandartes negros y aceptando la nueva dinastía califal. El califa Marwán II huyó hacia Egipto con la intención de levantar un nuevo ejército, pero murió peleando contra los soldados abasíes que pretendían capturarlo.
Muchos omeyas habían muerto en la batalla del Gran Zab, pero el tío del califa al-Saffah se dedicó a perseguir y asesinar salvajemente a los omeyas que quedaban, por ejemplo en un famoso banquete al más puro estilo Boda Roja de Juego de Tronos que convocó con falsas promesas de amnistía. No es difícil de entender que intentasen eliminar a todo miembro de la dinastía omeya, porque en la segunda fitna la dinastía había perdido el control de casi todo el califato pero milagrosamente había podido recomponerse, y los abasíes querían asegurarse que su califato no durase dos días. Solo unos pocos omeyas que se escondieron lograron sobrevivir, entre ellos un nieto del califa Hisham ibn Abd al-Malik que haría un largo viaje hacia el oeste y fundaría el Emirato de Córdoba, pero esto lo veremos en el siguiente episodio.
Los abasíes llegaron al poder prometiendo el oro y el moro a grupos heterogéneos de descontentos, pero no cumplieron con las expectativas generadas. La revolución no hizo que se volviera a la nostálgica época de los califas bien guiados donde supuestamente se tomaban las decisiones por consenso y piedad religiosa, ni tampoco el califato dejó de ser hereditario o terminó en manos de los descendientes del profeta Muhammad. Sin embargo, en un aspecto clave sí se mejoró y es en la inclusión de los no árabes en la nueva sociedad islámica que se gestaba. El imperio de los omeyas era un estado árabe e islámico, pero ante las crecientes conversiones de los conquistados o bien el imperio se desislamizaba o bien se desarabizaba en términos políticos y sociales, y como el islam era un elemento cohesionador muy potente estaba claro que lo que tocaba era terminar con la supremacía étnica árabe, pese a mantener la supremacía cultural de la lengua árabe. El imperio árabe islámico cayó y nació un imperio musulmán multiétnico. La era de las conquistas árabes había llegado a su fin, y ahora era la era del florecimiento de la sociedad islámica.
La guerra civil qaysí-yemení en al-Ándalus
Dejamos el episodio 23 El valiato de al-Ándalus con la supresión de la revuelta bereber y la muerte del general Baly, comandante de las tropas sirias o yunds refugiadas en al-Ándalus tras ser derrotados en el Magreb. Los sirios se habían hecho con el control de Córdoba tras derrotar a los baladíes, es decir a los conquistadores árabes originales de al-Ándalus y sus descendientes, y los sirios proclamaron a Tha’laba ibn Salama al-Amili como su general. Tha’laba y su ejército marcharon hacia Mérida, pero quedaron rápidamente superados en número por los baladíes que asediaron la ciudad. Los baladíes se tomaron con calma el asedio porque estaban muy confiados de que los sirios no tenían escapatoria, tanto que tuvieron tiempo de celebrar una fiesta.
Tha’laba vio entonces su oportunidad y consiguió hacer una salida a la desesperada y derrotar a los asaltantes. Los sirios capturaron numerosos hombres, mujeres y niños, y de vuelta a Córdoba vendieron en contra de los preceptos del Corán a estos esclavos musulmanes a quién menos ofreciese como muestra del enorme desprecio que sentían hacia los baladíes y especialmente aquellos de la facción yemení. En al-Ándalus, este cóctel de odio entre facciones qaysíes y yemeníes se complicó al mezclarse con el conflicto entre sirios y baladíes. Algunos árabes se quejaron de los abusos de Tha’laba y el gobernador de Ifriqiya designó un nuevo gobernador para al-Ándalus en el 743 para poner fin a los desórdenes causados por la revuelta bereber y el conflicto entre facciones árabes que estalló tras la llegada de los sirios.
El nuevo gobernador, llamado Abu al-Jattar, llegó acompañado de un contingente militar capaz de hacer valer su autoridad como pacificador. Abu al-Jattar indultó a los bereberes que Tha’laba pretendía ejecutar, restituyó la libertad y propiedades de los árabes baladíes, y forzó la expulsión de Tha’laba y otros notables sirios mientras que asentó a los yunds sirios en distritos militares por el sur de al-Ándalus. Al-Jattar entregó circunscripciones territoriales a los árabes sirios que les permitía cobrar los impuestos de su distrito militar y quedarse con un tercio de lo recaudado entre los dimmíes a cambio de su servicio militar, además de otras ventajas como cobrar más en campaña que los baladíes. Esta medida de Abu al-Jattar fue realizada por consejo del hijo del rey godo Witiza Ardobastro y esto permitió dispersar a los yunds sirios, a las varias unidades de tropas, y asentarlos en territorios sin por ello arrebatar propiedades a los baladíes o a los nativos hispanogodos, y además era una forma de implicar a los militares sirios en la recaudación fiscal y recolección de víveres y provisiones para las campañas.
El yund de Damasco se asentó en la cora o provincia de Elvira, Granada; el de Jordania en la cora de Rayya, aproximadamente la actual provincia de Málaga; el de Palestina en Medina Sidonia y Algeciras; el de Emesa, entorno a Sevilla y Niebla; el de Quinnasrin en la cora de Yayyan, más o menos la actual Jaén; y el regimiento de Egipto quedó dividido y una parte fue al Algarve portugués y otra a Tudmir, en las provincias de Murcia y Alicante. El ejército de Egipto estacionado en Tudmir no tardó en estrechar lazos con Teodomiro antes de fallecer este, porque entregó a su hija en matrimonio a un jefe del yund sirio llamado Jattab, y así el linaje de los Banu Jattab siguió siendo uno de los más destacados durante todo el período de dominación musulmana de Murcia.
Los árabes sirios de Egipto no tardaron en devolver el favor porque sabemos que el valí Abu al-Jattar había reclamado al heredero de Teodomiro llamado Atanagildo una gran suma de dinero que supuestamente debía en impuestos y el ejército sirio no tardó en pagarle esa deuda. También hay que decir que, aunque en este reparto los yunds no recibieron tierras en propiedad, luego sabemos que hubo árabes sirios que accedieron a la propiedad de la tierra gracias a intereses comunes con terratenientes hispanogodos, ya fuera comprándoselas, por vía matrimonial, o por donaciones como las que hizo Ardobastro al repartir más de cien aldeas de su propiedad entre los sirios. El asentamiento de los sirios tuvo un profundo impacto político durante el Emirato de Córdoba y en la gran influencia del elemento árabe en el sur de la península ibérica.
Para desgracia del gobernador, aunque sus políticas fueron buenas, los problemas del Califato omeya tras el asesinato del califa al-Walid II no permitieron frenar el conflicto qaysí-yemení en al-Ándalus y además a Abu al-Jattar se le acusa de haber favorecido más a los yemeníes. Ante el aparente favoritismo, el jefe del ejército de Quinnasrin llamado al-Sumayl protestó, pero los guardias del gobernador le dieron una paliza. Según las crónicas, al-Sumayl terminó con el turbante desarreglado y humillado en público, y tras esto los qaysíes se alzaron en armas bajo su mando. Al-Sumayl fue suficientemente hábil como político para conseguir el apoyo de algunos yemeníes y proponer a uno de ellos como valí, y gracias a esta coalición los rebeldes derrotaron y apresaron a Abu al-Jattar en la batalla de Guadalete del 745, lo que supuso de hecho el fin del control de representantes del Califato omeya de Damasco sobre al-Ándalus.
El gobernador yemení fue un valí títere luego confirmado por el gobernador de Ifriqiya, pero quien gobernaba en realidad era al-Sumayl. Pero luego un grupo de árabes yemeníes entraron en el alcázar de Córdoba como si fueran un grupo de operaciones especiales y liberaron a Abu al-Jattar en el 746. El valí títere evitó enfrentarse al ejército yemení reunido en el Algarve portugués, pero no tardó en fallecer y al-Sumayl escogió al último valí de al-Ándalus, un hombre mayor llamado Yusuf ibn Abd al-Rahman al-Fihrí. Yusuf no era un hombre cualquiera, había servido de gobernador de Narbona en los años 730, pero lo más destacable era su linaje, porque pertenecía a la tribu de los Quraysh, la misma tribu que los familiares de Muhammad o que los omeyas, y era descendiente directo del prestigioso fundador de la ciudad de Kairuán, Uqba ibn Nafi.
Eduardo Manzano Moreno ve la elección de Yusuf al-Fihrí como una alianza entre una facción de los baladíes y de los sirios qaysíes, que pronto se dedicaron a recompensar con puestos de poder a miembros de su facción a costa de los afiliados a la facción yemení. Contra la política proqaysí se sublevó el gobernador árabe yemení de Narbona, pero en el 748 fue asesinado y reemplazado por uno leal al valí de al-Ándalus, mientras que el gobernador de Rayya, esto es Málaga, había sido reemplazado y por eso se unió al exgobernador Abu al-Jattar. La pugna final por el poder se libró a las afueras de Córdoba, donde Al-Sumayl y Yusuf derrotaron a los yemeníes encabezados por Abu al-Jattar en la encarnizada batalla de Secunda en el 747 y esta vez ejecutaron a su líder y provocaron una matanza de yemeníes.
El emirato Fihrí y la revuelta proabasí
Con la victoria de la batalla de Secunda y viendo como el Califato omeya se estaba desmoronando, podemos considerar que Yusuf al-Fihrí fue el último valí de al-Ándalus y su primer emir independiente, pese a que su figura y emirato han quedado olvidados por su brevedad ante el triunfo del príncipe omeya Abd al-Rahman I. El clan de los fihríes pudo usar su prestigioso linaje para consolidar un reino en al-Ándalus y también en Ifriqiya, donde un pariente de Yusuf llamado Abd al-Rahman ibn Habib al-Fihrí se había proclamado valí tras el asesinato de al-Walid II. Su familiar no controló el Magreb occidental y tras la caída del Califato omeya en el 750 intentó entrar en vasallaje nominal con los abasíes, pero cuando los abasíes demandaron más que un control nominal se opuso a reconocerlos y dio cobijo a supervivientes omeyas, una decisión de la que luego se arrepentiría.
Volviendo a al-Ándalus, tras la batalla de Secunda el emir se quedó en Córdoba controlando el valle del Guadalquivir, mientras que al-Sumayl fue a Zaragoza para gobernar el valle del Ebro. Hay dos interpretaciones a este hecho, la de Lévi-Provençal que veía la relación entre ambos como de rivalidad y creía que al-Fihrí pretendía alejar al líder de los yunds y librarse de su influencia, o bien la de Manuel Acién que lo veía como un reparto de los territorios más ricos y con más asentamientos árabes para gobernar mejor al-Ándalus. La presencia de al-Sumayl en una plaza fuerte del valle del Ebro también puede explicarse porque los musulmanes habían descuidado durante la guerra civil la frontera y Alfonso I de Asturias había aprovechado para hacerse fuerte y expulsar a los musulmanes de Yilliqiya, el cuadrante noroeste peninsular, además de atacar fortalezas musulmanas y provocar su abandono en la provincia de Burgos. Todo esto coincidió con una terrible sequía y hambruna que afectó a gran parte de la península ibérica, con lo que la situación general era bastante crítica.
En esos años de penurias un hombre de la tribu de los Quraysh llamado Amir al-Abdari solicitó al califa abasí un diploma reconociéndole como valí de al-Ándalus, su familia estaba establecida en Córdoba, pero antes de poder reunir suficientes seguidores cerca de la capital parece que el emir fihrí se enteró de toda esta conspiración y Amir tuvo que huir en dirección a Zaragoza. Ahí al-Abdari se alió con otro miembro de la tribu de los Quraysh y con el reconocimiento del califa abasí pudieron reclutar a bereberes y a yemeníes, que eran los árabes mayoritariamente asentados en el valle medio del Ebro. De este modo estalló la rebelión proabasí del 754 y los rebeldes asediaron Zaragoza, defendida por el general qaysí al-Sumayl. Al-Sumayl solicitó refuerzos al emir Yusuf al-Fihrí, pero este no tenía suficientes hombres para enviar.
Es posible que en esos momentos el emir estuviera reprimiendo una revuelta que se había extendido de Beja, en el sur de Portugal, a Sevilla, que a decir del apodo de su líder parece que era una revuelta de descontentos cristianos hispanogodos. Así que al-Sumayl tuvo que apañárselas solo y se las arregló para solicitar socorro a los yunds de Quinnasrin y Damasco establecidos en Jaén y Granada, que tras algunas reticencias mandaron ayuda. Tras escuchar sobre la llegada de refuerzos, los sitiadores levantaron el cerco, y los refuerzos sirios fueron muy bien recibidos por al-Sumayl. Los ejércitos sirios iban acompañados de los emisarios de Abd al-Rahman I, que intentaron ganarse el apoyo de al-Sumayl para los planes del Emigrado, aunque el general parece que no se comprometió a nada. Extrañamente, los árabes qaysíes de al-Sumayl y sus refuerzos salieron de Zaragoza y no se dedicaron a reprimir la rebelión proabasí, cosa que aprovecharon los rebeldes para hacerse con el control de la ciudad.
Al año siguiente, en el 755 el emir Yusuf ibn Abd al-Rahman al-Fihrí se puso al frente de una expedición acompañado de al-Sumayl para sofocar de una vez por todas la revuelta proabasí, y ante los estragos causados por los rebeldes los mismos zaragozanos entregaron a los cabecillas de la rebelión. El emir fihrí quiso ejecutarlos inmediatamente, pero algunos soldados de los yunds sirios protestaron y evitaron su ejecución inmediata. Sin embargo, Yusuf no estaba para tonterías, no toleró este desafío a su autoridad y según la anónima compilación Ajbar Maymu’a Yusuf envió un pequeño destacamento de los soldados que protestaron a Vasconia para combatir a los vascones que ya no reconocían la autoridad andalusí, pero intencionadamente no dio suficientes medios a la expedición y la mayoría de disidentes murieron. Feliz Yusuf de escuchar estas noticias, no tardó en ejecutar a Amir al-Abdari y otros cabecillas rebeldes que podían suponer un desafío a su emirato independiente. Después de eso los hechos se precipitaron cuando desembarcó el omeya Abd al-Rahman el Emigrado a las costas del sur, como veremos en el próximo episodio.
El Veredicto: La alternativa fihrí
En El Veredicto de hoy quiero hacer un poco de historia alternativa y pensar en si se podría haber consolidado el emirato fihrí. De las fechas de la historia de al-Ándalus que se destacan tenemos por ejemplo el 711 con la conquista, el 756 con la fundación del Emirato de Córdoba, o el 1031 con la disolución del Califato de Córdoba. Pero si no hubiera llegado un príncipe omeya refugiado o hubiese sido derrotado por Yusuf al-Fihrí, toda la historia andalusí posterior hubiera sido muy distinta. Para empezar, tendríamos enmarcado el año 747 como la fundación del Emirato fihrí de Córdoba, y Yusuf probablemente se habría enfrentado a unos problemas similares a los que Abd al-Rahman I se enfrentó para hacer valer su autoridad frente a señores árabes y bereberes de las provincias.
Ya en sus años de gobierno Yusuf tuvo que enfrentarse a facciones de árabes yemeníes, rebeldes hispanogodos en Beja, y una revuelta que pretendía instaurar el dominio efectivo de los abasíes, y como le pasó a Abd al-Rahman I es más que probable que Yusuf se hubiera tenido que enfrentar a más intentos abasíes de destronarlo. Los fihríes tenían buenos apoyos entre algunos árabes baladíes y bereberes y con su alianza con al-Sumayl pudieron mantener la lealtad de los sirios, con lo que no era una coalición de gobierno débil y pudieron haber mantenido su autoridad efectiva sobre un al-Ándalus independiente. Claro que comparándolo con el nombre de los omeyas el de los fihríes se queda pequeño, no era tan impresionante, y eso provocó algunos cambios de bando, así que sin duda fue la llegada de un omeya quien cambió el destino de los fihríes y al-Ándalus. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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