Este es el episodio 9 llamado Bajo Imperio y cristianismo en Hispania y en este episodio aprenderás:
- La sociedad de la Hispania romana
- Economía de la Hispania romana
- La crisis del siglo III
- Diocleciano y el régimen político del Dominado
- La cristianización de Hispania
- Transformaciones de la Antigüedad clásica a la Antigüedad tardía
- Constantino y la legalización del cristianismo
- Teodosio, el último emperador de todo el Imperio romano
- El Veredicto: Preguntas sobre el Bajo Imperio
- Avance y outro
- Fuentes
La sociedad de la Hispania romana
Las dos primeras secciones del episodio son sobre la sociedad y economía de la Hispania romana, quizás sea un poco cansino de escuchar, sobre todo la parte económica, pero es que aún no he hablado de esto y es necesario para entender la historia. Si no te interesan, puedes saltar a la sección de la crisis del siglo III siguiendo las marcas de tiempo de YouTube o la descripción del episodio. Por la romanización, para el siglo III ya se puede decir que en toda Hispania se adoptó la jerarquía social romana, al obtener todos los hispanos libres la ciudadanía romana que sacaba de este modo al grueso de los hispanos de la categoría legal de peregrinos o extranjeros sin derechos de ciudadanía en la que estaban hasta entonces. La sociedad romana de la República y el Alto Imperio se dividía en unas órdenes privilegiadas por ley y el resto de la población, en ciudadanos y no ciudadanos, en población libre y no libre, y en hombres y mujeres.
En la cúspide social estaba la orden senatorial, conformada por unos pocos centenares de familias cuya base de riqueza residía en la posesión de muchas tierras agrarias. No todas las familias del orden senatorial ejercían su derecho a participar en la política a través del Senado, y salvo por algunas entradas excepcionales de nuevos hombres por decisión del dictador o emperador, lo cierto es que la orden senatorial era una élite de sangre bastante cerrada al acceso de nuevos linajes, porque además se casaban mucho entre sí para mantener su estatus. Durante la República y la mayor parte del régimen del Principado los senadores fueron los que gozaron de mayor poder político, pero esto cambió en el Bajo Imperio. No fue hasta finales del siglo II cuando los senadores no itálicos superaron en número a los itálicos.
En un colofón más bajo tenemos el orden ecuestre o de los caballeros, un estatus con un requisito de renta menor que el senatorial y que estaba mucho más abierto a la entrada de nuevos hombres. Los ecuestres destacaban por basar su capacidad económica en negocios privados y concesiones estatales, como el rol de recaudar impuestos a cambio de un buen pellizco. Los caballeros fueron una cantera de funcionarios para la burocracia y ejército para el Principado romana, y aún más durante el Dominado. Finalmente, entre los privilegiados por ley y reconocimiento social estaba la orden de los decuriones, compuesto por élites locales y provinciales que ocupaban cargos en la administración de las ciudades y cargos religiosos.
Los decuriones contribuían a financiar los gastos públicos del municipio, lo que reforzaba su honor y aprecio de su comunidad y les otorgaba la posibilidad de una carrera política más allá del ámbito local. El grueso de la población hispanorromana formaba parte de la plebe urbana y rústica, distinguidos por unos recursos económicos menores y por no tener los privilegios legales de los senadores, ecuestres y decuriones. En una escala inferior se encontraban los libertos y esclavos. Durante la conquista romana de Hispania los romanos esclavizaron a miles de indígenas, pero es difícil saber cuánta población esclava existía en siglos más avanzados y sigue siendo un tema controvertido en la historiografía si hay que caracterizar como esclavista la sociedad y economía de la República y el Alto Imperio.
Los libertos, por haber sido esclavos y mantener unos lazos de dependencia con su antiguo amo, no podían ejercer formalmente cargos públicos, aunque en la práctica algunos lo hicieron. Hubo libertos que lograron amasar una buena fortuna y que se casaron con personas libres para liberar a su descendencia del estatus servil. En cuanto a las mujeres, la sociedad romana era patriarcal y las mujeres estaban siempre sometidas a la tutela legal de un hombre, ya fuera de su padre, su hermano, su esposo, o su hijo. En época imperial se levantó la prohibición de que las mujeres heredasen, así que pudieron amasar fortunas y ejercer un papel más activo en la sociedad. Las mujeres hispanorromanas podían ejercer trabajos remunerados y participaban en labores del campo o en el cuidado de ganado, además de todas las tareas asociadas al género femenino como tejer, cocinar, criar a sus hijos, o cuidar de los enfermos.
En el paso de la Antigüedad clásica a la Antigüedad tardía hay un cambio significativo en la división social en dos bloques: los honestiores y los humiliores. Entre los honestiores se incluían aquellos grupos que se decía de gozaban de mayor honor y que coincidía en líneas generales con las personas más ricas y poderosas: los tradicionales estamentos privilegiados de los senadores, caballeros y decuriones, terratenientes, altos funcionarios, oficiales del ejército, la alta jerarquía eclesiástica, además de personas adineradas de otras procedencias. A nivel jurídico los honestiores no podían ser torturados ni sometidos a la pena capital, salvo en casos de traición al Estado o emperador. La categoría de los humiliores era muy heterogénea porque englobaba cualquiera que no fuera honestior, desde proletarios urbanos, campesinos libres con pocas propiedades, artesanos, soldados, siervos, o esclavos.
Economía de la Hispania romana
Sobre la economía de la Hispania romana, la base de la riqueza era agraria. Ya los fenicios introdujeron la tríada mediterránea agrícola, que consiste en el cultivo de trigo, vid y olivo, pero fueron los romanos los que generalizaron y consolidaron la tríada mediterránea. Tampoco los romanos introdujeron la agricultura de regadío que ya existía en la península ibérica posiblemente desde la Edad del Bronce, pero sí que extendieron bastante la irrigación para mejorar los rendimientos agrícolas y que hasta ese momento había sido mucho más anecdótica y localizada en puntos muy concretos. Se han encontrado presas, cisternas y canales de abastecimiento de campos y ciudades casi por toda la península, excepto por el norte peninsular tanto por no tener tanto potencial agrícola como porque ya son regiones donde llueve más.
La agricultura y ganadería estaban en muchos lugares de Hispania orientadas al autoconsumo, con un comercio a lo sumo comarcal, pero sobre todo en la provincia de la Bética, más o menos la actual Andalucía, había una producción de aceite de oliva y vino orientada a la exportación. En la ciudad de Roma la mayoría de aceite de oliva de época altoimperial provenía de la Bética, por lo que se ha podido analizar en el artificial monte Testaccio, construido con ánforas rotas. La Hispania romana siguió siendo un mundo con unos paisajes bastante más dominados por los bosques que en comparación al siglo IX en adelante, cuando se produjo un gran impulso a la roturación de nuevas tierras y en consecuencia a la deforestación. Debido a eso, no sorprende que la caza siguiera siendo una actividad económica importante en la Edad Antigua y que no estaba limitada a los estamentos privilegiados.
La segunda actividad económica más importante durante la etapa republicana y altoimperial fue la minería, siendo Hispania la mayor fuente de riqueza mineral del Imperio romano. Se ve en el registro arqueológico que en época del Alto Imperio las minas se explotaron con una intensidad notablemente mayor que en épocas anteriores y que en la Antigüedad tardía o la Edad Media, por eso algunos autores lo califican de actividad industrial, aunque lejos de los niveles de explotación de época contemporánea. La actividad minera requería de mucha organización y capital, para construir y mantener canales de abastecimiento de agua, excavar y reforzar pozos y galerías, tratar y transportar los minerales extraídos, y a veces necesitaban ruedas hidráulicas de drenaje de galerías.
Casi todas las minas de Hispania se consideraban de propiedad estatal, pero la explotación no necesariamente era pública. Algunas como las minas de oro del norte fueron explotadas directamente por el estado, pero hubo otras como las minas de Cartagena y algunas de Sierra Morena cuya explotación se concedía a sociedades privadas. Sobre sus trabajadores, las minas fueron un foco de atracción de inmigrantes itálicos para enriquecerse, y hombres y niños trabajaban duramente en las minas mientras que había algunas mujeres que trabajaban en el transporte de los minerales extraídos. Era habitual combinar el ser minero con también ser agricultor o ganadero, y las minas se podían explotar con esclavos, trabajadores asalariados o por prestaciones obligatorias de una comunidad de vecinos como si fuera un tributo.
La tercera industria hispana destacada fue la de la salazón, la comercialización de pescado salado, para lo que se necesitaba de explotar las salinas y pescar. Cádiz, Cartagena, y sobre todo otras ciudades de tradición fenicia ya antes de la conquista romana eran famosas por esta actividad. También fabricaban garum, una famosa salsa de pescado romana que era de olor desagradable y que se usaba para condimentar alimentos y como medicina y afrodisíaco. El sector artesanal, incluyendo la producción de textiles y cerámicas, fue marginal comercialmente porque muchas de estas actividades se realizaban en los hogares para autoabastecerse. Hispania no se caracterizó por el comercio de bienes de lujo como las provincias orientales del Imperio romano, sino que la Hispania romana exportó a otras regiones romanas productos básicos como el aceite de oliva, vino, trigo, esparto, tocino, y garum, además de minerales.
La crisis del siglo III
Dejamos la historia política del Imperio romano con el asesinato del último emperador de la dinastía Severa en el año 235, que desató una crisis política, económica y social sin precedentes que casi acabó con el Imperio romano y que lo cambió para siempre. De hecho, algunos consideran que la crisis empezó en el año 192, por el asesinato de Cómodo que fue sucedido por un año donde hubo cinco pretendientes al título imperial, otros en cambio lo limitaban al período entre los años 249 y 270. Algunos autores se han pasado de posmodernos y hablan de transformación en vez de hablar de crisis o anarquía militar, que consideran un juicio de valor y les ofende. Esto no son más que pamplinas que no pasan ningún análisis crítico, porque una crisis se define por ser una situación de dificultad, sin por ello negar que también puede significar un cambio profundo con importantes consecuencias, que también fue el caso de la crisis del siglo III.
Hubo un vaivén de emperadores y aspirantes a emperadores, manteniendo al Imperio en un estado de guerra civil durante décadas; enemigos externos como los pueblos germánicos, bereberes o los persas sasánidas amenazaron las fronteras romanas; la inflación fue galopante; las plagas diezmaron a la población; y hubo toda clase de problemas económicos y sociales. Si eso no se define como una crisis, no sé qué lo será. Ahora bien, una crisis puede terminar de muchas formas: en un desastre, que hubiera sido en este caso la destrucción del Imperio romano; peor que antes de la crisis; o saliendo más fuerte, como Roma en la segunda guerra púnica.
Lo primero no ocurrió, y donde puede haber debate es en si el Imperio romano salió más fuerte o más débil de la crisis del siglo III, aunque yo creo que hay muchos argumentos a favor de que salió peor porque las crisis políticas, guerras civiles y amenazas externas siguieron plagando el Imperio romano en la etapa del Bajo Imperio de los siglos IV y V. Hispania ya llevaba décadas siendo una región periférica irrelevante en los juegos políticos y militares del Imperio romano, y esta irrelevancia y falta de efectivos militares hizo que los efectos de la crisis del siglo III no fueran tan directos ni devastadores porque Hispania no fue escenario de invasiones, batallas o revueltas sociales, como sí fue frecuente en Italia y las provincias orientales y fronterizas. De lo más grave a nivel militar que ocurrió en Hispania fue una incursión de germanos o francos que mencionan las fuentes literarias y que podría fecharse en el año 260, pero la historiografía moderna exageró los efectos destructivos de esta incursión.
En el 260 Póstumo, el duque de la frontera renana de Germania, derrotó a invasores francos y alamanes y los soldados lo proclamaron emperador por su generosidad en repartir botín y su éxito en organizar la defensa de la Galia y posiblemente también Hispania. En una era dominada por el caos, y Póstumo parecía ofrecer protección y por eso se ganó el aprecio de muchos. Póstumo estableció lo que la historiografía llama Imperio galo, que controlaba Germania, Britania, la mayor parte de la Galia y toda Hispania o al menos la provincia Tarraconense. Se considera que Póstumo creó un estado independiente porque creó un senado, una burocracia y una guardia pretoriana propia a imitación de las romanas, pero no intentó conquistar Italia. Más que por falta de voluntad fue porque no pudo, así que realmente es una situación parecida a la de Sertorio siglos antes.
Donde sí se formó un estado independiente sin voluntad aparente de hacerse con el control de todo el Imperio romano fue en Oriente Próximo con el llamado Imperio de Palmira de la reina Zenobia, que consiguió hacerse con las provincias de Siria, Palestina, Arabia, Egipto, y partes de Asia menor. En sus breves cinco años de reinado entre el 270 y 275 el emperador Aureliano consiguió unos éxitos que hacía tiempo que ningún otro con ese título había conseguido, siendo lo más importante su reconquista del Imperio galo y de Palmira que le valió el título honorífico de Restaurador del mundo. Además, Aureliano convirtió en culto oficial del Imperio romano la veneración del Sol Invictus como deidad suprema. Sin embargo, su tarea se truncó al ser asesinado por un liberto y de nuevo el Imperio romano estuvo bajo la amenaza de francos, alamanes y godos.
Diocleciano y el régimen político del Dominado
Fue finalmente el emperador Diocleciano que ascendió al poder en el 284 quien puso fin a la crisis del siglo III al llevar a cabo reformas profundas en el Imperio romano. El quebrado sistema político del Principado de Augusto fue sustituido por el Dominado. El Dominado se caracterizaba por abandonar la fachada de continuidad del sistema de gobierno republicano por un gobierno autócrata que se apoyaba mucho en el ejército. El Senado perdió cualquier relevancia política y el orden senatorial pasó a ser bastante irrelevante, una tendencia que ya empezó incluso antes de estallar la crisis del siglo III. El Imperio romano se dividió en una parte occidental y otra oriental para facilitar el gobierno, pero se mantenía la unidad del estado y por eso no es del todo correcto hablar de Imperio romano de Occidente y de Oriente, como si fueran dos estados distintos.
Como ya se vio con Aureliano, desde el estado romano hubo un interés en legitimar ideológicamente el estado romano y los emperadores y reforzar la lealtad de sus ciudadanos mediante la fijación de una deidad suprema y la asociación de emperadores vivos a dioses. Diocleciano por ejemplo se asoció al dios Júpiter, el tradicional dios de dioses romano. Esta opción no terminó por triunfar, sino que fue el cristianismo como veremos la religión que con el tiempo se elevó a religión oficial y única del Imperio romano. Bajo el régimen político del Dominado hubo una mayor burocratización, más intervencionismo estatal en la economía, y un aumento de la presión fiscal para sufragar un ejército profesional ampliado para hacer frente a las amenazas del Imperio sasánida y de los pueblos del centro y este de Europa.
Diocleciano duplicó el número de provincias del Imperio para facilitar su gestión y reducir el poder de los gobernadores provinciales. En Hispania dividió la gran provincia de Hispania Tarraconense en tres: Gallaecia, Cartaginense y una Tarraconense más pequeña, y en la segunda mitad del siglo IV incluso se añadiría una provincia solo para las Baleares. Para coordinar a los gobernadores provinciales Diocleciano creó diócesis que agrupaban varias provincias, y la diócesis de las Hispanias tenía capital en Mérida. La diócesis de las Hispanias también incluía la Mauritania Tingitana, la provincia romana que consistía en las costas del norte de la actual Marruecos, porque sino no sabían con quién ponerla y además servía de frontera defensiva frente a ataques bereberes. Y también en el Bajo Imperio se creó la prefectura, una unidad que agrupaba varias diócesis, siendo Hispania parte de la prefectura de las Galias que agrupaba la Galia, Hispania y Britania.
La cristianización de Hispania
En una época de desesperación como fue el siglo III, más gente buscó consuelo, esperanza y respuestas a inquietudes como la salvación de su alma en religiones. En este contexto, una de las religiones que se abrió paso y ganó adeptos fue el cristianismo. La religión cristiana no fue legal y fue perseguida en el Imperio romano durante sus primeros tres siglos de existencia, porque era una religión monoteísta que negaba cualquier divinidad que no fuera Dios y por lo tanto era una amenaza para las tradiciones romanas y la convivencia de múltiples creencias religiosas. También el cristianismo rechazaba el culto al emperador y celebraciones cívicas, lo que se veía como un signo de deslealtad al estado, las comunidades cristianas primitivas eran muy cerradas y sectarias, y había rumores de prácticas religiosas cristianas que generaron una imagen negativa.
Los primeros cristianos eran por lo general gente pobre, de extracción social artesana, liberta y esclava, y muchas veces judíos porque originalmente el cristianismo era una secta judía y no fue hasta el siglo III cuando abandonó algunas leyes y costumbres judías. El cristianismo primitivo de los primeros dos siglos se caracterizó por estar fragmentado en corrientes e iglesias enfrentadas y lideradas por personajes carismáticos y no tanto por unas jerarquías consolidadas. Todo esto cambió radicalmente en el siglo III y hasta principios del IV, ya que se formó una iglesia con jerarquías más claras, hubo una resolución de algunas disputas teológicas, y el cristianismo dejó de ser una religión purista y cerrada para tener una vocación universalista y demostrar una capacidad sincrética de transformar prácticas paganas en cristianas.
El otro hecho que fue vital para el impulso al cristianismo fue la alianza política entre Iglesia cristiana y estado con Constantino y emperadores romanos posteriores, ya que además de sacar el cristianismo de la ilegalidad y de darle la legitimidad del respaldo del poder político, esta alianza dio a la Iglesia un gran impulso a su patrimonio y capacidad económica al recibir donaciones imperiales y de feligreses, herencias y gozar de exenciones fiscales. Las estimaciones de la evolución de cuántos cristianos había en el Imperio romano son muy complicadas, pero para el año 300, poco antes del ascenso del emperador Constantino, se baraja un rango de entre un 5 y un 10,5% de la población total del Imperio romano que sería cristiana. Donde había más concentración de cristianos era en la ciudad de Roma, que ya a mediados del siglo III se estima que contaba con unos 40.000 cristianos, entre un 5 y 10% de la población total, y en Grecia, África y las provincias orientales del Imperio romano concentraban más población cristiana que el occidente.
¿Cuándo y cómo llegó el cristianismo en Hispania? A falta de fuentes fidedignas, los cronistas medievales y modernos se inventaron multitud de leyendas fantasiosas sobre el origen del culto cristiano en la península ibérica. Una de estas historias sin fundamento histórico es la predicación de Santiago el Mayor, uno de los apóstoles que no aparece vinculado a Hispania hasta época visigoda y del que se inventaron que se cuerpo fue enterrado en algún lugar de la provincia de Gallaecia, donde luego se fundó Santiago de Compostela por encontrar sus supuestos restos. Otra leyenda es la predicación de los siete varones apostólicos, siete misioneros enviados desde Roma por orden del apóstol Pedro a evangelizar Hispania, pero de nuevo no se tiene noticia de esto hasta muchos siglos después de los supuestos hechos.
La tercera leyenda dice que fue el apóstol Pablo de Tarso quien trajo por primera vez el cristianismo en Hispania. Esta es la única con algo de base histórica, por el hecho de que en una carta Pablo de Tarso expresó su deseo de viajar a Hispania, pero que lo desease no significa que terminase haciéndolo y sería extraño que la predicación de un apóstol fuera olvidada en los primeros siglos del cristianismo hispano. No hay evidencias inequívocas de que el cristianismo se empezase a extender en Hispania hasta principios del siglo III, cuando se visibilizan comunidades cristianas organizadas en algunas ciudades, aunque podría adelantarse al siglo II porque el obispo de Lyon en el 185 escribía que ya había cristianos entre los germanos, celtas e iberos, y en este contexto es más probable pensar que se refiera a los hispanos que no a los también llamados iberos del Cáucaso.
Así pues, se puede decir que Hispania no conoció el cristianismo primitivo, sino que el cristianismo llegó de forma unitaria y con una iglesia jerarquizada, si bien la supremacía del obispo de Roma no se consolidará y aceptará hasta muchos siglos después. El cristianismo no se introdujo en Hispania desde una única vía, como por ejemplo se había propuesto en los años 60 que era a través de África, sino que fue introducido desde múltiples zonas del Imperio romano, y que viniera de un sitio u otro no influyó de forma relevante en el cristianismo en Hispania. La religión cristiana se implementó de forma muy desigual en Hispania, con presencia sobre todo en ciudades y en la provincia de la Bética, lo que no es extraño dado que era la provincia más densamente poblada, con más ciudades, y más conectada al resto del Imperio por redes comerciales.
La cristianización del paisaje rural se dilató mucho más en el tiempo en comparación con las ciudades y no se consolidó hasta la Edad Media. Esto no significa que no hubiera cristianos en el ámbito rural durante el Bajo Imperio, ni que no existieran oratorios privados, iglesias rurales o monasterios y ermitas, pero ese reflejo del cristianismo en los paisajes rurales fue muy gradual. En regiones como Vasconia o la actual Asturias no hay indicios que cristianización hasta el siglo IV, y en una región tan rural como la actual Cantabria eso se retrasa al siglo V. En el norte peninsular el cristianismo se fue consolidando a través de monasterios, ermitorios, y la conversión de antiguos espacios de culto pagano como cuevas sagradas o templos en iglesias. La cristianización y eliminación de prácticas paganas solo se consolidó entre los siglos V y VIII en esas regiones más marginales, por lo que el proceso no fue fácil.
Excluyendo la carta del obispo de Lyon, la fuente escrita verídica más antigua en referencia a los cristianos de Hispania es la carta 67 del obispo de Cartago Cipriano, que en el año 254 escribía sobre el obispo Marcial de León-Astorga y de Basílides de Mérida. De Marcial decía que seguía costumbres propias de los politeístas romanos, y de Basílides decía que blasfemó contra Cristo mientras estaba enfermo. Lo que esto muestra es que las primeras comunidades de cristianos hispanos estaban plenamente integradas en la vida social de sus ciudades en convivencia con los paganos, y se revela un sincretismo religioso y la continuidad de costumbres paganas, algo por otra parte esperable en procesos de transformación religiosa. Es relevante mencionar que Basílides de Mérida perdió durante un tiempo su puesto, pero fue repuesto tras apelar con éxito al papa de Roma.
En el concilio de Elvira, Granada, celebrado a principios del siglo IV se muestra permisividad con matrimonios mixtos de cristianos y gentiles o las apostasías, pero en cambio hay una condena rotunda contra los judíos y aquellos tildados de herejes. Además, los clérigos podían seguir ejercer otros cargos y lucrarse con negocios privados y podían casarse y tener una familia, esa prohibición católica del matrimonio de clérigos no se generalizó hasta los siglos XI y XII. Desde el principio fueron los hombres quienes ejercieron cargos en el clero hispano mientras la situación de la mujer fue secundaria y marginal, así que el cristianismo reforzó el patriarcado romano. Fue por puritanos como Cipriano que el cristianismo había sido una religión muy odiada en el Imperio romano y vista como una amenaza por su intolerancia.
En cambio, la tolerancia sincrética del siglo III y IV de permitir que nuevos conversos siguieran prácticas religiosas anteriores o que les dieran un barniz cristiano a esas prácticas es lo que permitió al cristianismo extenderse a amplias capas de la población cuando aún no gozaba del poder político y su aparto represor del que la Iglesia dispondría después. En una sociedad tan clasista como la romana el cristianismo pudo triunfar porque abandonó su sectarismo original y se convirtió en una herramienta al servicio de clases urbanas y terratenientes acomodadas y bien formadas, es decir, no era una religión revolucionaria y rompedora del orden social romano. De hecho, la cristianización de las élites hispanorromanas fue superior en proporción a la cristianización del pueblo llano y esclavo. Por eso no sorprende que el concilio de Elvira se preocupase por regular la vida de los magistrados, sacerdotes, prestamistas, terratenientes y esclavistas, en definitiva, de las élites, y en cambio esa preocupación fuera casi nula respecto a las clases bajas y serviles.
Transformaciones de la Antigüedad clásica a la Antigüedad tardía
¿Qué cambió en la Antigüedad tardía respecto a la Antigüedad clásica? Mucha atención a esta sección porque todos estos cambios afectaron no solo a cómo era Hispania en los siglos IV y V, sino también a la época del Reino visigodo. Si has llegado hasta aquí, aprovecho para recordarte que te puedes suscribir gratuitamente al canal de YouTube y dos pódcasts La Historia de España – Memorias Hispánicas para más contenido, y puedes unirte a la comunidad de mecenas de Patreon para apoyarme y conseguir beneficios exclusivos, tienes el enlace en la descripción.
Volviendo al tema que toca, la verdad es que el Imperio romano salido de la crisis del siglo III estaba prácticamente irreconocible si se compara con la República romana tardía o el Principado en sus años dorados. Ya comenté en la sección sobre el régimen político del Dominado que los emperadores se despojaron de su imagen civil pseudorepublicana y en cambio buscaron la legitimidad política para su poder más autocrático en la religión y defensa militar, algo que también caracterizará a los soberanos cristianos medievales. Durante la crisis del siglo III e incluso antes ya con el régimen político de la dinastía Severa se rompió el equilibrio de poder entre el orden senatorial, cada vez más marginado e irrelevante en la política y ejército, y la ascendente orden ecuestre.
Ante las ausencias de emperadores romanos en Roma, la militarización del estado, y las represiones contra senadores por apoyar a un pretendiente u otro, el Senado dejó de tener poder político y militar, aunque sus miembros siguieron siendo poderosos económicamente. El entorno inmediato del emperador cada vez más estuvo formado por militares y nuevos hombres, y muchos de estos entraron en la orden ecuestre. La élite de sangre republicana y del Alto Imperio fue sustituida por una élite de servicio, no necesariamente meritocrática porque lo importante era tener contactos y formar lazos de patronazgo y clientela, aunque también la formación fue un medio para ascender socialmente. A nivel local ser decurión dejó de ser algo deseable porque implicaba muchas cargas económicas y pocos beneficios.
Las élites locales o bien se refugiaron en sus villas rústicas o bien pasaron a servir en la burocracia provincial y central, el ejército, o en la jerarquía eclesiástica, donde algunas viejas élites llegaron a comprar el cargo de obispo. Desde el gobierno central se intentó paliar la situación haciendo hereditarios los cargos municipales, rebajando los requisitos monetarios para ser decurión, o nombrando administradores no elegidos por el municipio, pero la administración de las ciudades siguió siendo complicada. En este contexto, los obispos poco a poco sustituyeron a los magistrados locales civiles y se convirtieron en la autoridad política de las ciudades, como si fueran unos alcaldes. Esto fue posible por la alta consideración social de los obispos y por las inmunidades y privilegios fiscales que gozaba la Iglesia, lo que le permitía por ejemplo llevar a cabo obras caritativas y asistenciales igual que antiguamente lo hacían los decuriones.
El poder político de los obispos en las ciudades se consolidó al desaparecer la administración civil romana en el siglo V. A lo largo de los siglos IV y V se transformó por completo la morfología de las ciudades romanas al cristianizarse los espacios urbanos, por ejemplo reemplazando antiguos foros o templos por iglesias y complejos episcopales. También hubo otras transformaciones comunes de las ciudades en la Antigüedad tardía, como la construcción de murallas, una disminución de la población urbana, las viviendas aristocráticas urbanas se subdividieron para habitarlas varios vecinos, los sistemas de saneamiento y alcantarillado se descuidaron o abandonaron, se desarrollaron actividades artesanales contaminantes intramuros, y también intramuros aparecieron cementerios, huertas urbanas y espacios deshabitados.
Incluso el trazado ortogonal de las calles dejó de respetarse, y hubo una invasión de antiguos edificios característicos de las ciudades romanas, como muchos anfiteatros y teatros que se convirtieron en cementerios o sobre los que se edificaron casas. En general, se puede hablar de que la Antigüedad tardía para las ciudades del Imperio romano supuso tanto una decadencia en unos sentidos como una transformación completa que rompía con el esquema clásico de ciudad. Las ciudades más abandonadas y en decadencia de forma temprana fueron las del norte peninsular y la Meseta. Esto se entiende porque muchas fueron fundaciones romanas en lugares sin mucha tradición urbana y condicionadas por la geografía a estar menos bien comunicadas e integradas en circuitos económicos ricos, así que a la que se acabó el dinero fruto del imperialismo romano estas ciudades más artificiales fueron las primeras en caer.
La ciudad más poblada de Hispania durante el Alto Imperio fue Cádiz con entre 60 y 100.000 habitantes, seguidas de Cartagena, Tarragona, Zaragoza, Córdoba, Mérida y Clunia, actual Coruña del Conde, en Burgos, que contaban con entre 15 y 30.000 habitantes. En cambio, en el Bajo Imperio Sevilla emergió como la ciudad más importante de Hispania, mientras que Cádiz entró en un profundo declive. La mayoría de las ciudades hispanorromanas estaban por debajo de los 5.000 habitantes, y la población total de la Hispania romana altoimperial se estima que estaba entre los 5 y 6 millones de habitantes, horquilla que bajó entre los 4 y 5 millones durante el Bajo Imperio. Se frenó por todo lo que he comentado de los decuriones y el fin de la expansión del Imperio romano la tendencia a la urbanización, y en cambio hubo una ruralización, una tendencia a que las ciudades perdieran población y progresivamente también con ello poder político.
Las élites locales que eran terratenientes pero vivían en las ciudades y invertían en ellas fijaron su residencia en grandes y lujosas villas rurales. Las villae bajoimperiales fueron residencias rurales propiedad de aristócratas, pero también pobladas por todos los siervos campesinos llamados en las fuentes colonos, aparceros, jornaleros y profesionales vinculados a la familia propietaria. Las villas romanas eran centros de residencia, de producción económica principalmente orientada al autoconsumo, y también disponían de espacios de culto religioso. Otra tendencia de la Antigüedad tardía era la concentración de la propiedad de la tierra, ya que por la creciente presión fiscal del siglo IV muchos pequeños propietarios pasaron a ponerse bajo la “protección” de un rico terrateniente. De esta manera, hay indicios para pensar que el latifundismo pasó a ser mayoritario en la Hispania tardoantigua, aunque también existieron comunidades rurales de campesinos libres similares a las aldeas y formas de hábitat disperso.
De la opulencia y monumentalización de las villas romanas del siglo IV se pasó en los siglos V y VI a una caída de su actividad, su abandono, o la sustitución del hábitat aristocrático por uno enteramente poblado por campesinos, sin que eso signifique necesariamente que esos campesinos dejaron de estar sometidos al dominio de un patrón. Otros cambios que caracterizaron la Antigüedad tardía fueron el incremento de conflictos bélicos de tipo defensivo, más presión fiscal e intervencionismo estatal en la economía, la cristianización de la sociedad, dominio de la política y sociedad de los militares y con el tiempo también los obispos, y finalmente el gradual abandono de sectores productivos orientados al mercado y la exportación por una economía más autárquica, local y agraria, en especial tras el derrumbamiento de la parte occidental del Imperio romano en el siglo V.
Constantino y la legalización del cristianismo
Volviendo a la historia política, con la abdicación de Diocleciano una nueva guerra civil estalló. Si es que a estos romanos les gustaba comprar papeletas para que su imperio desapareciera. Con intermitentes períodos de paz y de guerra, el emperador Constantino salió victorioso de este conflicto y puso todo el Imperio bajo su dirección, y no solo eso, sino que trasladó la capital imperial a Bizancio en el año 330, rebautizando la ciudad como Nueva Roma, llamada Constantinopla tras su muerte. Esta decisión se produjo después de muchas décadas de claro declive de Roma, y esto aseguró la supervivencia de un estado que afirmaría ser romano hasta la Baja Edad Media. Más relevante para nosotros es la conversión de Constantino al cristianismo en el año 312 y la decisión de no perseguir más el cristianismo en todo el Imperio romano.
De hecho, esto se ha atribuido tradicionalmente al mal llamado edicto de Milán de Constantino, que restituyó bienes confiscados a la Iglesia y concedió la libertad de culto, pero ya en el 311 el emperador Galerio promulgó un edicto de tolerancia que convertía el cristianismo en una religión lícita y legal del Imperio romano. Aun así, no se puede minusvalorar el papel del emperador Constantino, porque fue él quien se convirtió en el primer emperador cristiano, quien forjó la alianza entre Iglesia y estado, quien concedió numerosos privilegios económicos a la Iglesia, y quien promovió el concilio de Nicea del 325, presidido por el influyente obispo Osio de Córdoba. En el primer concilio de Nicea se fijó el dogma de la Trinidad que afirma que Dios es un ser único manifestado en tres formas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y donde se condenó como herejía el arrianismo.
Después de la muerte de Constantino, ¿adivina qué pasó? Pues sí, más guerras civiles y usurpaciones. La historia política del Imperio romano del siglo IV siguió con muchas guerras por el poder, aunque nada tan destructivo y caótico como lo visto en los peores años de la crisis del siglo III. Podría nombrar a todos los emperadores, usurpadores y pretendientes, pero hay pocas cosas dignas de mención a nivel político y menos que afectasen a Hispania. En la vertiente religiosa, sin embargo, estaban sucediendo cosas interesantes. A nivel local la Iglesia estaba asumiendo cada vez más las funciones de las autoridades civiles romanas. Las jerarquías del cristianismo niceno cada vez eran más ricas y poderosas, y de ahí surgieron reacciones dentro del seno de la iglesia para volver a una vida más austera y ejemplar. En Hispania ese fue el caso del priscilianismo, un movimiento que recuperaba el espíritu ferviente y libre del cristianismo primitivo, destacaba por su misticismo y ascetismo, y las mujeres y laicos tenían un protagonismo mayor.
Prisciliano, natural seguramente de la provincia de Gallaecia, no es que promoviera una especie de movimiento revolucionario de pobres contra ricos, porque de hecho muchos personajes notables siguieron su doctrina y era una religiosidad que tenía cabida en las villas de los terratenientes que se alejaban así de las directrices de la jerarquía eclesiástica urbana. El priscilianismo se extendió por toda Hispania y el sur de la Galia, y se convirtió en un conflicto interno serio entre eclesiástico y en un problema político por la unión de Iglesia y estado. En el sínodo de Zaragoza del 380 los obispos condenaron el priscilianismo y Prisciliano y algunos de sus seguidores fueron decapitados en el 385 por las autoridades civiles pero por la presión de algunos obispos. Su doctrina, especialmente popular en Gallaecia, no terminó de borrarse del mapa hasta el siglo VI.
Teodosio, el último emperador de todo el Imperio romano
Tras el descalabro romano sufrido en la batalla de Adrianópolis contra los godos en el 378, el militar de origen hispanorromano Teodosio se convirtió en emperador de la parte oriental, y para el 392 se convirtió en el último emperador en gobernar sobre todo el Imperio romano. Teodosio hizo del cristianismo niceno la religión oficial y única del Imperio romano, así que cualquier otra religión o herejía fue prohibida y perseguida. Durante su gobierno Teodosio persiguió el paganismo, las herejías y otras creencias, y toleró o incluso alentó la destrucción de templos paganos, entre ellos templos griegos de tiempos remotos. Teodosio reconoció que muchos ciudadanos romanos se habían convertido al cristianismo entre los siglos III y IV, y tenía sentido consolidar una alianza política con la Iglesia, una Iglesia que tenía al también hispanorromano Dámaso como su papa de Roma.
Para mencionar un evento específico que muestra cuán poderosa era la Iglesia a estas alturas, el obispo de Milán se negó a permitir que Teodosio entrara en su iglesia hasta que no mostrara remordimiento por la masacre de Tesalónica, una trágica masacre de 7.000 personas ordenada por Teodosio. Si has visto Juego de Tronos, seguro que verás un paralelismo con esto y cómo el Gorrión Supremo humilló a Tommen y Cersei en público. La decisión de Teodosio de permitir que pueblos bárbaros germánicos se establecieran en Tracia, muy cerca del corazón del Imperio romano, ha sido un tema de controversia durante siglos. Ciertamente fue una política que demostró cuán débil era el Imperio en ese momento. ¿Pero tenía Teodosio otra alternativa? Probablemente no.
Mientras los hunos masacraban a los germanos y desequilibraban sus formas de vida, éstos se veían obligados a emigrar al Imperio romano. Comenzaron a llenar las filas del ejército romano, hasta el punto de que la mayoría del ejército romano de occidente estaba formado por bárbaros. Con este panorama de una población romana que ya rara vez servía en el ejército, no es de extrañar que el Imperio romano desapareciera. A su muerte en el 395 Teodosio, más por accidente histórico que por voluntad consciente, se convirtió en el último emperador de ambas partes del Imperio romano y dejó asociados al trono a sus dos hijos, uno en la parte oriental y otro, un niño de diez años llamado Honorio, se quedó con la parte occidental. Por razones obvias, quien gobernaba la parte occidental era un regente, Estilicón, un general de ascendencia romana y vándala. Hablaré de la historia política del siglo V en los próximos episodios, pero alerta de spoiler, la parte occidental del Imperio romano no seguía existiendo en el siglo VI.
El Veredicto: Preguntas sobre el Bajo Imperio
En El Veredicto de hoy quiero plantearte preguntas para responder en los comentarios sobre los cambios ocurridos al pasar al Bajo Imperio. ¿Cómo valoras la resolución de la crisis del siglo III, el Imperio romano salió más fuerte o más débil? ¿Por qué crees que el Imperio romano perdió el impulso conquistador? ¿El incremento en el número de soldados profesionales y la militarización de la política abandonando cualquier seña de gobierno cívico republicano fue necesaria para proteger las fronteras cada vez más amenazadas del Imperio, o trajo más problemas que soluciones? ¿Y la cristianización de la sociedad y de la política como te la he explicado fue tal y como te la imaginabas antes de escuchar el episodio? Te animo a responder a alguna o todas estas preguntas en los comentarios de YouTube, Discord, o en el pódcast. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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Fuentes
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