Este es el episodio 52 llamado Almanzor, el usurpador del poder omeya y en este episodio aprenderás:
- Almanzor antes de su conquista del poder
- La causa de la caída de la dinastía omeya de Córdoba
- La entronización de Hisham II de Córdoba
- Almanzor contra al-Mushafi
- La legitimación de la dinastía amirí
- La ofensiva zirí en la Magreb
- Almanzor contra Galib. Las purgas del dictador amirí
- El Veredicto: Una sucesión alternativa de al-Hakam II
- Avance y outro
- Fuentes
Almanzor antes de su conquista del poder
Muhammad ibn Abi Amir nació en el 938, en el seno de una familia árabe yemení. Los propagandistas lo hacían descendiente de un árabe que supuestamente habría formado parte de la expedición inicial de la conquista bajo el mando del bereber Tariq ibn Ziyad y habría tenido un papel destacado en la toma de Carteia, en Cádiz, donde se produjo el primer combate notable de la conquista musulmana. Sin embargo, esto es falso, porque no hubo ningún árabe involucrado antes de la derrota de los visigodos en Guadalete y la ocupación de Toledo, y la insistencia en que sus ancestros participaron en la conquista podía servir para demostrar una especie de superioridad respecto a los omeyas de Córdoba, que vinieron después.
El ancestro árabe de Almanzor sí pudo haber pertenecido a la expedición de Musa ibn Nusayr y su hijo Abd al-Aziz desde el 712 y su familia se asentó cerca de Algeciras. Almanzor pertenecía a un linaje de propietarios acomodados y algunos de sus ancestros fueron gobernadores, juristas o cadíes, es decir, jueces. El abuelo de Almanzor por ejemplo había sido cadí de Sevilla y la madre de Almanzor era hija de un visir y médico del califa Abd al-Rahman III, o sea que Muhammad ibn Abi Amir no venía de la nada. Aún muy joven Almanzor se fue a Córdoba a estudiar y aprender de los mejores juristas de al-Ándalus para algún día ser juez. El joven Muhammad empezó a ganarse la vida como escribano público y con 29 años ascendió a escribano ayudante del cadí supremo de Córdoba.
El juez más importante de al-Ándalus creía que Almanzor tenía buenas cualidades y lo recomendó al prefecto de Córdoba y visir Ya’far ibn Utman al-Mushafi cuando éste buscaba un procurador para gestionar los bienes del hijo del califa y de su madre la vascona Subh. Así al-Mushafi habló bien de Almanzor al califa al-Hakam II y Subh lo escogió de entre los candidatos. Es irónico como al-Mushafi fue tan importante para el ascenso al poder de quien luego iba a ser responsable de su asesinato. Como ya vimos en el episodio 51 Al-Hakam II, el califa culto, este fue el punto de inflexión en su carrera y después fue sumando cargos importantes como el de director de la ceca de Córdoba, gestor de las herencias vacantes, y cadí de Niebla y Sevilla.
Acumular cargos no era tan raro en el reducido círculo de poder de la administración omeya, a pesar de los peligros que suponía, y en el caso de Almanzor su carrera principalmente se la debía a Subh, la madre del heredero Hisham que las malas lenguas decían que tenía a Almanzor como amante, aunque este es el típico ataque machista que hacen desde una sociedad patriarcal. Almanzor también debía su ascenso a su propio talento al cumplir con creces en todas las tareas que le asignaban. En el 972 fue nombrado jefe de la policía, pero había perdido el puesto de director de la ceca por las sospechas de corrupción que se ciñeron sobre Almanzor. Pero es en julio del 973 cuando se produce otro momento decisivo en la carrera de Almanzor, cuando el califa le confió la misión de ejercer de cadí supremo de las posesiones omeyas del Magreb occidental, con lo que disponía del poder de nombrar y quitar jueces.
Además, tenía el papel de gestionar los fondos de la guerra en Marruecos y llevar regalos y dinero a jefes bereberes aliados, lo que permitió que estableciera relaciones personales con bereberes que le proporcionarían soldados para sostener su régimen y hacer sus campañas contra los cristianos. Según el cronista Ibn Idhari, con el poder que acumuló Almanzor en los últimos años del reinado de al-Hakam II, la puerta de su residencia estaba siempre atascada de gente pidiendo favores. Con los recursos financieros que pudo acumular gracias a sus cargos, Almanzor no gastó el dinero en tonterías y en cambio fue generoso y lo reinvirtió para crear una red de fieles. En unos pocos años Muhammad ibn Abi Amir se había convertido en uno de los personajes más importantes del Califato de Córdoba, pero no el que más. Después del califa el hombre más importante era el visir Ya’far al-Mushafi, a cuya casa acudía mañana y tarde Almanzor para ganarse su confianza.
La causa de la caída de la dinastía omeya de Córdoba
Estando gravemente enfermo y viendo que su vida llegaba a su fin, al-Hakam organizó la ceremonia de juramentos en febrero del 976 para que los cortesanos y funcionarios jurasen como sucesor a su querido hijo de once años Hisham. Por primera vez en la historia de al-Ándalus un menor iba a ser designado soberano. Hisham II incumplía los requisitos para ser califa según la tradición legal islámica, tanto por ser menor de edad en el momento de su acceso al trono, como porque según múltiples fuentes el hijo de al-Hakam II tenía una discapacidad física y mental. También se decía que estaba loco, aunque esto último quizás fue una condición que desarrolló por el aislamiento que le impuso Almanzor y el miedo que sentía de hablar libremente porque estaba rodeado de espías suyos, un poco como le pasó a Juana de Castilla.
¿Pero cómo se llegó a esta situación? ¿No había otros posibles candidatos al trono, además del único hijo vivo conocido de al-Hakam? Una historiadora identificó a 469 omeyas a lo largo de la historia de al-Ándalus, pero por las limitaciones de las fuentes y metodología es una cifra muy inferior a la que sería real. Habría pues decenas de omeyas vivos cuando se produjo la entronización de Hisham. Quitando mujeres, niños y ancianos, entre hermanos de al-Hakam II, nietos de Abd al-Rahman III, y miembros de otras ramas más distantes habría numerosos hombres adultos aptos para ser califa. La familia omeya estaba jerarquizada y quien tuviese una relación de sangre más cercana al antiguo califa tendría prioridad, por eso primero deberían haber sido considerados sus hermanos y luego quizás primos o sobrinos de al-Hakam II.
Que el califa hubiese escogido a un hermano suyo para sucederle no hubiera sido algo inaudito en la historia de la dinastía omeya y, de hecho, como veremos en un momento, el primer candidato alternativo de conspiradores contra Hisham II fue un hermano de al-Hakam. Pero por orgullo e influencia de su concubina favorita Subh escogió lo que escogió. Es cierto que el alabado califa Abd al-Rahman III tiene algo de responsabilidad en esta situación por no haber dejado a su hijo estar con mujeres y tener hijos mientras él vivió, pero quien decidió que lo debía suceder su hijo menor de edad fue al-Hakam.
La caída del Califato de Córdoba y de la dinastía omeya no era inevitable, y el motivo de mayor peso hay que trazarlo en la decisión obstinada e irresponsable de al-Hakam II de nombrar heredero a alguien no apto para el califato. Tantos libros, tanto ser un califa culto, para luego tomar una decisión tan estúpida. Buena muestra de que leer mucho o tener títulos no implica necesariamente ser listo. Es que imagina cagarla tanto que te cargas a una dinastía que logró sobrevivir la persecución de los abasíes. Si Abd al-Rahman I levantase cabeza, le hubiera dado a al-Hakam II un buen tortazo, e incluso un cronista del siglo XI muy nostálgico de los omeyas como Ibn Hayyan condenó la decisión de al-Hakam. Con la muerte del califa al-Hakam II se terminaba de facto el gobierno de unos omeyas capaces de gobernar y de ser ampliamente aceptados en al-Ándalus como los legítimos soberanos.
La entronización de Hisham II de Córdoba
El 1 de octubre del 976 murió al-Hakam II a los 63 años ante la presencia de los dos eunucos de mayor rango. Pero los eunucos y la guardia califal saqaliba tenían sus propios planes para la sucesión. Recuerda que los saqaliba eran esclavos y libertos de origen europeo y formaban una casta política que se mezclaba poco con el resto de la población, un poco como los mamelucos en el Califato abasí. Los eunucos planeaban proclamar califa a al-Mugira, hermano de al-Hakam II de cerca de treinta años, con la intención de que al-Mugira ejerciera de califa a condición de que renunciase a su posición a favor de Hisham cuando éste alcanzase la mayoría de edad para respetar la voluntad de al-Hakam. Esto hubiera sido lo mejor que hubiera podido pasar por el bien de la dinastía omeya, pero por desgracia no contaba con la legitimidad de haber sido lo que estipuló al-Hakam.
Los dos eunucos principales ocultaron la muerte del califa y uno de ellos le contó el plan al visir al-Mushafi, tras mucho discutir entre ellos sobre si era buena idea o no. Un error fatal. Ya’far fingió estar de acuerdo, y tan pronto salió de la reunión convocó a aliados que apoyasen la entronización inmediata de Hisham. Al-Mushafi estaba muy cómodo con el poder que había gozado desde que al-Hakam enfermó, y no estaba dispuesto a cederlo ahora que podría hacer lo que quisiera con un califa niño. Por eso infundió el miedo en sus aliados diciendo que al-Mugira no iba a ceder su posición si la conseguía y que eliminaría a Hisham y a sus apoyos.
Por eso Ya’far ibn Utman al-Mushafi, Almanzor y otros trabajaron juntos para actuar rápido y desactivar la intriga palaciega, asesinar al hermano del califa, y poner al frente a Hisham, más por ambición de poder que por lealtad a la voluntad de al-Hakam II. Ninguno quería ensuciarse las manos por si la cosa salía mal, pero al final Almanzor se ofreció voluntario para asesinar a al-Mugira para cumplir así con su papel de hombre de confianza de Subh, que estaba dispuesta a todo para conseguir que su hijo fuese califa. Almanzor rodeó la residencia de al-Mugira, y al parecer al-Mugira ni siquiera estaba enterado de la conspiración de los eunucos y se mostró dispuesto a reconocer a Hisham. Almanzor se mostró compasivo y propuso a al-Mushafi perdonarle la vida, pero el visir se mostró inflexible y ordenó a Almanzor que cumpliese con su cometido.
Almanzor se sentía impotente por la inflexibilidad de al-Mushafi, pero como se había ofrecido para este trabajo sucio no podía echarse atrás si no quería mandar al traste su carrera política. Le dio la señal a algunos de sus soldados para que estrangulasen al príncipe omeya, e intentaron disimular el asesinato colgándolo con una soga para simular un suicidio. Los dos eunucos cabecillas perdieron el cargo y se retiraron de la vida pública, y más de 800 saqaliba perdieron su trabajo, para alegría del pueblo andalusí que los veía como extranjeros con demasiado poder. La desactivación del peligro de los saqaliba lo consiguió Almanzor con la ayuda de cientos de hombres de los Banu Birzal, una tribu bereber que hacía de guardia personal de Hisham II y que más tarde en el período de taifas fundaron la pequeña Taifa de Carmona.
Por su parte, Subh hizo llegar a través de Almanzor numerosos regalos a personajes destacados, sobre todo entre el ejército, para ganárselos para su causa. Tras todas estas maniobras el 2 o 3 de octubre Hisham II pudo ser entronizado y se celebró una nueva ceremonia de juramentos de fidelidad al califa. En ella Almanzor fue el encargado de leer el acta de investidura y recoger los juramentos. Más de cien alfaquíes apoyaron la ilegalidad del califato de un niño, porque normalmente los juristas musulmanes eran obedientes al poder y no se oponían a hechos consumados, justificando cualquier gobierno en que era mejor la tiranía que el caos.
Solo el cadí de Córdoba, el juez y teólogo más importante de al-Ándalus, expresó públicamente lo que muchos alfaquíes pensaban para sus adentros y denunció la ilegitimidad de Hisham. Esto lo hizo cuando, después de los juramentos, se enterró al califa al-Hakam y Hisham iba a dirigir la plegaria, pero el cadí intervino porque consideraba que si oficiaba la ceremonia el niño entonces su padre iría al infierno. Con ello implicaba que Hisham II no podía cumplir con los deberes religiosos propios de un califa, pero como estaba ya en sus últimos días supongo que al cadí le importaba un rábano que lo que dijese no gustase a los que querían usar a Hisham como un títere.
El 8 de octubre presentaron a Hisham a caballo ante la población cordobesa y anunciaron la abolición de una tasa sobre el aceite para ganarse el favor de las masas. Ya’far recibió oficialmente el título de háyib, como un primer ministro aunque ya llevaba un tiempo siéndolo de facto, y Almanzor recibió el título de visir, siendo así consejero del califa. Según una crónica anónima, era Subh quien gobernaba de verdad el Califato de Córdoba en los primeros años del califato de Hisham, y el háyib al-Mushafi y todos los visires no tomaban ninguna iniciativa sin consultarla.
Básicamente se instauró una tetrarquía entre Subh, al-Mushafi, Almanzor, y Galib, el héroe de guerra de al-Ándalus y gobernador de la frontera. Por el restringido papel político y social de la mujer en el mundo islámico medieval, Subh no podía salir del alcázar de Córdoba y era Almanzor quien actuaba de intermediario entre ella y los ministros y el que actuaba de ejecutor de la voluntad de la madre del califa, lo que permitía que una mujer se inmiscuyese en el mundo de los hombres, el mundo del poder. Después de la toma completa del poder de Almanzor en el 981, el papel de Subh continuó siendo relevante, aunque yendo a menos, hasta el 996, cuando Subh rompió su alianza con Almanzor y perdió el control del descomunal tesoro público del califato.
Almanzor contra al-Mushafi
Por sus estudios jurídicos y carrera en ambientes cortesanos, nada hubiera parecido indicar que Almanzor se convertiría en el más famoso militar de al-Ándalus. Sin embargo, el astuto Almanzor vio una oportunidad para ganar fama y poder haciendo la yihad contra los cristianos del norte, que se estaba aprovechando de la subida al trono de un menor para atacar zonas fronterizas y llegar hasta la actual Extremadura. La inacción de al-Mushafi inquietó y Subh estaba preocupada porque lo que necesitaba Hisham era afirmar su autoridad, no que perdiera aún más legitimidad si no se defendían bien las fronteras. Por eso Almanzor intervino.
En la primavera del 977 Muhammad ibn Abi Amir hizo su primera campaña contra una fortaleza del sur de León, Baños de Ledesma, en Salamanca, de la que regresó rápidamente con algunos cautivos. Aunque la victoria fue modesta, Almanzor se encargó de magnificarla con propaganda. La campaña tranquilizó al pueblo e hizo que Almanzor se ganase la simpatía de Galib, el gobernador de la Marca Media y el más valioso general del califa al-Hakam II.
El primer obstáculo que debía superar Almanzor para conquistar el poder era el háyib Ya’far al-Mushafi. Esto no era tan complicado como pudiera parecer, porque el que ejercía de primer ministro era un bereber andalusí que debía su posición solo a al-Hakam II, y con su patrón muerto tenía pocos aliados que le fueran a defender. Aparte de por el racismo árabe contra los magrebíes, al-Mushafi fue objeto de críticas por haber enchufado a hijos, hermanos y sobrinos suyos en puestos de poder. Entre sus enemigos estaba ni más ni menos que Galib, y siguiendo aquello de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, Almanzor se acercó a Galib.
Entre el mes de mayo y junio Muhammad acompañó a Galib en una breve incursión contra la fortaleza de Cuéllar, en el extremo sur del condado de Saldaña de los Banu Gómez. Tras su segunda campaña Almanzor se ganó el título de sahib al-madina de Córdoba, es decir, prefecto o señor de la ciudad, como un alcalde encargado de su gestión, el orden y la recaudación fiscal. Almanzor persiguió a los delincuentes con gran celo para reducir la criminalidad en la capital, y según una crónica a un hijo suyo vinculado con malhechores le aplicó una pena de azotes que terminó por provocar su muerte. El nombre del hijo se mantiene en el anonimato, o sea que podría ser una historia falsa, pero de ser cierta ilustraría que nada, ni su propia familia, se interpondría en las grandes ambiciones de Almanzor.
Pero lo importante de todo es a quién le quitó el puesto, ni más ni menos que al hijo de al-Mushafi. Fue el estratega Galib quien ideó el plan para derrocar a Ya’far al-Mushafi, y este era solo el primer paso, que consiguió Galib minimizando sus propios méritos y hablando bien de Ibn Abi Amir al califa Hisham II. Esto hizo saltar las alarmas a al-Mushafi, que vio que este muchacho al que había ayudado a llegar donde estaba ahora se abalanzaba contra él. Lo mismo les ocurrió a tantos otros, como a Galib o a Subh, pero Almanzor iba de uno en uno. Esto me lleva a la pregunta secreta del episodio: si fueras aliado de Almanzor, ¿qué harías para evitar un destino mortal? Espero tu respuesta en los comentarios y te animo a suscribirte al canal o pódcast para más contenido y a apoyar mi trabajo en patreon.com/lahistoriaespana.
Para intentar aliarse con Galib, al-Mushafi pidió la mano de su hija para uno de sus hijos y Galib de primeras aceptó a pesar de su odio hacia el bereber. Al fin y al cabo, la realidad política era fluida y nadie sabía lo que iba a pasar de antemano. Sin embargo, al conocer esto Almanzor presionó para cancelar la boda y él fue quien terminó casándose con Asma, la hija de Galib a la que siempre apreció Almanzor por su inteligencia. El acuerdo matrimonial se firmó antes de su campaña de septiembre en la que Almanzor y su futuro suegro Galib saquearon los poblados cercanos a Salamanca y ocuparon dos fortalezas, pero la boda de produjo el 1 de enero o en marzo del 978.
Subh hizo que su hijo Hisham tomase la acción sin precedentes de nombrar a dos háyibs, al-Mushafi y Galib, mientras que a Almanzor le asignó el mismo salario que al-Mushafi. Con estas maniobras Ya’far quedó cada vez más marginado y sin poder real. Con la fama que ya había alcanzado por sus campañas y los cargos de primer nivel que acumuló, Almanzor creyó que era momento de deshacerse de al-Mushafi y quedarse él solo como amo verdadero del Califato de Córdoba. Así a finales de marzo del 978 Ya’far ibn Utman al-Mushafi perdió el cargo de háyib, fue encarcelado y sus bienes confiscados, el mismo destino que sufrieron sus hijos y un sobrino suyo.
Ya’far pasó varios años encarcelado, su nombre fue mancillado con acusaciones de corrupción, sufrió abusos y vejaciones e intentó sin éxito conseguir la clemencia de Almanzor, hasta que en el 983 fue asesinado en la cárcel, envenenado o estrangulado. Como decía Cersei en Juego de Tronos, en el juego de tronos o ganas o mueres. Quizás el asesinato de al-Mugira, con el que al-Mushafi no mostró clemencia, fue una experiencia que abrió los ojos a Almanzor de la necesidad de ser implacable. Al mismo tiempo que Ya’far lo perdía todo, Almanzor recibió el título de háyib y se convirtió así en el hombre que gobernaba de verdad el Califato de Córdoba, iniciándose el régimen amirí, el régimen de Almanzor y sus hijos.
La legitimación de la dinastía amirí
Almanzor difundió el rumor de que Hisham había tomado la decisión de tener una vida de contemplación a Dios. Hisham continuaría reinando, pero comunicaría sus decisiones a través de su háyib, o eso decía Almanzor. Así que Almanzor siempre precedía sus decisiones diciendo el Príncipe de los Creyentes me ha ordenado ejecutar tal cosa o prohibir tal otra para mantener las apariencias, aunque no engañase a nadie. El califa Hisham II reinaba, pero no gobernaba, y era el háyib Almanzor quien se apropió de la mayoría de las prerrogativas propias del soberano, tales como defender la ortodoxia religiosa, hacer la guerra santa contra los infieles, proteger las fronteras, encargarse de la diplomacia, o redistribuir el botín de guerra.
Almanzor y sus dos hijos que gobernaron después de él, al-Muzaffar y Abd al-Rahman Sanchuelo, tuvieron que legitimar de algún modo el poder que todo el mundo sabía que habían usurpado de los omeyas. Los amiríes bebieron de cinco fuentes de legitimidad: la guerra santa, la defensa de la pureza del islam, el patronazgo cultural, las construcciones monumentales en beneficio de la comunidad musulmana, y la elaboración de un protocolo y títulos a imitación de los califas. La principal fuente de legitimidad del poder de los amiríes fue la yihad, la guerra santa contra los cristianos del norte.
No se sabe a ciencia cierta cuántas campañas realizó Almanzor, pero los cronistas árabes hablan de entre 52 y 56, aunque hay que tener en cuenta que hasta contabilizaban expediciones en que Almanzor solo acompañaba hasta Algeciras a un ejército destinado a África. Las campañas por lo general eran más breves que las razias de épocas anteriores, durando normalmente entre uno y dos meses. La guerra en época emiral y califal hasta ese momento había sido más para frenar los avances territoriales cristianos, castigarlos y obtener botín, pero Almanzor pasó a una guerra ofensiva con una frecuencia y dureza inauditas y a escala peninsular.
La guerra también servía para desviar la atención de problemas internos, como los problemas económicos por el aumento de los impuestos o las tensiones entre la población local y los bereberes recién llegados. Las campañas proporcionaban botín a la comunidad musulmana, sobre todo al estado y a los combatientes, y eran una fuente de esclavos para beneficio de las élites y aquellos involucrados en el tráfico de seres humanos. Tan importante era regresar con cautivos que a al-Muzaffar le recriminaron en 1006 que volviese a Córdoba sin traer esclavos, algo que no ocurrió con su padre. Aunque por primera vez las expediciones andalusíes también sirvieron para recuperar territorios perdidos, como Coímbra, por lo general las campañas no buscaban conquistar sino someter a tributo a los cristianos y obtener esclavos.
El ejército amirí no es que dispusiera de una superioridad clara en las armas, de hecho, sabemos que había andalusíes armados con las afamadas espadas francas. Lo que permitió a Almanzor salir constantemente victorioso fue la superioridad numérica que le otorgaban los bereberes, y relacionado con ellos la gran importancia que tenía la caballería. En una expedición se dice que Almanzor reunió a 46.000 jinetes y a 26.000 infantes. Aunque los números puedan estar exagerados, sí da buena cuenta de que podía ir acompañado de más jinetes que de soldados de infantería. Los bereberes facilitaban las victorias amiríes y daban así estabilidad a su régimen. Mientras obtuvieron sonoros éxitos militares contra los cristianos, el poder de los amiríes no se tambaleó.
La defensa de la ortodoxia religiosa es una bandera importante de cualquier gobernante islámico. Seguramente fue después de la ejecución de un alfaquí implicado en la conspiración del 979 contra el califa cuando Muhammad ibn Abi Amir ordenó quemar multitud de libros de la biblioteca del califa al-Hakam II considerados contrarios al islam y heréticos, como libros de filosofía antigua o de astrología. Así Almanzor podía aplacar las críticas y ganarse las simpatías de los juristas y teólogos del islam y de gente conservadora. Esto lo hizo pese a que el propio Almanzor era un hombre que se había movido en ambientes intelectuales.
La piedad religiosa la manifestó también con la gran ampliación de la superficie de la mezquita aljama de Córdoba y el patio de los naranjos con hasta 22.400 metros cuadrados con capacidad para el rezo de 40.000 musulmanes. Así la mezquita aljama cordobesa se convirtió en la tercera más grande del mundo después de las dos de la ciudad artificiosa de Samarra, que fue durante un tiempo capital de los abasíes. La ampliación era por otro lado necesaria con lo poblada que estaba Córdoba en el último tercio del siglo X, con entre 250 y 315.000 habitantes por la llegada de gentes de otras partes de al-Ándalus, esclavos de Europa, y bereberes del Magreb, como vimos en el episodio 47 La Córdoba califal y Madinat al-Zahra. Estas obras se realizaron entre el 991 y 994 y entre la mano de obra había esclavos cristianos del norte, francos y hasta griegos.
Otra fuente de legitimidad para Almanzor fueron las actividades caritativas. Por ejemplo, organizó la circuncisión de sus hijos, 500 hijos de cortesanos y de muchos hijos de pobres costeando el evento con sus propios medios. Quizás así proyectaba una imagen paternal por la importancia que tenía la circuncisión en el mundo islámico medieval. En las hambrunas de entre el 989 y 991 Almanzor ordenó producir 22.000 panes diarios en Córdoba y condonó impuestos, pero como la hambruna se prolongó más de lo esperado agotó las reservas de los graneros andalusíes y tuvo que importar cereales del Magreb, como expliqué en el episodio 45 Economía de al-Ándalus. Riqueza, poder y sector primario.
El patronazgo de la cultura también sirvió para legitimar el poder de los amiríes. Almanzor se rodeó de poetas, bailarines, músicos y esclavas cantoras. Sin duda los poetas eran los más importantes, porque la poesía es la expresión literaria más estimada en la cultura árabe. Así tenía a muchos poetas a sueldo que hablaban de las virtudes de Almanzor o de sus desmedidos sueños de conquistar el oriente islámico. Solo en la campaña de Barcelona del 985 lo acompañaban cuarenta poetas. Fue durante el período amirí que al-Ándalus definitivamente dejó de ser vista culturalmente como aprendiz de los maestros de Iraq, Siria o Egipto, para colocarse a su mismo nivel en cuanto a la literatura árabe, y lo mismo ocurriría con las ciencias y filosofía más en época de taifas.
También la dinastía amirí promocionó una arquitectura, manufactura de marfiles y tejidos, y otros objetos con una iconografía propia, donde eran abundantes las representaciones de flores y de combates entre animales. El león o águila que atacaba a un animal más débil, como una gacela, representaba la supremacía de Almanzor y los musulmanes sobre los cristianos. Para más información sobre la historia del arte amirí y de cómo sirvió para los intereses de la dinastía de Almanzor, recomiendo el libro de Mariam Rosser-Owen que está disponible en acceso abierto y está entre las fuentes usadas en este episodio, como puedes consultar en la página web lahistoriaespana.com.
Las obras de construcción eran importantes y por eso Almanzor promocionó la reparación y ampliación de murallas, como en Ceuta o Lisboa, o la construcción de puentes, como en Toledo o en Córdoba con un nuevo puente aparte del existente puente romano por el que los cordobeses estuvieron muy agradecidos. Pero la obra arquitectónica amirí más importante fue la ciudad-palaciega de Madinat al-Zahira, la Ciudad Resplandeciente. En el mundo islámico era típico que las nuevas dinastías afirmasen su poder construyendo una nueva ciudad, y así lo hizo Almanzor, lo cual ya es muy revelador de sus pretensiones. Su construcción sirvió para hacer visible la usurpación del poder de los omeyas al reunir allí a la corte y administración central, mientras que dejó aislado y marginado al califa Hisham II en el alcázar de Córdoba, donde nadie podía entrar sin el permiso del háyib.
Madinat al-Zahra ya quedó medio abandonada, no muchos años después de su construcción bajo Abd al-Rahman III y al-Hakam II. Se inició la construcción de Madinat al-Zahira casi inmediatamente después de que Almanzor derrocase a al-Mushafi, en el 978 o 979, y a los dos años ya estuvo edificada la mayor parte de la ciudad con unas espléndidas murallas y edificios de materiales costosos. Almanzor hizo donaciones de tierras a sus visires, secretarios, y generales para que pudiera tener bien vigilados a todos los personajes más importantes de la Córdoba de finales del siglo X. El recinto amurallado debía ser pequeño y reservado sobre todo a Almanzor, y pronto los arrabales extramuros de Madinat al-Zahira tocaron los de Córdoba.
Sobre la cuestión de si Almanzor ambicionó en última instancia ser nombrado califa, la mayor conocedora de este personaje, Laura Bariani, estudió un pasaje del filósofo, poeta e historiador Ibm Hazm que comenta que en el 991 Almanzor reunió un consejo de juristas para tantear si podría obtener su apoyo para asumir el título califal. Esto desmiente la visión de que Almanzor nunca trató de convertirse en califa y que no intentó cometer el considerado como torpe error de su hijo Abd al-Rahman Sanchuelo de tratar de ser califa. Algunos juristas vendidos al poder apoyaron su pretensión, pero el cadí supremo de Córdoba Ibn Zarb le dejó claro que, aunque el califa no superase una prueba para ver si era apto para gobernar, lo que se tendría que buscar después es un candidato entre los Quraysh, es decir, entre aquella tribu de La Meca a la que pertenecía la familia del profeta Muhammad, los omeyas, o los abasíes.
La familia árabe de Almanzor no pertenecía a este linaje, por lo que Almanzor quedó mosqueado por la respuesta. Como suelo decir, uno es soberano si quiere y puede por reconocimiento dentro y fuera del país, y en este caso la falta de legitimidad dinástica de Almanzor fue un obstáculo demasiado grande para dar el paso de desplazar a los omeyas del trono, y siempre hubo juristas que se negaban a considerar la destitución de Hisham II. Pero las intenciones de Almanzor siempre fueron claras. Desde que tomó el epíteto de al-Mansur, todos los señores que lo veían le debían besar la mano, como si fuera el emir o califa. Desde el 986 hizo que todo el mundo se dirigiera a él respetuosamente diciendo sayyid, señor, lo que podría ser un paralelismo con cómo eran conocidos los regentes del Califato abasí.
Desde el 991 confió tareas de gobierno a su hijo Abd al-Malik y lo nombró sucesor en el cargo de háyib. Poco después suprimió el sello del califa Hisham en los escritos oficiales y solo empleó el suyo. El ascenso al poder de Almanzor no sorprende tanto viendo lo que ya estaba pasando desde hacía un siglo en el Califato abasí. El califa, al distanciarse cada vez más de sus súbditos y crear unas facciones extranjeras a su servicio, como los saqaliba, fue encerrándose cada vez más en una fortaleza sin contacto con la calle andalusí. Entre esto y que Hisham accedió al califato siendo un niño, fue fácil que con maniobras cortesanas se produjera una usurpación del poder.
La ofensiva zirí en la Magreb
Cuando se produjo la muerte del califa al-Hakam II, buena parte del Magreb occidental y central estaba bajo el gobierno, o más bien influencia frágil, de los omeyas. Al conquistar el poder en el 978, Almanzor se centró en ampliar las murallas de Ceuta, la posesión más firme y valiosa del Califato de Córdoba en el Magreb, y en tratar de ganar la lealtad de más bereberes, entre otros motivos para conseguir reclutas para sus campañas. En el 980 un jefe magrawa leal a Córdoba conquistó Siyilmasa, la ciudad del sur de Marruecos que era un lugar de paso obligatorio en la ruta caravanera transahariana para llevar oro, marfil y esclavos negros a al-Ándalus. Este fue un triunfo muy celebrado en Córdoba por su importancia económica, y la producción de monedas de oro se multiplicó desde entonces.
Pero la alegría duró poco, porque el gobernador de la dinastía zirí de Ifriqiya, Buluggin ibn Ziri, lanzó una gran ofensiva ese año. Las tropas ziríes conquistaron Siyilmasa y Fez, pusieron en fuga a los gobernadores partidarios de los omeyas, y llegaron hasta las puertas de Ceuta. Se levantó el cerco solo porque los andalusíes movilizaron a miles de efectivos, porque los enemigos no contaban con una flota, y porque Sicilia requería la atención de Buluggin. Así los andalusíes pudieron recuperar completamente para el 984 o 985 su zona de influencia en el Magreb occidental. Para evitar nuevos sustos Almanzor multiplicó los esfuerzos para atraerse aliados bereberes y cedió el gobierno de Ceuta a su primo segundo.
Almanzor contra Galib. Las purgas del dictador amirí
Al convertirse en háyib, Muhammad ibn Abi Amir pudo poner en pie una dictadura que, de manera despótica, perseguía a los opositores internos. Hablar de dictadura amirí no es algo que goce de un consenso completo entre historiadores, pero yo creo que se puede usar con moderación teniendo en cuenta la naturaleza ilegítima del régimen amirí por usurpar el poder de los omeyas, que había pocos contrapoderes a las decisiones del háyib, y que el régimen se sostenía más en los militares que el anterior régimen de los omeyas. Una de las pocas voces disidentes que por su importancia no pudo acallar fue la de Ibn Zarb, cadí de Córdoba hasta su muerte en el 992, que supuso un grano en el culo del todopoderoso háyib.
Por ejemplo, se negó a aprobar la congregación de musulmanes los viernes en la ciudad-palaciega amirí de Madinat al-Zahira, ya que consideraba a la ciudad amirí como un suburbio de Córdoba y en una ciudad solo podía haber una mezquita aljama. Solo fue tras la muerte de Ibn Zarb que Almanzor hizo muestra de su autoritarismo, encarceló, destituyó o condenó al exilio a aquellos juristas que se oponían a su proyecto de dotar a Madinat al-Zahira de una mezquita aljama, y así por miedo a represalias la asamblea de juristas le dio la razón. Eso sí, luego tuvo problemas en encontrar a alguien que aceptase ser el imán de la mezquita, una muestra de la fuerte oposición que generaba.
Almanzor no tardó en colocar a familiares y hombres de confianza en puestos de poder, como a su primo Ibn al-Askalaya que lo relevó como prefecto de Córdoba para tener bien controlada la capital. Después de al-Mushafi, el almirante de la flota de Almería y gobernador de las provincias de Pechina y Elvira, actuales Almería y Granada, era un obstáculo que eliminar para Ibn Abi Amir, porque era uno de los tres hombres más poderosos junto a Almanzor y Galib. Así que a finales del 979 Almanzor invitó al almirante a Algeciras y el háyib amirí lo invitó a comer un pollo envenenado. El almirante, en mal estado de salud, regresó a Almería y allí murió.
Purgas aparte, Almanzor hizo dos campañas en el 978. En verano los ejércitos andalusíes atacaron el Reino de Pamplona y la cuenca del Barberá en la Cataluña central. Según una crónica la expedición se saldó con la derrota del conde Borrell II de Barcelona y 3.000 mujeres hechas cautivas y llevadas a Córdoba, aunque los números de cautivos suelen exagerarlos. En octubre hizo una campaña contra Ledesma, en Salamanca, que no consiguió unos resultados muy reseñables. Más relevante es que en enero del 979 se destapó una conspiración para asesinar a Hisham II y reemplazarlo por un primo suyo, con personajes importantes involucrados como el prefecto de la ciudad-palaciega de Madinat al-Zahra, el cadí de Tortosa y Valencia, o uno de los eunucos de alto rango que había quería poner a al-Mugira de califa.
Sin embargo, ninguno de los coaligados estuvo de acuerdo en asesinar a Hisham, excepto por el eunuco. Éste decidió actuar por su cuenta y puñal en mano intentó asesinar al califa, pero lo redujeron a tiempo. Al fracasar el intento de asesinato, el prefecto hizo arrestar a todos sus cómplices para salvar su propio pellejo. Finalmente, el candidato al trono, el eunuco, un alfaquí y el prefecto de Madinat al-Zahra terminaron ejecutados por presión de Almanzor. Sería tras la polémica decisión de ejecutar al alfaquí que Almanzor quemó numerosos libros del califa al-Hakam II acusados de heréticos, porque el poder de Almanzor no estaba tan afianzado como para poder tener a los hombres de religión en su contra.
Poco tiempo después la relación entre Muhammad y su suegro Galib se rompió. En abril del 980 se produjo el primer encontronazo en Atienza, Guadalajara. En un banquete Galib puso a parir a su yerno por estar apoderándose de todo el poder y alzó la espada contra él. Almanzor evitó morir por la intervención del gobernador de Atienza, que agarró el brazo del general y así Almanzor solo recibió heridas leves y pudo escapar lanzándose al vacío desde la fortaleza. Para bien o para mal, el gesto del gobernador de Atienza fue determinante para la historia de al-Ándalus, pero Galib lo mató por ello al conocer que Almanzor se había vengado ocupando Medinaceli y repartiendo los bienes de Galib entre sus soldados.
Lo que podía haber terminado rápido y con poco derramamiento de sangre de haber tenido éxito Galib en el asesinato, desembocó en una guerra abierta entre Almanzor y Galib. Almanzor tenía muchos apoyos en Córdoba y la legitimidad de ser el háyib, mientras que Galib era un anciano general considerado un héroe en al-Ándalus, gobernador de la frontera, y seguramente seguía siendo háyib sobre el papel igual que Almanzor. Para obtener más fuerza Galib buscó la ayuda de antiguos enemigos cristianos del Reino de Pamplona y el condado de Castilla. A estos les interesaba favorecer las discordias y que Almanzor no estuviera en el poder, dado que él había retomado la yihad de agresiones sin tregua, mientras que con Galib se podía llegar a acuerdos.
En una breve campaña de abril del 981 el hábil Galib capturó algunos visires de Almanzor y éste sufrió una de las pocas derrotas que se conocen de su carrera. Pero la cosa fue diferente en verano. Muhammad derrotó a las tropas de Galib en Atienza y Calatayud y la batalla final se produjo el 10 de julio del 981 entre Atienza y Gormaz, en la provincia de Soria. Se enfrentaron las tropas andalusíes, cristianas y bereberes fieles a Almanzor y aquellas musulmanas fieles a Galib, apoyado por castellanos comandados por el conde García Fernández y por navarros liderados por el rey de Viguera. Galib puso a la fuga al ala izquierda y derecha de Almanzor, una compuesta por tropas de la frontera dirigidas por un miembro del clan tuyibí y el otra por bereberes.
Solo quedaba el centro compuesto por tropas de la capital y mercenarios cristianos, y la derrota de Almanzor parecía inevitable. Entonces Galib dio la orden de cargar y entre la gran polvareda que se levantó por el combate se perdió su rastro. Después soldados suyos se dieron cuenta de que Galib estaba tendido en el suelo y muerto. No se sabe exactamente cómo murió, según algunas versiones fue una muerte accidental porque su montura se le clavó en el pecho cuando su caballo cayó, y es que hay que tener en cuenta que Galib tenía unos ochenta años y cualquier lesión podía ser mortal.
Su muerte produjo la defección de sus hombres al lado de Almanzor y los cristianos tuvieron que huir despavoridos y sufriendo muchas bajas por la caballería enemiga, y entre los muertos es posible que estuviera el rey de Viguera. Sin ningún respeto por un servidor que había sido tan leal de los omeyas, el cuerpo de Galib fue desollado y rellenado con algodón, y expusieron su cadáver crucificado en la puerta del alcázar cordobés. Su cabeza estuvo expuesta en la puerta de Madinat al-Zahira hasta la destrucción de la ciudad amirí en 1009. Tras eliminar a Galib, ya pocos podían hacerle sombra a Almanzor, y por eso decidió tomar el apodo honorífico de al-Mansur, el Victorioso, que ha pasado a la tradición castellana como Almanzor.
El apodo del amo de al-Ándalus fue pronunciado desde entonces después del del califa en las mezquitas de al-Ándalus y el Magreb occidental. Es reseñable que no ostentase el sobrenombre al-Mansur bi-llah, el Victorioso por la gracia de Dios, porque tal título sería igual que las fórmulas que usaban los califas para venir a decir que su poder emanaba de Dios. Mientras Almanzor regresaba a Córdoba, encomendó al gobernador de Toledo atacar Zamora. Este hombre se llamaba Abd Allah, pero era conocido por su apodo Piedra seca por ser un tacaño, y era un descendiente del emir al-Hakam I, o sea que era un miembro de la dinastía omeya, y lo menciono porque más adelante conspiró contra Almanzor.
Los arrabales y campos de Zamora fueron devastados, pero la ciudad resistió gracias a sus robustas murallas y solo sería conquistada por los andalusíes en el 986. La ciudad que según Luis de Molina Almanzor conquistó en noviembre del 981 fue Viseu, una de las ciudades más importantes de Portugal. Por otro lado, las purgas siguieron. Ya’far al-Andalusi, el antiguo gobernador de M’Sila bajo el Califato fatimí y luego gobernador del Magreb omeya, había sido uno de los principales apoyos de Almanzor en su lucha contra Galib al traer consigo a cientos de guerreros bereberes, y además Almanzor había sido quien le había dado la bienvenida al país en el 971. Sin embargo, de nuevo Ibn Abi Amir volvió a traicionar a un antiguo aliado suyo, quizás porque las fuentes sugieren que tuvo un papel muy destacado en la derrota de Galib y Almanzor no podía tolerar que nadie le hiciera sombra.
Con la de obstáculos políticos que había eliminado ya Almanzor, algunos podrían haber aprendido a no confiar tanto en él, pero supongo que se tiende al optimismo y a pensar que uno no va a sufrir un destino funesto. A principios del 983 Almanzor organizó una cena e hizo que los sirvientes emborrachasen con tanto vino como pudieron a Ya’far al-Andalusi. Al salir a la calle, en la puerta le esperaban varios hombres fieles a Almanzor que le dieron una paliza a Ya’far hasta matarlo. Luego le enviaron su cabeza y mano derecha a Almanzor, aunque luego para hacer el teatrillo público el háyib se mostró apenado por su muerte. Lo bueno es que luego el cabecilla del asesinato, un árabe de la dinastía tuyibí de la Marca Superior, fue asesinado también poco después. Así de agradecido era el maquiavélico Almanzor.
El Veredicto: Una sucesión alternativa de al-Hakam II
En El Veredicto de hoy quiero plantearte cuestiones sobre la sucesión de al-Hakam II. ¿Era realista el plan planteado de los eunucos para hacer califa al hermano de al-Hakam, al-Mugira, a condición de estar en el cargo solo hasta que Hisham cumpliese la mayoría de edad? ¿O, teniendo en cuenta además las discapacidades de Hisham, al-Mugira hubiera seguido gobernando y quizás hubiera eliminado a Hisham? En un escenario en que al-Hakam hubiera actuado de forma responsable y nombrado a al-Mugira su sucesor, o si los eunucos hubieran triunfado, ¿qué hubiera pasado con Subh, al-Mushafi, Galib, o Almanzor? Te animo a responder en los comentarios. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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