Este es el episodio 63 llamado ¿Qué es el feudalismo? y en este episodio aprenderás:
Origen del concepto de ‘feudalismo’
El feudalismo es un concepto muy polémico entre los historiadores. Tanto es así que algunos académicos tienen prohibida la palabra, porque no hay una definición de consenso y feudalismo no es un término de origen medieval. El término feudo se documenta por primera vez en el siglo IX entre los francos y no se volvió frecuente hasta el siglo XI, cuando se emplea para definir un tipo de propiedad de la tierra condicional a la fidelidad del vasallo y dada por su señor como recompensa por sus servicios, principalmente militares.
Según Richard Abels y David Herlihy, el adjetivo feudal fue inventado por Giacomo Alvarotto, un jurista renacentista italiano. En su tratado De feudis estudió los principios legales que regían los feudos. Lo estudió a partir de un código legal lombardo del siglo XII llamado Libri Feudorum o Libro de los feudos, una compilación de tratados sobre este tipo de propiedad que no se encontraba en la ley romana. Como era común entre los conocedores del derecho romano, Giacomo asumió que, pese a los nombres distintos que pudieran recibir según la región, los feudos derivaban de unas costumbres comunes, de un sistema legal universal en Europa.
Eso sí, todavía no se pensaba que el feudo definiera una sociedad o forma de gobierno. En el siglo XVI juristas franceses trazaron el origen del feudo a las costumbres de pueblos bárbaros como los francos, y el estudio de la llamada ley feudal se popularizó en Francia, Alemania e Inglaterra. Sin embargo, hay que esperar al siglo XVIII, en tiempos de la Ilustración, para que lo feudal adquiera un significado más amplio y se emplee con mucha más frecuencia. En 1737 el conde de Boulainvilliers fue el primero en acuñar el término féodalité, feudalidad o, como lo traduciríamos en español, feudalismo.
Para los ilustrados, el feudalismo era todo aquello que no les gustaba: las instituciones y costumbres de un Estado dinástico y señorial, que concebían como dominado por los intereses privados de parásitos de la nobleza y el clero, contrario al Estado burgués, centralizado, territorial y nacional que querían construir. El feudalismo lo entendían como un sistema de coerción y explotación de los campesinos que troceaba la soberanía nacional, un poder privado arbitrario que era fuente de injusticias y falta de libertades y un obstáculo para el progreso.
Cuando en agosto de 1789 la Asamblea Nacional Constituyente abolió el régimen feudal, se referían a esto. Para el escocés Adam Smith, el feudalismo hacía que la sociedad fuera pobre y hubiera amplias desigualdades socioeconómicas, frente a su modelo capitalista basado en las fuerzas del mercado, que según él representaba la prosperidad y libertad económica.
Estas visiones negativas han hecho que el adjetivo feudal, igual que medieval, haya pervivido en el imaginario colectivo como descalificativo para referirse a algo anticuado, retrógrado, opresivo y violento. Hay que contextualizar la popularización del concepto de feudalismo en las luchas contra la pervivencia de instituciones del Antiguo Régimen, pero también entender que difundieron mitos hoy superados o matizados por la historiografía.
¿Qué es el feudalismo? Sus tres definiciones
Hemos visto de dónde viene la idea del feudalismo, pero como he dicho no hay una definición de consenso. Nadie puede decir que crease la definición original de feudalismo y que las demás sean erróneas, pero el problema viene cuando se usan definiciones contradictorias e inconsistentes, cuando se emplea el término feudalismo sin tener muy claro de qué se está hablando.

Por eso resulta muy útil la síntesis hecha por Chris Wickham que reduce a tres las definiciones del feudalismo. La primera es la marxista, el feudalismo como modo de producción; la segunda es la blochiana por su asociación al francés Marc Bloch, que concibe el feudalismo como un modelo de organización política y social; y la tercera definición es la institucionalista, la más restringida de todas, que limita el feudalismo al conjunto de instituciones jurídicas que rigen las relaciones entre señores y vasallos, sin que quepan aquí los campesinos dependientes.
Examinemos cada una de estas definiciones. La marxista es un análisis de la base económica de una sociedad a partir de modos de producción. Según Karl Marx, un modo de producción es la forma en que una sociedad organiza la actividad económica, la combinación de fuerzas productivas y relaciones de producción. O, dicho de otro modo, una combinación de los medios de producción, la fuerza de trabajo humano y las tecnologías, y de quién y cómo se controlan los medios de producción.
El centro del análisis se pone en las relaciones económicas entre productores y no productores y la forma de apropiarse de excedentes. Para los materialistas históricos, el feudalismo es un sistema económico en el que una clase dirigente no productora y separada generalmente del proceso productivo usa la fuerza o la amenaza de la fuerza, una coerción no económica, para extraer parte del excedente de producción a familias campesinas.
Esto se contrasta con el modo de producción esclavista, donde toda la plusvalía se extrae de personas no libres que solo reciben lo justo para subsistir, y el modo de producción capitalista, en el que los trabajadores tienen que convertirse en asalariados porque no controlan los medios de producción, es decir, fundamentalmente se trata de una coerción económica. Esta discusión de los modos de producción la dejo para tratarla con mucho más detalle en una sección aparte, porque hay mucha tela que cortar aquí.
La segunda definición de feudalismo es la blochiana, que entiende que el feudalismo puede aplicarse a toda la sociedad al no poderse separar las instituciones políticas y jurídicas de la realidad socioeconómica. El feudalismo sería así un sistema político, social y económico que gira en torno a la posesión de la tierra y las relaciones de protección y obediencia. Marc Bloch ofreció esta descripción listando sus características:
“Sujeción campesina; en lugar del salario, por lo general imposible, amplio empleo de la tenencia-servicio, que es, en el sentido preciso, el feudo; superioridad de una clase de guerreros especializados; lazos de obediencia y de protección que atan el hombre al hombre y, en esa clase guerrera, revisten la forma pura del vasallaje; fraccionamiento de los poderes, generador del desorden; pero en medio de todo esto, la supervivencia de otros sistemas de agrupación, parentela y Estado, entre los que el último tenía que recobrar, durante la segunda edad feudal, un nuevo vigor: estos parecen ser los rasgos fundamentales del feudalismo europeo.”
Esta descripción representa la imagen a la que muchas personas les viene a la cabeza al hablarse de feudalismo y la Europa medieval. Las críticas hacia esta definición se centran en lo amplia que es, y en que plantea dudas sobre si puede ser caracterizada como feudal una sociedad que no cumpla con todos estos puntos. Según Susan Reynolds, solo dos elementos de la lista de Bloch, el sometimiento de los campesinos y una clase especializada en la guerra, se corresponden con la evidencia de la Europa occidental medieval. Eso hace que la definición sea inservible a su parecer, pero discutiré esto más adelante.

Finalmente existe la definición institucionalista, especialmente influyente en Alemania y a menudo identificada con el historiador belga François-Louis Ganshof. En esta lectura, el feudalismo es el cuerpo de instituciones que regulan las obligaciones de obediencia y servicio de un hombre libre que es vasallo hacia otro hombre libre que es su señor, así como las obligaciones del señor de protección y recompensas hacia su vasallo.
Tales obligaciones de recompensar los servicios de un vasallo se traducían en la concesión de feudos, tierras de las que los vasallos se quedaban con sus rentas, pero que en última instancia seguían siendo una propiedad revocable por su señor. Así, según los institucionalistas, el feudalismo se limitaría a todo lo que gira alrededor de los feudos propiamente dichos y las relaciones feudovasalláticas. Con esta definición tan rígida se excluye del feudalismo a la mayor parte de la sociedad.
¿Qué definición de feudalismo es la correcta?
He explicado las tres definiciones del feudalismo, ¿pero son todas ellas igual de válidas? Lo primero que hay que tener en cuenta es que las tres son tipos ideales como los formulados por el influyente sociólogo Max Weber. Un tipo ideal es una herramienta que sirve para aproximarnos a la realidad, un constructo teórico simplificado que no pretende ser perfecto ni describir la realidad exactamente tal y como es.
Los tipos ideales son categorías a las que les damos una definición muy clara y concisa. Por ejemplo, categorías como capitalismo o anarquía son modelos ideales. Tienen el gran valor de permitir comparar sociedades históricas reales con el ideal y a partir de allí ayudarnos a comprender una sociedad, generar observaciones empíricas y nuevas preguntas. Esto es lo que se llama capacidad heurística.
Los modelos ideales se van refinando según las nuevas evidencias e interpretaciones, es decir, que la investigación empírica y el marco teórico están en diálogo constante para acercarnos a una comprensión más fidedigna de la historia. Por ejemplo, para hablar del feudalismo como sociedad sería pertinente hacer algunas modificaciones a la caracterización hecha por Marc Bloch para hacerla más útil en análisis más allá de Francia.

Los defensores de la definición más restrictiva de feudalismo son los que más fácilmente caen en la trampa de creerse que lo suyo no es una abstracción y que es una descripción fiel de la realidad. Mucho cuidado por tanto con no confundir el constructo simplificado con la realidad, que de ahí viene tanta confusión y discusión bizantina entre historiadores, y también se debe evitar mezclar tipos de definición. Las tres definiciones del feudalismo son correctas, en tanto en cuanto son abstracciones teóricas y no pueden ser refutadas.
Eso no significa que todas puedan resultar igual de útiles, y con utilidad me refiero de nuevo a su valor heurístico. La definición marxista es útil para estudiar la estructura económica, la blochiana para la sociedad en su conjunto tomando sobre todo una perspectiva política, y la institucional para estudiar la estructuración interna del orden aristocrático. No hay que limitarse a escoger un tipo de feudalismo, y se puede usar cada uno de los tres en diferentes contextos según el foco del estudio.
El feudalismo como relaciones feudovasalláticas en la península ibérica se observa principalmente en los condados catalanes y Aragón, en menor medida en otros territorios, y es algo que se limita cronológicamente entre los siglos XI y XIII o XIV. En cambio, si usamos feudalismo en la definición blochiana esto se extiende más tiempo, y hasta el siglo XIX en la marxista.
En mi programa seré explícito en qué definición uso en cada ocasión. Creo que feudalismo lo emplearé de una forma blochiana en la Plena Edad Media para referirme a un tipo de sociedad y sistema político que, con sus particularidades, fue común en gran parte de la Europa medieval. Es el feudalismo más propio del imaginario popular, relacionado con reyes, caballeros, castillos, vasallos y campesinos sometidos a un señor. En cambio, en etapas posteriores es probable que solo use el adjetivo feudal para hablar de la estructura económica y las reminiscencias medievales que pervivieron hasta el fin del Antiguo Régimen.
El modo de producción tributario
El análisis materialista histórico merece una atención especial para entender la estructura económica de las sociedades medievales. Hay que advertir que Karl Marx concibió los modos de producción como etapas de desarrollo socioeconómico, como pasos por los que todas las sociedades iban a pasar hasta llegar inevitablemente al comunismo. De ahí que tantos marxistas estuvieran confundidos con la Revolución rusa, donde creían que se estaba intentando pasar del feudalismo al socialismo saltándose el capitalismo.
Sin embargo, esta visión teleológica y determinista de la historia es insostenible, no solo desde mi perspectiva anarquista, sino por la evidencia histórica y antropológica que demuestra que la historia no es lineal y hay distintas posibilidades. Tampoco la base económica determina en última instancia todo lo demás, y hay más factores que cambian la historia e interactúan entre sí. El análisis materialista es importante y útil, pero no todo se reduce a la economía, y esto creo que lo hablaré en más detalle en el próximo episodio, así que suscríbete para no perdértelo.

Dicho esto, de nuevo hay que remarcar que los modos de producción son tipos ideales que sirven para reducir las casi infinitas formas de organización política y social del mundo en unas pocas formas de producción y apropiación de la riqueza. Las sociedades históricas reales, con toda la complejidad y matices que eso conlleva, son las llamadas formaciones sociales. Los modos de producción clásicos del marxismo son el comunismo primitivo, el esclavista, el feudal, el capitalista y el comunista.
Marx desarrolló mucho el análisis del capitalismo, pero en cambio otros modos solo los comentó parcialmente y de forma poco informada con base en el conocimiento que tenemos ahora. Por ejemplo, creía que el esclavista fue el que definía al Imperio romano, pero los historiadores del periodo han observado que esto no era así. Eso no significa que el esclavista no sea un tipo ideal útil para analizar algunas sociedades y relaciones concretas, porque hay que comprender que en la mayoría de sociedades existe más de un modo de producción, pero lo importante para clasificar a una sociedad de una manera o de otra es ver cuál es el modo de producción dominante.
Por ejemplo, el modo de producción capitalista, centrado en relaciones asalariadas, existía en sociedades antiguas y medievales, pero no era el modo dominante. Además del esquema clásico formulado por Marx, teóricos posteriores han añadido algunos más. Uno sería el modo de producción doméstico, que es la producción dentro del hogar sin remuneración y enfocada al autoconsumo y donde hay una división del trabajo basada en el sexo y edad.

Chris Wickham propuso el modo de producción campesino, como un modelo que se adapta bien a la realidad de muchos campesinos de la Alta Edad Media europea y otros sitios. Se refiere a campesinos libres de cualquier control estatal y señorial cuya producción es doméstica o familiar, tienen un control total o casi total de la producción, y las familias de una comunidad se apoyan entre ellas sin esperar una compensación.
En las sociedades precapitalistas el modo de producción campesino básicamente ya engloba el doméstico, pero el doméstico también ha seguido existiendo bajo el capitalismo. Luego regresaré al modo de producción campesino, porque antes hay que hacer una corrección importante sobre algo que he venido diciendo hasta ahora. Definíamos como tributaria por el pago de tributos e impuestos a un estado la sociedad de al-Ándalus, en contraste con la feudal definida por el pago de rentas a terratenientes.
Sin embargo, John Haldon argumentó de forma muy convincente que eso son dos modos distintos de distribuir la riqueza una vez ha sido apropiada, pero son un mismo modo de producción y de apropiación del excedente, que él llama modo de producción tributario. Esto concuerda con los postulados de Marx, que definía la renta como la forma dominante con la que se extraía excedente de trabajo de los productores en las sociedades precapitalistas, y la renta podía extraerse con prestaciones de servicio, en especie o en dinero.
Es decir, que poco importa si la apropiación de recursos es mediante renta señorial de campesinos sujetos a algún grado de dependencia o mediante impuestos y tributos que pagan campesinos propietarios libres y terratenientes que explotan sus tierras con aparceros. Los impuestos y tributos son la forma con la que los estados modernos extraen recursos de la población, pero no son la característica determinante en el modo de producción que llamamos capitalista, sino que es una forma secundaria de apropiación y distribución de los excedentes, después de la necesaria forma primaria, que es la plusvalía extraída de los trabajadores por los empresarios.

El modo de producción tributario está marcado por una división social en dos clases, los campesinos y las élites dirigentes, sean estas una burocracia estatal o una aristocracia terrateniente, que en ambos casos dominan el Estado. Argumentar que lo que venimos llamando tributario y feudal son dos modos de producción distintos sería implicar que los que controlan el Estado y la clase económica dirigente son dos clases sociales independientes.
En realidad, la clase estatal y terrateniente frecuentemente coincidía, y si no era así se trataba de dos facciones de una misma clase dominante. Podían trabajar en una misma dirección, pero también colisionar violentamente por cuánto se quedaba cada uno y de qué formas se repartía el pastel, no por una posición económica diferente respecto a los productores.
Este antagonismo por la distribución del excedente se observa con mucha claridad en las relaciones entre el Estado y las aristocracias terratenientes de la Europa cristiana medieval, que competían directamente por el control de los medios de producción para obtener unas bases materiales que garantizasen su autonomía, pero también en las luchas de poder por controlar el Estado en al-Ándalus. En conclusión, los impuestos y las rentas son dos relaciones políticas distintas, así como formas de distribución de los excedentes de riqueza, pero no modos de producción diferentes.
Esta explicación convenció a Manuel Acién y a Chris Wickham, y aunque este último ha decidido mantener la terminología marxista clásica de modo de producción feudal, a mí me parece que suena eurocentrista e induce fácilmente al error al hablar de la antigua China, el Imperio romano o azteca como feudales. Lo que antes llamaba tributario y feudal son subtipos de un mismo modo de producción, el tributario, y para distinguirlos creo que es adecuado hablar de sociedad tributaria estatal y sociedad tributaria feudal.
¿Por qué sigue siendo relevante la diferencia? Pues porque institucional y políticamente es importante, es decir, usando el prisma blochiano un Estado tributario y uno feudal son muy distintos. Un Estado tributario como lo eran los distintos que sucedieron en al-Ándalus tiene una gran capacidad de extraer recursos, mientras que uno feudal tiene poca o nula capacidad recaudatoria y el poder se articula de un modo distinto.

La diferencia entre una sociedad tributaria estatal y una tributaria feudal es muy importante en cuanto al grado de centralización política y territorial, el tipo de organización militar, el grado de monetización de la economía, el papel y magnitud de las ciudades y la relación entre el campo y la ciudad, y para ver si unos burócratas dominan la sociedad o si lo hacen unos señores rurales. Sin embargo, es poco relevante para la estructura económica en su nivel más esencial.
Se ha dicho que los señores feudales estaban más interesados en influir en el proceso productivo, por ejemplo, exigiendo cambios en qué se cultivaba y criaba, cómo se hacía, o en determinar quién controlaba los molinos y canales de agua, pero también un Estado tributario podía influir demandando determinados tipos de productos agrícolas o construyendo canales de irrigación. El grado de explotación de los campesinos no tiene por qué ser distinto, y en última instancia la lucha de clases entre la clase dirigente estatal o señorial y los campesinos determinaba cuántos excedentes les podían sacar a los productores y hasta qué punto podían influir en cómo trabajaban.
La lógica económica tributaria
La desintegración del Imperio romano en Occidente y de su aparato fiscal llevó a que las sociedades de estas regiones pasasen de un modelo tributario estatal a uno feudal en el sentido económico, allí donde no desapareció la presencia de alguna entidad política y los terratenientes pudieron retener su poder. Los campesinos fueron los más beneficiados por este proceso, y en algunos lugares el modo de producción campesino, descrito por Chris Wickham, fue el dominante entre los siglos VI y X.
En el modo de producción campesino no se produce para acumular recursos y generar excedentes para entregarlos a alguien, sino que se producía esencialmente para consumo propio familiar, y no existían incentivos para la especialización ni diferenciación económica. Las sociedades de campesinos sin señor ni estado que les quitase recursos no es que se correspondieran exactamente con el ideal anárquico, no eran sociedades completamente igualitarias en términos de roles sociales, poder y riqueza, ni dentro de la unidad familiar ni entre vecinos.
Sin embargo, su informalidad hacía que no existieran unas clases sociales claramente diferenciadas ni una explotación sistemática, y en cambio, siguiendo la lógica de la economía del don o regalo, había vecinos que distribuían más excedente entre los miembros de su comunidad para ganar prestigio e influencia o por una cuestión de moral comunitaria. Esta lógica económica campesina contrasta con la tributaria. La lógica del modo de producción tributario consistía en explotar a los que producían, principalmente los campesinos, para que una minoría, la clase dirigente estatal o señorial, viviera sin trabajar.

Los campesinos producían para sobrevivir y entregaban una parte de sus frutos a la élite estatal o terrateniente mediante rentas, impuestos y tributos y prestaciones de trabajo. En comparación con el modo de producción capitalista, las élites tributarias no intervenían de un modo tan directo en la organización de la producción. Tampoco la producción estaba orientada al mercado, y el papel del comercio era secundario y respondía mucho a las necesidades de la élite y de las ciudades.
La lógica económica tributaria no incentivaba la reinversión de la clase no productora para perseguir un crecimiento infinito, sino que el objetivo era o aumentar la presión fiscal, rentas y prestaciones de trabajo u obtener más tierras y campesinos dependientes para ganar poder político y económico y tener mayor capacidad para el consumo de bienes de lujo. En la Alta Edad Media europea convivían espacios más dominados por lógicas tributarias de tipo feudal y otros por lógicas campesinas.
Es lo que Wickham llamó manchas de leopardo, un paisaje diferenciado a nivel microregional. Las zonas aristocráticas, por su intrínseco deseo de más tierras y campesinos, ponían en riesgo la continuidad de las zonas donde prevalecían las comunidades campesinas autogestionadas. El cambio podía ser interno, con unas élites locales prósperas emergiendo, o externo, con unos aristócratas valiéndose de la fuerza o de una alianza con notables locales, que de esta manera podían reforzar su influencia o incluso ampliar sus horizontes gracias a su nuevo patrón.
Para el siglo XI en la península ibérica ya quedaban pocas comunidades campesinas libres y el modelo de producción dominante era el tributario, en su forma estatal en al-Ándalus y feudal en los reinos y condados cristianos. La dinámica de unas élites más capaces de extraer recursos de la clase productora hacía que estos tuvieran más capacidad de consumo y que incentivasen la especialización económica en sectores como el textil, cerámico o herrero. Estas dinámicas de desarrollo económico que vimos en al-Ándalus se produjeron más tardíamente en las sociedades cristianas.
Por su parte, los campesinos tenían incentivos para incrementar la producción y mejorar la productividad, tanto porque se les exigía producir más de lo que consumían como porque las rentas y tributos tendían a estabilizarse con el tiempo. Es decir, el Estado tributario o los señores feudales podían no quedarse con todo el excedente y así algunos campesinos podían enriquecerse y aumentaba la diferenciación interna entre campesinos más prósperos y menos. Paradójicamente, bajo la lógica tributaria los campesinos ganaban más acceso a productos a costa de menos libertad.
Debate historiográfico sobre el feudalismo

He dejado esta como última sección para hablar del debate historiográfico que se ha producido en torno al feudalismo en las últimas décadas a nivel internacional y español, porque puede ser un poco tostón, pero es relevante para poder identificar dónde se sitúa un autor al hablar o no de feudalismo. El grado de aceptación e importancia del feudalismo en la historiografía de los países europeos es muy variable.
Las diferencias en historiografías van bastante ligadas a las grandes narrativas nacionales y a la tendencia a presentar la historia de un país como excepcional y muy diferente a sus vecinos. En Inglaterra se debatía mucho por las implicaciones de la conquista normanda de 1066, considerado frecuentemente el verdadero momento fundacional del Estado inglés. En España nos centramos mucho en la frontera, en Italia en las ciudades por la fragmentación política, mientras que en Francia es tan aceptado que se puede incluir todo el Antiguo Régimen.
En Francia se suele distinguir entre feudalismo, como un sistema político y socioeconómico que organiza el conjunto de la sociedad, y feudalidad, que son el conjunto de relaciones de dependencia entre señores, es decir, uno es el feudalismo en su definición blochiana y el otro en la institucionalista. Marc Bloch distinguió dos etapas del feudalismo en Francia. Una primera etapa desde el colapso del Imperio carolingio hasta mediados del siglo XI caracterizada por el derrumbamiento del poder central, una política muy local y los encastillamientos.
La segunda era feudal la fechaba entre 1050 y 1250 y la describía como una etapa de expansión económica, demográfica y urbana en Europa, apoyada por la rotación trienal, el arado normando y los molinos de viento y agua. Estos cambios económicos habrían ayudado a reforzar el poder de los soberanos feudales, así como a transformar las relaciones sociales. La clase guerrera y terrateniente se convirtió en nobleza hereditaria y la demanda de productos de lujo incrementó, lo que hizo que se monetizase la economía, aumentase la explotación sobre los campesinos, y se desarrollase una clase mercantil y artesanal.
En la historiografía francesa el feudalismo se asocia a una debilidad y fragmentación del poder central, ya que los nobles gozaban de poder político y jurisdiccional. Sin embargo, esa concepción del feudalismo viene de la historia de Francia en los siglos X y XI, y también de la Alemania de los últimos siglos medievales, pero no es aplicable a regiones con gobiernos relativamente fuertes como Castilla y León o Inglaterra.
El tipo ideal de feudalismo blochiano ha hecho que los historiadores franceses e incluso de otros países hayan considerado que donde surgió el feudalismo y donde fue más perfecto, es decir, más próximo al ideal, fue en el norte de Francia. Por eso al exportarse el paradigma feudal francés a otras regiones se hablaba de feudalismos imperfectos o se rechazaba hablar de feudalismo. Además, algunos historiadores cayeron en la visión de que las instituciones feudales venían importadas de Francia, en vez de haber surgido por unas dinámicas internas.
En la historiografía francesa se originó el debate entre los partidarios y detractores de la revolución o mutación feudal. La hipótesis mutacionista se resume en que hasta el año 1000 o 1050 el orden político y social carolingio permaneció vigente, solo que a escala más local, pero en un corto espacio de tiempo el poder público, entendido como sinónimo de estatal, fue sustituido por el poder privado de aristócratas que se alzaron de forma violenta contra el soberano y contra los campesinos.

La nueva clase social de los caballeros habría usurpado violentamente los derechos jurisdiccionales del rey, incluyendo las funciones de gobierno y administración de justicia. Para reconstruir su poder, el soberano feudal se habría visto obligado a estructurar la gobernanza de los territorios donde decía tener autoridad a través de relaciones privadas de vasallaje y fidelidad de señores que dominaban el espacio rural con castillos.
En esta hipótesis el señorío rural pasa a ser el motor fundamental de la instauración de un orden nuevo. Esta tesis es defendida por George Duby, Jean-Pierre Poly o Pierre Bonnassie y Thomas Bisson, estos dos últimos la formularon investigando los condados catalanes. Entre los antimutacionistas está Dominique Barthélemy, que cree que los cambios fueron graduales, y que no hubo ninguna explosión de violencia o anarquía entendida como caos, y la documentación solamente refleja cambios terminológicos de procesos que se habrían desarrollado gradualmente desde décadas antes.
La tesis mutacionista, tal y como está originalmente planteada, es exagerada. En su versión más extrema hasta se llegaba a considerar el Estado carolingio como una continuación del romano y a afirmar que la esclavitud fue el modo de producción dominante hasta el año 1000. Se requería de mucha imaginación para considerar que los estados altomedievales de Europa occidental eran continuadores de un modelo estatal tributario como el romano.
Muchas características de la sociedad feudal ya se encontraban de una forma más o menos madura en las sociedades altomedievales. La distinción entre lo público y lo privado o entre un campesino libre y uno dependiente llevaba siglos difuminándose. Ya había aristócratas presidiendo juicios, y la imagen de un mundo carolingio de paz frente a unos barones poco menos que violentos psicópatas no se corresponde con la realidad, y tiene que ver con los sesgos a favor de estados centralizados.

La violencia aristocrática no aumentó en el siglo XI respecto a siglos anteriores. Y tampoco aumentó a un ritmo vertiginoso la expropiación de tierras de campesinos libres o el sometimiento de los campesinos a un régimen de servidumbre. Este proceso se produjo de manera gradual durante varios siglos. Por otro lado, en la historiografía británica y estadounidense el feudalismo es un sistema político, económico y social erigido a partir del señorío, vasallaje y feudo en la Europa occidental de entre los siglos XI y XIV.
En el mundo angloamericano el feudalismo es ante todo un sistema de reclutamiento militar, relacionado con la fragmentación del poder político central, donde la posesión de la tierra se intercambia por servicios militares, sobre todo de caballería pesada. Una aportación británica al debate feudal la dio Charles Plummer al acuñar el término feudalismo bastardo para describir un sistema clientelar donde la lealtad y servicio militar se pagaba en metálico en vez de concediendo tierras, algo que fue cada vez más común en la Baja Edad Media.
Sin embargo, historiadores posteriores han encontrado esta distinción artificiosa, porque durante la Edad Media convivieron ambas formas de otorgar feudos. Mucho más importante es ver por qué hoy en día feudalismo es una palabra prohibida en la mayoría de círculos académicos anglófonos. En 1974 Elizabeth Allen Brown afirmó que era necesario descartar el término feudalismo y quitarlo de publicaciones académicas y ámbitos educativos por falta de una definición de consenso y por generar una falsa impresión de un sistema común.
Brown criticaba no solo el feudalismo, sino todos los -ismos, como construcciones abstractas que distorsionan la realidad al simplificarla. En 1994 Susan Reynolds desarrolló esto en su libro ‘Fiefs and Vassals’. Reynolds analizó la evidencia documental de Francia, Inglaterra, Italia y Alemania y concluyó que ni siquiera términos como feudo, vasallo o beneficio tenían una definición común. Eso era porque la Alta Edad Media se caracterizaba por el predominio de la costumbre por encima de la ley escrita, y esas costumbres jurídicas eran muy variables y mutables según el tiempo y lugar.
Reynolds afirmó que en los siglos XI y XII los feudos eran menos importantes que las propiedades familiares hereditarias y que las relaciones horizontales de asociación entre iguales eran más importantes que las relaciones jerárquicas de vasallaje. Señala que la idea popular desde la Edad Moderna de que el vasallaje y los feudos eran elementos centrales de la política medieval no es correcta, y concluye que se debe dejar de hablar de feudalismo.

Numerosos motivos han llevado a este cuestionamiento del feudalismo y de la centralidad de la guerra en la política y sociedad medieval, entre los que están que se haya dejado de glorificar el militarismo desde la guerra de Vietnam o que las universidades hayan incorporado a más mujeres y las jerarquías se hayan vuelto menos rígidas. En la academia anglófona se ha instalado un clima de rechazo a los marcos teóricos generales.
Sin embargo, hay motivos para seguir hablando de feudalismo. Para empezar, el argumento de que hay que descartarlo porque puede tener muchos significados distintos es muy débil. La gente entiende lo que es el capitalismo, el Estado o la libertad de diferentes maneras, y no por ello veo a alguien decir que son palabras que deben dejar de usarse. Los conceptos pueden ser debatidos, pero lo importante es tener claro qué definición se usa y explicitarla para que los que te escuchen lo entiendan.
El rechazo al feudalismo denota un rechazo a los tipos ideales, pero es que es imposible entender la realidad sin simplificarla en categorías que nos permitan hacer comparaciones. Otro de los argumentos en contra del feudalismo viene a decir que los feudos no eran la única ni, probablemente, la más importante forma de articular el poder. Esto es cierto, pero no se pueden aducir a razones etimológicas para rechazar una palabra, porque las lenguas evolucionan a veces de formas insospechadas y nadie tiene el derecho a imponer una forma de expresarse.
La propia palabra historia viene de la raíz protoindoeuropea que significa ‘saber’, y de allí al antiguo griego que significaba ‘conocimiento adquirido por la investigación’. Por tanto, por su origen historia podría referirse a mucho más que el conocimiento del pasado, pero evolucionó por un camino distinto. Como señala Chris Wickham, eliminar del vocabulario los términos feudalismo y feudal no sirve para eliminar la influencia que tiene la tradición historiográfica del pasado sobre nuestros conocimientos. En vez de fingir que esa tradición no existe, mejor interactuar con esos legados y tratar de perfeccionar los modelos teóricos para que se aproximen más a las evidencias.
Esto es lo que hay que comentar sobre el debate historiográfico global, pero ahora hablemos de la historiografía española. Desde principios del siglo XIX hay polémica sobre la existencia del feudalismo aquí. Había liberales que lo defendían, mientras que otros los criticaban como afrancesados que trataban de aplicar una forma de organización política y social extranjera a la historia de España. Alexandre Herculano y Claudio Sánchez Albornoz rechazaron la existencia del feudalismo en Portugal y en España, excepto en Cataluña por su origen carolingio.
Distinguían entre régimen feudal, entendido en su visión institucionalista de unas relaciones basadas en el vasallaje y feudo, y régimen señorial, definido como el conjunto de relaciones de dependencia de unos individuos respecto a otros, fuera por la tierra o por una vinculación personal. Sin embargo, desde los años 70 el feudalismo en sus interpretaciones marxista y blochiana ganó popularidad para integrar España en la historiografía europea y abandonar el excepcionalismo nacionalista del franquismo.
Carlos Laliena estudió el feudalismo aplicado al Reino de Aragón, Juan José Larrea trasladó a Navarra el paradigma mutacionista feudal que es popular en Cataluña, mientras que en Castilla, León y Galicia aún sigue habiendo bastante división entre aquellos que deciden hablar de feudalismo y aquellos que no. Entre los que han hecho importantes aportaciones al debate feudal para los reinos de León y Castilla están Barbero y Vigil, Reyna Pastor, Carlos Estepa, Julio Valdeón, Amancio Isla y José Ángel García de Cortázar, con un feudalismo en términos sociales o de modo de producción alejado de los postulados mutacionistas.
El Veredicto: Debilidad del marco teórico
En El Veredicto de hoy quiero darle un tirón de orejas a muchos historiadores de hoy en día, porque por su culpa cada vez me veo más obligado a hacer tareas más propias de un historiador que de un simple divulgador. Tras este episodio entiendo mejor esa acusación de que los historiadores no suelen interesarse por la teoría, y es que es bastante fuerte que por ejemplo ninguno de los muchos libros de historia que consulté para la Alta Edad Media integrase las claras explicaciones de John Haldon sobre el modo de producción dominante en las sociedades precapitalistas.
En las últimas décadas, en la academia, sobre todo la anglófona que es cada vez más dominante, se ha consolidado un desprecio generalizado hacia los grandes marcos explicativos, hacia las teorías generales, y así el conocimiento ha quedado cada vez más inconexo. Se ha pasado de un extremo al otro, porque sí, también era malo cuando en el siglo XIX o primera mitad del XX se formulaban grandes teorías más a base de intuiciones que sobre evidencias empíricas, pero ahora estamos en el otro extremo igual de malo.
La hiperespecialización de los investigadores ha mejorado nuestros conocimientos de temas o espacios reducidos determinados, pero se ha ido tanto a lo concreto que ahora faltan marcos teóricos y se pierden capacidades de comparar y relacionar fenómenos. Los árboles no dejan ver el bosque. Esto incluso se nota en que los trabajos de síntesis que reúnan los últimos avances historiográficos son cada vez más raros. Lo micro y lo macro tienen que estar en diálogo constante para mejorarse mutuamente, o si no nos faltará una parte de la historia. Y con eso, El Veredicto termina.
Avance y outro
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Los episodios temáticos como estos son más densos y difíciles de investigar que los de historia política, y como quiero publicar un vídeo por semana tengo que estar haciendo multitarea entre avanzar los de la serie cronológica y los de Memorias Hispánicas. Entre eso y que me voy de vacaciones dos semanas entre finales de septiembre y principios de octubre, pues que nadie se sorprenda si no hay nuevo episodio en septiembre para mecenas y octubre para el resto. Lo importante es que el episodio que se viene salga bien. Después de ese espero volver a la historia política y tener de nuevo un ritmo de publicación mensual. Así que paciencia, ¡y hasta pronto!
Fuentes
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