En 1706 las mujeres públicas de Madrid tuvieron un papel clave en provocar la retirada de las tropas aliadas de la capital española. El abandono de Madrid marcó el inicio de la desmoralización de los austracistas, así que podría decirse que las acciones de las meretrices madrileñas fueron decisivas para que Felipe V de la Casa de Borbón se convirtiera en el rey de España. ¿Pero exactamente qué hicieron? Soy David Cot, presentador de Memorias Hispánicas, y en este episodio hablaré de cómo la causa borbónica ganó la lealtad de tantos en Castilla, cómo era la prostitución en la España moderna, y sobre la primera ocupación austracista de Madrid, antes de revelar en qué consistió la conspiración de las prostitutas.
Contexto de la Guerra de Sucesión española
Antes de nada, un mínimo de contexto para aquellos no familiarizados con la Guerra de Sucesión española. El rey Carlos II, conocido por haber nacido con toda clase de discapacidades físicas e intelectuales, no pudo engendrar una descendencia y eso ocasionó un problema sucesorio del que se aprovecharon países extranjeros. En su último testamento el agonizante rey de las Españas nombró heredero a un nieto del rey de Francia, Felipe, el duque de Anjou. Algunos creían que solo el rey de Francia podría mantener la integridad territorial de la Monarquía Hispánica. Felipe en un principio fue reconocido tanto por todos los territorios de la Corona española como por potencias como Portugal, Inglaterra y Países Bajos.
Sin embargo, las cosas empezaron a calentarse por iniciativa del Sacro Imperio Romano Germánico regido por los Habsburgo, la misma dinastía a la que había pertenecido Carlos II. Por miedo a una unión o por lo menos alianza entre la Corona francesa y la española, que desequilibraría el balance de poder en Europa, y por la unión de unos intereses dinásticos, territoriales y comerciales heterogéneos, se formó una alianza contra el candidato Borbón. Así que por instigación extranjera se inició una gran guerra, que en España por ser el principal teatro de la guerra tuvo componentes de guerra civil.
Propaganda y lealtad a la causa borbónica
¿Pero por qué a las prostitutas madrileñas les debía importar quién era el rey de España? En eso tiene mucho que ver la propaganda hecha por los leales a Felipe V. La propaganda iba muchas veces más allá de lo puramente político y jurídico y alcanzaba dimensiones religiosas e identitarias, así se conseguía una gran movilización social en la guerra. En la propaganda borbónica se ensalzaba al rey Felipe como cristianísimo generoso con el pueblo, frente a los infieles en términos políticos y religiosos que apoyaban al archiduque Carlos, que contaba con ayuda de tropas protestantes de ingleses, neerlandeses y alemanes.
Se identificaba así la causa borbónica con la religión católica y como una cruzada frente a las herejías de los aliados de Carlos y los saqueos, convertidos en sacrilegios, de infieles en suelo español. La lealtad se sacralizaba, de manera que la lealtad política se relacionaba con una fe inquebrantable y moral recta. No fue difícil presentar la guerra como una defensa del país frente a invasores, como se evidencia por el hecho de que la mayoría de los soldados del bando austracista eran extranjeros, mientras que en el bando borbónico la mitad o más eran de la Corona de Castilla y el resto en su mayoría franceses. Además, los soldados cometían saqueos y eso no hacia más que generar hostilidad entre la gente común.
También había un componente de rivalidad entre territorios. El almirante de Castilla, que apoyó a Carlos, ya pronunció esta advertencia al discutirse el desembarco del pretendiente en Barcelona: “nunca obedecería Castilla a rey que entrase por Aragón, porque esta era la cabeza de la monarquía.” Tenemos pues qué mensajes movilizaban, ¿pero de qué manera se transmitían estos mensajes que consiguieron que hasta unas rameras se involucrasen en una guerra dinástica? La celebrada lealtad de los castellanos se consiguió por la presión que ejercían sobre el resto de la población militares, funcionarios, y la nobleza y el clero, mayoritariamente leales a Felipe de Anjou, y los panfletos, periódicos, sermones, festejos, obras de teatro o coplas dedicados a la causa borbónica.
En la España del Barroco los reyes consiguieron formar lazos afectivos más fuertes con sus súbditos con toda clase de ritos y símbolos. Retratos y pendones del rey, conmemoraciones por victorias militares, procesiones y otros multitudinarios actos cívicos y religiosos servían para generar esos vínculos de las poblaciones de todo el imperio con el rey, en una época en la que no existían la fotografía, radio, televisión o internet. Por otro lado, en una sociedad mayoritariamente rural y analfabeta y profundamente católica como la España barroca los frailes y párrocos eran agentes de propaganda capaces de moldear la opinión pública. La palabra de los párrocos fue indispensable para reclutar, abastecer y alojar tropas, y equiparar las demandas militares del bando borbónico a un deber religioso.
¿Y qué resultados prácticos se obtuvieron mediante la propaganda? Pues de este modo se militarizó la sociedad y muchos contribuyeron de un modo u otro al esfuerzo bélico, como es el caso de las meretrices de las que hablaré más adelante. Felipe V pudo movilizar a miles de milicias que actuaron fuera de un ámbito exclusivamente local y se encargaban de tareas defensivas, lo que permitía usar a los soldados profesionales en tareas más importantes. En este caso la lealtad no era gratuita, sino que las élites locales que solían dirigir las milicias esperaban mercedes de la corte, como cargos públicos o títulos nobiliarios.
La ocupación de Madrid del 1706
Vayamos ahora a la primera ocupación austracista de Madrid, no sin antes animarte a suscribirte si eres nuevo en el canal o pódcast y a apoyarme en Patreon. Al fracasar el asedio borbónico para reconquistar Barcelona, el pretendiente Carlos III proclamó a finales de mayo del 1706 que la prioridad era tomar Madrid cuanto antes, con la expectativa de que así la mayoría de los nobles y pueblos castellanos le reconocerían y se terminaría la guerra. Las tropas aliadas estacionadas en Cataluña conquistaron Aragón, mientras que un ejército de unos 20.000 hombres y compuesto principalmente por portugueses y algunos miles de ingleses y neerlandeses avanzaba desde Portugal.
Este ejército dirigido por el marqués de las Minas y su adjunto el conde Galway avanzó hacia Madrid, y viendo la que se le venía encima Felipe V y su corte abandonaron la capital el 21 de junio. Al cabo de una semana el ejército aliado de Minas y Galway entró en Madrid sin encontrar resistencia inicial y, eufóricos, el 2 de julio proclamaron rey a Carlos III mientras lanzaban monedas de oro y plata entre la multitud madrileña. La situación para el Borbón parecía muy adversa para mediados del 1706. Austria había ganado posiciones en Italia y Países Bajos, Saboya había hecho lo mismo en el norte de Italia, los ingleses habían capturado Gibraltar, y Luis XIV de Francia estaba dispuesto a sellar la paz y aceptar que su nieto Felipe de Anjou no sería rey de España.
La guerra podía haber terminado ya, pero los diplomáticos aliados no supieron negociar y se pasaron de frenada con sus demandas, perdiendo así su mejor oportunidad para terminar la contienda. Además, los generales aliados tenían diferencias estratégicas y había falta de coordinación, pero esto no era más que un reflejo de los objetivos heterogéneos e incluso contradictorios de los aliados. Pronto fue obvio que el archiduque Carlos despertaba poco entusiasmo en Castilla. Solo veintisiete personajes destacados, quince de ellos eclesiásticos, se presentaron para jurarle fidelidad. Como bien expresó el cronista Vicente Bacallar, marqués de San Felipe, más que por fidelidad incondicional al francés, era por cálculo político y supervivencia.
Muchos nobles se retiraron a sus fincas rurales para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos sin comprometerse, mientras otros solo comunicaron de manera secreta su adhesión al candidato de la Casa de Austria, para así evitar posibles represalias después. Mientras tropas aliadas ocupaban Madrid sin moverse de allí, los ejércitos borbónicos cortaron las comunicaciones de los aliados entre Aragón y Castilla y Salamanca, clave para los suministros desde Portugal, volvió al bando borbónico. Esto es lo que desde un principio temían los portugueses, que creían que hubiera sido mejor tomar Badajoz y luego plazas de las costas andaluzas que no marchar al interior de España bajo el riesgo de quedar aislados.
Capturar Madrid demostró ser inútil porque no se consiguió el golpe de efecto esperado para que los nobles y ciudades de Castilla declarasen su lealtad a Carlos y porque sin controlar el campo para asegurar suministros era inviable mantener la ocupación por mucho tiempo. Desde mediados de julio la indiferencia de madrileños y castellanos en su conjunto se fue transformando en hostilidad, envalentonados por algunos éxitos de los ejércitos felipistas. Por ejemplo, trescientos caballeros portugueses estacionados en la sierra de Guadarrama optaron por regresar a Portugal por las agresiones que estaban sufriendo y en su regreso sufrieron varias emboscadas. El pueblo castellano estaba ampliamente movilizado con acciones hostiles y subversivas contra el ejército de ocupación.
La conspiración de las prostitutas madrileñas
Es en este clima político y social donde hay que poner en contexto la conspiración de las prostitutas madrileñas. Mientras tanto, los soldados aliados, principalmente portugueses, se estaban tocando las pelotas pensando que la guerra terminaría pronto porque habían conquistado la capital de la Monarquía Hispánica, la monarquía de la que habían sido vasallos unas décadas atrás y que veían como tirana. No hicieron más que emborracharse, comer y fornicar, lo que permitía que hubiera vecinos que por las noches matasen a algunos soldados. Esto lo comenta el marqués de San Felipe, pero otras fuentes lo confirman. El cronista Luis Bartolomé de Salazar y Castro criticaba a los portugueses por perder el tiempo en comedias, músicas, y visitas a prostitutas.
Domingos da Conceição, capellán de las tropas de Minas, escribía: “La lascivia reina en esta corte más que en ninguna otra de Europa. Las mujeres mundanas no tienen número y creo que son muy pocas las que no han practicado la escuela de Cupido.” Básicamente llamaba putas a todas las madrileñas. Pero esta afición a las prostitutas de los soldados austracistas fue una gran debilidad que los madrileños supieron explotar a favor de Felipe V. Sobre cómo era la prostitución en la Edad Moderna, pues hay que decir que desde el siglo XVII la aceptación de la prostitución decayó, y pasó de ser un mal necesario considerado incluso un servicio público a un mal que solo multiplicaba el pecado y debía ser perseguido por las autoridades civiles y eclesiásticas.
En 1623 Felipe IV había ordenado el cierre de los burdeles legales y proliferaron las casas de corrección, que básicamente eran cárceles para mujeres marginadas, muchas veces prostitutas. Como era de esperar, la prostitución siguió ejerciéndose con menos control público y sanitario, y solo eran perseguidas las meretrices más escandalosas o aquellas denunciadas por el interés de un particular, muchas veces la competencia en el negocio sexual. Se ejercía la prostitución clandestina en la calle, en tabernas y ventas, casas particulares, o burdeles ilegales, y como referencia hacia mediados del siglo XVIII existían más de un centenar de prostíbulos clandestinos en Madrid.
La pobreza y la falta de una red familiar de soporte era lo que conducía a muchas a la prostitución. Los perfiles habituales de las prostitutas eran huérfanas, viudas, esposas abandonadas, maltratadas, o incluso explotadas por sus maridos, mujeres que no se podían casar por falta de una dote, criadas venidas del campo a la ciudad sin lazos familiares, víctimas de violación, o aquellas que tuvieron sexo consentido fuera del matrimonio, pero también había asalariadas que ejercían de forma complementaria la prostitución para llegar a fin de mes. En la España barroca, la mejor forma de desacreditar a una mujer y atacar su honor era llamándola puta, porque las prostitutas y aquellas mujeres viejas y con discapacidades eran consideradas la escoria de la sociedad.
Aún en 1704 Felipe V publicó un auto en el Consejo de Castilla en el que ordenaba a los alcaldes poner en las cárceles de mujeres a las rameras. Quién le iba a decir que serían las rameras, la escoria de la sociedad, las que le ayudarían a retomar Madrid y a ganar la guerra. Pero basta ya de amagos, ¿en qué consistió la conspiración de las prostitutas de Madrid? Para explicarlo, primero voy a reproducir las palabras del cronista Vicente Bacallar: “las mujeres públicas tomaron el empeño de entretener y acabar, si pudiesen, con este ejército; y así, iban en cuadrillas por la noche hasta las tiendas e introducían un desorden que llamó al último peligro a infinitos, porque en los hospitales había más de seis mil enfermos, la mayor parte de los cuales murieron.
De este inicuo y pésimo ardid usaba la lealtad y amor al Rey aun en las públicas rameras, y se aderezaban con olores y afeites las más enfermas para contaminar a los que aborrecían, vistiendo traje de amor el odio: no se leerá tan impía lealtad en historia alguna.” En otras palabras, las meretrices madrileñas se organizaron para tomar acciones coordinadas y se aprovecharon de que eran visitadas asiduamente por los soldados austracistas para llevar a cabo una guerra biológica por medio de aquellas prostitutas con enfermedades de transmisión sexual. En la Europa cristiana moderna las mujeres en general eran culpabilizadas de propagar enfermedades y violar la moral sexual, acusadas de contaminar los cuerpos y almas de hombres siempre inocentes, pero bueno, esta vez estaba bien porque no eran hombres inocentes.
Seguramente las prostitutas contagiaron a los soldados con sífilis, enfermedad epidémica traída de América que afectaba desde a la nobleza hasta a los más pobres hasta introducirse un tratamiento eficaz con penicilina en 1943. La sífilis en estados avanzados es muy visible, y por eso el marqués de San Felipe comenta que tenían que maquillarse, perfumarse y vestirse de forma seductora para ocultar su enfermedad y contagiar al enemigo con este regalito, que en algunos casos era una enfermedad de por vida y mortal. No podemos verificar si ocasionaron seis mil bajas de esta manera, pero tampoco sería una locura que tantos enfermasen teniendo en cuenta que los soldados portugueses se iban mucho de putas en Madrid. Como ya escribió uno de los emisarios del rey Luis XIV en 1707, las mujeres eran mucho peores y más peligrosas que sus maridos, y es que además de las mujeres de la plebe y rameras, las mujeres de la nobleza estuvieron involucradas en la guerra movilizando gente, forjando alianzas, y transmitiendo información.
La retirada austracista de Madrid
Por las enfermedades, muertes y deserciones, el ejército de ocupación aliado de Minas y Galway se quedó con unos 12.000 efectivos. Sin víveres, con las líneas de suministro cortadas por los ejércitos borbónicos, las enfermedades venéreas y la hostilidad de los castellanos, los austracistas optaron por retirarse a un territorio amigable como el Reino de Valencia. Así terminó la primera ocupación austracista de cuarenta días de Madrid y el 3 de agosto tropas borbónicas volvieron a entrar en Madrid, apoyados por cuadrillas armadas de los gremios. El 7 de agosto quemaron el retrato y el pendón de Carlos III en la Plaza Mayor de Madrid, y se inició la represión de aquellos que apoyaron al candidato de los Habsburgo.
Con toda esta historia de las prostitutas no hay que engañarse y creer que los madrileños tenían una moral admirable. La miseria del pueblo hizo que muchos se comportasen como canallas con denuncias falsas acusando de austracista a enemigos personales o personas adineradas. La plebe incitaba a los soldados a entrar en casas y la gente común, más que los soldados, era la que más saqueó tras volver la ciudad a manos felipistas. En todo caso, la retirada aliada de Madrid del 1706 marcó el inicio de la pérdida de iniciativa de los austracistas y una desmoralización de su ejército, lo que finalmente se tradujo en su derrota. Cuando Madrid volvió a ser ocupada por segunda vez en 1710, el rechazo de los madrileños aún fue más grande y el archiduque Carlos se encontró las calles desiertas, las tiendas cerradas, y los balcones vacíos sin nadie vitoreando su entrada.
Outro
Para bien o para mal, fueron las acciones de las prostitutas de Madrid y de gran parte de la población castellana las que permitieron que un Borbón se convirtiera en rey de España. Si te ha gustado este episodio y estás en YouTube, por favor dale a me gusta y comenta si te ha sorprendido, y suscríbete a La Historia de España – Memorias Hispánicas para más historias. El tema de hoy lo he elegido yo, pero si te haces mecenas podrás elegir el tema de algunos episodios de Memorias Hispánicas y además ayudarme a seguir adelante. Puedes hacerlo en patreon.com/lahistoriaespana. ¡Gracias por escucharme y hasta la próxima!
Fuentes
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